Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario A
Lectura del santo evangelio según san
Mateo, 5, 1 - 12a.
En aquel
tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron
sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
-
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos.
Dichosos los
que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos
heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de
la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque
ellos se llamarán los Hijos de DIOS.
Dichosos los perseguidos por causa de la
justicia, porque de ellos es el reino
de los cielos.
Dichosos
vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo
por mi causa. Estad alegres y
contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
|
Estaba
el ermitaño atizando el fuego esperando al discípulo que pronto llegaría no obstante
el intenso frio y el espeso manto de nieve que cubría aquellas tierras,
montes y valles, dejando los caminos irreconocibles, pero que el joven
conocía al dedillo y solventaba a las mil maravillas. En estos pensamientos
estaba cuando este se asomó por la entrada y, como de costumbre, saludó:
- Buenos días,
Maestro, ¿cómo llevas el frío?
- ¿Para qué
creó Dios al hombre?
El discípulo
quedó sorprendido y no sabía que contestar. No comprendía la pregunta a
bocajarro hecha por su amigo, Por fin se atrevió a repreguntar, no sin cierto
nerviosismo:
- ¿Por qué me
preguntas así de inmediato? ¿Piensas hacerme un examen hoy? No me he
preparado para ello. De todas maneras me viene a la mente el primer párrafo
de la Plegaria Eucarística IV que dice: “Te
alabamos, Padre santo, porque eres grande y porque hiciste todas las cosas
con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el
universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo
lo creado.” Partiendo de este texto litúrgico – y de la lectura de los
primeros 25 versículos del Génesis - interpreto que Dios después de haber realizado
toda la creación y haber “visto que era
bueno” sintió el deseo de crear alguien que se pareciera lo más posible a
Él y pudiera disfrutar de tanto bien y tanta belleza.
- Me parece
una respuesta muy profunda y adecuada - y eso que no te habías preparado para
este examen - pero yo esperaba una contestación más sencilla.
- ¡Cuál,
Maestro?
- Te cuento:
cuando era pequeño – y de esto hace ya muchos años – aprendíamos el catecismo
de memoria, a base de preguntas y respuestas y una de las primeras preguntas
era: “¿para qué creó Dios al hombre?”
- ¿Y la
respuesta era?
- “Dios creó al hombre para que le amara y
sirviera en esta vida y fuera eternamente feliz con Él en el cielo”.
- Me gusta la
definición, pero quisiera hacerte una pregunta …
- ¿Cuál?
- ¿Por qué
estamos hablando de la creación del hombre?
- Por el
evangelio de este domingo.
- Todavía no
caigo. La liturgia nos propone hoy el evangelio del Sermón de la Montaña y
más concretamente las Bienaventuranzas.
- Exactamente,
y vuelvo a la respuesta del catecismo de mi infancia ofreciendo algún matiz.
De una lectura simplicista del texto puede parecer que en la vida hay dos
capítulos:
Capítulo
Primero:
vida en este mundo amando a un Dios lejano que se puede confundir con un amor
reverencial muy próximo al miedo.
Capítulo
Segundo: una
vida plenamente feliz, eso sí, en el cielo.
Creo
sinceramente que estos dos capítulos no son tan estandarizados. Dios creó al
hombre para que fuera feliz ya aquí en este mundo, en su vida terrena, y
Jesús en el sermón de montaña nos ofrece la receta para alcanzar la
felicidad, la auténtica felicidad.
- Comprendo.
Si queremos ser felices debemos vivir las bienaventuranzas.
- Exactamente.
Dicen los entendidos que el hombre tiene ansias de felicidad, busca la
felicidad, y nuestra sociedad se esfuerza en ofrecer, vanamente, muchos
medios para alcanzarla: poder, riqueza, dominios, coches, vacaciones
exóticas, diversiones, drogas, etc., pero al final del camino siempre hay un
vacío, una insatisfacción, una sensación de que todavía queda más y más …
Las
bienaventuranzas son la carta magna de la felicidad, pues los pobres de
espíritu, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre y sed de
justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por
la paz, los perseguidos por causa de la justicia, aunque a veces en medio de
infinitas contrariedades y sufrimientos, son felices porque sienten el soplo
de la presencia de Dios y saben que ese camino conduce inexorablemente a “ser eternamente felices con Él en el
cielo".
- Buscaré la
felicidad intentando vivir cada día las bienaventuranzas, pero de momento
vamos a cantarlas:
Bienaventurados
seremos, Señor.
Seremos,
Señor.
Seréis bienaventurados los
desprendidos de la tierra,
seréis bienaventurados porque tendréis
el cielo.
Seréis bienaventurados los que tenéis
alma sencilla,
seréis
bienaventurados, vuestra será la tierra.
Seréis bienaventurados los que
lloráis, los que sufrís,
seréis bienaventurados porque seréis
consolados.
Seréis bienaventurados los que tenéis
hambre de mí,
seréis
bienaventurados porque seréis saciados.
Seréis bienaventurados los que tenéis
misericordia,
seréis bienaventurados porque seréis
perdonados.
Seréis bienaventurados los que tenéis
el alma limpia,
seréis
bienaventurados porque veréis a Dios.
Seréis bienaventurados los que buscáis
siempre la paz,
seréis bienaventurados, hijos seréis
de Dios.
Seréis bienaventurados los perseguidos
por mi causa,
seréis
bienaventurados porque tendréis mi Reino.
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