miércoles, 2 de diciembre de 2015

HAY LUGAR PARA LA ESPERANZA


Segundo Domingo de Adviento C

Lectura del santo evangelio según san Lucas 3, 1 - 6.
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Una voz grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
elévense los valles,
desciendan los montes y colinas;
que lo torcido se enderece,
lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios.»
 

- Maestro, Maestro, ¿podemos decir que hoy empieza de verdad el adviento?
 
- No, el adviento, como tiempo de gracia y de preparación para nuestro encuentro personal y comunitario con el Señor que viene, empezó el domingo pasado. Lo que hoy empieza es la narración más o menos sistemática y continuada de los acontecimientos que constituyen el meollo de la historia de la salvación: nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesús, Pentecostés, etc. y las enseñanzas del Señor.
 
- Eso es lo que pretendía decir con poco acierto, como se ve. Es como si hoy empezáramos el primer capítulo del libro “Hechos y Enseñanzas de Jesús” y el domingo pasado hubiéramos leído el prólogo.
 
- Buen símil, sin duda. Pero hay un paso adelante cualitativo con respeto al domingo pasado. Es cierto que, como buen prólogo,  se vislumbraba un haz de esperanza: “cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación” (Lc. 22, 28), pero esto va en medio de un ropaje apocalíptico que puede llevar a os pusilánimes a la congoja. Hoy, por el contrario, ya se nos presenta un panorama doble: invitación a la responsabilidad y a la esperanza:
 
“una voz grita en el desierto;
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajados;
lo torcido será enderezado,
o escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios”

- Pero este texto es de Isaías, es decir del Antiguo Testamento …
 
- Sí, replicó el Maestro, pero al ser transcrito – no solo citado – por el evangelista  adquiere toda la fuerza del evangelio. Isaías, además, profetiza con tanta clarividencia la vida de Jesús que muchos se atreven a definir sus escritos como el Evangelio de Isaías. Pero creo que conviene volver atrás y analizar el texto que nos ofrece este domingo …
 
- Sí, Maestro.
 
- Yo dividiría el evangelio de hoy en tres partes: la historia, el precursor y la misión.
 
Historia: Es verdad que todos los evangelios tienen referencias históricas al citar personajes y acontecimientos contrastables científicamente, pero Lucas en este texto da todas las coordinadas, sólo falta que apuntara el día y la hora, y esto tiene una importancia capital: Jesús no es un mito creado por la religiosidad natural, como los dioses del Olimpo, o una leyenda que se pierde en el tiempo y nadie conoce el lugar y el principio de su existencia.
 
Jesús es histórico, podríamos decir que disponía de D.N.I, y muy probablemente fue inscrito como súbdito del imperio romano en el empadronamiento que había decretado el imperador  y que en aquellas tierras lo ejecutaba Cirino, gobernador de Siria y de toda la Judea, y que a su vez fue la causa de que Jesús naciera en Belén, y no en Nazaret donde   residían sus padres. Desde la fe proclamamos que al encarnarse en la historia en general – y en la historia de cada individuo – nada de lo que sucede le es extraño o queda fuera de su interés o de su competencia.
 
Juan el Precursor, el que va delante: semejanzas y diferencias. La figura del precursor era muy conocida por las gentes de entonces. Cuando un señor, imperador, rey o gobernador, giraba visita a sus territorios mandaba por delante a un embajador plenipotenciario para preparar la visita, organizando la logística, los festejos y cobrando los impuestos esquilando a la pobre gente.
 
Jesús, como el Señor de los nuevos tiempos, también tiene su precursor que va por delante a preparar los corazones de los hombres para recibirle; no va con grandes vestimentas para deslumbrar sino que “llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura”  (Mt. 3, 4) y no banqueteaba como los poderosos sino que “se alimentaba de saltamontes y miel silvestre” (idem), como los más pobres habitantes del desierto; y no iba a cobrar impuestos, sino a ofrecer, ofrecer la esperanza en un futuro inmediato y mejor.  Marcos lo explica de la siguiente manera:  Juan “proclamaba:  detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc. 1, 7 – 8). La presencia de Juan, más allá de su predicación, está indicando el Señorío de Jesús cuya presencia él anuncia.
 
Misión. La misión o fin último de Juan es anunciar que “toda carne verá la salvación de Dios”. Todo hombre, por mero hecho de serlo, está llamado a participar de la plena visión de Dios; pero, si bien en su esencia es un don gratuito de Dios, en nuestras manos está la distribución, hacer que llegue a todos los hombres, por eso Juan, utilizando las palabras del profeta insiste: “Preparad el camino del Señor, allanad sus sendero”.
 
Creo, amigo mío, que ya desde los primeros pasos se detecta la misión misionera de la Iglesia y que viene rubricada por Jesús en el momento de su ascensión al cielo: “se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos… “ (Mt. 28, 18 – 19).

 

 

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