viernes, 28 de noviembre de 2014

Un encuentro, dos encuentros, ...


I Domingo de Adviento B

 
Evangelio según san Marcos, 13, 33 - 37.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!

 Empieza el adviento. Adviento  gdel latín Adventus gque a su vez procede del prefijo ad y del verbo venire, que se puede traducir como “a punto de llegar".
 
Adviento es, pues, el tiempo que precede a la llegada del Señor y, por consiguiente, tiempo en que a todos se nos invita a hacer un sprint en nuestra marcha hacia el Gran Encuentro.

La liturgia de estos días nos prepara para dos encuentros diferentes:
Primer encuentro (con minúscula): preparación para la fiesta de Navidad. Jesús históricamente hablando no vuelve a encarnarse, no vuelve a nacer, no vuelve a padecer, no vuelve a morir, no vuelve  a resucitar, pero al colocar estas celebraciones – recuerdo a lo largo del año pretende poner señales de stop en nuestro camino, para que paremos un momento, miremos a derecha e izquierda, miremos nuestro reloj y reprogramemos nuestro GPS. Son en definitiva momentos necesarios para romper la monotonía y corregir, si procede, nuestra marcha.

Si la Navidad es la celebración – recuerdo del gran acontecimiento del nacimiento de Jesús en Belén de Judá, estos veintiocho días de adviento son el tiempo necesario para limpiar la casa, batir las alfombras, encender la chimenea, encender las velas, en definitiva, preparar todo para recibir al Invitado el día de la Gran Fiesta.
Segundo Encuentro (con mayúscula): es ése gran día de la Parusía cuando nos topemos cara a cara con el Señor, como hemos visto el domingo pasado (Mt. 25, 31-46). Desde este punto de vista toda la vida es un camino que nos conduce hacia Él, camino que unos recorren como si fuera un maratón, otros a paso ligero, unos con fatiga y a desgana, otros como si de un agradable paseo se tratara. Cada cual según su ánimo o disposición interior, pero nunca, aunque muchos lo intenten, en avión, en coche o a hombros de sus semejantes.

El evangelio de este domingo nos propone esta segunda visión, es decir el día del Gran Encuentro, que yo no sé determinar si es el último día de  nuestra vida o el primer día de la nueva dimensión. De todas maneras el evangelio de hoy está redactado en estilo negativo y casi amenazante: “si te duermes, si te portas mal, vendrá el coco o el hombre del saco y te meterá en el cuarto oscuro”. Creo que hay que decirlo de otra manera: “estarás tan nervioso y excitado, esperando a que llegue el Señor, a quién quieres y al que llevas tanto tiempo esperando que no conseguirás pegar ojo.
- ¿Maestro, intervino el discípulo, entonces dices que el evangelista Marcos ha falseado las palabras de Jesús?

- Perdona, amigo mío, había olvidado que estabas ahí y solo hablaba conmigo mismo. Me has metido en un aprieto. Voy intentar salir de él. Imagínate una montaña; una vertiente es escarpada, sin árboles, dónde solo anida alguna ave rapaz, la otra muy fértil que puedes contemplar llena de cerezos en flor. Dime, amigo mío, ¿es la misma montaña?
- Si, Maestro.

- ¿La percibes de la misma manera de un lado y del otro?

- No, Maestro.
- Pues a mí me gusta más la ladera de los cerezos en flor.

- Y a mí también.
- Pues vámonos a rezar laudes.

 

 

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