Segundo Domingo de Adviento C
- Maestro, Maestro, ¿podemos decir que hoy empieza
de verdad el adviento?
- No, el adviento, como tiempo de gracia y de
preparación para nuestro encuentro personal y comunitario con el Señor que
viene, empezó el domingo pasado. Lo que hoy empieza es la narración más o menos
sistemática y continuada de los acontecimientos que constituyen el meollo de la
historia de la salvación: nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesús,
Pentecostés, etc. y las enseñanzas del Señor.
- Eso es lo que pretendía decir con poco acierto,
como se ve. Es como si hoy empezáramos el primer capítulo del libro “Hechos y
Enseñanzas de Jesús” y el domingo pasado hubiéramos leído el prólogo.
- Buen símil, sin duda. Pero hay un paso adelante
cualitativo con respeto al domingo pasado. Es cierto que, como buen
prólogo, se vislumbraba un haz de
esperanza: “cuando empiece a suceder
esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación” (Lc. 22,
28), pero esto va en medio de un ropaje apocalíptico que puede llevar a os
pusilánimes a la congoja. Hoy, por el contrario, ya se nos presenta un panorama
doble: invitación a la responsabilidad y a la esperanza:
“una voz grita
en el desierto;
Preparad el
camino del Señor,
allanad sus
senderos;
los valles
serán rellenados,
los montes y
colinas serán rebajados;
lo torcido
será enderezado,
o escabroso
será camino llano.
Y toda carne
verá la salvación de Dios”
- Pero este texto es de Isaías, es decir del Antiguo
Testamento …
- Sí, replicó el Maestro, pero al ser transcrito –
no solo citado – por el evangelista
adquiere toda la fuerza del evangelio. Isaías, además, profetiza con
tanta clarividencia la vida de Jesús que muchos se atreven a definir sus
escritos como el Evangelio de Isaías. Pero creo que conviene volver atrás y
analizar el texto que nos ofrece este domingo …
- Sí, Maestro.
- Yo dividiría el evangelio de hoy en tres partes:
la historia, el precursor y la misión.
Historia: Es verdad que todos los
evangelios tienen referencias históricas al citar personajes y acontecimientos
contrastables científicamente, pero Lucas en este texto da todas las
coordinadas, sólo falta que apuntara el día y la hora, y esto tiene una
importancia capital: Jesús no es un mito creado por la religiosidad natural,
como los dioses del Olimpo, o una leyenda que se pierde en el tiempo y nadie
conoce el lugar y el principio de su existencia.
Jesús es histórico, podríamos decir que disponía de
D.N.I, y muy probablemente fue inscrito como súbdito del imperio romano en el
empadronamiento que había decretado el imperador y que en aquellas tierras lo ejecutaba
Cirino, gobernador de Siria y de toda la Judea, y que a su vez fue la causa de
que Jesús naciera en Belén, y no en Nazaret donde residían sus padres. Desde la fe proclamamos
que al encarnarse en la historia en general – y en la historia de cada
individuo – nada de lo que sucede le es extraño o queda fuera de su interés o
de su competencia.
Juan
el Precursor,
el que va delante: semejanzas y diferencias. La figura del precursor era
muy conocida por las gentes de entonces. Cuando un señor, imperador, rey o
gobernador, giraba visita a sus territorios mandaba por delante a un embajador
plenipotenciario para preparar la visita, organizando la logística, los
festejos y cobrando los impuestos esquilando a la pobre gente.
Jesús, como el Señor de los nuevos tiempos, también
tiene su precursor que va por delante a preparar los corazones de los hombres
para recibirle; no va con grandes vestimentas para deslumbrar sino que “llevaba un vestido de piel de camello, con
una correa de cuero a la cintura” (Mt. 3, 4) y no banqueteaba como los poderosos
sino que “se alimentaba de saltamontes y
miel silvestre” (idem), como los más pobres habitantes del desierto; y no iba
a cobrar impuestos, sino a ofrecer, ofrecer la esperanza en un futuro inmediato
y mejor. Marcos lo explica de la
siguiente manera: Juan “proclamaba: detrás de mí viene el que es más fuerte que yo
y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he
bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc. 1, 7 – 8).
La presencia de Juan, más allá de su predicación, está indicando el Señorío de
Jesús cuya presencia él anuncia.
Misión. La misión o fin último de
Juan es anunciar que “toda carne verá la salvación de Dios”. Todo hombre, por
mero hecho de serlo, está llamado a participar de la plena visión de Dios; pero,
si bien en su esencia es un don gratuito de Dios, en nuestras manos está la
distribución, hacer que llegue a todos los hombres, por eso Juan, utilizando
las palabras del profeta insiste: “Preparad
el camino del Señor, allanad sus sendero”.
Creo, amigo mío, que ya desde los primeros pasos se
detecta la misión misionera de la Iglesia y que viene rubricada por Jesús en el
momento de su ascensión al cielo: “se me
ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a
todos los pueblos… “ (Mt. 28, 18 – 19).
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