domingo, 14 de agosto de 2016

AMNISTÍA GENERAL


Vigésimo primer Domingo del tiempo ordinario C

Evangelio según san Lucas, 13, 22 – 30.
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó:
 Señor, ¿serán pocos los que se salven?
Jesús les dijo:
— Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”;  y él os replicará: “No sé quiénes sois.”
Entonces comenzaréis a decir. “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.”
Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.



El ermitaño estaba contento aquella mañana. Sentía la ausencia del discípulo que seguía en su experiencia veraniega, pero se hallaba contento de no tener que compartir - ¿sería eso egoísmo? – su reflexión de este domingo. ¿Por qué?  Muy probablemente porque sus reflexiones no eran demasiado ortodoxas, y no quería herir sensibilidades y provocar a los sabios teólogos que tienen por menester reflexionar sobre las reflexiones de los demás para poder cogerlos en falta y mandarlos – por fortuna solo simbólicamente – a la hoguera.
Dicen los entendidos que a un hombre le puede privar de todo tipo de libertad menos de la libertad de pensamiento, aunque muchos lo intenten y en ocasiones hasta lo consigan. Pero este no era el caso el ermitaño, que podía pensar libremente, sin que nadie interfiriera, pues sus pensamientos eran suyos, solo suyos y, si acaso, de la suave brisa que lo acariciaba cada día.
Camino de Jerusalén – toda la vida de Jesús es un caminar hacia Jerusalén – uno le pregunta: “¿Señor, son pocos los que se salven?” Resulta evidente que esta pregunta es fruto de la curiosidad, banal y absolutamente frívola, que no indica ningún compromiso personal, muy lejana de aquella otra formulada por el joven rico: “Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?” (Mt. 19, 16).

Jesús, que conocía bien el percal, elude la pregunta y no da una respuesta directa, pero  aprovecha la ocasión para hacer una catequesis y nos habla de la meritocracia, término hoy muy en boga y muy discutido. Resumiendo: la salvación no se alcanzará por ser del linaje de Abrahán, de Isaac y de Jacob, sino por el esfuerzo personal y la dedicación de cada cual  a las cosas del Reino.
Jesús dice abiertamente que muchos quedarán fuera, pero – y esto es lo curioso – no dice que sean pocos los que entren, sino más bien lo contrario, pues vendrán de los cuatro puntos cardinales a sentarse a la mesa del Reino: “Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”.
La segunda parte del texto es muy duro y casi terrorífico: “Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.” Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.” Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.”. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes”
De todas maneras al ermitaño le revolvían las tripas estas palabras. No conseguía imaginarse al Señor dando con las puertas en las narices a todos aquellos que, aunque sea a destiempo, digan: “Señor, ábrenos”. En el pensamiento del padre, que tiene entrañas de misericordia, debe haber previsto algo así como un tornado o un tsunami que de improviso y al último momento derribe todos los muros y abra todas las puertas para que puedan entrar todos los que lo deseen. Algo así como una amnistía general.  Es cierto que esto puede contradecir lo dicho por Jesús, pero el anciano piensa y compara con lo que hacen muchos padres que para obtener un mayor rendimiento de sus hijos dicen: “si no haces esto o aquello, si no te portas bien, los Reyes solo te traerán carbón”. Y mientras tanto ellos ya tienen comprados y bien escondidos los regalos para sus hijos”.


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