viernes, 18 de diciembre de 2015

Dichosos los que creen.


Cuarto Domingo de Adviento C

Evangelio según san Lucas, 1, 3;  9 - 45.

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
—«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

- ¡Maestro, ya casi es Navidad!

- Estamos, de hecho, en los últimos peldaños de este tiempo de preparación; hoy se enciende la última vela de la corona de adviento.

- Háblame del evangelio de hoy. Por el camino venía pensando y me imaginaba a la Virgen María montada en un borrico viajando de Nazaret a Judea para ayudar a su prima Isabel que, siendo ya mayor, estaba en estado de Juan Bautista.

- No se conoce el medio de transporte utilizado para su desplazamiento, lo cierto es que fue muy incómodo. Para llegar de Nazaret a Judea tuvo que cruzar unos 160 Kilómetros de  desierto, donde en verano hace mucho calor por el día y algo de frío por la noche. ¿En un borrico?, ¿en camello?, no se sabe, pero es justo suponer que en una de las tantas caravanas que comunicaban el Norte de Israel (y que la mayoría procedía de la actual Siria y Turquía) con la ciudad de Jerusalén. Eran caminos muy peligrosos, sobre todo para una mujer joven.  Pero aquí radica la grandeza de María y el mensaje que podemos percibir: olvidarse de si misma y acudir con presteza a auxiliar a su prima Isabel que, por la misión de su marido, sacerdote del templo de Jerusalén, vivía lejos del entorno familiar. La Virgen tenía muchos motivos para no ir: demasiado joven, un largo camino, un desierto por en medio, y un embarazo incipiente y primerizo, aunque este último, a lo mejor, lo sabía solamente ella.

Desde el principio queda bien patente que el “esclava del Señor = ancilla Domini = δούλη Κυρίου” va mucho más allá de un servicio a la persona, significaba la adhesión  total y la plena participación en su obra.

El Maestro calló, y se hizo un largo silencio.  El discípulo también guardaba silencio; había aprendido a gozar de estos momentos de silencio compartido que borraba cualquier vestigio de soledad, y se sentía espiritualmente arrullado por la cercanía del Maestro y el calor del Espíritu. Por fin y con ánimo de continuar la conversación preguntó:

- Maestro, ¿conoces aquellas tierras?

- Sí, amigo mío, he estado varias veces por allí cuando era más joven; precisamente estaba viendo, como en una película, el desierto de Judá y el pueblecito de Ain Karem, dónde, según la tradición, vivían Isabel y Zacarías cuando estaba libre de servicio en el Templo, dónde nació Juan Bautista y dónde, siempre según la tradición, se encontraron las dos mujeres después que, cada una a su manera, fueran visitadas por la misericordia de Dios.

Pero no nos quedemos solo en este mensaje, que indudablemente es bellísimo, pero es que en el evangelio de hoy cada palabra es un mensaje. Si me permites voy a señalar uno solo: el macarisma mariano

- ¿El qué, Maestro?

- Macarisma. Perdona el palabro que muy probablemente no encontrarás en el diccionario. Μακάριος significa “bienaventurado, dichoso, digno de alabanza”, e Isabel dice a Maria: “bienaventurada la que ha creído = κα μακαρα πιστεύσασα”.  Los creyentes miran con veneración a la Virgen María porque es la Madre de Dios, y de hecho así la proclama la Iglesia en el concilio de Éfeso, año 431, la  impetran bajo mil advocaciones y la llenan de piropos como las letanías y todo esto es bello porque brota del más profundo sentimiento popular, pero la maternidad de María es un don gratuito de Dios, irrepetible en la historia, y ella misma lo vive así: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí” (Lc. 1, 48 – 49),  pero la gran aportación de María a la Historia de la Salvación y sublime ejemplo para todo discípulo se significa en  que es la Virgen Creyente - profundamente creyente diría yo – “bienaventurada la que ha creído” proclamó Isabel,  hasta el punto de ponerse  enteramente en la manos de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc. 1, 38); pero hay que subrayar que esta fe que, como todo don de Dios es gratuita, se alimenta de una serena escucha y larga meditación de la Palabra de Dios. De hecho Jesús cuando una fan exaltada grita: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron” (Lc. 11, 27) – piropo bastante corriente en la época – Él, sin mermar en lo más mínimo los méritos de su Madre, sino dándole su justa dimensión contesta: “Mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc. 11, 28).

- Podíamos resumir, intervino el discípulo,  diciendo que María es bienaventurada porque escuchó atentamente la Palabra de Dios, la creyó, y la cumplió.

 - Por eso estas Navidades, ya próximas, prosiguió el Maestro, cuando embelesados contemplemos la figura del Niño Jesús y agradezcamos al Padre tanta exuberancia de ternura, echemos una mirada a la Madre y digamos: “Gracias, Madre, por haber creído, porque por tu fe la Palabra se hizo carne y habita entre nosotros”.






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