lunes, 18 de enero de 2016

EL PROGRAMA


Tercer Domingo del tiempo ordinario C


Evangelio según san Lucas, 1, 1 - 4; 4, 14 – 21.
Excelentísimo Teófilo:
Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han
verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista.
Para dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
—Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.




Si el domingo anterior el discípulo había llegado tarde a causa de la nieve, este llegó con adelanto a la hora prevista. Parecía una birria.  Decir que el barro le llegaba a las orejas es, quizás, un poco exagerado, pero seguro que le alcanzaba la cintura. La nieve se había derretido pero en su lugar había quedado un barrizal intransitable.
Después de los saludos de costumbre de dijo el Maestro:
- ¿Tienes ropa para cambiarte?
- Traigo otro chándal en la mochila.
- ¿Y zapatillas?
- No, no tengo, pero no pasa nada, limpio un poco estas y ya está.
- Tienes los pies mojados; si te paras cogerás un constipado de miedo. Busquemos una solución. De momento ponte el chándal seco.
Mientras el joven  se cambiaba el ermitaño se fue al fondo de la cueva cogió unos calcetines de lana, unos zuecos todo de fabricación propia y un trapo al que pomposamente llamaba toalla y dijo:
- ¡Ale! Lávate los pies con agua caliente – siempre había una tinaja de barro llena de agua al lado de la hoguera – y sécalos con esta toalla, y ponte esto. Después bajas al río y lavas las deportivas.
- Gracias, Maestro, dijo el joven y se dispuso a ejecutar lo indicado por el ermitaño.
A la vuelta el ermitaño colocó las zapatillas apoyadas en la tinaja de cara a la hoguera, y las giraba  de vez en cuando para que se fueran secando de manera regular.
El ermitaño guardaba silencio mirando al fuego, y el discípulo lo miraba a él esperando a que iniciara su charla dominical. Viendo que el tiempo pasaba, intervino:
-  Maestro, hoy empezamos la proclamación del evangelio de Lucas, ¿no?
- Sí y no. Me explico: durante el tiempo de Navidad hemos leído en varias ocasiones textos de Lucas y también lo hemos hecho el domingo del Bautismo del Señor,  pero o bien se trataba del evangelio de la infancia o bien de textos elegidos “ad hoc”; hoy empezamos, y supongo que a esto te referías tú, la lectura sistemática del tercer evangelio.
- ¿Y quién es, Maestro, ese ilustre Teófilo a quien Lucas dedica su evangelio?
- Y no solo el evangelio que efectivamente empieza, como hemos visto: “puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo …” sino también en su segundo libro, los Hechos de los Apóstoles, que empieza así: ”En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, …” (Hech., 1, 1 – 2).
- ¿Y quién era?, insistió el joven.
- No se sabe y hay varias opiniones:
* unos dicen que se trataba de un oficial del ejército romano, ya que el título “ilustre” era propio de estos personajes;
* otros dicen que se trataba de Teófilo Ben Ananías que fue Sumo Sacerdote del Templo de Jerusalén desde el año 37 al 41 d. C. Teniendo en cuenta que Lucas escribió sus libros muy probablemente en las década de los setenta, dicho Teófilo, si vivía, tenía que ser muy mayor, y no consta ningún mérito que lo haga acreedor de semejante dedicatoria.
* hay quien diga que se trata del abogado que defendió a Pablo cuando fue juzgado en Roma, a petición propia;
* cabe destacar que la iglesia copta afirma que se trata de un judío de Alejandría.
Ahora bien, esta ilustre persona a quién Lucas dedica con tanto ahínco y  de manera tan explícita su obra no aparece en ninguna otra parte de sus escritos ni en los demás  autores neotestamentarios. ¿No habrá hecho este señor algo relevante cuya epopeya merezca ser narrada en otro lugar?
* La mayoría de los exegetas y yo, que no soy exegeta, con ellos, afirman que no se trata de un personaje real sino simbólico. Teófilo (de Θεός = Dios + Φίλος = amigo) significa: amigo de Dios, el que ama a Dios. Lucas es conocido como el evangelista de la Misericordia o de la Gracia, pero, como fiel discípulo de Pablo, el Apóstol de los gentiles,  es también el evangelista de la universalidad, por lo que no me parece descabellado pensar que dedica su obra evangelizadora no a un personaje concreto por muy importante que sea, a sino a todo hombre – y mujer hay que decir para ser políticamente correcto – venga de donde venga, sea de la raza que sea,  con la única salvedad que “ame a Dios”.
- Perdona, Maestro; he hecho una pregunta inoportuna y te he obligado a divagar; me gustaría que me dijeras algo sobre el evangelio de hoy: Jesús en la sinagoga de su pueblo, Nazaret.
- No pretendo corregirte, pero no estimo inoportuna tu pregunta, y sí, quizás haya divagado un poco sobre el “ilustre Teófilo.  Te voy a resumir de manera muy simple mi pensamiento sobre el texto que proclamamos este domingo. Resumo:
* Hace dos semanas, Jesús, ya adulto, es presentado al resto de Israel por el mismo Dios como el Hijo amado del Padre (Cf. Lc. 3, 22);
* el domingo pasado vimos como en Caná de Galilea, Jesús realizó su primer signo, “así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él” (Jn. 2, 11);
* Jesús se ha tirado a la piscina, ha iniciado su misión y la situación es ya irreversible. Y como buen líder presenta su proyecto, que es aparentemente muy sencillo:
      - 1 – evangelizar a los pobres;
      - 2 – proclamar a los cautivos la libertad;
      - 3 – dar a los ciegos la vista;
      - 4 – poner en libertad a los oprimidos;
      - 5 – proclamar el año de gracia del Señor.
Tendremos por delante todo un año para analizar qué significa cada uno de estos apartados y como los ha desarrollado.
Jesús no es un iluminado como tantos políticos populistas de todos los tiempos, ni surge por generación espontánea, ni ofrece un programa totalmente novedoso. Él es el cumplimiento de la esperanza, por eso asume enteramente el programa ya anunciado por Isaías (Is. 61, 1 ss),  y no está ahí por capricho sino porque así lo ha querido el Altísimo: “El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para...”


Un conocido político español, ya fallecido, dijo en cierta ocasión que las promesas electorales (léase puntos programáticos) están para “no cumplirlas”. Dicho político juró su cargo sobre la Constitución y ante el Crucifijo. No pretendo juzgar a dicho servidor público, pero sí decirle con la esperanza que me oiga allá donde está: “Escucha, amigo mío, te has equivocado al poner a Jesús como testigo, pues Él cumplió hasta la última tilde el programa anunciado”


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