martes, 29 de noviembre de 2016

EL LIDERAZGO DE JUAN.


Segundo Domingo de Adviento  A.
Evangelio según san Mateo, 3, 1 - 12.
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando:
  «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: “Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos."”
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo:
 -  «¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.»

Como cada domingo de invierno, el discípulo llegó, llamó y entró. El ermitaño tenía la lumbre encendida.  ¡Buen fuego, mejores brasas! Durante la semana se calentaba con ramas secas, arbustos, hojarasca, piñas y demás elementos que recogía de la montaña, pero para los domingos se reservaba los mejores tarugos de madera, aquellos con mayor cerne para calentar el ambiente y agasajar de esta manera a su huésped.
Después de saludar al Maestro, el joven acercó las manos al fuego, las frotó, dio una vuelta girando lentamente sobre di mismo para calentarse por los cuatro costados, se sentó y dijo:
- ¿Maestro, Juan el Bautista a orillas del Jordán tendría el mismo frío que nosotros aquí?
- En absoluto. El valle del Jordán por dónde predicaba Juan es como una gran hoya a unos 300 metros bajo el nivel del mar (212 metros, al norte, cuando sale del lago de Tiberíades y unos 415 aproximadamente, al sur, cuando entronca con el Mar Muerto). Ahora sí, es una zona muy húmeda. El río Jordán desemboca en el Mar Muerto, que es como un lago muy salado y sin salida; sus aguas se evaporan, aportando a toda la región un alto grado de humedad. No me compadezco de Juan en invierno pues el clima es muy llevadero y hasta agradable, pero sí en verano, donde se puede alcanzar una temperatura de 41 grados centígrados. Teniendo en cuenta la enorme humedad y que su vestimenta era una piel de camello, no transpirable, debería significar una auténtica tortura.
- Vale, Maestro, pero háblame del evangelio de hoy.
- Bueno, pues  la liturgia de adviento nos va presentado una serie de personajes que históricamente han preparado  la primera venida de Jesús: Juan, el Bautista, María y José, cuyos ejemplos hoy nos ayudan en nuestro doble encuentro con el Señor: en la celebración de la próxima Navidad y sobre todo en el día gozoso de la Parusía.
Hoy, y también el próximo domingo, contemplamos la persona de Juan el Bautista. Sin menoscabar sus enseñanzas  que son de hondo calado y que todos conocemos, quisiera que nos detuviéramos en su persona. Juan tenía una evidente autoridad. ¿De dónde le venía?
¿De su saber?, No. Juan era hijo de un sacerdote del templo de Jerusalén, como algunos centenares más. Cabe suponer que conocía bien las Escrituras y todas las tradiciones judías, pero no consta que participara en ninguna escuela famosa de las que había en Jerusalén;
¿De su poder físico o militar? No. No conocemos su configuración física, pero de su dieta podemos deducir que no era ningún coloso. Es cierto que tenía un grupo de discípulos, algunos de los cuales lo dejaron para seguir a Jesús (cfr. Jn. 1, 37);  no parece que estuvieran muy entrenados para la defensa personal.
¿De sus riquezas? No. Del texto que hoy proclamamos resulta evidente cuanto fuese sobrio en el vestido y en la alimentación. Esta afirmación viene  validado por el mismo Jesús que – como veremos el próximo domingo – dice: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto … un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios” (Mt. 11, 7 – 8).
- Entonces de dónde le venía tanta autoridad? – preguntó el discípulo.
- Pues le venía de la verdad, de la coherencia, y de una auténtica libertad de espíritu. Conocedor de la verdad de su mensaje, reflejado en su persona y en su vida, se dirigía a sus interlocutores, con cierta dureza pero con mucha claridad, indicándoles el camino a seguir; se enfrentó a Herodes Antipas, por su mala conducta al repudiar a su legítima esposa para casarse con Herodías, mujer de su hermano Filipo, a sabiendas que arriesgaba su vida, como así fue, y aunque le causara desgarro y soledad, cuando ve pasar a Jesús dice a los discípulos que le acompañaban: “”Este es el cordero de Dios”. Los discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús” (Jn. 1, 36 – 37) dejándolo sólo.
Amigo mío, el auténtico liderazgo no procede de una amplia cultura – aunque en sí sea buena – ni del linaje, pensando como Abrahán es nuestro padre ya estamos salvados, ni de la riqueza, ni de otros pseudovalores, hoy muy en boga, como la fama y la belleza.
El auténtico liderazgo – el único que puede salvar – se basa en la tenencia de nobles ideales, en una vida intachable, sin ningún tipo de corrupción o de componendas y de un verdadero compromiso de servicio a la colectividad. Si así somos, si así vivimos, estamos preparados para salir al encuentro del Señor, tanto en las próximas Navidades, como, de una manera definitiva, al final de los tiempos.
- Amén, dijo el discípulo.
Los dos levantaron la cabeza, se miraron y sonrieron.
El Maestro recitó el famoso himno “Ut queant laxis” dedicado a San Juan Bautista.
Ut queant laxis resonare fibris
Mira gestorum famuli tuorum,
Solve polluti labii reatum,
          Sancte Joannes.
Nuntius celso veniens Olympo,
Te patri magnum fore nasciturum,
Nomen, et vitae seriem gerendae
          Ordine promit.
Ille promissi dubius superni,
Perdidit promptae modulos loquelae:
Sed reformasti genitus peremptae
          Organa vocis.
Ventris obstruso recubans cubili
Senseras Regem thalamo manentem:
Hinc parens nati meritis uterque
          Abdita pandit.
Sic decus Patri, genitaeque Proli,
Et tibi compar utriusque virtus,
Spiritus semper, Deus unus, omni
          Temporis aevo.


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