jueves, 7 de enero de 2016

JESÚS ES DE TODOS Y PARA TODOS (los que escuchan su voz y la cumplen)


Fiesta del Bautismo del Señor C

Evangelio según san Lucas, 3, 15 - 16. 21 - 22.
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
—Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo:
—Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.


El discípulo había hecho los últimos cien o doscientos metros de espacio, como si fuera preparando mentalmente las preguntas que iría a formular al Maestro.
Este, el Maestro, lo esperaba a la puerta de la cueva; lo saludó y le hizo entrar.
- Quítate el anorak y colócate cerca del fuego, no quiero que te enfríes. Seguro que has sudado por el camino mientras corrías y ahora venías a paso lento …
- Gracias, Maestro, por preocuparte, pero debo cuidarme solo.
- Claro que debes cuidarte solo y además sabes hacerlo, pero algo tengo que decirte, ¿no?
- Es que al salir de casa, oigo a mi madre darme cincuenta consejos desde su habitación, y al llegar aquí me encuentro con los tuyos;  a veces tengo la sensación de que me tratáis como un niño.
Al ermitaño le sorprendieron estas palabras. Pensó que no era el mejor día para su joven amigo, y añadió:
- Perdona. No te enojes; cuando hablo así; no pretendo imponer nada– pienso que tu madre tampoco – es tan solo una manera de hablar, porque algo hay que decir. Te das cuenta que las personas cuando se encuentran por la calle o en el ascensor siempre hablan del tiempo; es una manera de hablar sin decir nada. Pero te voy a decir algo que creía habías comprendido: siento un gran aprecio por ti, admiro tu tenacidad y fuerza de voluntad, tu fidelidad, el cumplimiento de los compromisos adquiridos. ¿Quién, si no, sería capaz de levantarse cada domingo a altas horas de la madrugada, y hacer más de cinco kilómetros de ida – otros tantos de vuelta – haga frío o calor, lluvia, nieve o granizo para compartir, al amanecer, un rato de oración con un viejo ermitaño. No, amigo mío, no te tengo por un niño, sino por un joven de gran valía, y, de nuevo, perdona si en alguna ocasión, quizás  por torpeza, manifieste otra cosa.
- Maestro, dijo el discípulo probablemente porque se sentía incómodo con las palabras del ermitaño y talvez culpable de aquella situación un tanto extraña, hoy celebramos el bautismo de Jesús en el río Jordán.
- Sí, y con él cerramos el ciclo navideño. Podemos decir que atrás queda toda la historia de la infancia de Jesús que hemos visto a la largo de estos días, y unos dieciocho años de anonimato, y adelante encontraremos tres trepidantes años de enseñanzas, de milagros, de palabras de amor y gestos de cariño, de sufrimiento, de muerte y de resurrección, de nueva vida y renovada esperanza.
- ¿Deberíamos renovar hoy nuestras promesas bautismales?
- Podemos, y hasta debemos, renovar cada día las promesas de nuestro bautismo, pero no hay ninguna razón para que se haga especialmente hoy, ya que existen muy pocas coincidencias entre el bautismo de Jesús y nuestro propio bautismo. Más allá del nombre “bautismo” y del elemento “agua” está que los dos indican el inicio de algo, pero aquí los caminos ya divergen mucho. El bautismo de Juan era un rito iniciático para aquellos que con él esperaban, con una conversión y austeridad de vida, la llegada inminente del Mesías. Jesús, al bautizarse da un nuevo sentido al rito de Juan: lo que Juan indica como futuro  próximo Jesús dice que ya es presente, es el presente que abre las puertas a un futuro interminable.
Para nosotros el bautismo es diferente; fundamentalmente Dios nos acoge y nos adopta como hijos, pero como no puede adoptar o asumir nuestro pasado  perdona, borra  nuestros pecados, es decir, pone nuestro cuentakilómetros a cero.  Además no somos hijos únicos, sino que al adoptarnos el Padre nos inserta en una gran familia a la que nosotros llamamos Iglesia. Resumiendo utilizando las palabras del catecismo: por el bautismo se nos perdona los pecados, nos hacemos hijos de Dios y miembros de la Iglesia.
- Si, Maestro, ya veo que el bautismo de Jesús y el nuestro son esencialmente diferentes, pero ¿qué me dices de la voz del Padre?
- Me obligas a dar un rodeo muy complicado. Una premisa: Isaías dijo: “Aquel día, el resto de Israel y los supervivientes de la casa de Jacob no volverán a apoyarse en su agresor, sino que se apoyarán con lealtad en el Señor, en el Santo de Israel. Un resto volverá, un resto de Jacob al Dios fuerte. Porque aunque fuera tu pueblo, Israel, como la arena del mar, volverá solo un resto” (Is. 10, 20 – 22). De ahí nace el concepto del resto de Israel, es decir aquel núcleo, pequeño grupo de creyentes, que a través de los tiempos y de las adversidades permanecen fieles a la promesa y buscan el rostro de Yavéh. ¿Quiénes constituían ese resto de Israel en los tiempos que estudiamos? Pues, sin ninguna duda, ese pequeño grupo que convertidos y capitaneados por Juan el Bautista esperaban la llegada del Mesías.
Vamos a encuadrar el evangelio de hoy en su contexto histórico. Jesús nace en Belén de Judá y es anunciado a los pastores por un ángel, a los magos por una estrella, y al inicio de su vida pública es presentado en las orillas del río Jordán, al resto de Israel – es decir, al Israel fiel – por el mismísimo Padre que desde el cielo vocifera de manera que todos lo  puedan escuchar y entender “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”
Aquí podríamos hablar de la Trinidad, pues se contemplan las tres personas: El Padre que habla desde el cielo, Jesús, el Hijo que inicia su misión ante el resto de Israel, y el Espíritu Santo que en forma de paloma manifestó su presencia y su comunión. Pero me gustaría subrayar otro dato que me parece importante. Las obras de Jesús en su vida pública:   enseñanzas, milagros, etc. están avaladas por el Padre y son cumplimiento de su voluntad. Tres años más tarde, cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalén, en el alto del Monte Tabor vuelve a repetirse la misma teofanía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo” (Lc. 9, 35). Todo lo que estaba por acontecer en la ciudad eterna: sufrimiento, injusticias, torturas muerte y también, por supuesto, resurrección, están avaladas por el Padre y son cumplimiento de su voluntad; “Padre, si quieres, aparte de mi este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22, 42).
Después de un largo silencio, dijo el discípulo como hablando consigo mismo:

- Solo cumpliendo la voluntad de Dios podemos aportar nuestro granito de arena a la salvación del mundo.


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