jueves, 30 de abril de 2015

NECESITO TUS MANOS



Quinto Domingo de Pascua  -B .
Evangelio según san Juan 15, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mi, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por si, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.
 
 
- Buenos días, Maestro, ¿soy un sarmiento?
- Buenos días, amigo mío. Sí, claro que eres un sarmiento …
 
- ¿y crees que doy fruto?
 
- Eso tienes que decirlo tú. Eres tu quién tiene que hacer un examen de conciencia, ver si permaneces unido a la cepa, de dónde se recibe la savia para crecer fuerte y vigoroso y dar así buenos y abundantes frutos. De todas maneras y como has pedido mi opinión ti diré que ya das tus frutos, aunque, como eres muy joven, no descarto que el Padre, que es el labrador, te pegue algún tijeretazo para que mejore la cosecha.
 - Gracias, Maestro, pero es que el evangelio de este quinto domingo de pascua es muy fácil de entender.
 - Es que Jesús es un muy buen catequista y generalmente expone ideas muy primarias y propone imágenes muy claras, pero al mismo tiempo muy complejas. La palabra de Dios, es una fuente inagotable: cuando has bebido y te has saciado la fuente sigue brotando, siempre nueva, límpida y cristalina.
 
La enseñanza está clara: “yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”. Toda nuestra fuerza, toda nuestra vitalidad, en definitiva la savia espiritual que alimenta nuestra vida, ilumina nuestros pasos y estimula nuestras buenas acciones nos viene de Él. Pero en la realidad, y para seguir el símil, muchos sarmientos al verse fuertes y robustos, al contemplar sus racimos grandes y olorosos, piensan que los méritos son suyos, dan la espalda a la cepa, se pavonean de sus logros, reciben las alabanzas y felicitaciones, olvidando que su “fuerza le viene del Señor que hizo el cielo y la tierra” (Sal. 21, 2). Resultado: todo se transforma en fracaso, como si fuera un espejismo pasajero; pronto se secará, no dará más fruto y crearán decepción en cuantos en algún momento se fiaron de ellos.
 
Pero podríamos encontrar más cosas. El hecho de dar fruto no es opcional, es una vocación y una obligación. En el mismo capítulo 15 de S. Juan, versículo 16, se lee: “No sois vosotros quién me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”. 
 
Yo me atrevo ir un poco más lejos, y aún sabiendo  que Dios todo lo puede, y que para Él nada hay imposible, no obstante, en sus designios, nos necesita. Para que no me condenen, los que tienen la misión y también el gusto de condenar, diré que San Agustín afirma algo parecido cuando dice: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (PL, XXXIII, 880). Pues bien, así como la cepa no produce racimos de uvas, así Dios nos necesita a todos nosotros para que continuemos, no solo la obra de la creación, sino la obra de la redención iniciada, solo iniciada, en el Monte Calvario. Me viene a la memoria unas palabras que Michel Quoist pone en los labios de Jesús:
 Hijo mío, no estás solo:
Yo estoy contigo.
 Yo soy tú, 
pues Yo necesitaba una humanidad de recambio 
para continuar mi Encarnación y mi Redención. 
Desde la eternidad te elegí:
te necesito.
 
Necesito tus manos para seguir bendiciendo,
necesito tus labios para seguir hablando,
necesito tu cuerpo para seguir sufriendo,
necesito tu corazón para seguir amando, 
 
te necesito para seguir salvando:
continúa conmigo, hijo.
 
 - ¿Y quién es Michel Quoist?
 
  - Casi me había olvidado que eres muy joven. Michel Quoist fue un sacerdote, teólogo, sociólogo y escritor católico francés nacido en Le Havre el 18 de junio de 1921, y fallecido en la misma localidad el 18 de diciembre de 1997. Sus libros eran devorados por los jóvenes y adolescentes de mi generación. La verdad es que animó y orientó a muchos de nosotros. Sus libros son muy interesantes, que a pesar de los años, siguen teniendo valor y, como dicen los críticos, han envejecido bien. El texto que te he recitado es del libro “ORACIONES PARA REZAR POR LA CALLE”, en el capítulo “SACERDOTE: ORACIÓN DEL DOMINGO POR LA TARDE”.  No estaría de más que leyeras alguna de sus obras. Tú, que dominas las nuevas tecnologías, podrás encontrar información y alguna publicación en internet

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