martes, 22 de septiembre de 2015

Mancos, cojos, ciegos…


Vigésimo sexto Domingo del tiempo ordinario B 

Evangelio según san Marcos, 9, 38 - 43. 45. 47 - 48.
 
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
 
— Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
 
Jesús respondió:
 
— No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
 
Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa.
 
El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar.
 
Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga.
 
Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno.
 
Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
 

 
- ¡Cuántos mancos, cojos y ciegos tendrían que vagar por el mundo!
 
El Maestro quedó estupefacto ante estas palabras del discípulo, pero en seguida comprendió que hacían referencia al evangelio del día y que había entrado a saco, sin preámbulos.
 
- ¡Quizás no tantos, amigo mío, quizás no tantos! De todas maneras: buenos días nos dé Dios.
 
- Buenos días, Maestro, contestó el joven un tanto sonrojado.
 
- Has entrado de lleno en el contenido del evangelio de este domingo, pero, si me permites, quiero empezar un poco más atrás, por la estructura misma del texto.
 
- Adelante, Maestro, soy todo oídos.
 
- Personalmente, y que me perdonen los exegetas, no encuentro una conexión interna al texto. En la primera parte, sí; Juan expone un acontecimiento: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.» y Jesús responde: «No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está con­tra nosotros está a favor nuestro”.  Hasta aquí todo normal, pero a continuación vienen una serie de principios o sentencias que no mantienen ninguna relación lógica con lo anterior. Mi opinión, ya manifestada en otras ocasiones, es que el evangelista, en este caso Marcos, recordaba una serie de frases o sentencias que había escuchado a los apóstoles y que siente la necesidad de transmitirlas, y las coloca cuando le vienen en mente, sin buscar una conexión interna, y ¿cuándo mejor que en esta subida a Jerusalén en la que Jesús se va preparando y va preparando a sus discípulos para el acontecimiento cumbre de su pasión, muerte y resurrección?
- Vale, Maestro, pero volviendo al tema: ¿hay que cortarse la manos, los pies  y arrancarse los ojos cuando estos son motivos de pecado, o no?
- Pues NO. Jesús nos pide, o si prefieres nos exige radicalidad en su seguimiento. No valen medias tintas. Nos quiere calientes de verdad; a los tibios los vomitará  (cfr. Ap. 3, 14 – 16). En su afán por explicar esta radicalidad utiliza esta hipérbole que hemos leído, pero era consciente que su auditorio le comprendía, pues tanto la ley de Moisés, como toda la Toráh, prohibía no solo el suicidio, sino también cualquier otra forma de lesión  o autolesión salvo las estrictamente  rituales.  Además la experiencia nos dice que a un vicioso, adicto o dependiente, es necesario bien otro sistema para cambiar de vida que cortarse una mano, un pié  o arrancarse un ojo. De eso entienden mucho los que se dedican a la rehabilitación de drogodependientes, ludópatas, sexoadictos, etc.
En definitiva: un vaso de agua dado con amor tiene su valor, pero no será suficiente para sentarse a la derecha del Gran Juez, cuando diga: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque … tuve sed  y me distéis de beber, …” (Mt, 25, 34 – 35). Y tampoco un tropiezo en tu camino es razón suficiente para rasgarse las vestiduras, sencillamente debe ser un acicate para levantarse y seguir caminando.
La radicalidad debe de estar en la determinación del seguimiento de Cristo y hacer que toda la vida: ideales, acciones, pensamientos, deseos, actitudes, afectos, etc. converjan coherentemente en este fin.

 

 

 

 



 
 
 

 

 

 

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