domingo, 17 de julio de 2016

ABBA (Padre)


Decimoséptimo Domingo del tiempo ordinario C

Evangelio según san Lucas, 11, 1 – 13.
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
— Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Él les dijo:
— Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.”
Y les dijo:
 Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.”
Y, desde dentro, el otro le responde:
“No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.”
Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros:
- Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»



- Señor, enséñame a orar como Juan enseñó a sus discípulos,  dijo el discípulo a modo de saludo al acercarse al Maestro.
- Buenos días, amigo mío, si quieres te enseño el Padre Nuestro, pero estaba convencido  que ya lo sabías, le contestó el ermitaño siguiendo la chanza del joven.
- Sí, Maestro, lo aprendí hace ya muchos años; era todavía muy pequeño cuando me lo enseñó mi abuela, y con frecuencia lo rezaba con ella y también con mis padres, y todo esto mucho antes de iniciar la catequesis de primera comunión.
- Ya te conté alguna vez que yo, y no pretendo crear escuela, distingo “rezar” y “orar”. Rezar es balbucear, recitar, leer o cantar una oración preexistente, o bien escrita o bien memorizada. Para que no me riñas te diré que todos los diccionarios de la lengua española citan “rezar” y “orar” como sinónimos;  yo, no obstante, y siguiendo con mi discurso  digo que orar es intimar con Dios en un diálogo personal, pidiendo, agradeciendo, alabando y sobre todo escuchando su palabra, deleitándose en ella, asimilarla y hacerla vida. En este sentido la oración es siempre personal. Se entiende como oración comunitaria la suma de las oraciones particulares que pueden estar estimuladas por la lectura de un texto sugerente que pretende pautar el camino de la oración individual.
Pero para que no te quedes solo con mis palabras te voy a citar algunos grandes teólogos que, además, puedes encontrar en todas las páginas que le hablen de la oración:
*  "La oración es una conversación o coloquio con Dios" (San Gregorio Niceno).
*  "La oración es hablar con Dios" (San Juan Crisóstomo).
*  "La oración es la elevación de la mente a Dios" (San Juan Damasceno).
- Maestro, dijo el discípulo, háblame del evangelio de hoy.
- Ante todo decirte que el Padre nuestro es la más bella oración para rezar y el más sublime texto para orar. En él encontramos todo lo que Jesús nos dice y todo lo que podemos decir al Padre. Es un texto ambivalente o si prefieres una vía de doble sentido; al enseñárnoslo el Señor nos indica todo lo que podemos y debemos decir al Padre, pero también lo que el Padre quiere escuchar de nosotros y desea concedernos. El Padre nuestro no es una oración sino es la Oración; cualquier otra plegaria si inspira, se fundamenta y brota del Padre nuestro.
Con esta oración Jesús revoluciona totalmente el concepto de Dios. En el Antiguo Testamento ya aparece el concepto de la paternidad divina. Te cito algunos pasajes:
En Éxodo, 4, 21 – 22, el Señor dijo a Moisés lo que a su vez tenía que decir al faraón: “Así dice el Señor. Israel es mi hijo primogénito. Yo te digo: deja salir a mi hijo para que me dé culto”.
Jeremías, 31, 20, en un oráculo del Señor dice: “Efraín es mi hijo querido, él es mi niño encantador… lo quiero intensamente”.
El Autor de los Proverbios, 3, 11 – 12, sin afirmar que el destinatario de sus consejos sea hijo de Dios, compara la actuación del Señor como la de un padre: “Hijo mío, no rechaces la represión del Señor, no te enfades cuando te corrija, porque el Señor corrige a los que ama como un padre al hijo preferido.
Y por último, Oseas, 11, 1  dice: “Cuando Israel era joven lo amé y de Egipto llamé a mi hijo, y a continuación narra con todo lujo de detalles los gestos de cariño y de ternura con que lo había mimado.
Ahora bien, como te decía en el Antiguo Testamento aparecen estos resquicios de paternidad, pero no son personalizados sino socializados, es decir, Dios es el Padre (principio, impulsor) del Pueblo de Israel, pero no era concebido como tal por cada uno de sus miembros, para los cuales Dios era Yavé, El que Es,  y al que no se podía nombrar.
Y, como te decía,  Jesús revoluciona este concepto. Dios es su Padre. No te voy a traer ninguna cita porque el evangelio está plagado de ellas desde cuando se queda en el templo a los doce años y contesta a María y a José: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais  que yo debía estar en las cosas de mi Padre (Lc. 2, 49), hasta después de su resurrección  cuando al encontrarse  con la Magdalena junto al sepulcro vacío le dice: “No me retengas, que todavía no he subido al Padre” (Jn. 20, 17).
Pero esa paternidad no la retiene solo para sí, sino que la extiende a todos. Tan solo dos citas: “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso”. (Mt. 6, 31 – 32), y continuando el diálogo con la Magdalena antes citado dice: “ Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro” (Jn. 20, 17). Ahora bien, lo más hermoso de todo es que cuando nos enseña a orar nos indica que no  llamemos a Dios “Señor”, o cualquier otro epíteto altisonante, sino sencilla y amorosamente “Abbá”.
- ¿Abbá?
- Sí, Abbá. Jesús hablaba en arameo, pero los evangelios (salvo probablemente Mateo), los demás escritos neotestamentarios y, en definitiva, la mayor parte de la predicación se hizo en griego, en latín un poco más tarde, y en otras lenguas locales, y los anunciadores no encontraban una traducción exacta para el vocablo “abba”. El “πατρ” griego y el “pater” latino eran como dicción mucho más abruptos y como contenido más autoritarios que el “abbá” arameo que de una manera muy dulce expresaba cercanía, confianza y ternura; y en el intento de ser lo más exactos posibles colocan los dos términos: el original y la su traducción más posible. Así Marcos, 14, 36, describiendo la oración angustiosa de Jesús en Getsemaní, escribe: “¡Abbá!, Padre, tú lo puedes todo, aparta de mi este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres”.  No consigo imaginarme a Jesús diciendo: “¡Abba! Padre”, si caso diría “abba” una y otra vez y mil veces más. Pablo encuentra la misma solución para resolver lo que no tiene resolución, y así en Romanos, 8, 15 escribe: “Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “¡Abbá! Padre”” y en Gálatas 4, 6 dice: “como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abbá! Padre”.  Creo que resulta meridianamente evidente la intención de estos autores en destacar que entre “abbá” y cualquier de sus posibles traducciones hay barreras infranqueables. Sugiero, pues, que cuando reces o recites individualmente el Padre Nuestro, digas algo así como “papi”, “papaíto” o la fórmula más cariñosa que tenías para dirigirte a tu padre cuando eras un niño.
- Tendré que aprender el Padre nuestro en arameo, susurró el discípulo.
- Es un buen propósito, pero mientras tanto ¿por qué no lo rezamos pausadamente en español?
Y así lo hicieron.
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario