Fiesta
del Bautismo del Señor C
Evangelio según san Lucas, 3, 15 - 16. 21 - 22.
En aquel tiempo, el pueblo
estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él
tomó la palabra y dijo a todos:
—Yo os bautizo con agua;
pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus
sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general,
Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el
Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo:
—Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.
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El discípulo había hecho los
últimos cien o doscientos metros de espacio, como si fuera preparando mentalmente
las preguntas que iría a formular al Maestro.
Este, el Maestro, lo
esperaba a la puerta de la cueva; lo saludó y le hizo entrar.
- Quítate el anorak y
colócate cerca del fuego, no quiero que te enfríes. Seguro que has sudado por
el camino mientras corrías y ahora venías a paso lento …
- Gracias, Maestro, por
preocuparte, pero debo cuidarme solo.
- Claro que debes cuidarte
solo y además sabes hacerlo, pero algo tengo que decirte, ¿no?
- Es que al salir de casa,
oigo a mi madre darme cincuenta consejos desde su habitación, y al llegar aquí
me encuentro con los tuyos; a veces
tengo la sensación de que me tratáis como un niño.
Al ermitaño le sorprendieron
estas palabras. Pensó que no era el mejor día para su joven amigo, y añadió:
- Perdona. No te enojes;
cuando hablo así; no pretendo imponer nada– pienso que tu madre tampoco – es
tan solo una manera de hablar, porque algo hay que decir. Te das cuenta que las
personas cuando se encuentran por la calle o en el ascensor siempre hablan del
tiempo; es una manera de hablar sin decir nada. Pero te voy a decir algo que
creía habías comprendido: siento un gran aprecio por ti, admiro tu tenacidad y
fuerza de voluntad, tu fidelidad, el cumplimiento de los compromisos
adquiridos. ¿Quién, si no, sería capaz de levantarse cada domingo a altas horas
de la madrugada, y hacer más de cinco kilómetros de ida – otros tantos de
vuelta – haga frío o calor, lluvia, nieve o granizo para compartir, al amanecer,
un rato de oración con un viejo ermitaño. No, amigo mío, no te tengo por un
niño, sino por un joven de gran valía, y, de nuevo, perdona si en alguna
ocasión, quizás por torpeza, manifieste
otra cosa.
- Maestro, dijo el discípulo
probablemente porque se sentía incómodo con las palabras del ermitaño y talvez culpable
de aquella situación un tanto extraña, hoy celebramos el bautismo de Jesús en
el río Jordán.
- Sí, y con él cerramos el
ciclo navideño. Podemos decir que atrás queda toda la historia de la infancia
de Jesús que hemos visto a la largo de estos días, y unos dieciocho años de
anonimato, y adelante encontraremos tres trepidantes años de enseñanzas, de
milagros, de palabras de amor y gestos de cariño, de sufrimiento, de muerte y
de resurrección, de nueva vida y renovada esperanza.
- ¿Deberíamos renovar hoy nuestras
promesas bautismales?
- Podemos, y hasta debemos,
renovar cada día las promesas de nuestro bautismo, pero no hay ninguna razón
para que se haga especialmente hoy, ya que existen muy pocas coincidencias
entre el bautismo de Jesús y nuestro propio bautismo. Más allá del nombre
“bautismo” y del elemento “agua” está que los dos indican el inicio de algo,
pero aquí los caminos ya divergen mucho. El bautismo de Juan era un rito
iniciático para aquellos que con él esperaban, con una conversión y austeridad
de vida, la llegada inminente del Mesías. Jesús, al bautizarse da un nuevo
sentido al rito de Juan: lo que Juan indica como futuro próximo Jesús dice que ya es presente, es el
presente que abre las puertas a un futuro interminable.
Para nosotros el bautismo es
diferente; fundamentalmente Dios nos acoge y nos adopta como hijos, pero como
no puede adoptar o asumir nuestro pasado perdona, borra
nuestros pecados, es decir, pone nuestro cuentakilómetros a cero. Además no somos hijos únicos, sino que al adoptarnos
el Padre nos inserta en una gran familia a la que nosotros llamamos Iglesia.
Resumiendo utilizando las palabras del catecismo: por el bautismo se nos
perdona los pecados, nos hacemos hijos de Dios y miembros de la Iglesia.
- Si, Maestro, ya veo que el
bautismo de Jesús y el nuestro son esencialmente diferentes, pero ¿qué me dices
de la voz del Padre?
- Me obligas a dar un rodeo
muy complicado. Una premisa: Isaías dijo: “Aquel
día, el resto de Israel y los supervivientes de la casa de Jacob no volverán a
apoyarse en su agresor, sino que se apoyarán con lealtad en el Señor, en el
Santo de Israel. Un resto volverá, un resto de Jacob al Dios fuerte. Porque
aunque fuera tu pueblo, Israel, como la arena del mar, volverá solo un resto”
(Is. 10, 20 – 22). De ahí nace el concepto del resto de Israel, es decir aquel
núcleo, pequeño grupo de creyentes, que a través de los tiempos y de las
adversidades permanecen fieles a la promesa y buscan el rostro de Yavéh.
¿Quiénes constituían ese resto de Israel en los tiempos que estudiamos? Pues,
sin ninguna duda, ese pequeño grupo que convertidos y capitaneados por Juan el
Bautista esperaban la llegada del Mesías.
Vamos a encuadrar el
evangelio de hoy en su contexto histórico. Jesús nace en Belén de Judá y es
anunciado a los pastores por un ángel, a los magos por una estrella, y al
inicio de su vida pública es presentado en las orillas del río Jordán, al resto
de Israel – es decir, al Israel fiel – por el mismísimo Padre que desde el
cielo vocifera de manera que todos lo puedan
escuchar y entender “Tú eres mi Hijo, el
amado; en ti me complazco”
Aquí podríamos hablar de la
Trinidad, pues se contemplan las tres personas: El Padre que habla desde el
cielo, Jesús, el Hijo que inicia su misión ante el resto de Israel, y el
Espíritu Santo que en forma de paloma manifestó su presencia y su comunión.
Pero me gustaría subrayar otro dato que me parece importante. Las obras de
Jesús en su vida pública: enseñanzas, milagros, etc. están avaladas por
el Padre y son cumplimiento de su voluntad. Tres años más tarde, cuando Jesús
se dirige por última vez a Jerusalén, en el alto del Monte Tabor vuelve a
repetirse la misma teofanía: “Este es mi
Hijo, el Elegido, escuchadlo” (Lc. 9, 35). Todo lo que estaba por acontecer
en la ciudad eterna: sufrimiento, injusticias, torturas muerte y también, por
supuesto, resurrección, están avaladas por el Padre y son cumplimiento de su
voluntad; “Padre, si quieres, aparte de
mi este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22, 42).
Después de un largo silencio, dijo el discípulo como
hablando consigo mismo:
-
Solo cumpliendo la voluntad de Dios podemos aportar nuestro granito de arena a
la salvación del mundo.
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