Cuarto Domingo de Adviento C
Evangelio según san Lucas, 1, 3; 9 - 45.
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el
saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del
Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
—«¡Bendita tú entre las
mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite
la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó
de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha
dicho el Señor se cumplirá.»
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- ¡Maestro, ya casi es Navidad!
- Estamos, de hecho, en los últimos peldaños de este
tiempo de preparación; hoy se enciende la última vela de la corona de adviento.- Háblame del evangelio de hoy. Por el camino venía pensando y me imaginaba a la Virgen María montada en un borrico viajando de Nazaret a Judea para ayudar a su prima Isabel que, siendo ya mayor, estaba en estado de Juan Bautista.
- No se conoce el medio de transporte utilizado para
su desplazamiento, lo cierto es que fue muy incómodo. Para llegar de Nazaret a
Judea tuvo que cruzar unos 160 Kilómetros de desierto, donde en verano hace mucho calor por
el día y algo de frío por la noche. ¿En un borrico?, ¿en camello?, no se sabe,
pero es justo suponer que en una de las tantas caravanas que comunicaban el
Norte de Israel (y que la mayoría procedía de la actual Siria y Turquía) con la
ciudad de Jerusalén. Eran caminos muy peligrosos, sobre todo para una mujer
joven. Pero aquí radica la grandeza de
María y el mensaje que podemos percibir: olvidarse de si misma y acudir con
presteza a auxiliar a su prima Isabel que, por la misión de su marido,
sacerdote del templo de Jerusalén, vivía lejos del entorno familiar. La Virgen
tenía muchos motivos para no ir: demasiado joven, un largo camino, un desierto
por en medio, y un embarazo incipiente y primerizo, aunque este último, a lo
mejor, lo sabía solamente ella.
Desde el principio queda bien patente que el “esclava del Señor = ancilla Domini = ἡ δούλη Κυρίου” va mucho más allá de un servicio a la persona, significaba la adhesión total y la plena participación en su obra.
El Maestro calló, y se hizo un largo silencio. El discípulo también guardaba silencio; había
aprendido a gozar de estos momentos de silencio compartido que borraba
cualquier vestigio de soledad, y se sentía espiritualmente arrullado por la
cercanía del Maestro y el calor del Espíritu. Por fin y con ánimo de continuar
la conversación preguntó:
- Maestro, ¿conoces aquellas tierras?
- Sí, amigo mío, he estado varias veces por allí
cuando era más joven; precisamente estaba viendo, como en una película, el
desierto de Judá y el pueblecito de Ain Karem, dónde, según la tradición,
vivían Isabel y Zacarías cuando estaba libre de servicio en el Templo, dónde
nació Juan Bautista y dónde, siempre según la tradición, se encontraron las dos
mujeres después que, cada una a su manera, fueran visitadas por la misericordia
de Dios.
Pero no nos quedemos solo en este mensaje, que
indudablemente es bellísimo, pero es que en el evangelio de hoy cada palabra es
un mensaje. Si me permites voy a señalar uno solo: el macarisma mariano
- ¿El qué, Maestro?
- Macarisma. Perdona el palabro que muy
probablemente no encontrarás en el diccionario. Μακάριος significa
“bienaventurado, dichoso, digno de alabanza”, e Isabel dice a Maria:
“bienaventurada la que ha creído = καὶ μακαρὶα ἡ
πιστεύσασα”. Los creyentes miran con
veneración a la Virgen María porque es la Madre de Dios, y de hecho así la
proclama la Iglesia en el concilio de Éfeso, año 431, la impetran bajo mil advocaciones y la llenan de
piropos como las letanías y todo esto es bello porque brota del más profundo
sentimiento popular, pero la maternidad de María es un don gratuito de Dios,
irrepetible en la historia, y ella misma lo vive así: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso
ha hecho obras grandes en mí” (Lc. 1, 48 – 49), pero la gran aportación de María a la
Historia de la Salvación y sublime ejemplo para todo discípulo se significa en que es la Virgen Creyente - profundamente
creyente diría yo – “bienaventurada la
que ha creído” proclamó Isabel, hasta el punto de ponerse enteramente en la manos de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi
según tu palabra” (Lc. 1, 38); pero hay que subrayar que esta fe que, como
todo don de Dios es gratuita, se alimenta de una serena escucha y larga
meditación de la Palabra de Dios. De hecho Jesús cuando una fan exaltada grita:
“Bienaventurado el vientre que te llevó y
los pechos que te criaron” (Lc. 11, 27) – piropo bastante corriente en la
época – Él, sin mermar en lo más mínimo los méritos de su Madre, sino dándole
su justa dimensión contesta: “Mejor,
bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc. 11,
28).
- Podíamos resumir, intervino el discípulo, diciendo que María es bienaventurada porque escuchó
atentamente la Palabra de Dios, la creyó, y la cumplió.
- Por eso
estas Navidades, ya próximas, prosiguió el Maestro, cuando embelesados
contemplemos la figura del Niño Jesús y agradezcamos al Padre tanta exuberancia
de ternura, echemos una mirada a la Madre y digamos: “Gracias, Madre, por haber
creído, porque por tu fe la Palabra se hizo carne y habita entre nosotros”.
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