Vigésimo Domingo del tiempo ordinario C
Evangelio según san
Lucas, 12, 49 – 53.
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
- He venido a prender
fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un
bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!
¿Pensáis que be
venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de
cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y
la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la
suegra.
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El ermitaño leyó y releyó el evangelio
del día, vigésimo del tiempo ordinario del ciclo C. Lo comprendía, pero le daba un cierto
repelús. Pensó en los sacerdotes que en el mundo entero, sobre todo aquellos
que se encuentran en el hemisferio norte, tenían que explicar este texto a
sus feligreses.
El fuego
acecha nuestros campos y sobre todo nuestros bosques, calcinando cada año
muchos miles de hectáreas a lo largo de todo el mundo, dejando tras de sí
muerte, desolación y pobreza. ¿Cómo se puede explicar en este contexto que
Jesús vino a prender fuego a la tierra y que su máximo deseo es que todo esté
ya ardiendo?
Aun partiendo
del principio que se trate tan solo de un ejemplo ¿ha sido este acertado?
Si tenemos
como referencia nuestra experiencia veraniega y contemplando nuestros montes
calcinados, diríamos que el símil no estuvo acertado, pero Jesús tan solo
quiso exteriorizar sus anhelos y, ¿cómo no? , su angustia. Estas afirmaciones
del Señor se pueden explicar con otra imagen de fuego también en la
conciencia de nuestros pueblos y aldeas de profundo arraigo campesino dónde
los labradores una vez recogida la cosecha de grano, queman en el campo la
paja sobrante y los demás rastrojos. ¿Para qué? Para preparar el terreno para
una nueva siembra y aprovechar la ceniza como abono, (hoy, con la nueva tecnología
y los abonos químicos, no se valoriza la ceniza como abono por su bajo
potencial fertilizante).
Jesús había
recibido del Padre la misión de reconducir, en primer lugar al Pueblo
elegido Israel: “Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel” (Mt-
15, 24), pero es consciente de que tiene que hacer borrón y cuenta nueva,
tiene que quemar “casi” todo lo anterior, y preparar el terreno para una
nueva siembra; sus intervenciones en este sentido son muy frecuentes. Algunos
ejemplos:
* “Jesús contestó: “Destruid este templo, y en
tres días lo levantaré” (Jn. 2, 19);
* “Cuando salió Jesús del templo y caminaba,
se le acercaron sus discípulos, que le señalaron las edificaciones del templo
y él les dijo: “¿Veis todo esto? En verdad os digo que será destruido sin que
quede allí piedra sobre piedra”” (Mt., 24, 1 – 2);
* “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo,
diente por diente”. Pues yo os digo: no hagáis frente a los que os agravia.
Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”
(Mt. 5, 38 -39);
* “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis
unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn. 13,
34).
Siguiendo el
símil del campesino que utiliza las cenizas de la quema de rastrojos para
abonar una nueva cosecha - y salvando todas las distancias posibles e
imaginables, que las hay - Jesús al traer el fuego a la tierra tenía que
derribar muchos templos, muchas costumbres, muchos cultos sin sentido, pero
había también algo que salvar, algo indestructible, que debía permanecer en
la nueva siembra, y que constituiría, utilizando otro símil igualmente del
mundo agrícola, la madre que da sabor y calidad al nuevo vino, y lo
constituyen las Escrituras, la Palabra de Dios dirigida a su Pueblo. “No creáis que he venido a abolir la Ley y
los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud” (Mt. 5 17).
En definitiva: Jesús contempla ese inmenso campo que
debe sembrar, pero eso supone que es menester derribar, despedregar, quemar,
allanar; la tarea resulta inmensa, árida y arriesgada, por eso en un momento de intimidad con los
suyos y de sinceridad exclama: “He
venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que
pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he
venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de
cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y
la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la
suegra.»
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