martes, 29 de septiembre de 2015

Hablemos del divorcio.


Vigésimo séptimo Domingo del tiempo ordinario B

Evangelio según san Marcos, 10, 2 - 16.
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba:
— ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
Él les replicó:
— ¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron:
— Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.
Jesús les dijo:
— Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
— Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
— Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
 

- Maestro, hoy toca hablar del divorcio.
 
Durante mucho tiempo el Maestro se había preocupado por educar al discípulo, pidiéndole, inclusive, que cumpliera las fórmulas sociales. Había conseguido mucho, pero no todo. Algunas veces le reprendía suavemente lo que le hacía sufrir; en alguna ocasión había visto como alguna lágrima traidora se deslizaba por su mejilla. Era muy sensible. Se propuso cambiar de actitud. El joven era como un diamante; quizás tuviera alguna arista sin pulir, pero era al fin y al cabo un diamante: valiente, generoso, sacrificado,  profundamente religioso y lleno de inquietud buscando su futuro. Después de todo ¿qué importancia tenía que empezara o no diciendo “buenos días”,  cuando  sabía de sobra que el joven lo apreciaba, es más, lo veneraba y deseaba para él lo mejor?  ¿Para qué ceñirse a las formalidades?. En estas estaba cuando de nuevo dijo el discípulo:
 
- ¿Me equivoco, Maestro, o hoy toca hablar irremediablemente del divorcio? Es el término que utilizan los protagonistas que intervienen en los hechos narrados.
 
- Si, el toca hablar del divorcio, pero te confieso que no me encuentro cómodo hablando de este tema, porque está muy lejos de mi experiencia personal, aunque la he vivido muy de cerca en personas muy próximas por amistad. Pero perdóname si empiezo leyendo algunos versos del famoso compositor Manuel Alejandro, y que en mis años  mozos cantaba con mucho éxito Raphael:
 
Hablemos del amor una vez más
que es toda la verdad de nuestra vida.
Paremos un momento las horas y los días
y hablemos del amor una vez más

Hablemos de mi amor y de tu amor,
de la primera vez que nos miramos
Acércame tus manos y unidos en la sombra
hablemos del amor una vez más.
Sí, amigo mío, hablemos del divorcio, pero antes hay que hablar del amor. Porque solo hay divorcio cuando hay matrimonio y solo hay matrimonio – mucho más allá de un acto jurídico – cuando hay amor. Amor que significa enamoramiento, atracción física, y mucho más. Quizás la definición más precisa la encontremos en la carta de San Pablo a los Corintios cuando dice: El amor es paciente, afable; no tiene envidia;  no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal;  no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites” (1Cor., 13, 4 – 7). Cuando existe todo esto entonces se realiza lo que nos dice Jesús: “… yo no son dos, sino una sola carne”; y te aseguro que un divorcio en este caso tiene más riesgo y provoca más sufrimiento y más trauma que una operación para separar hermanos siameses. Riesgo de que mueran los dos o uno en la operación,  y en el mejor de los casos siempre quedarán unas cicatrices imposibles de disimular.
- ¿Cuáles serían esas cicatrices?
 
- Te puedo enumerar algunas, pero si te interesa el tema te aconsejo que busques en  alguna biblioteca o librería porque hay bastante literatura al respeto. Ante todo están los hijos que sufren unas consecuencias irreparables. Algunos dicen que para los hijos es mejor el divorcio de los padres que una situación de discusión permanente; es posible que haya algo de razón en ello, como la hay cuando se dice que es mejor ajusticiar a un condenado con una inyección letal que en la silla eléctrica; el medio puede resultar menos doloroso, pero el resultado final es el mismo. Pero hay muchas cicatrices en los propios protagonistas: sentido del fracaso, pérdida de autoestima y de seguridad, desconfianza en el otro sexo, depresión, todo ello tamizado por sentimientos de odio, revancha, rivalidad,  celos, etc.
Como en la separación de los gemelos siameses no todos los casos son iguales, y con una buena cauterización y demás atenciones médicas se puede superar, … pero siempre quedará alguna cicatriz para refrescar la memoria.
 
- ¿Entonces el divorcio es tan dañino?
 
- Hablando desde el punto de vista social y psicológico, cuando existió un verdadero matrimonio, el divorcio es un auténtico drama, y desde el punto de vista de la moral cristiana hay que dejar, como siempre, que sea Dios, que conoce los corazones y todas las circunstancias, quien juzgue, pero de la lectura del evangelio de hoy parece evidente que lo cataloga como pecado grave.
 
- Ya.
 
- Pero hay otra enseñanza en el texto de hoy que llama poderosamente la atención, y es la discusión con los fariseos sobre el divorcio: Moisés lo había admitido en la Ley y Jesús había afirmado que “antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última hasta la última letra o tilde de la ley” (Mt. 5, 18) y aquí afirma que “si bien Moisés dejo escrito este precepto, …” yo os digo: “si uno repudia a su mejer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”.  Puede parecer que existe una contradicción, pero para comprender bien este pasaje habría que estudiar en profundidad todo el capítulo 5 de Mateo, pero vamos a quedarnos tan solo con el versículo 17, y que precede el ya citado. Dice así:  “No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”.  Jesús – y de nuevo te invito a que leas todo el capítulo 5 de Mateo – no deroga la Ley de Moisés, pero le introduce enmiendas, modificaciones  que la mejoran sensiblemente; la lleva a la plenitud.
 
Así pues: aquellos que afirman que el divorcio es un progreso social se equivocan; es un regreso a los tiempos más oscuros de la historia. La indisolubilidad del matrimonio aparece en el momento cumbre o de mayor claridad de la humanidad.

 

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