viernes, 27 de enero de 2017

Bienaventurados, felices, dichosos.

Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario  A

Lectura del santo evangelio según san Mateo, 5, 1 - 12a.


En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
- Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.    
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
    Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
    Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
    Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 
    Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 
    Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de DIOS.
    Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque  de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.  Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Estaba el ermitaño atizando el fuego esperando al discípulo que pronto llegaría no obstante el intenso frio y el espeso manto de nieve que cubría aquellas tierras, montes y valles, dejando los caminos irreconocibles, pero que el joven conocía al dedillo y solventaba a las mil maravillas. En estos pensamientos estaba cuando este se asomó por la entrada y, como de costumbre, saludó:
- Buenos días, Maestro, ¿cómo llevas el frío?
- ¿Para qué creó Dios al hombre?
El discípulo quedó sorprendido y no sabía que contestar. No comprendía la pregunta a bocajarro hecha por su amigo, Por fin se atrevió a repreguntar, no sin cierto nerviosismo:
- ¿Por qué me preguntas así de inmediato? ¿Piensas hacerme un examen hoy? No me he preparado para ello. De todas maneras me viene a la mente el primer párrafo de la Plegaria Eucarística IV que dice: “Te alabamos, Padre santo, porque eres grande y porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado.” Partiendo de este texto litúrgico – y de la lectura de los primeros 25 versículos del Génesis - interpreto que Dios después de haber realizado toda la creación y haber “visto que era bueno” sintió el deseo de crear alguien que se pareciera lo más posible a Él y pudiera disfrutar de tanto bien y tanta belleza.
- Me parece una respuesta muy profunda y adecuada - y eso que no te habías preparado para este examen - pero yo esperaba una contestación más sencilla.
- ¡Cuál, Maestro?
- Te cuento: cuando era pequeño – y de esto hace ya muchos años – aprendíamos el catecismo de memoria, a base de preguntas y respuestas y una de las primeras preguntas era: “¿para qué creó Dios al hombre?”
- ¿Y la respuesta era?
- “Dios creó al hombre para que le amara y sirviera en esta vida y fuera eternamente feliz con Él en el cielo”.
- Me gusta la definición, pero quisiera hacerte una pregunta …
- ¿Cuál?
- ¿Por qué estamos hablando de la creación del hombre?
- Por el evangelio de este domingo.
- Todavía no caigo. La liturgia nos propone hoy el evangelio del Sermón de la Montaña y más concretamente las Bienaventuranzas.
- Exactamente, y vuelvo a la respuesta del catecismo de mi infancia ofreciendo algún matiz. De una lectura simplicista del texto puede parecer que en la vida hay dos capítulos:
Capítulo Primero: vida en este mundo amando a un Dios lejano que se puede confundir con un amor reverencial muy próximo al miedo.
Capítulo Segundo: una vida plenamente feliz, eso sí, en el cielo.
Creo sinceramente que estos dos capítulos no son tan estandarizados. Dios creó al hombre para que fuera feliz ya aquí en este mundo, en su vida terrena, y Jesús en el sermón de montaña nos ofrece la receta para alcanzar la felicidad, la auténtica felicidad.
- Comprendo. Si queremos ser felices debemos vivir las bienaventuranzas.
- Exactamente. Dicen los entendidos que el hombre tiene ansias de felicidad, busca la felicidad, y nuestra sociedad se esfuerza en ofrecer, vanamente, muchos medios para alcanzarla: poder, riqueza, dominios, coches, vacaciones exóticas, diversiones, drogas, etc., pero al final del camino siempre hay un vacío, una insatisfacción, una sensación de que todavía queda más y más …
Las bienaventuranzas son la carta magna de la felicidad, pues los pobres de espíritu, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia, aunque a veces en medio de infinitas contrariedades y sufrimientos, son felices porque sienten el soplo de la presencia de Dios y saben que ese camino conduce inexorablemente a “ser eternamente felices con Él en el cielo".
- Buscaré la felicidad intentando vivir cada día las bienaventuranzas, pero de momento vamos a cantarlas:
Bienaventurados seremos, Señor.
Seremos, Señor.
Seréis bienaventurados los desprendidos de la tierra,
seréis bienaventurados porque tendréis el cielo.
Seréis bienaventurados los que tenéis alma sencilla,
seréis bienaventurados, vuestra será la tierra.
Seréis bienaventurados los que lloráis, los que sufrís,
seréis bienaventurados porque seréis consolados.
Seréis bienaventurados los que tenéis hambre de mí,
seréis bienaventurados porque seréis saciados.
Seréis bienaventurados los que tenéis misericordia,
seréis bienaventurados porque seréis perdonados.
Seréis bienaventurados los que tenéis el alma limpia,
seréis bienaventurados porque veréis a Dios.
Seréis bienaventurados los que buscáis siempre la paz,
seréis bienaventurados, hijos seréis de Dios.
Seréis bienaventurados los perseguidos por mi causa,
seréis bienaventurados porque tendréis mi Reino.


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