domingo, 15 de enero de 2017

¿PESCADORES?

Tercer Domingo del Tiempo Ordinario  A

Evangelio según san Mateo,  4, 12 – 23.
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:        
«País de Zabulón y país de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
- Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo:
- Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.                                                         

Después de los saludos acostumbrados y de haber estado unos momentos frotándose las manos junto al fuego el discípulo entró directamente en materia:
- Maestro, ¿te gusta la expresión del evangelio de hoy, “pescador de hombres”?
- ¿Por qué me haces esta pregunta?
- Porque creo recordar que en alguna ocasión me comentaste que no te gustaba demasiado.
- Tienes razón, no me entusiasma la manifestación: “pescador de hombres”.  Debo aclarar, no obstante, que no pretendo criticar ni rectificar las palabras de Jesús. Él solo pretendía invitar, sin más disquisiciones, a sus interlocutores a una misión diferente y mucho más trascendental, ya que el fin último eran precisamente los hombres, o mejor, la humanidad entera.
Ahora bien en el contexto actual cuando, por desgracia, tantos caen en las redes de la droga, de las mafias, de la prostitución, de la trata de seres humanos con cualquier de sus fines, y hay otros muchos que pican el anzuelo, decir que somos “pescadores de hombres”, puede resultar confuso y controvertido. El pescador, como el cazador, lo que hace es apoderarse de sus presas utilizando el engaño, la violencia y la fuerza, y la misión de la Iglesia es precisamente todo lo contrario: ofrecer a los hombres la Verdad, esa Verdad que nos hace libres (cfr. Jn. 8, 32). Y lo hace a dos niveles:
A – A nivel espiritual. A través del sacramento de la misericordia la Iglesia nos libra del peso del pecado que aplasta y encadena nuestras conciencias, robándonos la alegría de vivir;
B – A nivel material. Siempre y actualmente de manera muy especial la Iglesia ha ayudado al hombre esclavizado por la pobreza y/o por la enfermedad. En los tiempos actuales está comprometida muy seriamente en rescatar a los que han caído en las redes que otros hombres engañosamente han desplegado, como drogas, prostitución o trata de seres humanos, o  los niños que han sido “cazados” para que ejerzan de soldados. Repito no somos pescadores, sino que impulsados por el amor de Dios, intentamos liberar a los que pescados o cazados han sido desposeídos de su libertad y de su dignidad.
El ermitaño calló. El discípulo también callaba; estaba reflexionando sobre el tema del ser pescador de hombres o más bien pastores que cuidan y miman a las ovejas y a los corderos o ser sembradores de buena semilla esperando buena cosecha aún a sabiendas que siempre hay quienes, con intereses espurios e intenciones viles, siembran cizaña aprovechando la oscuridad de la noche. Pero aún así lo que había escuchado esta mañana le sabía a poco, por lo que se atrevió a intervenir:
- ¿Has terminado, Maestro? ¿Ya no vas a decir nada más?
- Estaba pensando cuántos esclavizados – pescados por alguien – hay en el mundo actual: niños soldados, explotación laboral, explotación sexual y un largo etc. y también los esclavizados por ideologías más o menos dañinas: la diferencia de derechos por el mero hecho de haber nacido hombre o mujer, el atropello de los derechos humanos en las dictaduras o en zonas y empresas que escapan a los controles sociales, sin olvidar que también en nuestros países dichos democráticos hay muchos movimientos que sutilmente van captando a jóvenes eliminando su capacidad crítica y con ello su propia libertad y capacidad de discernimiento.
Pero estoy de acuerdo contigo, me he alejado demasiado del tema central del evangelio de hoy. Voy a subrayar, de manera muy esquemática, algunos puntos:
 1 “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Cuando hablamos del Reino, frecuentemente pensamos en la parusía, en el cielo. Es cierto que ahí será la realización total y plena del Reino de Dios, pero el Reino está ya en este mundo. Jesús no vino a traer el Reino sino a identificarlo y a mostrarlo a los hombres. De hecho llega a exclamar: “El Reino de Dios está dentro  vosotros” (Lc. 17, 21).
Permíteme un paréntesis: algunas traducciones, entre ellas la Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española, traducen “El Reino de Dios está en medio de vosotros”. El texto griego dice: “ βασιλεία  το Θεο ἐντός μν στιν”. Ahora bien la preposición “ἐντός”, significa “dentro de”, como el vino está dentro de la copa, o el corazón dentro del cuerpo. La Vulgata es todavía más específica y dice “Regnum Dei intra vos est” y no usa la preposición “inter” que significaría “entre, en medio de vosotros”. Esto que aparentemente parece carecer de importancia, sí, la tiene en el campo exegético. Los que hablan de “está en medio” insinúan “yo – Jesús – soy el Reino de Dios y ya estoy en medio de vosotros, convertíos para estar a la altura de las circunstancias y acogerme. Los que afirmamos que está dentro de nosotros, acudimos al Génesis, 1, 26 – 27: “Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; … Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó”. Esto significa que el hombre tiene en su esencia, en su ADN, chispas de las cualidades de Dios: sabiduría, santidad, bondad, misericordia, justicia, etc. En este contexto “convertirse” significa cambiar de actitud, retirar las pesadas losas que taponan y ahogan el normal fluir de las cualidades que Dios ha puesto en nuestros corazones y dejar que broten con todas sus fuerzas; pronto nos percataremos que somos auténticos volcanes esparciendo torrentes de lavas de amor y misericordia que cambian el panorama en todo alrededor.
2 – “Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. Lo que verdaderamente sorprende aquí es la inmediatez. Escucharon la llamada y lo siguieron. Hay ocasiones que no se repiten en la vida, hay trenes que pasan una sola vez por la misma vía y si no lo coges, quedas en tierra esperando por siempre. Algunos hay que disimulan no escuchar la llamada, esperando a que esa voz enmudezca por si sola; otros contestan poniendo condiciones: “Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre” o “te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de los de mi casa” (cfr. Lc. 9, 59 – 61) o “quizás más adelante, Señor, por ahora déjame gozar de mi vida y de mi juventud”. Es muy probable que a todos estos Jesús les conteste: “ya será demasiado tarde, pues nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios” (cfr. Lc. 9, 62).
3 – “Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”. La Iglesia a ejemplo de Jesús siempre, pero más significativamente en esta época que nos ha tocado vivir, es consciente que la evangelización – anuncio del Reino – tiene que ir acompañada de buenas obras, a las que conocemos como las Obras de Misericordia o Mandamiento del Amor. Jesús enseñaba en las sinagogas, proclamaba el evangelio y, al mismo tiempo, curaba las enfermedades y dolencias del pueblo.
Después de un largo silencio dijo el joven:
- Maestro, catemos el canto del "pescador", y sin esperar respuesta empezó:
Pescador, que al pasar por la orilla del lago
me viste secando mis redes al sol
tu mirar se cruzó con mis ojos cansados
y entraste en mi vida buscando mi amor.
Pescador, en mis manos has puesto otras redes
que pueden ganarte la pesca mejor
y al llevarme contigo en la barca
me nombraste, Señor, pescador.
Pescador, entre tantos que había en la playa
tus ojos me vieron, tu boca me habló
y a pesar de sentirse mi cuerpo cansado
mis pies en la arena siguieron tu voz.
Pescador, mi trabajo de toda la noche
mi dura faena hoy nada encontró
pero Tú que conoces los mares profundos
compensa, si quieres, mi triste labor.
Pescador, manejando mis artes de pesca
en otras riberas mi vida quedó
al querer que por todos los mares del mundo
trabajen mis fuerzas, por Ti, mi Señor.

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