domingo, 21 de agosto de 2016

HIPÓCRITAS, INÚTILES Y TREPAS.


Vigésimo segundo Domingo del tiempo ordinario C

Evangelio según san Lucas, 14, 1. 7 - 14.

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.

Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
- Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste.” Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Y dijo al que lo había invitado:
— Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.
Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.


¿Por qué aceptó Jesús la invitación de comer en casa de este jefe de los fariseos? Sabía bien que no era bienvenido. Lo invitaron no para agasajarlo como se merecía, sino para  espiarlo, acecharlo, y para divertirse – burlándose de Él y de sus doctrinas – como si fuera un mono de feria. Jesús conocía muy bien a esa gente, los tenía catalogados y definidos:
* raza de víboras: lo había dicho ya Juan el Bautista (Mt. 3, 7); y el mismo Jesús les había dedicado este epíteto en diversas ocasiones ( Mt. 13, 34; 23, 33 – 35, etc);
* hipócritas y sepulcros blanqueados: (Cfr. Mt. 23, 13 – 32).
 No es para nada comparable esta invitación y esta comida a otras dónde el Señor era querido y reverenciado por sus anfitriones:
* familia de Pedro (Mc. 1, 29, 31);
* casa de Zaqueo (Lc. 19, 1 – 10);
* Casa de Marta y María en Betania (Lc. 10, 38 – 42).
- Entonces ¿por qué aceptó Jesús ir a comer a casa de este fariseo principal?
Se podría pensar que para darles una lección de urbanidad y cortesía de la que estaban evidentemente necesitados, pero su presencia tenía una intencionalidad más profunda y la clave de la interpretación la encontramos en los últimos versículos: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».  
En definitiva: no prestes para que te devuelvan, no invites para que te inviten, no busques los mejores puestos, no seas como aquellos que denuncia el mismo Jesús:
Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; ensanchan las filacterias y alargan las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame `Rabbí' (Mt. 23, 5 – 7).
Tú sirve a los que no pueden pagarte con dinero, sino con bendiciones, y no busques en ningún momento un puesto, sea el último o el primero, sino ocupa humildemente el que te fuere asignado para mejor cumplimiento de tu servicio; haz suyo aquel principio de San Francisco de Sales: “Nada pedir, nada rehusar”.
Llegado a este punto el ermitaño sin darse cuenta su puso a divagar. ¡Cuántos hombres y mujeres hoy en la política, en la sociedad y en la misma Iglesia buscan sentarse en los primeros puestos! ¡cuántos se sientan en los últimos puestos, pero de manera muy visible, llevando el cafetito al jefe y repitiendo una y otra vez: “sí, bwana”, para que lo chuten hacia las altas esferas. ¡Cuántos trepas, cuántos inútiles, cuántos chupópteros que buscan y ocupan puestos no para servir sino para servirse!
Soplan vientos frescos en la Iglesia, hay aires de primavera. ¡Ojalá haya hombres nuevos, espíritus nuevos que, despojados totalmente de sus egos, como Cristo abran sus brazos y abracen a todos los hombres especialmente a los más necesitados; necesitados de pan, necesitados de cariño, necesitados de paz, de cultura: los pobres de nuestro tiempo.
Nuestro anacoreta se levantó y empezó a caminar. Se sentía contento, pues el próximo domingo ya estaría, Dios mediante, acompañado por su discípulo. Entonces se puso a cantar todo lo fuerte que podía, convencido de que salvo Dios y los animales de la montaña, nadie le escucharía:
Danos un corazón grande para amar.
Danos un corazón fuerte para luchar.
Hombres nuevos, creadores de la historia,
constructores de nueva humanidad.
Hombres nuevos que viven la existencia
como riesgo de un largo caminar.
Danos un corazón grande para amar.
Danos un corazón fuerte para luchar.
Hombres nuevos, luchando en esperanza,
caminantes sedientos de verdad.
Hombres nuevos, sin frenos ni cadenas,
hombres libres que exigen libertad.
Danos un corazón grande para amar.
Danos un corazón fuerte para luchar.
Hombres nuevos, amando sin fronteras,
por encima de razas y lugar.
Hombres nuevos, al lado de los pobres,
compartiendo con ellos techo y pan.
Danos un corazón grande para amar.
Danos un corazón fuerte para luchar.




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