martes, 29 de marzo de 2016

INSTRUMENTOS DE PAZ.


Segundo Domingo de Pascua C

Evangelio según san Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
— Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
— Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
— Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
— Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
— Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
— Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
—Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
 Contestó Tomás:
— ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
— ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

El Maestro se había levantado de su catre todavía más pronto que de costumbre. Después de la oración de la mañana y de un poco de ejercicio físico y un corto paseo se sentó cerca del fuego. A pesar de que ya era primavera y los días un poco más largos, era todavía noche cerrada. Estaba contento. Salvo cualquier contratiempo inesperado, hoy subiría de nuevo el discípulo a compartir la oración de la mañana, pues por el compromiso en la parroquia de su pueblo llevaba dos domingos sin visitarle. Sabía además que, como de costumbre, le traería, por encargo de su madre algunos dulces que ella misma había preparado. Él, por su parte, también había preparado algo: un tarro de compota, cuajada, leche fresca y algo de fruta; esta era un regalo de su amigo, el pastor. Al terminar la oración almorzarían juntos celebrando así la Pascua en su Octava.
Envuelto en su raída capa el ermitaño salió de su cueva y se acercó al límite de su placita para esperar allí, como solía decir él bromeando, a porta gayola a su joven amigo.
- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo al llegar, shalom y feliz Pascua de Resurrección.
- Buenos días, amigo mío, salón y feliz Pascua de Resurrección, contestó el ermitaño y le tendió la mano, intercambiándose un buen apretón.
Entraron  y se sentaron alrededor del fuego, y aunque el sol había empezado a despuntar el ermitaño encendió la vela, pues dentro estaba todavía muy oscuro.
- He visto que en este segundo domingo de Pascua nos encontramos con el mismo evangelio del año pasado.
- Y con el mismo del próximo año, ya que en este segundo domingo de Pascua los tres ciclos litúrgicos nos ofrecen el relato evangélico: la aparición de Jesús a los discípulos reunidos en el cenáculo, la incredulidad primero y la profesión de fe después de Tomás.
- El año pasado he subrayado tres puntos de este pasaje…
- Sí, Maestro, anoche he repasado los apuntes.
- ¡Ah! dijo el ermitaño sorprendido, no sabía que tenías apuntes.
Y continuó:
- Este año retomaré alguno pero, llevado quizás por el desasosiego existente tanto a nivel nacional como internacional, me he parado a reflexionar sobre el “shalom”.  Es cierto que este saludo era – y sigue siendo – cotidiano entre el pueblo de Israel, pero adquiere un especial significado en este contexto. Recordemos por un momento que el anuncio de su nacimiento a los pastores en Belén fue seguido por una legión del ejército celestial que cantaban: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc. 2, 14). No es para nada baladí que el apóstol Juan, que no da puntada sin hilo, nos refiera que la primera palabra de Jesús Resucitado a sus discípulos sea precisamente: “shalom”, la paz sea con vosotros y con todos los hombres. Y a continuación dice: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. ¿Enviar? ¿dónde? ¿a qué? La respuesta  la encontramos en la ascensión: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación” (Mc. 16, 15).
Ese evangelio o buena noticia ofrece una nueva concepción de la vida y de la convivencia que se fundamenta en la paz, en el “shalom”, pero no una paz cualquiera, no una paz solo fruto de ausencia de guerras o de peligrosos equilibrios armamentísticos, sino como dice el beato Juan XXIII, en la encíclica Pacem in terris, nº 167: “un orden basado en la verdad, establecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado y henchido por la caridad y, finalmente, realizado bajo los auspicios de la libertad”.
Jesús invita hoy a que todos y cada uno de los cristianos, según su estado y situación proclame con la palabra y sobre todo con las obras: “Shalom, hemos visto al Señor Resucitado. ¡Aleluya y Shalom!
A continuación  recitaron pausadamente la oración de Francisco de Asís:
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:
dónde haya odio, ponga yo amor,
dónde haya ofensa, ponga yo perdón,
dónde haya discordia, ponga yo unión,
dónde haya error, ponga yo verdad,
dónde haya duda, ponga yo la fe,
dónde haya desesperación, ponga yo esperanza,
dónde haya tinieblas, ponga yo luz,
dónde haya tristeza, ponga yo alegría.

Oh, Maestro, que yo no busque tanto
ser consolado como consolar,
ser comprendido como comprender,
ser amado como amar.
Porque dando se recibe,
olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado,
y muriendo se resucita a la vida eterna.










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