martes, 29 de septiembre de 2015

Hablemos del divorcio.


Vigésimo séptimo Domingo del tiempo ordinario B

Evangelio según san Marcos, 10, 2 - 16.
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba:
— ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
Él les replicó:
— ¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron:
— Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.
Jesús les dijo:
— Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
— Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
— Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
 

- Maestro, hoy toca hablar del divorcio.
 
Durante mucho tiempo el Maestro se había preocupado por educar al discípulo, pidiéndole, inclusive, que cumpliera las fórmulas sociales. Había conseguido mucho, pero no todo. Algunas veces le reprendía suavemente lo que le hacía sufrir; en alguna ocasión había visto como alguna lágrima traidora se deslizaba por su mejilla. Era muy sensible. Se propuso cambiar de actitud. El joven era como un diamante; quizás tuviera alguna arista sin pulir, pero era al fin y al cabo un diamante: valiente, generoso, sacrificado,  profundamente religioso y lleno de inquietud buscando su futuro. Después de todo ¿qué importancia tenía que empezara o no diciendo “buenos días”,  cuando  sabía de sobra que el joven lo apreciaba, es más, lo veneraba y deseaba para él lo mejor?  ¿Para qué ceñirse a las formalidades?. En estas estaba cuando de nuevo dijo el discípulo:
 
- ¿Me equivoco, Maestro, o hoy toca hablar irremediablemente del divorcio? Es el término que utilizan los protagonistas que intervienen en los hechos narrados.
 
- Si, el toca hablar del divorcio, pero te confieso que no me encuentro cómodo hablando de este tema, porque está muy lejos de mi experiencia personal, aunque la he vivido muy de cerca en personas muy próximas por amistad. Pero perdóname si empiezo leyendo algunos versos del famoso compositor Manuel Alejandro, y que en mis años  mozos cantaba con mucho éxito Raphael:
 
Hablemos del amor una vez más
que es toda la verdad de nuestra vida.
Paremos un momento las horas y los días
y hablemos del amor una vez más

Hablemos de mi amor y de tu amor,
de la primera vez que nos miramos
Acércame tus manos y unidos en la sombra
hablemos del amor una vez más.
Sí, amigo mío, hablemos del divorcio, pero antes hay que hablar del amor. Porque solo hay divorcio cuando hay matrimonio y solo hay matrimonio – mucho más allá de un acto jurídico – cuando hay amor. Amor que significa enamoramiento, atracción física, y mucho más. Quizás la definición más precisa la encontremos en la carta de San Pablo a los Corintios cuando dice: El amor es paciente, afable; no tiene envidia;  no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal;  no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites” (1Cor., 13, 4 – 7). Cuando existe todo esto entonces se realiza lo que nos dice Jesús: “… yo no son dos, sino una sola carne”; y te aseguro que un divorcio en este caso tiene más riesgo y provoca más sufrimiento y más trauma que una operación para separar hermanos siameses. Riesgo de que mueran los dos o uno en la operación,  y en el mejor de los casos siempre quedarán unas cicatrices imposibles de disimular.
- ¿Cuáles serían esas cicatrices?
 
- Te puedo enumerar algunas, pero si te interesa el tema te aconsejo que busques en  alguna biblioteca o librería porque hay bastante literatura al respeto. Ante todo están los hijos que sufren unas consecuencias irreparables. Algunos dicen que para los hijos es mejor el divorcio de los padres que una situación de discusión permanente; es posible que haya algo de razón en ello, como la hay cuando se dice que es mejor ajusticiar a un condenado con una inyección letal que en la silla eléctrica; el medio puede resultar menos doloroso, pero el resultado final es el mismo. Pero hay muchas cicatrices en los propios protagonistas: sentido del fracaso, pérdida de autoestima y de seguridad, desconfianza en el otro sexo, depresión, todo ello tamizado por sentimientos de odio, revancha, rivalidad,  celos, etc.
Como en la separación de los gemelos siameses no todos los casos son iguales, y con una buena cauterización y demás atenciones médicas se puede superar, … pero siempre quedará alguna cicatriz para refrescar la memoria.
 
- ¿Entonces el divorcio es tan dañino?
 
- Hablando desde el punto de vista social y psicológico, cuando existió un verdadero matrimonio, el divorcio es un auténtico drama, y desde el punto de vista de la moral cristiana hay que dejar, como siempre, que sea Dios, que conoce los corazones y todas las circunstancias, quien juzgue, pero de la lectura del evangelio de hoy parece evidente que lo cataloga como pecado grave.
 
- Ya.
 
- Pero hay otra enseñanza en el texto de hoy que llama poderosamente la atención, y es la discusión con los fariseos sobre el divorcio: Moisés lo había admitido en la Ley y Jesús había afirmado que “antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última hasta la última letra o tilde de la ley” (Mt. 5, 18) y aquí afirma que “si bien Moisés dejo escrito este precepto, …” yo os digo: “si uno repudia a su mejer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”.  Puede parecer que existe una contradicción, pero para comprender bien este pasaje habría que estudiar en profundidad todo el capítulo 5 de Mateo, pero vamos a quedarnos tan solo con el versículo 17, y que precede el ya citado. Dice así:  “No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”.  Jesús – y de nuevo te invito a que leas todo el capítulo 5 de Mateo – no deroga la Ley de Moisés, pero le introduce enmiendas, modificaciones  que la mejoran sensiblemente; la lleva a la plenitud.
 
Así pues: aquellos que afirman que el divorcio es un progreso social se equivocan; es un regreso a los tiempos más oscuros de la historia. La indisolubilidad del matrimonio aparece en el momento cumbre o de mayor claridad de la humanidad.

 

martes, 22 de septiembre de 2015

Mancos, cojos, ciegos…


Vigésimo sexto Domingo del tiempo ordinario B 

Evangelio según san Marcos, 9, 38 - 43. 45. 47 - 48.
 
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
 
— Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
 
Jesús respondió:
 
— No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
 
Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa.
 
El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar.
 
Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga.
 
Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno.
 
Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
 

 
- ¡Cuántos mancos, cojos y ciegos tendrían que vagar por el mundo!
 
El Maestro quedó estupefacto ante estas palabras del discípulo, pero en seguida comprendió que hacían referencia al evangelio del día y que había entrado a saco, sin preámbulos.
 
- ¡Quizás no tantos, amigo mío, quizás no tantos! De todas maneras: buenos días nos dé Dios.
 
- Buenos días, Maestro, contestó el joven un tanto sonrojado.
 
- Has entrado de lleno en el contenido del evangelio de este domingo, pero, si me permites, quiero empezar un poco más atrás, por la estructura misma del texto.
 
- Adelante, Maestro, soy todo oídos.
 
- Personalmente, y que me perdonen los exegetas, no encuentro una conexión interna al texto. En la primera parte, sí; Juan expone un acontecimiento: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.» y Jesús responde: «No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está con­tra nosotros está a favor nuestro”.  Hasta aquí todo normal, pero a continuación vienen una serie de principios o sentencias que no mantienen ninguna relación lógica con lo anterior. Mi opinión, ya manifestada en otras ocasiones, es que el evangelista, en este caso Marcos, recordaba una serie de frases o sentencias que había escuchado a los apóstoles y que siente la necesidad de transmitirlas, y las coloca cuando le vienen en mente, sin buscar una conexión interna, y ¿cuándo mejor que en esta subida a Jerusalén en la que Jesús se va preparando y va preparando a sus discípulos para el acontecimiento cumbre de su pasión, muerte y resurrección?
- Vale, Maestro, pero volviendo al tema: ¿hay que cortarse la manos, los pies  y arrancarse los ojos cuando estos son motivos de pecado, o no?
- Pues NO. Jesús nos pide, o si prefieres nos exige radicalidad en su seguimiento. No valen medias tintas. Nos quiere calientes de verdad; a los tibios los vomitará  (cfr. Ap. 3, 14 – 16). En su afán por explicar esta radicalidad utiliza esta hipérbole que hemos leído, pero era consciente que su auditorio le comprendía, pues tanto la ley de Moisés, como toda la Toráh, prohibía no solo el suicidio, sino también cualquier otra forma de lesión  o autolesión salvo las estrictamente  rituales.  Además la experiencia nos dice que a un vicioso, adicto o dependiente, es necesario bien otro sistema para cambiar de vida que cortarse una mano, un pié  o arrancarse un ojo. De eso entienden mucho los que se dedican a la rehabilitación de drogodependientes, ludópatas, sexoadictos, etc.
En definitiva: un vaso de agua dado con amor tiene su valor, pero no será suficiente para sentarse a la derecha del Gran Juez, cuando diga: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque … tuve sed  y me distéis de beber, …” (Mt, 25, 34 – 35). Y tampoco un tropiezo en tu camino es razón suficiente para rasgarse las vestiduras, sencillamente debe ser un acicate para levantarse y seguir caminando.
La radicalidad debe de estar en la determinación del seguimiento de Cristo y hacer que toda la vida: ideales, acciones, pensamientos, deseos, actitudes, afectos, etc. converjan coherentemente en este fin.

 

 

 

 



 
 
 

 

 

 

martes, 15 de septiembre de 2015

CADA CUAL A SU BOLA.


Vigésimo quinto Domingo del tiempo ordinario B

Evangelio según san Marcos, 9, 30 - 37.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía:
— El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:
- ¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
— Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
- El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

Era domingo por la mañana, mejor dicho, la madrugada del domingo.
 
El Maestro se levantó temprano, salió y se sentó en el poyo de siempre, su cátedra particular. Y allí esperó a que llegara el discípulo. Sentía una cierta alegría interior, y en principio pensó que era por ser domingo, el día del Señor, pero tenía que ser sincero consigo mismo, su alegría tenía otra razón: dentro de poco llegaría el discípulo, su joven amigo; con él tendría una breve tertulia sobre el evangelio del día y, juntos, rezarían laudes.
 
El Eremita, el solitario de la montaña anhelaba que llegara el domingo para tener ese encuentro, esa charla, ese intercambio de ideas con su discípulo. La soledad del “desierto” tenía sus  encantos, pero necesitaba una fuerte vocación y un gran equilibrio psíquico y emocional para vivirla, pues el hombre, como ya lo había definido en la antigüedad Aristóteles, “es un animal social, más aún que las abejas y todo otro animal gregario” (Política, lib. 1, 1).
 
El Maestro se había hecho el propósito de tratarlo con un mayor respeto, y alejar cualquier palabra o frase que pudiera herirlo, ya que el chico era extremadamente sensible.  También pasaba por allí de vez en cuando su amigo, el pastor, y charlaban un rato, pero la conversación era a otro nivel: hablaban del tiempo, del rebaño, del mal que iban las cosas,  de lo que pasaba en el pueblo, en los alrededores, en la nación, etc.. Todo esto le interesaba al ermitaño, pero nada que ver con las reflexiones evangélicas que tenía con su joven discípulo.
 
En el horizonte, y por detrás de las montañas se veía una luz roja indicadora de que el sol otoñal estaba a punto de asomarse. En esto estaba cuando llegó el discípulo. Después de saludar y de hacer algunos movimientos suaves para transitar del ejercicio a la inactividad, se sentó, miró al  ermitaño y con cierta desfachatez fruto de la confianza en sí mismo que había adquirido en su experiencia del verano, pero con una sonrisa de complicidad dijo:
 
- ¡Maestro, al grano! Si quieres empiezo yo: No se me ocurre ninguna pregunta; lo que Jesús dice está claro, no hay espacio para interpretaciones. Jesús les sigue hablando de su pasión, muerte y resurrección, ellos no entienden nada y al final les indica que para ser sus discípulos hay que ser humildes por un lado y caritativos por otro, sabiendo que por todo ello serán recompensados. El mismo Jesús nos dice:“el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa” (Mc. 9, 41).
 
- El versículo que has citado lo encontraremos en el evangelio del próximo domingo, pero tienes razón: es un pasaje muy claro. No obstante, y si me permites, voy a buscar algún mensaje  subliminal, es decir, que se encuentra entre líneas.
 
- ¡Adelante, Maestro!
 
- Analicemos las actitudes de los protagonistas.

A – Jesús, siguiendo lo que ya hemos visto el domingo pasado, los va preparando para el gran momento, momento doloroso y traumático, pero necesario y definitivo: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días, resucitará”
 
B – Los discípulos mientras tanto iban a su bola. Sinceramente y como ya te he dicho en alguna otra ocasión, no creo que los apóstoles tuvieran aspiraciones políticas, salvo algún infiltrado como Judas Iscariote. Sencillamente eran los amigos de Jesús, un hombre fascinante, carismático, que los llevaba de calle. Estarían con Él en cualquier aventura que emprendiera. Si me apuras, amigo mío, me atrevo a decir que no discutían quién tendría más poder, sino quien lo serviría mejor, quién le estaría más cerca: “Por el camino habían discutido quién era el más importante”
 
Lo cierto es que estaban en niveles muy diferentes: mientras Jesús les hablaba de cosas muy serias, ellos, enfrascados en sus quimeras, pasaban absolutamente de sus enseñanzas.
 
- Y en la enseñanza es evidente…
 
- Efectivamente la moraleja es clara. Dios nos habla a través de los acontecimientos y de la historia y nosotros, los creyentes, en vez de agudizar el oído, escuchar su mensaje y actuar en consecuencia, hablamos de crisis, ponemos parches, remiendos y cataplasmas sin ir a la raíz del declive de nuestra sociedad.

 

viernes, 11 de septiembre de 2015

¿Quién soy yo?



Vigésimo cuarto Domingo del tiempo ordinario B

Evangelio según san Marcos, 8, 27 - 35.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos:
— ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos le contestaron:
— Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.
Él les preguntó:
— Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Pedro le contestó:
— Tú eres el Mesías.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos:
— El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro:
— ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
— El que quiera venirse conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.
 

Cuando el Maestro se asomó, se sorprendió al ver al discípulo ya sentado en el lugar de costumbre. Miró el reloj que conservaba de sus viejos tiempos por si acaso se había equivocado de horario, pero no, y entonces dijo todo seguido:
 
- Buenos días, amigo mío, ¿llevas aquí mucho tiempo?, has llegado demasiado sigiloso, ¿por qué no me has llamado?
 
El discípulo se sintió incómodo ante estas preguntas que le sonaban a reproche e intentó disculparse:
 
- Perdona, Maestro; acabo de llegar y pensé esperar a que salieras, pues eres más puntual que el tren de alta velocidad;  no pensé que eso te molestara, pero no volverá a pasar, y … ¡Buenos días!
 
El ermitaño se dio cuenta que sus palabras eran un reproche absolutamente innecesario, que habían herido la sensibilidad del discípulo e intentó suavizar un poco la situación:
 
- No te preocupes, hombre, no me has molestado en absoluto – en su interior se dio cuenta que mentía, pero ¿sería esta una mentira piadosa? – solo me sorprendí al verte ahí. O has llegado muy silencioso o los años están mermando mis capacidades auditivas.
 
- No lo sé, Maestro, he llegado como siempre, he mirado alrededor y me he sentado aquí. Nada especial.
 
- ¿Qué tal el camino, hacía frío?
 
- Ya empieza a hacer fresco por las madrugadas, pero como vengo corriendo no lo noto. Es más: todavía he sudado, pero como venía con tiempo de sobra hice el último tramo caminando, por lo que me he relajado bastante y ahora me encuentro bien.
 
Había llegado la hora de cambiar de tercio y el Maestro sabía que le tocaba a él, por lo que embistió de inmediato:
 
- ¿Qué me dices del Evangelio de este domingo?
 
El discípulo le miró de nuevo incómodo como si le hubiera pillado en un renuncio, pero le contestó con toda franqueza:
 
- Hoy tengo muchas preguntas, Maestro, y muy pocas, o ninguna, respuestas. Ante todo me parece una serie de textos sobrepuestos, sin una lógica continuidad. ¿Por qué Jesús quiere saber qué dicen de él?, ¿por qué ese enfrentamiento con Pedro?

Por último se entiende bien lo que significa el seguimiento de Cristo: cargar con la propia cruz y disponibilidad total.
 
- Se ve bien que la experiencia de este verano te ha sido muy útil, y que has reflexionado sobre este tema.
 
- Sí, Maestro, en mi oración tanto en Taizé como en Bose he reflexionado mucho sobre las condiciones para el total seguimiento del Señor, pero …
 
- Tranquilo. No es el momento de hablar de ello ahora. Tiempo habrá para madurar el tema de la vocación personal. A mi esta parte me gusta mucho. Jesús es muy ágil, y resulta muy difícil seguirlo – imposible, diría yo – cuando se lleva una gran mochila, algunas maletas y un sinfín de paquetes llenos de bienes materiales, recuerdos, dudas, nostalgias y afectos. Para seguir su caminar hay que ir muy ligeritos de equipaje.
 
Del texto de hoy lo que más me impacta es la primera parte: “quién dice la gente que soy yo” y ellos en seguida le comentaron lo que decían las mujeres en los lavaderos públicos y en el mercado, y los hombres en las reuniones de la plaza, tertulianos de entonces: “Unos dicen que eres Juan el Bautista: otros Elías, y otros, uno de los profetas”  A Jesús no le interesaba en absoluto estas respuestas, además de conocerlas a perfección, no influían en su misión. Era tan solo una pregunta retórica para introducir el tema central: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”  Es decir: “para vosotros que me conocéis de cerca, que vivís el misterio, que habéis comido del pan del milagro, que compartís  mis idas y venidas, mis victorias y fracasos, para vosotros, ¿quién soy yo? ¿qué experiencia tenéis de mi? ¿qué espacio ocupo en vuestras vidas?”. Creo que la respuesta de Pedro, como en otras muchas ocasiones, ha sido magnificada a la luz de la resurrección y del primado de Pedro. Me imagino que la respuesta podría haber sido: ”tú eres genial, el más grande”. No me imagino que Pedro le dijera que era fuera el Mesías. Le querían mucho; es cierto que algunos tenían aspiraciones políticas, como Judas, o aquellos que por el camino ya se iban distribuyendo las carteras ministeriales (Cfr. Mc. 9, 33-37) o la madre de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan,  (Mt. 20, 20 – 22), pero pienso que a la mayoría todo esto les resbalaba, gozaban de su amistad y de su presencia y esto les bastaba.
 
Si a la mayoría de los cristianos de hoy le hiciesen la pregunta: “¿Quién es Jesús?”, habría muchas respuestas y probablemente todas acertadas: “fue el hijo de José y María”, “nació en Belén y murió crucificado en el monte Calvario en Jerusalén”, “hizo muchos milagros y se preocupaba por los pobres y enfermos”; “iba contra el abuso del poder constituido y por eso fue sentenciado a muerte por el procurador Poncio Pilatos a petición de los sacerdotes del templo”; algunos hasta se atreverían a decir: “es el Hijo de Dios”, “es la segunda persona de la Santísima Trinidad” “es el Hijo de Dios que murió en la cruz para salvarnos”, etc., pero que contestaríamos cada uno de nosotros si el mismo Jesús nos preguntara: “Quién soy yo para ti? ¿qué espacio tengo en tu vida?, ¿cómo describirías tu la relación de amistad que hay entre tu y yo?, ¿ves tu al mundo, a los hombres y mujeres a través de mi mirada?, ¿cada paso, cada pensamiento, cada deseo está en sintonía – sonido digital – con mi palabra y mi corazón?. ¿Qué respuesta daríamos a estas preguntas?
 
Se produjo un largo silencio, y daba la sensación que con la última pregunta el Maestro había terminado su reflexión. El discípulo esperó; aquellas preguntas le hacían pensar y las meditaría durante toda la semana, pero cuando el eremita abrió el Libro de las Horas para rezar laudes, le dijo:
 
- Perdona, Maestro, pero todavía queda una dudad sin aclarar: “¿por qué la regañina pública a Pedro?
 
- Se me había pasado quizás porque le doy poca importancia. En principio parece una contradicción con lo anterior: Pedro lo proclama Mesías y a continuación  le amonesta a que no hable de que va a morir crucificado. Yo creo que no es tal contradicción, pues los discípulos, Pedro  incluido, no comprendieron la trascendencia de la persona de Jesús hasta la resurrección y asumida plenamente con le infusión del Espíritu en Pentecostés. Pedro se sentía el director de orquestra, quizás porque había entendido el destino que Jesús le había insinuado, quizás porque fuera el mayor de todos, incluso mayor que Jesús en años; se sentía el protector de todos, Jesús incluido, por lo que, cuando Jesús empieza a decir: “el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprochado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas,  ser ejecutado y resucitar a los tres días”, se siente en la obligación de decirle: “ni se te ocurra decir esas cosas, primero porque aquí estamos nosotros para defenderte, y después  porque con estas palabras vas a desanimar y a hacer sufrir a todos tus amigos” Y Jesús, con su respuesta, quiere prevenir a todos: “Os quiero mucho, os estoy muy agradecido por todo, pero vuestra amistad, vuestros halagos no deben, no pueden interferir en el cumplimiento de la misión que he recibido de mi Padre. No podéis impedir que yo beba el cáliz que he de beber.

 

 

martes, 1 de septiembre de 2015

Hay que ponerse en fila


Vigésimo tercer Domingo del tiempo ordinario  B

Evangelio según san Marcos, 7, 3 1 - 37.
En aquel tiempo, dejó Jesús el
territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:
— "Effetá", esto es: "Ábrete".
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
— Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
 

Aquella mañana, hechos los saludos de rigor se sentaron los dos, Maestro y discípulo, en los lugares de costumbre.
 
- Se nota que ha refrescado el tiempo, dijo el Maestro para dar inicio a la conversación.
 
- Aquí y parado se nota un cierto aire fresco, dijo el discípulo, pero de camino y, además corriendo, la temperatura resulta muy agradable.
 
El Maestro calló, no se le ocurría ningún otro comentario, y tampoco pretendía hacer preguntas que  pudieran resultar embarazosas. El joven comprendió que le tocaba a él “mover ficha” y decidió ir directamente al grano.
 
- Maestro el evangelio de este domingo me parece muy llano.
 
- ¿Qué quieres decir cuando afirmas que es muy llano?
 
- Pues que tiene poco recurrido. Para los que conocemos la vida y milagros de Jesús y ya no tenemos capacidad de sorprendernos, este es un milagro más. Jesús cura un sordomudo. La gente le sugiere un ritual: que le imponga las manos, pero Jesús prefiere otro gesto, siempre de contacto, pero más visual, tocándole los oídos para que pueda oír y la lengua  para que pueda hablar. También resulta obvia la reacción de la gente: “Todo lo ha hecho bien”.
 
- Tú lo has dicho: hemos perdido la capacidad de sorprendernos. Quedamos maravillados ante cualquier proeza humana, de mayor o menor significancia,  e impasibles ante los milagros de Dios, realizados por Jesús en el evangelio o en la creación a lo largo de la historia.
 
De todas maneras aquí también es aplicable aquellas palabras del Señor: “un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padres de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo” (Mt. 13, 52). Aunque expresado así quizás no resulte muy claro lo que pretende decir, pretende afirmar que la Palabra de Dios siempre es rica en contenido: hay enseñanzas muy evidentes y muy clásicas, pero, además, si profundizas siempre encontrarás algo nuevo. Yo, con tu permiso, haría otro símil: la palabra de Dios es como un pozo inagotable, aunque en ocasiones haya que soltar mucha cuerda y dejar que el cubo vaya muy hondo, con la seguridad de que cuanto más hondo se vaya, más fresca será el agua.
 
El Maestro calló y se hizo un largo silencio. Al discípulo le había gustado la explicación, pero le faltaba algo, le sabía a poco. Entonces se decidió a preguntar:
 
- Maestro, ¿y cuál sería lo nuevo en lo de hoy?
 
- Buena pregunta, amigo mío, y difícil de contestar. Además piensa que lo que para uno es nuevo, a lo mejor otros lo han visto hace siglos, lo que no quita que para él sea una auténtica novedad, un descubrimiento. Yo hoy me fijaría en la siguiente frase: “y le piden que le imponga las manos”.  Es cierto que Dios interviene por propia iniciativa en nuestras vidas probablemente muchas más veces de las que nos imaginamos, pero le gusta que se lo pidamos. Repasa los milagros evangélicos y verás como la casi totalidad van precedidos de una petición directa o indirecta.  Él mismo  había dicho: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá, porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre” (Mt. 7, 7). Un amigo mío hace años me comentaba: Dios es como aquel maestro que sale al patio a distribuir la merienda; lleva pasteles y hay para todos. Para cogerlos solo tienes que ponerte en fila, pero hay que ponerse en fila.