martes, 27 de diciembre de 2016

Año Nuevo – La vida sigue …

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios A

Evangelio según san Lucas, 2, 16 - 21.
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Era el día 1 de Enero Como todas las madrugadas el ermitaño rezó el oficio de Lecturas. Al terminar quedó en silencio (¿con quién iba a hablar?). Era ya día de Año nuevo.
Durante el invierno el fuego ardía siempre, con mayor o menor intensidad, en el centro de la cueva, como si se tratara del palacio de un patricio romano o del templo de la diosa Vesta en el foro romano. Calentaba el ambiente de una manera regular; allí cocía el Maestro sus verduras, hervía la leche (cuando la tenía), preparaba sus infusiones, algunas de receta propia. Allí cocía sobre una plancha de hierro una especie de pan al que él llamaba pomposamente tortas o gachas, y que no eran más una pasta de harina, agua y un poco de sal, que extendía sobre dicha plancha de hierro caliente. A alguno le haría pensar en el pan ácimo que come el pueblo judío en la pascua. En el verano, cuando ya no necesitaba calefacción, la lumbre la encendía solo para cocinar y lo hacía en un rincón, al fondo de la cueva.
La fiesta de primer de año es muy polivalente,  y reúne muchas celebraciones diferentes,
* Año Nuevo, es decir el inicio del año civil, con un fuerte impacto sobre todo en el campo administrativo, por aquello de los balances, presupuestos, impuestos, etc.
* Para el Calendario Litúrgico: Santa María Madre de Dios. Primer dogma mariano promulgado por el Concilio de Éfeso en Junio del año 431.
* Para la historia y para la devoción popular el día de la circuncisión, en que pusieron al niño el nombre de Jesús o Emmanuel: “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes  de su concepción” (Lc. 2, 21).
* Jornada Mundial de la Paz. El Papa Pablo VI estableció esta Jornada en el mensaje del día 8 de Diciembre de 1967, siendo la primera Jornada el 1 de Enero de 1968. En la memoria del ermitaño resuenan fuertemente las palabras del Papa en aquel mensaje, leídas y releídas tantas veces en los albores de su juventud cuando creía en la utopía de un mundo mejor: “La proposición de dedicar a la Paz el primer día del año nuevo no intenta calificarse como exclusivamente nuestra, religiosa, es decir católica; querría encontrar la adhesión de todos los amigos de la Paz, como si fuese iniciativa suya propia, y expresarse en formas diversas, correspondientes al carácter particular de cuantos advierten cuán hermosa e importante es la armonía de todas las voces en el mundo para la exaltación de este primer bien, que es la Paz, en el múltiple concierto de la humanidad moderna.
La Iglesia Católica, con intención de servicio y de ejemplo, quiere simplemente «lanzar la idea», con la esperanza que alcance no sólo el más amplio asentimiento del mundo civil, sino que tal idea encuentre en todas partes múltiples promotores, hábiles y capaces de expresar en la «Jornada de la Paz», a celebrarse al principio de cada nuevo año, aquel sincero y fuerte carácter de humanidad consciente y redimida de sus tristes y funestos conflictos bélicos, que sepa dar a la historia del mundo un desarrollo ordenado y civil más feliz”. ¡Qué lejos queda todo esto, no solo en el tiempo sino en los objetivos! Hoy solo la Iglesia Católica sigue de alguna manera recordando esta jornada.
El Maestro seguía pensando. Hoy no tenía que configurar un discurso lógico y armado para comunicarlo al discípulo, por eso su pensamiento corría un poco más libre y hasta anárquico.
Santa María Madre de Dios, por supuesto que sí, pero el ermitaño se sentía perezoso  al leer y estudiar los concilios ecuménicos de la Iglesia y los dogmas de ellos emanados. ¡Qué términos difíciles de entender y más difícil todavía de explicar, hipóstasis, μοούσιον = consubstancial, etc. El Maestro dejó que su pensamiento volara a la Éfeso actual. Allí, perdidas en medio de un campo quedan las ruinas de la antigua basílica de Santa María, donde tuvo lugar el concilio y donde se proclamó a María como la Θεοτόκος
 = Madre de Dios.  ¡Solo unas ruinas para recordar un pasado glorioso y trascendental para la historia de la teología cristiana en general y católica en particular! A muy pocos metros el lugar donde Pablo trabajaba y enseñaba a los fieles de esta Iglesia; al lado el puerto (hoy un campo cultivado, ya que el mar se ha retirado más de 20 kilómetros, donde el Apóstol se embarcó a toda prisa para Macedonia después del tumulto o rebelión organizada por   Demetrio y los demás plateros de la ciudad. ¡Y todo esto, sin una señal, un recuerda que haga memoria de todo lo acontecido!
Santa María, Madre de Dios. Si la humanidad y la divinidad configuran una sola persona, Jesús, de una manera que no se puede ni dividir, ni separar, es evidente que la que engendró esa persona al ser reconocida como la Madre de Jesús, tiene todo derecho a ser proclamada también Madre de Dios. Esto no significa que la Virgen sea el principio o la creadora de Dios, sino la que le dio vida a “Jesús”.  Mi madre, pensaba el Maestro, me engendró, me parió y me crió, con todos mis defectos y mis virtudes y fue “mi madre”, la madre de todo mi ser, aunque no el principio de mi ser, no me creó, sino que me transmitió la vida. Los padres no crean, transmiten una vida, cuyos orígenes se sitúa en el principio de los tiempos.
El Maestro se cansó con estos pensamientos y se dijo: “Año Nuevo, Vida Nueva”. No es cierto. Quizás sea un momento oportuno para aportar algunas correcciones a tu rumbo, ¿pero todo nuevo?, ni hablar. La vida es como un largo, a veces muy largo sendero, con curvas, altibajos, lugares escabrosos y algún que otro remanso, y todo esto que tienes en tu “haber” te proyecta al futuro, pero empezar desde cero ¡imposible!
Iba el Maestro a meditar un poco sobre la paz. Esa paz que llena la boca de los gobernantes y de los políticos; esa paz que se trata en grandes reuniones siempre aparejadas a buenos viajes y mejores comidas y cenas, esa paz que no aparece por ninguna parte, y cuando aparece es tan imaginaria o frágil que se quiebra en seguida. En estos pensamientos estaba el ermitaño cuando se dio cuenta de que un rayo de sol se colaba por la rendija de la puerta. Decidió que seguiría meditando sobre esto más tarde. Ahora tocaba salir a desentumecerse un poco, a saludar a sus animales, al sol, al viento y a las montañas que lo rodeaban.

El ermitaño, en su soledad, con frecuencia recordaba poesías y canciones que había aprendido, de niño, en la escuela. Recordaba con especial cariño – o quizás nostalgia – aquellas competiciones literarias que el profesor de lengua y literatura organizaba todas las semanas en el día de sábado – entonces los sábados eran lectivos – y que en el mes de Mayo eran indefectiblemente los poemas marianos en los clásicos españoles. A él le había tocado Lope de Vega con aquel poema que seguía recitando a menudo como si fuera una oración.

Estaba María santa
contemplando las grandezas
de la que de Dios sería
Madre santa y Virgen bella.
El libro en la mano hermosa,
que escribieron los profetas,
cuanto dicen de la Virgen
¡Oh qué bien que lo contempla!
Madre de Dios y virgen entera,
Madre de Dios, divina doncella.
Bajó del cielo un arcángel,
y haciéndole reverencia,
Dios te salve, le decía,
María, de gracia llena.
Admirada está la Virgen
cuando al Sí de su respuesta
tomó el Verbo carne humana,
y salió el sol de la estrella.
Madre de Dios y virgen entera,
Madre de Dios, divina doncella.


domingo, 18 de diciembre de 2016

NOCHEBUENA


Natividad de Nuestro Señor Jesucristo A

Evangelio según san Lucas, 2, 1 – 14.
En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Éste fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
— No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
— Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Era ya de madrugada.
El ermitaño apenas había descansado un par de horas. Tocaba hacer vigilia esperando la llegada del Señor. El hombre de la montaña se sentía triste; era un pecado que cometía todos los años tanto la noche de Navidad, como en la vigilia de la Pascua de Resurrección: sentir tristeza.
En algún tiempo, en estas fechas se había replanteado su vocación eremítica. ¿Acaso se había equivocado de camino? ¿No debía sentir un profundo gozo por lo que en la fe se celebraba?
Sí, pero durante la noche tenía una sensación de nostalgia. ¿Nostalgia de qué? no lo sabía, pero nostalgia al fin y al cabo. Sabía que todo cambiaría al amanecer; cuando el sol se asomara en el horizonte saldría a respirar aire puro, a hacer unos cuantos ejercicios gimnásticos y a saludar a sus animales. El mundo y él mismo adquiriría bellos colores y  toda su vida se inundaría de alegría y gozo.
Además estaba seguro que su amigo, el pastor, conduciría el rebaño por aquellos parajes (los pastores no tienen fiestas porque los animales exigen comer todos los días) y de paso le regalaría algún queso especialmente confeccionada para este  momento. Algún año se había acercado también algún paisano con su familia para regalarle dulces; el Maestro lo agradecía, pero en el fondo tenía miedo que este gesto se transformara en costumbre, y el dulce no entraba en su dieta cotidiana y en su soledad tampoco tenía con quien compartirlo.
No sin esfuerzo, haciendo inclusive un gesto rápido con la cabeza como cuando se pretende alejar una mosca molesta, el maestro trasladó sus pensamientos a la ciudad de Belén unos cuantos siglos antes porque allí y en las afueras de la ciudad nació un niño; un niño, aparentemente como tantos otros, pero solo “aparentemente” porque vino a revolucionar el cielo y la tierra, a molestar a poderosos y acomodados y hacer temblar hasta los cimientos del establishment del poder político y social de la época y a ser un acicate para los poderosos de todos los tiempos.
Y la revolución empezó en el minuto cero. Apenas nacido se movilizan los ángeles del cielo y recorren el espacio anunciando la feliz noticia,  se encuentran con un grupo de hombres (y mujeres) que esperaban tiempos mejores y le anuncian la “Buena Nueva” y nuevos horizontes. La noticia no consiste en que ha nacido un niño, sino que empieza una nueva época, porque aquella criatura es nada más y nada menos que “el Salvador, el Mesías, el Señor” anunciado por los profetas y por siglos esperado.
El ermitaño se formulaba algunas preguntas: ¿Dónde había nacido Jesús? ¿estaba tan desamparado?, “¿había sido rechazado en la posada?, “¿había un buey y una mula en la
gruta?, etc.; tenía su propia opinión sobre todo esto:
Ante todo creía que la situación ha sido exagerada por la piedad popular. Jesús no fue rechazado, sino acogido y muy acogido. No lo recibieron en la posada porque obviamente, y dadas las circunstancias de tanta concurrencia, estaba a rebosar. Acogieron a aquella pareja un grupo de pastores que ya se encontraban en la zona intentando vender su ganado para los sacrificios rituales de la Pascua judía que debía estar muy cercana.
Los pastores procedían de Galilea dónde había buenos pastos; no es temerario pensar que fueran paisanos, conocidos y hasta familiares de la familia de José y María (una antigua tradición dice que San Joaquín y Santa Ana eran pastores y que la Virgen María nació a las puertas de Jerusalén cuando allí se encontraban para vender sus reses).
Sí comparamos con los palacios de los ricos de entonces o con la asepsia de los paritorios de hoy María dio a luz en una situación muy precaria, pero igual que la mayoría de las mujeres beduinas de su tiempo que trashumaban con sus familias y sus ganados y daban a luz dónde les tocaba. No sería excesiva imaginación suponer que los hombres salieron a vigilar los rebaños mientras las mujeres atendían a la parturienta (salvando que el misterio de Dios hubiera previsto otra cosa), por lo que el ermitaño siempre supuso que Jesús fue muy bien acogido de manera natural por sus padres, por los beduinos que le habían acogido en su gruta y de manera extraordinaria por los ángeles y los demás pastores informados por aquellos. Otra cosa es si hablamos de los ricos y poderosos pero eso fue continuo de Belén al Calvario, del nacimiento a la muerte.
Cuanto al buey y a la mula, nada hay escrito en los evangelios. Es conocido que los beduinos tenían algún camello o algún borrico para transportar sus escasas pertenencias y a los niños en los desplazamientos. También utilizaban algunos animales como calefacción natural para las cuevas en los momentos de mucho frío, así que no es del todo descabellado pensar que la Sagrada Familia compartiera la cueva con algún animal, aunque se inclinaba a creer que habían vaciado el espacio para el momento del parto.
Y por último el ermitaño no encontraba ningún motivo que justificara la presencia de un buey, aunque le encanta contemplarlo en los belenes tradicionales.
Pero aquí se trataba no de dilucidar estas cosas, sino de agradecer a Dios la inmensa ternura manifestada con los hombres haciéndose uno como nosotros, no en un estado o situación inalcanzable, sino niño, pobre y humilde, a la vista y experiencia de todo hombre de buena voluntad.
Interrumpió el Maestro sus reflexiones y muy bajito, como solía hacer, se puso a cantar:


Noche de paz, noche de amor,
claro sol, brilla ya
y los ángeles cantando están:
gloria a Dios, gloria al Rey Celestial.
Duerme el niño Jesús,
duerme el niño Jesús

Noche de paz, noche de amor;
todo duerme alrededor
entre los astros que esparcen su luz
bella anunciando al niñito Jesús,
brilla la estrella de paz,
brilla la estrella de paz

Noche feliz de Navidad;
viene Dios a salvar.
Nochebuena en que alumbra el Amor,
el misterio escondido de Dios.
Duerme el niño Jesús,
duerme el niño Jesús.


miércoles, 14 de diciembre de 2016

José el personaje del año (y de siempre).

Cuarto Domingo de Adviento A.

Lectura del santo evangelio según san Mateo, 1, 18 – 24.
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en
secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta:
«Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel,
que significa "Dios con nosotros"».

Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.



Se acercaba ya la Navidad y en la cueva del ermitaño había abundancia (¿?). Su amigo, el pastor, le había regalado una bola de queso fresco y un poco de leche en un cubo de plástico reutilizado.
Se barruntaba el anacoreta que también el discípulo le traería algo, por lo que decidió calentar la leche para que estuviera a punto cuando el joven llegara. Y no se equivocaba; efectivamente le traía dos pastillas de turrón y una bandeja de bizcocho. Antes de nada y teniendo en cuenta el frío que hacía se sentaron alrededor del fuego tomando cada cual su cuenco de leche y su rebanada de bizcocho. Mientras comían comentó el joven:
- Mi madre llama a este bizcocho coca boba o coca maría.
- ¿Y eso?
- Es que de joven pasó una temporada en tierras de Valencia y, según parece, allí la llaman así. A veces le añade almendra molida o chocolate  y están muy buenas.
Cuando terminaron el joven cogió los cuencos y los llevó a un rincón depositándolos en el lebrillo en el que el ermitaño solía lavar su “vajilla”. Se sentó de nuevo junto al fuego y entró ya en el tema:
- ¿¡Qué parco es Mateo al narrar el nacimiento de Jesús!?
- Sí, lo hace muy resumido, pero toca los temas principales:
* linaje real; en la genealogía aparece como descendiente de Abrahán, fundador del pueblo de Israel y padre de la fe monoteísta, y de David, el histórico rey de Israel a quién Dios había prometido que su casa reinaría para siempre;
* concepción sobrenatural en el seno de una virgen; intervención de Dios en todo el proceso;
* nacimiento histórico aportando fecha (en tiempos del rey Herodes) y lugar (en Belén de Judea);
* la universalidad de su reinado, que trasciende totalmente el pequeño reino de Israel: unos magos- gentes de ciencia y de poder – vienen de oriente y cayendo de rodillas – gesto de pleitesía y sumisión – lo adoraron;
* el sufrimiento de la humanidad. Jesús, en cuando hombre, sufre la persecución  y es un refugiado en país extranjero, y contempla como a su alrededor son aniquilados de manera arbitraria e injusta muchos inocentes.
Como puedes ver, Mateo es parco pero toca muchos palos. Es Lucas quien nos cuenta todos o, por lo menos, muchos de los detalles del nacimiento del Salvador, acontecimientos previos y posteriores. Marcos empieza su evangelio con el bautismo de Jesús en el Jordán y Juan prácticamente lo mismo, salvo que introduce un magnífico prólogo en que nos presenta la misión de Jesús, que es Hijo de Dios y Dios mismo, el cual se hace hombre, sin especificar detalles, para compartir nuestra historia.
- ¿Podemos decir, Maestro, que en este nuestro peregrinar litúrgico hacia la Navidad, hoy tenemos como compañero de camino a San José?
- Sí, efectivamente; y no es, ni mucho menos, un personaje menor. Es comparable a la figura de María, a quien se acerca en santidad y con la que compartió la misión de acoger, cuidar, educar y proteger al mismísimo Hijo de Dios. Junto a ella lo encontramos buscando posada en la ciudad de Belén; junto a María estaba en el momento del parto. Con ella estaba cuando llegaron los pastores a adorar al niño (Lc. 2, 15) y se supone que también estaba cuando vinieron los magos (Mt. 2, 11). Con María estaba en el momento de la circuncisión, ya que el protocolo exigía que fuera él quién le pusiera el nombre (Lc. 2 21), y con ella estaba en el momento de la presentación en el templo y los dos se maravillaban de las profecías de Simeón y de Ana (Lc. 2, 33). También con ella estaba en otras circunstancias más trágicas: cuando tienen que huir a tierra extraña: “José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto” (Mt. 2, 14)  y cuando Jesús se escapó del control paterno unos cuantos días, José con María dejaron la caravana y volvieron a Jerusalén para buscarlo: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc. 2, 48), Y cabe suponer que con María, José compartió durante años el hogar de Nazaré , donde Jesús creció en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc. 2, 52).
- ¿Si la importancia de José es tan grande, podríamos afirmar que los evangelios son injustos con él?
- Hablar de justicia o de injusticia quizás sea un poco exagerado. Los evangelios tienen un único protagonista: Jesús el Hijo de Dios; los demás son personajes secundarios que entran en escena ocasionalmente para dar credibilidad al hecho principal. También la figura de María viene muy minimizada, salvo en Lucas que viene más valorada; quizás por esta y otras razones de mayor peso algunos biblistas afirman que el llamado “evangelio de la infancia” es un añadido posterior, cuando ya la piedad popular empezaba a venerar la Virgen María y otros personajes relacionados históricamente con la figura de Jesús.
En una sociedad como  la nuestra dónde abundan las palabras y escasean los silencios, puede parecer pobre lo dicho de José, pero no es así; afirma que era “bueno”, y bajo este concepto se esconde todo un programa de vida; voy a presentar algunos puntos:
Misericordia. Ante todo hay que aclarar  que el casamiento hebreo tenía dos actos; los qiddushîn :"san-tificación" o "adquisición", que a veces traducimos como desposorios, pero que, de hecho, a partir de entonces eran ya marido y mujer, aunque cada uno seguía en la casa paterna   era ya una situación irreversible,  y los nisu'în (conducción), que era cuando la novia era conducida a la casa del varón. El tiempo entre uno y otro acto podría ser de un año. Fue precisamente durante este tiempo de interregno en que María quedó embarazada.  José debería denunciarla para que, en cumplimiento de la ley mosaica ( Cfr. Deut. 22, 23), fuera lapidada, pero era bueno y evidentemente la quería; no la denuncia sino que decide repudiarla en secreto y ¿quizás? marcharse a otro lugar, cargando así él con la culpa, eximiéndola a ella de toda responsabilidad.

Obediencia. José accedió de manera incondicional a aceptar aquel niño que no sólo no era biológicamente suyo sino que, además, era hijo del misterio y obedeció llevando María a su casa, poniendo el nombre que le había sido ordenado, escapando con su familia a Egipto. Toda una odisea que manifiesta una gran confianza en la palabra que había recibido. No consta, pero muy probablemente, como María, también José exclamó: “aquí estoy, Señor, para cumplir tu voluntad”.
Como conclusión, amigo mío, yo rezo para que la fiesta de Navidad, ya muy cercana, nos convierta los corazones; seamos misericordiosos con los hombres, no juzgando precipitadamente o por apariencias, porque podemos equivocarnos, no juzgando nunca, dejando este cometido en la tierra a los que tienen esta misión y en definitiva al Señor, Juez Supremo. A nosotros toca perdonar, una y otra vez, setenta veces siete, y más… y aceptar la voluntad de Dios aunque no la entendamos, conscientes de que Él va estar a nuestro lado y no nos defraudará, sabiendo, además, que algún día se nos desvelará la razón última de todo lo que hemos vivido.
A continuación rezaron muy pausadamente e intercalando silencios de reflexión y oración personal como hacían cada domingo.
Al despedirse dijo el discípulo:
- Maestro, todavía no es Navidad ni tiempo de villancicos, pero he preparado este, que es muy simpático y popular, para que lo cantemos en honor de San José.
Sacó de la mochila dos folios, pasó uno al ermitaño y los dos cantaron:
San José al niño Jesús
un beso le dio en la cara
y el niño Jesús le dijo
que me pinchas con las barbas.
Pastores venid,
pastores llegad,
adorar al niño,
adorar al niño
que ha nacido ya.
Oiga usted, señor José,
no le arrime usted la cara
que se va asustar el niño
con esas barbas tan largas.
Pastores venid,
pastores llegad,
adorar al niño
adorar al niño
que ha nacido ya.
Las barbas de San José
el niñito acariciaba
y el santo se sonreía
cuando de ellas tiraba.
Pastores venid,
pastores llegad,
adorar al niño
adorar al niño
que ha nacido ya.
A Jesús mira la Virgen
y a la Virgen San José
y Jesús mira a los dos
y se sonríen los tres.
Pastores venid,
pastores llegad,
adorar al niño
adorar al niño
que ha nacido ya.

domingo, 4 de diciembre de 2016

EL MAYOR DE LOS PROFETAS

Tercer Domingo de Adviento A

Evangelio según san Mateo, 11, 2 - 11.
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:
- ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?        
Jesús les respondió:
- Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
los ciegos ven, y los inválidos andan;
los leprosos quedan limpios,
y los sordos oyen;
los muertos resucitan,
y a los pobres se les anuncia el Evangelio.
¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
- ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito:
"Yo envío mi mensajero delante de ti,
para que prepare el camino ante ti."
Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.


Estaba el ermitaño sentado y con un palo largo atizaba el fuego, moviendo las brasas para que prendiera bien la leña que había colocado; mientras hacía esto y esperaba la llegada del discípulo pensaba en las Navidades ya cercanas y como las había vivido en su niñez y adolescencia en su pueblo natal. Faltaba de todo, pero abundaba la alegría y el ingenio. La chiquillada, algunos domingos antes del 25 de Diciembre se lanzaba a la calle y con una pandereta, dos o tres botellas de anís – vacías, claro está – y en los mejores días una zambomba iban de puerta en puerta cantando villancicos, y siempre les  daban algo: unas monedas, unos trocitos de chocolate, unos frutos secos y, ya cercanos a la fiesta, algo de turrón y hasta fruta confitada. Al acabar la ronda  se iban a la era a merendar. La música debía de sonar a rayos, pero las meriendas sabían a gloria.
En estas estaba cuando oye la voz del discípulo que dice mientras entra : “¿se puede?”, y por supuesto sin esperar respuesta, como Roque por su casa, se dirige a la lumbre, saluda con una sonrisa de oreja a oreja al anacoreta, y se sienta en el  tronco que, desde siempre y durante el invierno, tiene preparado.
Con el rostro alegre y sonriente continúa:
- ¡Nos encontramos de nuevo en este domingo con Juan el Bautista!
- Sí, pero en esta ocasión en circunstancias bien distintas.  El domingo pasado lo hemos visto a orillas del Jordán, en plena actividad misionera y rezumando autoridad por los cuatro costados, y hoy lo encontramos encerrado en una mazmorra, en una situación física muy precaria que está dejando mella también en su estado de ánimo. Era consciente de su misión; de hecho había afirmado. “Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt. 3, 11); y en otra ocasión afirmó: “Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar” (Jn. 3, 30), pero como dice el refrán: “una cosa es predicar y otra bien dar trigo”. Y Juan, prisionero, empieza a dudar; probablemente comienza  a perder aquello que hoy llamamos autoestima, y se hace preguntas: “¿Habré estado equivocado? ¿He sido, acaso, un visionario con alucinaciones?,  ¿Ha merecido la pena tanta entrega, tanto sacrificio, tanta dedicación? ¿He acertado al presentar a Jesús de Nazaret como el Mesías esperado?”. A la cárcel llegaban noticias, es posible que algunas filtradas y manipuladas, por lo que en su soledad y abatimiento las dudas lo corrroían cada vez más.
En una ocasión en que algunos de sus discípulos fueron a visitarle, - pienso que más por compasión que por devoción, al fin y al cabo era ya un árbol caído, lo que en nuestro lenguaje definiríamos como un cadáver – les pide que se acerquen a Jesús, que está ya en su apogeo, y le presenten sus dudas: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” ; pregunta que yo interpretaría de la siguiente manera: “Aquí en la cárcel me llegan noticias contradictorias, dicen que haces cosas raras y que las autoridades te la tienen jurada; dime, por favor, que no me he equivocado, que mi vida no ha sido un fracaso, que ha valido la pena”.
Y Jesús lo tranquiliza y no con bonitas palabras, con cantos de elogios, sino con el testimonio: ““Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”
Y después, si, vienen los elogios: “Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista”, elogios que muy probablemente nunca llegaron a los oídos de Juan.
- De acuerdo, Maestro, creo que ahora comprendo un poco mejor la situación del Bautista, y lo que sufrió en el ocaso de su ministerio y de su vida, pero dame algún punto práctico que pueda servir me de reflexión y de referencia para mi vida cotidiana.
- Vale, te voy a dar tres puntos:
1º -  Testimonio. En nuestra sociedad hay demasiadas palabras, pero poco ejemplo; buenos ejemplos, quiero decir. Jesús no se paró a razonar con los enviados de Juan, ni a darles muchas explicaciones; se limitó a decirles: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo” y a nosotros nos aconseja lo mismo: palabras, las precisas; pero, eso sí, que: ”brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5, 16).
2º - Confianza. A veces las circunstancias de la vida nos arrojan a un pozo hondo y sin salida. Todo lo vemos negro, desconfiamos de nosotros mismos y de los demás. Y añadimos sufrimiento al sufrimiento. Al dolor de la situación concreta – incomprensión, menosprecio, a veces inclusive desprecio acompañado casi siempre de calumnias, mentiras, comentarios y medias verdades , que suelen ser las mentiras más dañinas – no añadamos el dolor de la culpabilidad, de la autonegación, y de la pérdida de autoestima. Confiemos, porque después de la tormenta viene la bonanza, después del Calvario, viene el Tabor o Domingo de Gloria.
3º - Esperanza. San Pablo pone como ejemplo a Abrahán que: “apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: “Así será tu descendencia”” (Rom. 4, 18). Ninguno de nuestros esfuerzos  resultará estéril, toda semilla que echemos a tierra fructificará, no sabemos cuándo, pero fructificará. Probablemente a ninguno de nosotros prometió el Señor ser padre de muchos pueblos, pero, sí, nos dijo: “El que dé de beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa” (Mt. 10, 42).
Con confianza y esperanza,  caminemos al encuentro del Señor; seamos testigos de su amor y de su ternura, así anunciaremos que Él viene para quedarse.
Recordando al Bautista encarcelado y exhausto, como si quisieran darle ánimos los los, Maestro y discípulo, cantaron a media voz:
Vamos a preparar el camino del señor,
vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.
vendrá el Señor con la aurora,
Él brillará en la mañana,
pregonará la verdad.
vendrá el Señor con su fuerza,
Él romperá las cadenas,
Él nos dará la libertad.
El estará a nuestro lado,
Él guiará nuestros pasos,
Él nos dará la salvación.
Nos limpiará del pecado, 
ya no seremos esclavos,
Él nos dará la libertad.
Visitará nuestras casas, 
nos llenará de esperanza,
Él nos dará la salvación.
Compartirá nuestros cantos,
todos seremos hermanos,
Él nos dará la libertad.
Caminará con nosotros, 
nunca estaremos ya solos,
Él nos dará la salvación.
Él cumplirá la promesa,
y llevará nuestras penas,
Él nos dará la libertad.



martes, 29 de noviembre de 2016

EL LIDERAZGO DE JUAN.


Segundo Domingo de Adviento  A.
Evangelio según san Mateo, 3, 1 - 12.
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando:
  «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: “Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos."”
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo:
 -  «¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.»

Como cada domingo de invierno, el discípulo llegó, llamó y entró. El ermitaño tenía la lumbre encendida.  ¡Buen fuego, mejores brasas! Durante la semana se calentaba con ramas secas, arbustos, hojarasca, piñas y demás elementos que recogía de la montaña, pero para los domingos se reservaba los mejores tarugos de madera, aquellos con mayor cerne para calentar el ambiente y agasajar de esta manera a su huésped.
Después de saludar al Maestro, el joven acercó las manos al fuego, las frotó, dio una vuelta girando lentamente sobre di mismo para calentarse por los cuatro costados, se sentó y dijo:
- ¿Maestro, Juan el Bautista a orillas del Jordán tendría el mismo frío que nosotros aquí?
- En absoluto. El valle del Jordán por dónde predicaba Juan es como una gran hoya a unos 300 metros bajo el nivel del mar (212 metros, al norte, cuando sale del lago de Tiberíades y unos 415 aproximadamente, al sur, cuando entronca con el Mar Muerto). Ahora sí, es una zona muy húmeda. El río Jordán desemboca en el Mar Muerto, que es como un lago muy salado y sin salida; sus aguas se evaporan, aportando a toda la región un alto grado de humedad. No me compadezco de Juan en invierno pues el clima es muy llevadero y hasta agradable, pero sí en verano, donde se puede alcanzar una temperatura de 41 grados centígrados. Teniendo en cuenta la enorme humedad y que su vestimenta era una piel de camello, no transpirable, debería significar una auténtica tortura.
- Vale, Maestro, pero háblame del evangelio de hoy.
- Bueno, pues  la liturgia de adviento nos va presentado una serie de personajes que históricamente han preparado  la primera venida de Jesús: Juan, el Bautista, María y José, cuyos ejemplos hoy nos ayudan en nuestro doble encuentro con el Señor: en la celebración de la próxima Navidad y sobre todo en el día gozoso de la Parusía.
Hoy, y también el próximo domingo, contemplamos la persona de Juan el Bautista. Sin menoscabar sus enseñanzas  que son de hondo calado y que todos conocemos, quisiera que nos detuviéramos en su persona. Juan tenía una evidente autoridad. ¿De dónde le venía?
¿De su saber?, No. Juan era hijo de un sacerdote del templo de Jerusalén, como algunos centenares más. Cabe suponer que conocía bien las Escrituras y todas las tradiciones judías, pero no consta que participara en ninguna escuela famosa de las que había en Jerusalén;
¿De su poder físico o militar? No. No conocemos su configuración física, pero de su dieta podemos deducir que no era ningún coloso. Es cierto que tenía un grupo de discípulos, algunos de los cuales lo dejaron para seguir a Jesús (cfr. Jn. 1, 37);  no parece que estuvieran muy entrenados para la defensa personal.
¿De sus riquezas? No. Del texto que hoy proclamamos resulta evidente cuanto fuese sobrio en el vestido y en la alimentación. Esta afirmación viene  validado por el mismo Jesús que – como veremos el próximo domingo – dice: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto … un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios” (Mt. 11, 7 – 8).
- Entonces de dónde le venía tanta autoridad? – preguntó el discípulo.
- Pues le venía de la verdad, de la coherencia, y de una auténtica libertad de espíritu. Conocedor de la verdad de su mensaje, reflejado en su persona y en su vida, se dirigía a sus interlocutores, con cierta dureza pero con mucha claridad, indicándoles el camino a seguir; se enfrentó a Herodes Antipas, por su mala conducta al repudiar a su legítima esposa para casarse con Herodías, mujer de su hermano Filipo, a sabiendas que arriesgaba su vida, como así fue, y aunque le causara desgarro y soledad, cuando ve pasar a Jesús dice a los discípulos que le acompañaban: “”Este es el cordero de Dios”. Los discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús” (Jn. 1, 36 – 37) dejándolo sólo.
Amigo mío, el auténtico liderazgo no procede de una amplia cultura – aunque en sí sea buena – ni del linaje, pensando como Abrahán es nuestro padre ya estamos salvados, ni de la riqueza, ni de otros pseudovalores, hoy muy en boga, como la fama y la belleza.
El auténtico liderazgo – el único que puede salvar – se basa en la tenencia de nobles ideales, en una vida intachable, sin ningún tipo de corrupción o de componendas y de un verdadero compromiso de servicio a la colectividad. Si así somos, si así vivimos, estamos preparados para salir al encuentro del Señor, tanto en las próximas Navidades, como, de una manera definitiva, al final de los tiempos.
- Amén, dijo el discípulo.
Los dos levantaron la cabeza, se miraron y sonrieron.
El Maestro recitó el famoso himno “Ut queant laxis” dedicado a San Juan Bautista.
Ut queant laxis resonare fibris
Mira gestorum famuli tuorum,
Solve polluti labii reatum,
          Sancte Joannes.
Nuntius celso veniens Olympo,
Te patri magnum fore nasciturum,
Nomen, et vitae seriem gerendae
          Ordine promit.
Ille promissi dubius superni,
Perdidit promptae modulos loquelae:
Sed reformasti genitus peremptae
          Organa vocis.
Ventris obstruso recubans cubili
Senseras Regem thalamo manentem:
Hinc parens nati meritis uterque
          Abdita pandit.
Sic decus Patri, genitaeque Proli,
Et tibi compar utriusque virtus,
Spiritus semper, Deus unus, omni
          Temporis aevo.