lunes, 30 de enero de 2017

Sal y Luz: Esencia y Testimonio


Quinto Domingo del Tiempo Ordinario  A

Evangelio según san Mateo, 5, 13 – 16.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Vosotros sois la sal de la tierra.  Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo.  No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

- Seguimos con el sermón de la montaña, dijo el discípulo después de haber saludado al ermitaño y de haberse calentado durante unos segundos en el fuego que generosamente ardía en el centro de la cueva donde residía el anacoreta.
- Seguimos escuchando el Sermón de la montaña según San Mateo (capítulos 5, 6 y 7)  - respondió el Maestro  que curiosamente en San Lucas aparece como el sermón del valle o de la llanura (“loco campestri”, según la Vulgata) (Cfr. Lc. 6, 17 – 49). Poco importa el lugar preciso donde fueron pregonadas estas importantísimas enseñanzas del Señor, sino su contenido que marcan un “antes” y un “después” en el contenido de la religión. Sin embargo, y para ser fieles a la ciencia, fundamentándonos en la tradición de la Iglesia, en los testimonios más antiguos, entre ellos el de la peregrina española Egeria  que pasó por aquellos lugares entre el año 381 y 384 de nuestra era, parece que fue en la falda de la montaña a unos trescientos metros del lago de Tiberíades, muy cerca de Tábga, lugar del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, y del Primado de Pedro, dónde Jesús, ya resucitado, confirma a Pedro como Pastor de sus corderos y de sus ovejas; todo esto a unos tres quilómetros de Cafarnaún. Las excavaciones arqueológicas del siglo pasado parecen confirmar esta teoría.
Pero vamos al contenido: Sal y Luz.
Debemos hacer un grande esfuerzo para comprender y valorar esta comparación. Hoy tenemos sal en abundancia y a buen precio y luz artificial por doquier, un poco cara quizá pero en abundancia; ahora bien, en los tiempos de Jesús no era así. La sal era un producto escaso y caro y en ocasiones moneda de intercambio comercial; de ahí viene el término “salario” pues con frecuencia los romanos pagaban a sus jornaleros con bolsitas de sal. Y lo mismo la luz: para poder vislumbrar algo en la oscuridad lo único que utilizaban eran antorchas de sebo o de resinas que producían mucho humo y muy poca luz, por lo que decir qu somos sal de la tierra y luz del mundo es elevarnos a una categoría muy alta, podríamos decir que no solo somos necesarios, sino imprescindibles.
Permíteme, amigo mío, reflexionar brevemente sobre estos dos términos: sal y luz …
- Adelante, Maestro, te escucho.
- Al hablar de la sal Jesús entra en contradicción – “contraditio in terminis”, como dirían los clásicos – pues la sal no se puede volver sosa; o es sal o no lo es, porque la esencia de la sal es precisamente ser “salada”. Al decirnos que somos sal el Señor está definiendo nuestra esencia, o somos o no somos. Es cierto que se puede ser otra cosa, inclusive buena, pero no se es sal. Existen en los mercados, sobre todo en los orientales, centenares de especias que dan sabor a las comidas, pero no nos equivoquemos, no son sal. Te digo esto porque  hoy hay mucha confusión; existe un tipo de “pancristianismo” que pretende confundir todo lo bueno con lo cristiano y todo lo cristiano con lo bueno,. Lo que se consigue con esto es diluir el sabor del evangelio entre todos los demás sabores haciendo un “totum revolutum” donde perdemos nuestra específica identidad. Ser cristiano significa vivir la novedad del evangelio en el espíritu del sermón de la montaña, y no nos equivoquemos: o somos o no somos. Es cierto que hay otras filosofias, otros estilos de vida y otras instituciones que son positivas y que aportan valores a la sociedad, que son muy respetables y debemos apreciar, pero no confundir: una cosa es la sal, y otra el orégano, el romero o el cilantro.
Te decía que al hablar de la sal el Señor se refiere a la esencia, pues al hablar de la luz se refiere al testimonio. No caigamos en la tentación de meter nuestra luz debajo del celemín, por dos motivos fundamentales:
1º -  porque corre el riesgo de extinguirse. Seguimos los supuestos de la predicación, si habláramos de una bombilla incandescente, sería otro asunto, pero este no es el caso. La fe, como la luz, necesita airearse, oxígeno, ser renovada, compartida y constantemente contrastada; enroscada en si misma, se marchita y muere;
2º - suponiendo que superviviera, sería absolutamente estéril. ¿para qué serviría una lámpara metida debajo de un celemín? Seguiría siendo lámpara, seguría estando encendida, pero sería absolutamente inútil, no produciría los efectos para los que se  encendió: alumbrar a todos los de casa.
Resumiendo, amigo mío, preguntémenos si somos verdaderamente sal, convencidos de nuestra esencia, de nuestra fe, o acaso somos cualquier otra especia camuflada;  una vez  discernido este concepto, preguntémonos dónde estamos situados: debajo de un celemín o colocados en el candelero intentando iluminar a los que por allí pasan; eso sí, muy humildemente, pues no somos ni el sol, ni la la luna ni una estrella, tan solo una frágil lámpara de barro. Me viene ahora a la mente aquella frase de Rabindranath Tagore:
“Dijo el sol cuando llegó a su ocaso:
¿quién me sustituirá?”
“Haremos lo que podamos”,
contestó la lámpara de barro.
- ¿Y cuáles serían los celemines de hoy día, Maestro?
- Pueden ser muchos y muy variopintos: no querer comprometerse, falta de confianza en el Espíritu y de autioestima, pensar que yo no valgo para eso, considerar que eso de ser luz no va conmigo, apatía ante las cosas del Espíritu, falta de empatía con las personas y el mundo que nos rodea. Estas y muchas otras razones pueden hacer que nos enrosquemos en nosotros mismos y vayamos a refugiarnos debajo del celemín, donde nos encontraremos muy cómodos y donde nadie nos molestará.
Después del acostumbrado silencio, dijo el discípulo:
- Maestro, hay muchos cantos con el contenido de sal y de luz, pero yo, si te parece bien, he elegido este, “Id, amigos” pues fue el que cantó el coro al terminar la celebración de mi confirmación y me trae muy gratos recuerdos.
- Vamos allá dijo el Maestro:
Sois la semilla que ha de crecer,
Sois la estrella que ha de brillar,
Sois levadura, sois grano de sal,
antorcha que ha de alumbrar.
Sois la mañana que vuelve a nacer,
sois espiga que empieza a granar.
Sois aguijón y caricia a la vez,
testigos que voy a enviar.
Id, amigos, por el mundo, anunciando el amor,
mensajeros de la vida, de la paz y el perdón.
Sed, amigos, los testigos de mi Resurrección.
Id llevando mi presencia. ¡Con vosotros estoy!
Sois una llama que ha de encender
resplandores de fe y caridad.
Sois los pastores que han de guiar
al mundo por sendas de paz.
Sois los amigos que quise escoger,
sois palabra que intento gritar.
Sois reino nuevo que empieza a engendrar
justicia, amor y verdad.
Sois fuego y savia que viene a traer,
sois la ola que agita la mar.
La levadura pequeña de ayer
fermenta la masa del pan.
Una ciudad no se puede esconder,
ni los montes se han de ocultar.
En vuestras obras que buscan el bien
los hombres al Padre verán.


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