jueves, 15 de enero de 2015

LA SOLEDAD DE UN OCASO.



Segundo Domingo del tiempo ordinario, B

 

Evangelio según san Juan 1, 31 - 42.
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
  —Este es el Cordero de Dios.
  Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:

  —¿Qué buscáis?
  Ellos le contestaron:
  
 —Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?  

Él les dijo:
  - Venid y lo veréis.
 
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los ¿os que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
  - Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
 
Y lo llevé a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
 
- Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).


 Era inverno. Había llovido de manera torrencial durante toda la noche. La cueva del Maestro rezumaba agua por todas partes. Había encendido una pequeña hoguera para calentar el ambiente y sobretodo para que el discípulo se pudiera secar, pues indudablemente llegaría empapado, como así fue.

- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo asomando la cabeza en la cueva.

- Buenos días, amigo mío, entra y cierra la puerta, porque hace mucho frío.
-  No sé qué elegir, si el frío de fuera o el humo de dentro.

- No te preocupes, la leña está mojada y hace mucho humo, pero te irás habituando y te aseguro que cerca junto a la hoguera se está calentito y el humo es desinfectante.
Se sentó el discípulo al otro lado del fuego y notó lo agradable que resultaba el chispear de la leña y, de verdad, que cuanto más cerca estaba de la hoguera menos humo había; este iba hacia arriba y daba un par de vueltas por la celda hasta encontrar un agujero que en su día el ermitaño había practicado en el techo de su “casa”.

- Maestro, siguió el discípulo, el evangelio de hoy va de maestros, uno que termina su misión, Juan el Bautista, y otro que inicia la suya, Jesús, y los discípulos que pasan del uno al otro.
- Has resumido muy bien su contenido. Efectivamente es así. Pero permíteme que te analice este traspaso de poderes – este sí que fue un traspaso modélico y no otros – desde mi punto de vista.

- ¡Adelante, Maestro!

- Creo que cuando uno es joven como tú no lo entiende. Tú estás creciendo, cada día significa una nueva experiencia, vas abriendo capítulos, pero llegas a un momento en la vida en que empiezas a descender, a cerrar capítulos y a dejar paso a los demás y hay que ser muy equilibrado y muy generoso para afrontar este momento con madurez y Juan Bautista lo vivió de una manera admirable. A él se le había confiado una misión concreta: ser el Precursor, es decir, ir por delante, preparar el camino para que cuando llegara el Señor encontrara el terreno preparado, por lo menos algunos corazones asequibles.
Este encuentro con Jesús es el momento cumbre de su historia, la entrega de la antorcha, el momento del relevo. “Este es el cordero de Dios”, este es Él.  Esto puede parecer fácil pero no lo es. Sus discípulos tienen que seguir creciendo y lógicamente siguen a Jesús. Hagamos un ejercicio de empatía. Miremos a Juan sentado en una piedra viendo como Jesús se aleja, como sus propios discípulos le siguen y como, poco a poco, sus siluetas se pierden en el horizonte y, mirando alrededor, se topa con su soledad. Se levanta y, cabizbajo, se dirige hacia el desierto.

- Maestro, no lo había visto así, y me da mucha pena, pues veo que la vejez es muy triste.
- No necesariamente, depende de cómo lo vivas. Si quieres mantener las mismas actividades, el mismo poder, que tenías cuando eras joven, en definitiva, si permaneces agarrado al sillón, sufrirás mucho, pero si disfrutas de los dones que la vida te da en cada situación concreta, serás feliz, y sobre todo cuando puedes exclamar como Juan: “misión cumplida”. Y Juan, más allá del desgarro emotivo inmediato, tenía motivos sobrados para sentirse plenamente satisfecho. ¿Acaso existió alguien  en la historia que haya cumplido con mayor esmero y generosidad su misión?  NO. No sé por qué pero en este momento me viene a la mente un canto de Cesáreo  Gabaráin: “Al atardecer de la vida  me examinarán el amor”. ¿Qué nota pondríamos a Juan al atardecer de su vida?.

¡Ojalá, llegando a la madurez, pudiéramos decir parafraseando al profeta Simeón : “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque me hiciste, me preparaste para una tarea y la he realizado con toda la dignidad de que soy capaz y ahora me pongo en tus manos de Padre”
Pero el evangelio de hoy tiene una segunda parte; si por un lado contemplamos el ocaso de Juan el Bautista, por otro vemos el surgir de una nueva – y definitiva - comunidad: la de Jesús de Nazaret.

Quisiera analizar solamente dos detalles de las actitudes de los discípulos y lo haré de manera telegráfica:

1 -  la rapidez con que siguen al nuevo Maestro. Cabe pensar que también a ellos se les rompió el corazón tener que abandonar a Juan, pero la sequela Christi  (seguimiento de Cristo) supone siempre la ruptura de muchas ataduras;

2 – la inmediata evangelización. Han tenido la gran suerte de encontrar al Mesías, al que todos de una manera o de otra esperaban, y no pueden callárselo,  sino comunicarlo a los demás, empezando, tenlo en cuenta, por los suyos, por los miembros de su familia. Seguro que esto es algo más que una casualidad.
- Si, Maestro, lo tendré en cuenta.

- ¡Ale! Recemos Laudes. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

. Amén.
Dios mío, ven en mi auxilio.
- Señor, date presa en socorrerme. 

 

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