Segundo Domingo del Tiempo Ordinario. A
Evangelio
según san Juan, 1, 29 – 34.
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia
él, exclamó:
- Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre
que está por delante de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo
conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a
Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo:
- He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo
como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a
bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y
posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo
lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
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- ¿Maestro,
resumiendo el evangelio de hoy y poniéndolo en relación con el domingo
anterior, fiesta del Bautismo del Señor, podríamos decir que tenemos más de
lo mismo?
- Desde luego que intervienen los mismos
protagonistas: Juan el Bautista, Jesús y el respaldo del Padre. Pero los
temas no son paralelos sino complementarios. Con tu permiso hoy voy a ser muy
breve y señalaré tan solo dos elementos un tanto antagónicos.
En primer lugar está el tema emocional. Uno se va haciendo mayor y, como dice el refrán, se
ha dejado muchos pelos – y hasta la piel - en la gatera, sabe lo que
significa llegar al ocaso de una misión. Juan había trabajado duro para allanar
los senderos, rellenar los valles, rebajar los montes y colinas, enderezar lo
torcido y preparar un pueblo dispuesto
a acoger al Mesías que viene y al cual confesaba no merecer ni siquiera
desatarle la correa de sus sandalias (cfr. Is. 40, 3 – 4 y Lc. 3, 4 -5 . 16).
El momento ha llegado, toca el relevo, la entrega de la antorcha, y eso duele. Contempla
como algunos de sus discípulos siguen al
nuevo Maestro (Cfe. Jn. 1, 37), y aunque sigue predicando y bautizando
a orillas del Jordán tiene noticias agridulces de que Jesús está predicando y
bautizando en la otra orilla (cfr. Jn. 3, 27). Juan era plenamente consciente
de que era necesario que él menguara para que Jesús brillara con todo su
esplendor (cfr. Jn. 3, 30), algo así como el lucero del alba que palidece en
la medida que brilla el sol …
- ¿Maestro, por qué dices que son noticias agridulces?
- Pues es eso que intento explicar: dulces,
porque puede constatar que la antorcha sigue encendida; es más, está
abrasando nuevos corazones; agrias, porque para él solo queda la
soledad, la travesía del segundo desierto. Le espera la cárcel, el sufrimiento,
las dudas: “¿Eres tú el que ha de
venir, o tenemos que esperar a otro?” (Lc. 7, 19), y por último la
decapitación. Olvidamos con frecuencia la dimensión humana de los grandes
personajes de
En segundo lugar tiene la gran satisfacción de la
obediencia incondicional a la revelación recibida y sobre todo el gozo del
deber cumplido. Debe ser algo parecido a la sensación que sintió Miguel Ángel
cuando dio el último retoque a la “Pietà” o Lenardo Da Vinci cuando dio la
última pincelada a
En definitiva, amigo mío, espejándonos en la figura
del Precursor debemos aceptar que la única recompensa válida y sólida que en
este mundo podemos esperar de nuestras acciones es aquella que nos ofrece
nuestra conciencia: el sentimiento del deber cumplido. Cualquier otro halago
es efímero y debemos tener en cuenta la amonestación de Jesús en el contexto
del Sermón de
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