viernes, 5 de diciembre de 2014

PIEL DE CAMELLO


II Domingo de Adviento B

Evangelio según san Marcos, 1, 1 - 8.
 
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.


Está escrito en el profeta Isaías:
"Yo envío mi mensajero delante de tipara que te prepare el camino.  
Una voz grita en el desierto:

“Preparad el camino del Señor,
  allanad sus senderos".

  Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán.

Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:

— Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

 - Buenos días, amigo mío.
- Buenos días, Maestro,
 
- ¿Nada que decir?, ¿nada que preguntar?
- Nada, Maestro, soy todo oídos para escuchar tu explicación del Evangelio de hoy.
- Vamos a ello. Te presentaré, si me permites, unas cuantas pinceladas un tanto deshilachas, convencido que tú le darás una forma adecuada.
1º - Iniciamos hoy el Evangelio de San Marcos. Cada evangelista lo hace de una manera diferente.
Mateo de una manera muy resumida y Lucas de de manera más extensa  narran la historia humano-divina  de Jesús, hijo de Dios, pero también hijo de María, acogido y protegido por José, con todas las peripecias de la anunciación, nacimiento, visita de los pastores y de los magos, etc.; Juan, en su maravilloso prólogo se ocupa y preocupa en manifestar el origen divino de Jesús, que desde el principio estaba en Dios, porque, en definitiva, Él mismo era Dios.  Marcos es mucho más sencillo y profundo a la vez. No pretende contarnos una historia o un reportaje, sino como creyente y para que creamos presenta la figura de Jesús. Empieza conectándolo con el Antiguo Testamento. Jesús no surge por casualidad, no es fruto de generación espontánea, sino que da cumplimiento al Antiguo Testamento. Es, en efecto, el esperado de los pueblos y el anunciado por los profetas: “como está escrito en el profeta Isaías…”
2º- “Una voz clama en el desierto”. La situación no ha cambiado mucho: desierto había en el tiempo de Isaías, desierto había en el tiempo de Juan Bautista y de Jesús, desierto hay hoy. Desiertos diferentes, pero desiertos al fin y al cabo. Los desiertos de hoy, a lo mejor, no tienen montes escarpados, pedruscos de todos los tamaños donde habitan a sus anchas víboras y alacranes, son más sofisticados y multiformes: lo configuran rencillas y odios,  egoísmos y prepotencias, mentiras y engaños, todo ello adobado con luces y colores, promesas y ambiciones, mundos irreales y exotéricos; desiertos áridos e impermeables a cualquier semilla de vida.
3º - “Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mi viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias” Aquí habría que aplicar aquella frase de Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. En tres frases describe la personalidad del Bautista, indicando sus vestidos, su dieta y su predicación.

A nosotros puede resultar chocante su forma de vestir y su dieta, pero era normal. Se identificaba con los beduinos, los pobres del desierto en oposición a los “profesionales” del templo: sacerdotes, escribas y demás tipos de la misma ralea, que caminaban con preciosos mantos, cada cual más largo con sus anchas franjas para que fueran bien identificados desde lejos, y comían a costa del templo y de sus devotos.
Sencillamente era uno más con los pobres del desierto. Sin contubernios con nadie, sin ningún tipo de dependencia o servidumbre era totalmente libre para proclamar la Verdad y para llamar “raza de víboras” a los que pretendían engañarle con falsas conversiones.
Tenía, además plena conciencia de quién era: simplemente el Precursor. El que abre caminos.
El Maestro calló. No se sentía inspirado, tenía, también él, una cierta pereza espiritual. Pero el discípulo lo sacó de su sopor.
- Maestro, dijo, me falta algo, me falta el mensaje.
- Pues el mensaje podría ser: menos uniformes, sean cuales fueren y del color que fueren y más cercanía, menos autoritarismo y más fraternidad, menos hablar en nombre de Dios y con el poder recibido de Dios y más hablar de Dios y de la propia experiencia de Dios.

 

 

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