lunes, 30 de enero de 2017

Sal y Luz: Esencia y Testimonio


Quinto Domingo del Tiempo Ordinario  A

Evangelio según san Mateo, 5, 13 – 16.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Vosotros sois la sal de la tierra.  Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo.  No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

- Seguimos con el sermón de la montaña, dijo el discípulo después de haber saludado al ermitaño y de haberse calentado durante unos segundos en el fuego que generosamente ardía en el centro de la cueva donde residía el anacoreta.
- Seguimos escuchando el Sermón de la montaña según San Mateo (capítulos 5, 6 y 7)  - respondió el Maestro  que curiosamente en San Lucas aparece como el sermón del valle o de la llanura (“loco campestri”, según la Vulgata) (Cfr. Lc. 6, 17 – 49). Poco importa el lugar preciso donde fueron pregonadas estas importantísimas enseñanzas del Señor, sino su contenido que marcan un “antes” y un “después” en el contenido de la religión. Sin embargo, y para ser fieles a la ciencia, fundamentándonos en la tradición de la Iglesia, en los testimonios más antiguos, entre ellos el de la peregrina española Egeria  que pasó por aquellos lugares entre el año 381 y 384 de nuestra era, parece que fue en la falda de la montaña a unos trescientos metros del lago de Tiberíades, muy cerca de Tábga, lugar del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, y del Primado de Pedro, dónde Jesús, ya resucitado, confirma a Pedro como Pastor de sus corderos y de sus ovejas; todo esto a unos tres quilómetros de Cafarnaún. Las excavaciones arqueológicas del siglo pasado parecen confirmar esta teoría.
Pero vamos al contenido: Sal y Luz.
Debemos hacer un grande esfuerzo para comprender y valorar esta comparación. Hoy tenemos sal en abundancia y a buen precio y luz artificial por doquier, un poco cara quizá pero en abundancia; ahora bien, en los tiempos de Jesús no era así. La sal era un producto escaso y caro y en ocasiones moneda de intercambio comercial; de ahí viene el término “salario” pues con frecuencia los romanos pagaban a sus jornaleros con bolsitas de sal. Y lo mismo la luz: para poder vislumbrar algo en la oscuridad lo único que utilizaban eran antorchas de sebo o de resinas que producían mucho humo y muy poca luz, por lo que decir qu somos sal de la tierra y luz del mundo es elevarnos a una categoría muy alta, podríamos decir que no solo somos necesarios, sino imprescindibles.
Permíteme, amigo mío, reflexionar brevemente sobre estos dos términos: sal y luz …
- Adelante, Maestro, te escucho.
- Al hablar de la sal Jesús entra en contradicción – “contraditio in terminis”, como dirían los clásicos – pues la sal no se puede volver sosa; o es sal o no lo es, porque la esencia de la sal es precisamente ser “salada”. Al decirnos que somos sal el Señor está definiendo nuestra esencia, o somos o no somos. Es cierto que se puede ser otra cosa, inclusive buena, pero no se es sal. Existen en los mercados, sobre todo en los orientales, centenares de especias que dan sabor a las comidas, pero no nos equivoquemos, no son sal. Te digo esto porque  hoy hay mucha confusión; existe un tipo de “pancristianismo” que pretende confundir todo lo bueno con lo cristiano y todo lo cristiano con lo bueno,. Lo que se consigue con esto es diluir el sabor del evangelio entre todos los demás sabores haciendo un “totum revolutum” donde perdemos nuestra específica identidad. Ser cristiano significa vivir la novedad del evangelio en el espíritu del sermón de la montaña, y no nos equivoquemos: o somos o no somos. Es cierto que hay otras filosofias, otros estilos de vida y otras instituciones que son positivas y que aportan valores a la sociedad, que son muy respetables y debemos apreciar, pero no confundir: una cosa es la sal, y otra el orégano, el romero o el cilantro.
Te decía que al hablar de la sal el Señor se refiere a la esencia, pues al hablar de la luz se refiere al testimonio. No caigamos en la tentación de meter nuestra luz debajo del celemín, por dos motivos fundamentales:
1º -  porque corre el riesgo de extinguirse. Seguimos los supuestos de la predicación, si habláramos de una bombilla incandescente, sería otro asunto, pero este no es el caso. La fe, como la luz, necesita airearse, oxígeno, ser renovada, compartida y constantemente contrastada; enroscada en si misma, se marchita y muere;
2º - suponiendo que superviviera, sería absolutamente estéril. ¿para qué serviría una lámpara metida debajo de un celemín? Seguiría siendo lámpara, seguría estando encendida, pero sería absolutamente inútil, no produciría los efectos para los que se  encendió: alumbrar a todos los de casa.
Resumiendo, amigo mío, preguntémenos si somos verdaderamente sal, convencidos de nuestra esencia, de nuestra fe, o acaso somos cualquier otra especia camuflada;  una vez  discernido este concepto, preguntémonos dónde estamos situados: debajo de un celemín o colocados en el candelero intentando iluminar a los que por allí pasan; eso sí, muy humildemente, pues no somos ni el sol, ni la la luna ni una estrella, tan solo una frágil lámpara de barro. Me viene ahora a la mente aquella frase de Rabindranath Tagore:
“Dijo el sol cuando llegó a su ocaso:
¿quién me sustituirá?”
“Haremos lo que podamos”,
contestó la lámpara de barro.
- ¿Y cuáles serían los celemines de hoy día, Maestro?
- Pueden ser muchos y muy variopintos: no querer comprometerse, falta de confianza en el Espíritu y de autioestima, pensar que yo no valgo para eso, considerar que eso de ser luz no va conmigo, apatía ante las cosas del Espíritu, falta de empatía con las personas y el mundo que nos rodea. Estas y muchas otras razones pueden hacer que nos enrosquemos en nosotros mismos y vayamos a refugiarnos debajo del celemín, donde nos encontraremos muy cómodos y donde nadie nos molestará.
Después del acostumbrado silencio, dijo el discípulo:
- Maestro, hay muchos cantos con el contenido de sal y de luz, pero yo, si te parece bien, he elegido este, “Id, amigos” pues fue el que cantó el coro al terminar la celebración de mi confirmación y me trae muy gratos recuerdos.
- Vamos allá dijo el Maestro:
Sois la semilla que ha de crecer,
Sois la estrella que ha de brillar,
Sois levadura, sois grano de sal,
antorcha que ha de alumbrar.
Sois la mañana que vuelve a nacer,
sois espiga que empieza a granar.
Sois aguijón y caricia a la vez,
testigos que voy a enviar.
Id, amigos, por el mundo, anunciando el amor,
mensajeros de la vida, de la paz y el perdón.
Sed, amigos, los testigos de mi Resurrección.
Id llevando mi presencia. ¡Con vosotros estoy!
Sois una llama que ha de encender
resplandores de fe y caridad.
Sois los pastores que han de guiar
al mundo por sendas de paz.
Sois los amigos que quise escoger,
sois palabra que intento gritar.
Sois reino nuevo que empieza a engendrar
justicia, amor y verdad.
Sois fuego y savia que viene a traer,
sois la ola que agita la mar.
La levadura pequeña de ayer
fermenta la masa del pan.
Una ciudad no se puede esconder,
ni los montes se han de ocultar.
En vuestras obras que buscan el bien
los hombres al Padre verán.


viernes, 27 de enero de 2017

Bienaventurados, felices, dichosos.

Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario  A

Lectura del santo evangelio según san Mateo, 5, 1 - 12a.


En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
- Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.    
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
    Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
    Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
    Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 
    Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 
    Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de DIOS.
    Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque  de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.  Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Estaba el ermitaño atizando el fuego esperando al discípulo que pronto llegaría no obstante el intenso frio y el espeso manto de nieve que cubría aquellas tierras, montes y valles, dejando los caminos irreconocibles, pero que el joven conocía al dedillo y solventaba a las mil maravillas. En estos pensamientos estaba cuando este se asomó por la entrada y, como de costumbre, saludó:
- Buenos días, Maestro, ¿cómo llevas el frío?
- ¿Para qué creó Dios al hombre?
El discípulo quedó sorprendido y no sabía que contestar. No comprendía la pregunta a bocajarro hecha por su amigo, Por fin se atrevió a repreguntar, no sin cierto nerviosismo:
- ¿Por qué me preguntas así de inmediato? ¿Piensas hacerme un examen hoy? No me he preparado para ello. De todas maneras me viene a la mente el primer párrafo de la Plegaria Eucarística IV que dice: “Te alabamos, Padre santo, porque eres grande y porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado.” Partiendo de este texto litúrgico – y de la lectura de los primeros 25 versículos del Génesis - interpreto que Dios después de haber realizado toda la creación y haber “visto que era bueno” sintió el deseo de crear alguien que se pareciera lo más posible a Él y pudiera disfrutar de tanto bien y tanta belleza.
- Me parece una respuesta muy profunda y adecuada - y eso que no te habías preparado para este examen - pero yo esperaba una contestación más sencilla.
- ¡Cuál, Maestro?
- Te cuento: cuando era pequeño – y de esto hace ya muchos años – aprendíamos el catecismo de memoria, a base de preguntas y respuestas y una de las primeras preguntas era: “¿para qué creó Dios al hombre?”
- ¿Y la respuesta era?
- “Dios creó al hombre para que le amara y sirviera en esta vida y fuera eternamente feliz con Él en el cielo”.
- Me gusta la definición, pero quisiera hacerte una pregunta …
- ¿Cuál?
- ¿Por qué estamos hablando de la creación del hombre?
- Por el evangelio de este domingo.
- Todavía no caigo. La liturgia nos propone hoy el evangelio del Sermón de la Montaña y más concretamente las Bienaventuranzas.
- Exactamente, y vuelvo a la respuesta del catecismo de mi infancia ofreciendo algún matiz. De una lectura simplicista del texto puede parecer que en la vida hay dos capítulos:
Capítulo Primero: vida en este mundo amando a un Dios lejano que se puede confundir con un amor reverencial muy próximo al miedo.
Capítulo Segundo: una vida plenamente feliz, eso sí, en el cielo.
Creo sinceramente que estos dos capítulos no son tan estandarizados. Dios creó al hombre para que fuera feliz ya aquí en este mundo, en su vida terrena, y Jesús en el sermón de montaña nos ofrece la receta para alcanzar la felicidad, la auténtica felicidad.
- Comprendo. Si queremos ser felices debemos vivir las bienaventuranzas.
- Exactamente. Dicen los entendidos que el hombre tiene ansias de felicidad, busca la felicidad, y nuestra sociedad se esfuerza en ofrecer, vanamente, muchos medios para alcanzarla: poder, riqueza, dominios, coches, vacaciones exóticas, diversiones, drogas, etc., pero al final del camino siempre hay un vacío, una insatisfacción, una sensación de que todavía queda más y más …
Las bienaventuranzas son la carta magna de la felicidad, pues los pobres de espíritu, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia, aunque a veces en medio de infinitas contrariedades y sufrimientos, son felices porque sienten el soplo de la presencia de Dios y saben que ese camino conduce inexorablemente a “ser eternamente felices con Él en el cielo".
- Buscaré la felicidad intentando vivir cada día las bienaventuranzas, pero de momento vamos a cantarlas:
Bienaventurados seremos, Señor.
Seremos, Señor.
Seréis bienaventurados los desprendidos de la tierra,
seréis bienaventurados porque tendréis el cielo.
Seréis bienaventurados los que tenéis alma sencilla,
seréis bienaventurados, vuestra será la tierra.
Seréis bienaventurados los que lloráis, los que sufrís,
seréis bienaventurados porque seréis consolados.
Seréis bienaventurados los que tenéis hambre de mí,
seréis bienaventurados porque seréis saciados.
Seréis bienaventurados los que tenéis misericordia,
seréis bienaventurados porque seréis perdonados.
Seréis bienaventurados los que tenéis el alma limpia,
seréis bienaventurados porque veréis a Dios.
Seréis bienaventurados los que buscáis siempre la paz,
seréis bienaventurados, hijos seréis de Dios.
Seréis bienaventurados los perseguidos por mi causa,
seréis bienaventurados porque tendréis mi Reino.


domingo, 15 de enero de 2017

¿PESCADORES?

Tercer Domingo del Tiempo Ordinario  A

Evangelio según san Mateo,  4, 12 – 23.
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:        
«País de Zabulón y país de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
- Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo:
- Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.                                                         

Después de los saludos acostumbrados y de haber estado unos momentos frotándose las manos junto al fuego el discípulo entró directamente en materia:
- Maestro, ¿te gusta la expresión del evangelio de hoy, “pescador de hombres”?
- ¿Por qué me haces esta pregunta?
- Porque creo recordar que en alguna ocasión me comentaste que no te gustaba demasiado.
- Tienes razón, no me entusiasma la manifestación: “pescador de hombres”.  Debo aclarar, no obstante, que no pretendo criticar ni rectificar las palabras de Jesús. Él solo pretendía invitar, sin más disquisiciones, a sus interlocutores a una misión diferente y mucho más trascendental, ya que el fin último eran precisamente los hombres, o mejor, la humanidad entera.
Ahora bien en el contexto actual cuando, por desgracia, tantos caen en las redes de la droga, de las mafias, de la prostitución, de la trata de seres humanos con cualquier de sus fines, y hay otros muchos que pican el anzuelo, decir que somos “pescadores de hombres”, puede resultar confuso y controvertido. El pescador, como el cazador, lo que hace es apoderarse de sus presas utilizando el engaño, la violencia y la fuerza, y la misión de la Iglesia es precisamente todo lo contrario: ofrecer a los hombres la Verdad, esa Verdad que nos hace libres (cfr. Jn. 8, 32). Y lo hace a dos niveles:
A – A nivel espiritual. A través del sacramento de la misericordia la Iglesia nos libra del peso del pecado que aplasta y encadena nuestras conciencias, robándonos la alegría de vivir;
B – A nivel material. Siempre y actualmente de manera muy especial la Iglesia ha ayudado al hombre esclavizado por la pobreza y/o por la enfermedad. En los tiempos actuales está comprometida muy seriamente en rescatar a los que han caído en las redes que otros hombres engañosamente han desplegado, como drogas, prostitución o trata de seres humanos, o  los niños que han sido “cazados” para que ejerzan de soldados. Repito no somos pescadores, sino que impulsados por el amor de Dios, intentamos liberar a los que pescados o cazados han sido desposeídos de su libertad y de su dignidad.
El ermitaño calló. El discípulo también callaba; estaba reflexionando sobre el tema del ser pescador de hombres o más bien pastores que cuidan y miman a las ovejas y a los corderos o ser sembradores de buena semilla esperando buena cosecha aún a sabiendas que siempre hay quienes, con intereses espurios e intenciones viles, siembran cizaña aprovechando la oscuridad de la noche. Pero aún así lo que había escuchado esta mañana le sabía a poco, por lo que se atrevió a intervenir:
- ¿Has terminado, Maestro? ¿Ya no vas a decir nada más?
- Estaba pensando cuántos esclavizados – pescados por alguien – hay en el mundo actual: niños soldados, explotación laboral, explotación sexual y un largo etc. y también los esclavizados por ideologías más o menos dañinas: la diferencia de derechos por el mero hecho de haber nacido hombre o mujer, el atropello de los derechos humanos en las dictaduras o en zonas y empresas que escapan a los controles sociales, sin olvidar que también en nuestros países dichos democráticos hay muchos movimientos que sutilmente van captando a jóvenes eliminando su capacidad crítica y con ello su propia libertad y capacidad de discernimiento.
Pero estoy de acuerdo contigo, me he alejado demasiado del tema central del evangelio de hoy. Voy a subrayar, de manera muy esquemática, algunos puntos:
 1 “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Cuando hablamos del Reino, frecuentemente pensamos en la parusía, en el cielo. Es cierto que ahí será la realización total y plena del Reino de Dios, pero el Reino está ya en este mundo. Jesús no vino a traer el Reino sino a identificarlo y a mostrarlo a los hombres. De hecho llega a exclamar: “El Reino de Dios está dentro  vosotros” (Lc. 17, 21).
Permíteme un paréntesis: algunas traducciones, entre ellas la Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española, traducen “El Reino de Dios está en medio de vosotros”. El texto griego dice: “ βασιλεία  το Θεο ἐντός μν στιν”. Ahora bien la preposición “ἐντός”, significa “dentro de”, como el vino está dentro de la copa, o el corazón dentro del cuerpo. La Vulgata es todavía más específica y dice “Regnum Dei intra vos est” y no usa la preposición “inter” que significaría “entre, en medio de vosotros”. Esto que aparentemente parece carecer de importancia, sí, la tiene en el campo exegético. Los que hablan de “está en medio” insinúan “yo – Jesús – soy el Reino de Dios y ya estoy en medio de vosotros, convertíos para estar a la altura de las circunstancias y acogerme. Los que afirmamos que está dentro de nosotros, acudimos al Génesis, 1, 26 – 27: “Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; … Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó”. Esto significa que el hombre tiene en su esencia, en su ADN, chispas de las cualidades de Dios: sabiduría, santidad, bondad, misericordia, justicia, etc. En este contexto “convertirse” significa cambiar de actitud, retirar las pesadas losas que taponan y ahogan el normal fluir de las cualidades que Dios ha puesto en nuestros corazones y dejar que broten con todas sus fuerzas; pronto nos percataremos que somos auténticos volcanes esparciendo torrentes de lavas de amor y misericordia que cambian el panorama en todo alrededor.
2 – “Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. Lo que verdaderamente sorprende aquí es la inmediatez. Escucharon la llamada y lo siguieron. Hay ocasiones que no se repiten en la vida, hay trenes que pasan una sola vez por la misma vía y si no lo coges, quedas en tierra esperando por siempre. Algunos hay que disimulan no escuchar la llamada, esperando a que esa voz enmudezca por si sola; otros contestan poniendo condiciones: “Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre” o “te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de los de mi casa” (cfr. Lc. 9, 59 – 61) o “quizás más adelante, Señor, por ahora déjame gozar de mi vida y de mi juventud”. Es muy probable que a todos estos Jesús les conteste: “ya será demasiado tarde, pues nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios” (cfr. Lc. 9, 62).
3 – “Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”. La Iglesia a ejemplo de Jesús siempre, pero más significativamente en esta época que nos ha tocado vivir, es consciente que la evangelización – anuncio del Reino – tiene que ir acompañada de buenas obras, a las que conocemos como las Obras de Misericordia o Mandamiento del Amor. Jesús enseñaba en las sinagogas, proclamaba el evangelio y, al mismo tiempo, curaba las enfermedades y dolencias del pueblo.
Después de un largo silencio dijo el joven:
- Maestro, catemos el canto del "pescador", y sin esperar respuesta empezó:
Pescador, que al pasar por la orilla del lago
me viste secando mis redes al sol
tu mirar se cruzó con mis ojos cansados
y entraste en mi vida buscando mi amor.
Pescador, en mis manos has puesto otras redes
que pueden ganarte la pesca mejor
y al llevarme contigo en la barca
me nombraste, Señor, pescador.
Pescador, entre tantos que había en la playa
tus ojos me vieron, tu boca me habló
y a pesar de sentirse mi cuerpo cansado
mis pies en la arena siguieron tu voz.
Pescador, mi trabajo de toda la noche
mi dura faena hoy nada encontró
pero Tú que conoces los mares profundos
compensa, si quieres, mi triste labor.
Pescador, manejando mis artes de pesca
en otras riberas mi vida quedó
al querer que por todos los mares del mundo
trabajen mis fuerzas, por Ti, mi Señor.

martes, 10 de enero de 2017

MISIÓN CUMPLIDA

Segundo Domingo del Tiempo Ordinario. A

Evangelio según san Juan,  1,  29 – 34.
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
- Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo:
- He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

- ¿Maestro, resumiendo el evangelio de hoy y poniéndolo en relación con el domingo anterior, fiesta del Bautismo del Señor, podríamos decir que tenemos más de lo mismo?
- Desde luego que intervienen los mismos protagonistas: Juan el Bautista, Jesús y el respaldo del Padre. Pero los temas no son paralelos sino complementarios. Con tu permiso hoy voy a ser muy breve y señalaré tan solo dos elementos un tanto antagónicos.
En primer lugar está el tema emocional. Uno se va haciendo mayor y, como dice el refrán, se ha dejado muchos pelos – y hasta la piel - en la gatera, sabe lo que significa llegar al ocaso de una misión. Juan había trabajado duro para allanar los senderos, rellenar los valles, rebajar los montes y colinas, enderezar lo torcido  y preparar un pueblo dispuesto a acoger al Mesías que viene y al cual confesaba no merecer ni siquiera desatarle la correa de sus sandalias (cfr. Is. 40, 3 – 4 y Lc. 3, 4 -5 . 16). El momento ha llegado, toca el relevo,  la entrega de la antorcha, y eso duele. Contempla como algunos de sus discípulos siguen al  nuevo Maestro (Cfe. Jn. 1, 37), y aunque sigue predicando y bautizando a orillas del Jordán tiene noticias agridulces de que Jesús está predicando y bautizando en la otra orilla (cfr. Jn. 3, 27). Juan era plenamente consciente de que era necesario que él menguara para que Jesús brillara con todo su esplendor (cfr. Jn. 3, 30), algo así como el lucero del alba que palidece en la medida que brilla el sol …
- ¿Maestro, por qué dices que son noticias agridulces?
- Pues es eso que intento explicar: dulces, porque puede constatar que la antorcha sigue encendida; es más, está abrasando nuevos corazones; agrias, porque para él solo queda la soledad, la travesía del segundo desierto. Le espera la cárcel, el sufrimiento, las dudas: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?” (Lc. 7, 19), y por último la decapitación. Olvidamos con frecuencia la dimensión humana de los grandes personajes de la Biblia y de la historia y que también ellos tienen su corazoncito.
En segundo lugar tiene la gran satisfacción de la obediencia incondicional a la revelación recibida y sobre todo el gozo del deber cumplido. Debe ser algo parecido a la sensación que sintió Miguel Ángel cuando dio el último retoque a la “Pietà” o Lenardo Da Vinci cuando dio la última pincelada a la Gioconda. Lo deja muy claro el Bautista en el evangelio proclamado: “Él que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo’. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”
En definitiva, amigo mío, espejándonos en la figura del Precursor debemos aceptar que la única recompensa válida y sólida que en este mundo podemos esperar de nuestras acciones es aquella que nos ofrece nuestra conciencia: el sentimiento del deber cumplido. Cualquier otro halago es efímero y debemos tener en cuenta la amonestación de Jesús en el contexto del Sermón de la Montaña: “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Porque así es como los padres de éstos  trataban a los falsos profetas” (Lc. 6, 26).



MI HIJO

Fiesta del bautismo del Señor. A

Evangelio según san Mateo,  3, 13‑17.

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole:
‑ «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»
Jesús le contestó:
‑ «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. »
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía:
‑ «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»


- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo al llegar.
- Buenos días, amigo mío, respondió el ermitaño que, sin inmutarse, seguía atizando el fuego.
Como veía que el Maestro no arrancaba el joven continuó:
- La Iglesia celebra hoy la fiesta del Bautismo del Señor; es un día adecuado para recordar nuestro bautismo y las promesas en él realizadas.
- Todos los días son propicios para recordar nuestro bautismo y actualizar las promesas hechas, pero entiendo que hoy no más que otros días. Personalmente creo que  a la mayoría de predicadores que aprovecharán el día de hoy para hablar del bautismo cristiano no les falta razón y buena fe, pero están haciendo una transición demasiado ambigua, como la de “San José era carpintero …”
- ¿Qué es eso de San José era carpintero? No entiendo.
- Es un chiste sin gracia. Cuéntase de un sacerdote, santo varón, cuyas homilías eran monotemáticas; fuese cual fuera  el tema del día siempre iba a parar a la confesión. Cuando llegó la fiesta de San José empezó así su predicación: “Queridos hermanos, celebramos hoy la fiesta de San José; como sabéis San José era carpintero, y los carpinteros construyen, entre otras cosas, confesionarios. Pues como San José era carpintero y los carpinteros construyen confesionarios, voy hablaros hoy de la confesión …”
El joven sonrió sin mucho entusiasmo, y el ermitaño continuó:
- Hay momentos más  apropiados para recordar el propio bautismo y renovar las promesas bautismales. De manera solemne lo hacemos en la Vigilia Pascual, y manera privada sería recomendable que lo hiciéramos en el aniversario de nuestro bautismo.

- Pero, ¿no hay ningún paralelismo entre el bautismo de Jesús y nuestro propio bautismo?
- Alguno hay; la materia utilizada: “agua” y un hecho temporal: “inicio de una nueva vida y el cumplimiento de una nueva misión”. Intentaré explicarme  reflexionando sobre tres tipos de bautismos: el nuestro, de los cristianos; el de Juan Bautista en el Jordán y el de Jesús, que utiliza el de Juan tan solo como pretexto para algo mucho más trascendental.
Bautismo cristiano. Recuerdo todavía la definición que memoricé cuando niño y que creo muy completa: “el bautismo es el sacramento por el cual se nos perdonan los pecados, nos hacemos hijos de Dios y miembros de la Iglesia”. Sin entrar en explicar cada una de estas afirmaciones, lo cierto es que el bautismo nos transforma, significa un nuevo nacimiento en Cristo -  y con Cristo - de Dios y en una nueva familia: la Iglesia. Lo dijo muy claramente Jesús a Nicodemo. “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios,el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3, 3 – 5).
Me gusta poner un ejemplo, pero es imprescindible una  aclaración. Con el Bautismo nos injertamos en Cristo. Y ¿qué es injertar? Tú lo sabes bien, se trata de introducir o insertar un par de tronquitos de ramas que contengan alguna yema para poder brotar (llamadas púas) en un patrón o árbol preexistente, generalmente borde, para que soldándose surja un nuevo árbol de buena calidad y que, alimentado con la savia del patrón, dé buenos y adecuados frutos. Resulta evidente que biológicamente son dos realidades diferentes: patrón y púas, pero de hecho constituyen un solo árbol, dando frutos buenos y abundantes.
- ¿Y cuál sería la aclaración imprescindible?
- Tú eres un hombre de campo y lo sabes. En los injertos corrientes se eligen unos patrones fuertes pero bordes y unas púas de muy buena calidad para que el árbol resultante sea de buena clase. Ahora bien en el bautismo el patrón o tronco que es Cristo no solo es fuerte sino de la máxima calidad y, por el contrario, las púas injertadas, es decir, nosotros, somos tan solo unos vástagos bordes que deambulábamos por el mundo. Pero es tan fuerte la savia y la vitalidad que el tronco nos transmite que nos transforma, nos hace valientes, útiles, necesarios y hasta imprescindibles para realizar la misión encomendada. Pablo lo define de manera muy palmaria: “Yo vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quién vive en mi” /Gál. 2, 20). Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que el bautismo nos da una nueva esencia y una nueva identidad.
Bautismo de Juan. El Bautista tenía una misión: preparar el pueblo o, por lo menos, un grupo de buena gente dispuesta a recibir al Mesías. Para ello predicaba a orillas del Jordán y les indicaba una ética de comportamiento o una nueva moral: “El que tenga dos túnicas que comparta con el que no tiene, y el que tenga comida, haga lo mismo” (Lc. 3, 10). A los publicanos les decía: “no exijáis más de lo establecido” (v 13) y a los soldados: “no hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga” (v. 14). A los que renunciaban a su vida anterior y asumían estos nuevos principios, Juan los bautizaba y los recibía en ese nuevo pueblo dispuesto a acoger al Mesías. El bautismo de Juan era pues un rito iniciático que no cambiaba ni la esencia ni la identidad de los bautizados, sino que exteriorizaba su compromiso de cambiar de actitud y su pertenencia a los seguidores de Juan.
Bautismo de Jesús. Resulta evidente que el bautismo de Jesús, aunque realizado en el marco del bautismo de Juan, es esencialmente distinto: ni tenía pecados para confesar, ni tenía que cambiar de actitud, ni tenía que preparar la llegada del Mesías; Él era el Mesías.
A mí me surgen dos preguntas, a las que intentaré encontrar una respuesta.
- Te escucho, Maestro.
- ¿Por qué fue Jesús a bautizarse?  Interpreto que esta es una de las grandes teofanías o presentaciones de Jesús, como Mesías, como Rey y como Hijo de Dios. Dios habla a los hombres, a cada cual en su propio lenguaje. A los pastores, hombres hartos de trabajo y pobres de cultura se le aparecen ángeles del cielo diciendo: “no temáis, os anuncio una buena noticia, que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc. 2, 10 – 11); mensaje sobrenatural, llevado por ángeles, pero sencillo y muy claro. A los magos, hombres de ciencia expertos en astronomía, les habla a través de las estrellas: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt. 2, 2). Cuando llega el momento de iniciar su ministerio público a orillas del Jordán hay ya un pequeño grupo – el resto de Israel - dispuesto a recibirlo, y allí va Jesús para ser presentado no por Juan Bautista, que sí, lo ha reconocido, sino por el mismísimo Padre Eterno: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto». Es pues el Padre quién presenta a Jesús, su hijo amado y predilecto, al pueblo de Israel que permanece fiel, es decir, el resto. Por eso dice: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”, y lo que estaba en el plan de Dios era presentarlo Él mismo a su pueblo.
La segunda pregunta que me hago es la siguiente: ¿por qué se puso Jesús en fila en medio de la muchedumbre?  Mateo no subraya este detalle, pero Lucas sí: “En un bautismo general, - escribe - también Jesús se bautizó” (Lc. 3, 21). Hay una razón lógica ya expresada: era precisamente a ese pueblo a quién el Padre iba a presentarle. Y hay otra razón de menos calado pero muy de moda: Jesús, el buen pastor, ha querido oler a oveja desde el principio de su vida pública.

lunes, 2 de enero de 2017

La PALABRA

Segundo Domingo de Navidad


Evangelio según san Juan, 1, 1 – 18.
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal,
ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí pasa delante de mí,
porque existía antes que yo."»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
Dios Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.

- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo al llegar donde estaba el ermitaño. Hoy, segundo domingo de Navidad, nos encontramos en el evangelio con el Prólogo de San Juan; a mi me gusta mucho.
- Y a mí también. ¿Por qué no hablas tu hoy y yo escucho? Prometo que lo haré gustosa y respetuosamente.
- No, Maestro, por favor, no me hagas eso. En primer lugar yo vengo junto a ti para escucharte, y si me constriñes a hacerlo, me sentiré como en un examen, y no vengo para sufrir sino para gozar de tus enseñanzas.
El ermitaño se echó a reír y el discípulo añadió:
- Es una de las páginas del Nuevo Testamento, juntamente con algunos himnos de las cartas paulinas, que más me gustan desde el punto de vista literario; es auténtica poesía. Pero me gustaría hacerte algunas preguntas para aclarar o confirmar algunos conceptos.
- De acuerdo, puedes preguntar, pero yo contestaré lo que el texto me sugiere. Este prólogo es de un profundo contenido teológico, y yo no soy teólogo. Te aconsejo que más allá de lo que yo pueda decirte, busques algún teólogo de verdad o, mejor aún, o leas a los Padres de la Iglesia.
- Muy difícil me lo pones, así que, sin más dilaciones, ahí va la primera pregunta: ¿por qué le llamamos “prólogo”?
- Porque efectivamente es un prólogo. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española  prólogo es el ”texto preliminar de un libro, escrito por el autor o por otra persona, que sirve de introducción a su lectura”; es decir, es como una presentación de la obra anunciando su contenido, motivaciones que lo llevaron a escribirlo, organigrama, etc.. Cuando va escrito por terceras personas suele valorarse el contenido y el estilo del mismo y, con mucha frecuencia, un exagerado elogio del autor.
En este sentido quiero, antes de que me formules más preguntas, explicar dos cosas:
* Primera. Juan presenta en 18 versículos de manera resumida y en un texto espléndido toda la doctrina que desarrollará a lo largo de los 21 capítulos de su evangelio.
* Segunda. Afirmamos, y así fue desde el principio a pesar de las múltiples herejías que fueron surgiendo a lo largo de los tiempos, que Jesucristo era verdadero Dios y verdadero hombre. Ahora bien, cuando Juan escribió su evangelio eran ya conocidos los sinópticos, y como, sobre todo, Mateo y Lucas dan todos los datos históricos de su humanidad: hijo de María, esposa de José y como ofrecen el árbol genealógico hasta llegar al mismísimo Adán, Juan, en un texto no contradictorio sino complementario nos ofrece la otra cara de la misma moneda, su divinidad: Jesús es Dios y, al mismo tiempo, hijo de Dios: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”.
- ¿Y por qué Juan presenta a Jesús como la Palabra?
- Empiezo con una aclaración: muchas traducciones, entre ellas la versión oficial de la Conferencia Episcopal Española en vez de “Palabra” utilizan el término “Verbo” más próximo al latino “Verbum” y muy arraigado en la tradición religiosa española, pero es evidente que los dos términos, Palabra y Verbo, son sinónimos. ¿Por qué? Yo te contestaría con otra pregunta: ¿para qué sirve la palabra?
- La palabra sirve para que las personas se comuniquen, se relacionen entre sí, conozcan sus sentimientos, anhelos y esperanzas etc. No es la única forma de comunicación, pero es, desde luego, la más común.
- Pues por eso, Jesús es la palabra del Padre, su manera de comunicarse con la humanidad y de manifestarnos sus sentimientos, sus anhelos y esperanzas, pero, sobre todo, su ternura y su misericordia. Para eso “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.
- Perdona una pregunta retórica: ¿dio el resultado deseado esta encarnación?
- Pues solo a medias; de hecho el mismo texto que has leído dice: “Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. O sea que no, pero sí, es decir, aunque los suyos no le recibieron, hay excepciones, y los que le reciban serán “hijos de Dios”.
- Dios no se había comunicado antes con su pueblo?
- Sí, claro. Toda la Historia de la Salvación es una tentativa de Dios de comunicarse con su pueblo, un continuo crear puentes, puentes que muy frecuentemente venían derribados por los mismos hombres a los que pretendía salvar. Y ya, como última medida, y jugándoselo todo a una carta, como nos explica en la parábola (cfr. Mt. 21, 33 – 39) nos envió a su hijo, y el resultado es de todos conocido.  El autor de la carta a los Hebreos describe esta experiencia de una manera magistral: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser” Heb. 1, 1 – 3).
- Maestro, tendría todavía muchas preguntas, pero …
- Pero se ha hecho tarde y tienes que marcharte. ¡Que Dios te bendiga!