domingo, 5 de marzo de 2017

Seis días después …


Segundo Domingo de Cuaresma A

Evangelio según san Mateo, 17, 1 – 9.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
 - Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
- Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
 - Levantaos, no temáis.
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
 - No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

- Maestro, ya estamos en el Tabor, dijo el discípulo al llegar aquella mañana junto al ermitaño.
Este dibujó un sonrisa en sus enjutas mejillas, que más bien parecía una mueca de dolor de muelas; es que el hombre no tenía gracia para las sonrisas.
- Digamos que litúrgicamente hoy, segundo domingo de Cuaresma, tenemos como referencia la Transfiguración de Jesús en una montaña alta, que la tradición cristiana ubica en el Monte Tabor.
Ahora fue el discípulo el que rio a gusto mientras comentaba:
- ¿Qué pasa, Maestro, tienes miedo a qué identifique este lugar donde vives con el Tabor? Pues para mí se parece un poco; cada domingo descubro aquí a Jesús más brillante y transformador de las realidades o, por lo menos, de mi realidad.
- No exageres, dijo el ermitaño. Me alegro que vayas viendo con mayor claridad el rostro de Jesús y lo que te está diciendo en este momento concreto de tu vida, pero creo sinceramente que es la respuesta del Señor a tu búsqueda constante, sufrida y responsable; el lugar es puramente circunstancial. Vamos a entrar en materia y no divaguemos más sobre este lugar.
- De acuerdo, ¡adelante, Maestro!
- La narración del evangelio de hoy, como casi todos los textos que se leen en la liturgia van introducidos con las palabras: “En aquel tiempo”. Literalmente está muy bien este encabezamiento, pero lo saca de su contexto, lo desconecta de los acontecimientos que históricamente preceden al relato y lo enmarcan. Si coges la Biblia verás que Mateo, 17 empieza así: “Seis días después …”.
- ¿Seis días después de qué? preguntó el joven.
- Este es el quid de la cuestión. Seis días antes, estando en la región de Cesarea de Filipo, Jesús les anunció por primera vez: “que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Mt. 16, 21). Este anuncio desmoralizó totalmente a los discípulos, que por cierto ni siquiera escucharon la segunda parte. Hubo un fuerte enfrentamiento entre Pedro y Jesús. Iban camino de Jerusalén, pero los ánimos estaban por tierra; al fin y al cabo ellos lo habían abandonado todo para seguirlo y esperaban algo más que contemplar a su líder juzgado y ejecutado (Cfr. Mt. 19, 27). Caminaban en silencio, cabizbajos y muy decepcionados. Jesús tiene que convencerlos de la segunda parte de la predicción: después de todo, resucitará. Por eso, seis días después,  los deslumbra durante unos momentos con la luz de su divinidad para que no sucumban ante los acontecimientos que se avecinan.
- Maestro, quisiera plantearte dos preguntas.
-¡Vamos a la primera!
- ¿Por qué aparecen Moisés y Elías y no otros  personajes veterotestamentarios?
- Porque eran las dos figuras clave para los judíos: representaban la Ley y los Profetas. Moisés recibió las tablas de manos de Dios en el Sinaí y Elías fue el profeta mítico que no murió sino que fue arrebatada al cielo en un carro de fuego (Cfr. 2Re, 2, 11). Elías era pues el patrono y la referencia de todos los profetas. Para el pueblo de Israel estos eran dos personajes paralelos, pero se equivocaban, convergieron en un punto: Jesús de Nazaret. Como hemos visto en los últimos domingos Jesús “no vino a abolir la Ley y los profetas, sino a dar plenitud” (Mt. 5, 17). La plenitud a la que se refiere es tan elevada que la hace casi irreconocible:  “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”, pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por vuestros enemigos” (Mt. 5, 43 – 44), pero por si acaso esto no fuera suficiente nos deja el testamento firmado y sellado con su sangre derramada en la cruz. En la última cena con sus amigos cuando “sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn. 13, 1) y después de haber lavado los pies a sus discípulos en un gesto de humilde servicio les manifestó: “os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Jn. 13, 34 – 35). Como hemos visto el domingo pasado la única profecía válida es aquella que procede de Dios : "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios." (Mt. 4, 4). La encarnación del Hijo de Dios marca, según la terminología de San Pablo (cfr. Gal. 4, 4), la plenitud de los tiempos. Lo anterior no es abolido sino que, cumplida su misión, deja paso a los nuevos tiempos, en que Jesús es el Moisés del nuevo pueblo y su palabra es  mensaje del Padre.
- Desde luego resulta difícil encontrar resquicios de la Ley mosaica en la Ley de Jesús, pero me queda otra pregunta: ¿por qué les conminó a que no hablaran de la visión hasta que el Hijo del hombre no resucitara de entre los muertos?
- La respuesta tiene una doble dimensión: una inmediata y otra más teológica.
Inmediata: no tengo muy claro por qué tenían que esconderlo a los demás apóstoles que habían quedado en la falta de la montaña, sobre todo si tenemos en cuenta que ellos también estaban desorientados con lo acontecido en la Cesarea de Filipo. Se me ocurre pensar que fue para no suscitar envidias y que la experiencia de estos tres pilares de la Iglesia, Pedro Juan y Santiago, sería suficiente para sostener la debilidad de los demás en los duros momentos de la pasión.
Teológica. Esta razón resulta más evidente. Estas gentes era muy sugestionables, Se habían deprimido en demasía con el anuncio de la pasión y ahora estaban muy eufóricos por la experiencia de la transfiguración; había que reconducirlos a la realidad, es decir, habrá Tabor, total y definitivo, pero antes hay que llevar la cruz hasta el Calvario y morir clavado en ella; llegaremos victoriosos al domingo de pascua pero antes debemos probar la hiel de la Semana Santa.
- Maestro yo resumiría diciendo: visto que nosotros en este momento estamos cargando a trancas y barrancas con nuestra cruz de cada día, debemos animarnos viviendo la esperanza de que un día llegará nuestra personal pascua de resurrección y entonces contemplaremos de una manera permanente el Cristo deslumbrador de la Transfiguración.
- ¡Que así sea! asintió el ermitaño.
- Por eso, Maestro, buscando entre los himnos y cantos adecuados a este evangelio he elegido un himno de la fiesta de la Transfiguración que nos anima a que cuando nos encontramos tristes y desilusionados como los apóstoles camino de Jerusalén encontremos en el Tabor la fuerza y la esperanza para seguir caminado.
Para la cruz y la crucifixión,
para la agonía debajo de los olivos,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para los largos días de pena y dolor,
cuando se arrastra la vida inútilmente,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para el fracaso, la soledad, la incomprensión,
cuando es gris el horizonte y el camino,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para el triunfo gozoso de la resurrección,
cuando todo resplandece de cantos,
nada mejor
que el monte Tabor.
- Amén. Respondió el anciano, y, de nuevo, los dos quedaron en silencio.


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