Tercer Domingo del tiempo ordinario C
Excelentísimo Teófilo:
Muchos han emprendido la tarea de componer un relato
de los hechos que se han
verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones
transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores
de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el
principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez
de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús
volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la
comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se
había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se
puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y,
desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu
del Señor está sobre mí,
porque él me
ha ungido.
Me ha enviado
para anunciar el Evangelio a los pobres,
para anunciar
a los cautivos la libertad,
y a los
ciegos, la vista.
Para dar
libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo
devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en
él. Y él se puso a decirles:
—Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de
oír. |
Si el domingo anterior el
discípulo había llegado tarde a causa de la nieve, este llegó con adelanto a la
hora prevista. Parecía una birria. Decir
que el barro le llegaba a las orejas es, quizás, un poco exagerado, pero seguro
que le alcanzaba la cintura. La nieve se había derretido pero en su lugar había
quedado un barrizal intransitable.
Después de los saludos de
costumbre de dijo el Maestro:
- ¿Tienes ropa para
cambiarte?
- Traigo otro chándal en la
mochila.
- ¿Y zapatillas?
- No, no tengo, pero no pasa
nada, limpio un poco estas y ya está.
- Tienes los pies mojados;
si te paras cogerás un constipado de miedo. Busquemos una solución. De momento
ponte el chándal seco.
Mientras el joven se cambiaba el ermitaño se fue al fondo de la
cueva cogió unos calcetines de lana, unos zuecos todo de fabricación propia y
un trapo al que pomposamente llamaba toalla y dijo:
- ¡Ale! Lávate los pies con
agua caliente – siempre había una tinaja de barro llena de agua al lado de la
hoguera – y sécalos con esta toalla, y ponte esto. Después bajas al río y lavas
las deportivas.
- Gracias, Maestro, dijo el
joven y se dispuso a ejecutar lo indicado por el ermitaño.
A la vuelta el ermitaño
colocó las zapatillas apoyadas en la tinaja de cara a la hoguera, y las
giraba de vez en cuando para que se fueran
secando de manera regular.
El ermitaño guardaba
silencio mirando al fuego, y el discípulo lo miraba a él esperando a que
iniciara su charla dominical. Viendo que el tiempo pasaba, intervino:
- Maestro, hoy empezamos la proclamación del
evangelio de Lucas, ¿no?
- Sí y no. Me explico:
durante el tiempo de Navidad hemos leído en varias ocasiones textos de Lucas y
también lo hemos hecho el domingo del Bautismo del Señor, pero o bien se trataba del evangelio de la
infancia o bien de textos elegidos “ad hoc”; hoy empezamos, y supongo que a
esto te referías tú, la lectura sistemática del tercer evangelio.
- ¿Y quién es, Maestro, ese
ilustre Teófilo a quien Lucas dedica su evangelio?
- Y no solo el evangelio que
efectivamente empieza, como hemos visto: “puesto
que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se
han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el
principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto
escribírtelos por su orden,
ilustre Teófilo …” sino también en su segundo libro, los Hechos de los
Apóstoles, que empieza así: ”En mi primer
libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo
hasta el día en que fue llevado al cielo, …” (Hech., 1, 1 – 2).
- ¿Y quién era?, insistió el
joven.
- No se sabe y hay varias
opiniones:
* unos dicen que se trataba
de un oficial del ejército romano, ya que el título “ilustre” era propio de
estos personajes;
* otros dicen que se trataba
de Teófilo Ben Ananías que fue Sumo Sacerdote del Templo de Jerusalén desde el
año 37 al 41 d. C. Teniendo en cuenta que Lucas escribió sus libros muy
probablemente en las década de los setenta, dicho Teófilo, si vivía, tenía que
ser muy mayor, y no consta ningún mérito que lo haga acreedor de semejante
dedicatoria.
* hay quien diga que se
trata del abogado que defendió a Pablo cuando fue juzgado en Roma, a petición
propia;
* cabe destacar que la
iglesia copta afirma que se trata de un judío de Alejandría.
Ahora bien, esta ilustre
persona a quién Lucas dedica con tanto ahínco y
de manera tan explícita su obra no aparece en ninguna otra parte de sus
escritos ni en los demás autores
neotestamentarios. ¿No habrá hecho este señor algo relevante cuya epopeya merezca
ser narrada en otro lugar?
* La mayoría de los exegetas
y yo, que no soy exegeta, con ellos, afirman que no se trata de un personaje
real sino simbólico. Teófilo (de Θεός = Dios + Φίλος = amigo) significa: amigo
de Dios, el que ama a Dios. Lucas es conocido como el evangelista de la
Misericordia o de la Gracia, pero, como fiel discípulo de Pablo, el Apóstol de
los gentiles, es también el evangelista
de la universalidad, por lo que no me parece descabellado pensar que dedica su
obra evangelizadora no a un personaje concreto por muy importante que sea, a
sino a todo hombre – y mujer hay que decir para ser políticamente correcto –
venga de donde venga, sea de la raza que sea,
con la única salvedad que “ame a Dios”.
- Perdona, Maestro; he hecho
una pregunta inoportuna y te he obligado a divagar; me gustaría que me dijeras
algo sobre el evangelio de hoy: Jesús en la sinagoga de su pueblo, Nazaret.
- No pretendo corregirte,
pero no estimo inoportuna tu pregunta, y sí, quizás haya divagado un poco sobre
el “ilustre Teófilo. Te voy a resumir de
manera muy simple mi pensamiento sobre el texto que proclamamos este domingo.
Resumo:
* Hace dos semanas, Jesús,
ya adulto, es presentado al resto de Israel por el mismo Dios como el
Hijo amado del Padre (Cf. Lc. 3, 22);
* el domingo pasado vimos
como en Caná de Galilea, Jesús realizó su primer signo, “así manifestó su
gloria y sus discípulos creyeron en Él” (Jn. 2, 11);
* Jesús se ha tirado a la
piscina, ha iniciado su misión y la situación es ya irreversible. Y como buen
líder presenta su proyecto, que es aparentemente muy sencillo:
- 1 –
evangelizar a los pobres;
- 2 –
proclamar a los cautivos la libertad;
- 3 –
dar a los ciegos la vista;
- 4 –
poner en libertad a los oprimidos;
- 5 – proclamar el año de gracia del
Señor.
Tendremos por delante todo
un año para analizar qué significa cada uno de estos apartados y como los ha
desarrollado.
Jesús no es un iluminado
como tantos políticos populistas de todos los tiempos, ni surge por generación
espontánea, ni ofrece un programa totalmente novedoso. Él es el cumplimiento de
la esperanza, por eso asume enteramente el programa ya anunciado por Isaías
(Is. 61, 1 ss), y no está ahí por
capricho sino porque así lo ha querido el Altísimo: “El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha
ungido. Me ha enviado para...”
Un conocido político español, ya fallecido, dijo en
cierta ocasión que las promesas electorales (léase puntos programáticos) están
para “no cumplirlas”. Dicho político juró su cargo sobre la Constitución y ante
el Crucifijo. No pretendo juzgar a dicho servidor público, pero sí decirle con
la esperanza que me oiga allá donde está: “Escucha, amigo mío, te has
equivocado al poner a Jesús como testigo, pues Él cumplió hasta la última tilde
el programa anunciado”
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