miércoles, 26 de abril de 2017

CAMINO DE EMAÚS


Tercer Domingo de Pascua A.

Evangelio según san Lucas, 24, 13 - 35.
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo:
- ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
- ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?
Él les preguntó:
- ¿Qué?
Ellos le contestaron:
- Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo:
- ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:
-  Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
- ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
- Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

El ermitaño miraba al horizonte. El alba invitaba al éxtasis; el sol todavía no despuntaba, pero a  lo lejos, detrás de las montañas, se veía una aureola  entre rojo y amarillo, indicando que el astro rey se disponía a hacer su ronda diaria. La primavera, como la leche en las torrijas, impregnaba toda la naturaleza.
En esto llegó el discípulo, como siempre corriendo, pero al ver en el atrio al Maestro lo saludó de lejos con un gesto y se desvió al manantial a refrescarse y a beber un trago de agua.
Terminados estos rituales y después de los saludos de rigor, cada cual sentado en su lugar fuera de la cueva del anacoreta, dijo el joven:
- Maestro, los encuentros del Resucitado con sus amigos tienen todos un carisma especial; no hay reproches, rezuman ternura y paz, pero veo en este con los discípulos de Emaús un algo más, un plus que no sabría explicar exactamente, ...
- Inténtalo.
- Al exponerlo probablemente lo encorseto demasiado y pierde su encanto, pero lo intentaré: Jesús no se presenta de frente como un maestro en la escuela o un cura en misa, presidiendo o enseñando, sino que se coloca al lado, a la misma altura, mirando al mismo horizonte, no solo hablando sino también escuchando; compañeros de camino, conversando como amigos, yendo hacia un mismo lugar. No tiene prisas, les concede todo el tiempo necesario para enseñarles; acepta hospedarse en su casa y compartir su alimento.
- Todavía nos queda mucho que aprender, dijo el ermitaño.
  Hubo un largo silencio hasta que el joven intervino:
- ¿Maestro, no me dices nada?
- Sí, contestó el ermitaño como despertando de un sueño, sí, añadiré algo, pero con tus apreciaciones tendríamos más que suficiente para la reflexión de este domingo.
Voy a subrayar tres puntos, que son muy tangenciales, pero que tú completas con la reflexión que has hecho.
1ª - "Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos". Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo". Jesús se puso a caminar con ellos, como tu decías, como uno más del grupo. Quizás sintamos la tentación de juzgar a los discípulos de Emaús por no haber reconocido al Señor, pero creo que eso carece de importancia en este momento; hay muchos otros puntos a valorar, sobre todo el hecho de que hayan aceptado al forastero, al extraño como compañero de camino sin ningún tipo de rechazo, suspicacia o recelos, sino con toda normalidad.
Continuamente Jesús se pone a nuestro lado en el "otro".  No es necesario buscarlo, reconocerlo; fuera ansiedades y neurosis, es suficiente no rechazarlo. Él hará el resto.
- "Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron". Esta afirmación me intriga mucho. Cuando escuchamos: "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio"  en seguida lo relacionamos con la Eucaristía, pero ellos no, era imposible. Era el primer día de la semana, el mismísimo domingo de resurrección, ellos no habían participado en la última cena de Jesús ya que esa, según los sinópticos y de manera indirecta también según San Juan, fue reservada a los "elegidos", a los apóstoles, a los Doce. De lo que había sucedido en el Cenáculo no tenían noticia. El discernimiento de la Fracción del Pan como Eucaristía, como presencia real del Resucitado entre los suyos, tardó tiempo en cuajar y fue imprescindible la intervención del Espíritu Santo en Pentecostés para comprender esta y otras muchas realidades de las enseñanzas de Jesús.
Entiendo que fue la manera o forma de hacerlo lo que les llevó a reconocerlo. Jesús  tiene una manera muy especial de hacer las cosas, que lo más nimio lo hace grandioso, lo más insignificante lo hace imprescindible, lo más humano lo hace divino.
Si hay algo que hoy me preocupa, amigo mío, es la tendencia a profanar lo sagrado, en el sentido más sencillo del término, es decir tratar las cosas o realizar acciones sagradas como si fueran profanas, cuando deberíamos hacer todo lo contrario: divinizar lo humano de tal manera que todos puedan detectar la presencia de Jesús en las cosas y en los gestos más corrientes y sencillos. Los discípulos de Emaús, reconocieron al Señor cuando Él tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, gesto que se repetía todos los días en todas las casas judías.
- Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén". Tenemos que hacer una composición de tiempo y de lugar: Jerusalén distaba unas dos leguas de Emaús, parece ser que algo más de once quilómetros actuales; se había hecho ya de noche, pues llegaron a la aldea al atardecer, habían cenado pausadamente porque continuaron la conversación/catequesis del camino, y, por supuesto, los caminos eran difíciles y muy peligrosos, pero cuando reconocieron el Resucitado olvidaron las dificultades del camino y sus peligros, olvidaron el cansancio acumulado por lo sufrido y lo andado y, en plena noche, vuelven a Jerusalén para comunicar su experiencia con Jesús el Crucificado, con Jesús al que creían muerto pero estaba vivo, con Jesús, el Señor, que había compartido con ellos un largo caminar.
Nadie, amigo mío, nadie que haya tenido la experiencia de encontrarse con Jesús, puede quedarse de brazos cruzados; sentirá una necesidad imperiosa de comunicárselo a los cuatro vientos, sin medir los riesgos y las consecuencias. Solamente tiene una meta: anunciar a todo el mundo que la tumba está vacía y Jesús resucitado.
Para terminar, como hacía casi siempre el discípulo, le pasó al ermitaño un folio con dos canciones:

QUÉDATE JUNTO A NOSOTROS,
(E. Vicente Mateu)
Quédate junto a nosotros
que la tarde está cayendo,
pues sin ti a nuestro lado
nada hay justo, nada hay bueno.
Caminamos solos por nuestro camino
cuando vimos a la vera un peregrino
nuestros ojos ciegos de tanto penar
se llenaron de vida, se llenaron de paz.
Quédate junto a nosotros
que la tarde está cayendo,
pues sin ti a nuestro lado
nada hay justo, nada hay bueno.
Buen amigo quédate a nuestro lado,
pues el día ya sin luces se ha quedado
con nosotros quédate para cenar
y comparte mi mesa y comparte mi pan.
Quédate junto a nosotros
que la tarde está cayendo,
pues sin ti a nuestro lado
nada hay justo, nada hay bueno.
Tus palabras fueron la luz de mi espera
y nos diste una fe más verdadera
al sentarnos junto a ti para cenar
conocimos quién eras, al partirnos el pan.
Quédate junto a nosotros
que la tarde está cayendo,
pues sin ti a nuestro lado
nada hay justo, nada hay bueno.

EL PEREGRINO DE EMAÚS
(Letra: Padre Esteban Gumucio, sscc.
Música: Andrés Opazo)
¿Qué venías conversando?
me dijiste, buen amigo;
y me detuve asombrado
a la vera del camino.
¿No sabes lo que ha pasado
allá en Jerusalén?
De Jesús de Nazaret
a quien clavaron en la cruz,
por eso me vuelvo triste
a mi aldea de Emaús.
Por el camino de Emaús
un peregrino iba conmigo
no lo conocí al caminar
ahora sí, en la fracción del pan.
Van tres días que se ha muerto
y se acaba mi esperanza.
Dicen que algunas mujeres
al sepulcro fueron al alba.
Pedro, Juan y algunos otros
hoy también allá buscaron.
Mas se acaba mi confianza
no encontraron a Jesús
por eso me vuelvo triste
a mi aldea de Emaús.
Hizo seña de seguir
más allá de nuestra aldea
y la luz del sol poniente
parecía que muriera.
Quédate forastero,
ponte a la mesa y bendice
y al destello de su luz
en la bendición del pan
mis ojos reconocieron
al amigo de Emaús.



viernes, 21 de abril de 2017

Gracias, Tomás.


Segundo Domingo de Pascua  A

Evangelio según san Juan,   20, 19 -  31.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús,  se puso en medio y les dijo:
- Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:     
- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
- Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
- Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
- Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
- Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
- ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
- ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Llegó el joven discípulo a la cueva del eremita. Como siempre había hecho los cinco quilómetros corriendo, y, como siempre en circunstancias similares, después de saludar al Maestro se retiró unos momentos al manantial para refrescar y quitarse el sudor.
El anacoreta se alegraba inmenso de tenerlo allí. La oración matinal de los domingos, compartida con su amigo  resultaba más profunda y emocionante. En muchas ocasiones había dudado de la autenticidad de estas emociones.
Como en años anteriores el joven no había subido el domingo de Pascua; su párroco, anciano y cura de muchos pueblos, lo necesitaba, y él, aunque añorando el encuentro con su también anciano amigo de la montaña, ayudaba en su parroquia a los oficios y procesiones propias de las solemnidades litúrgicas. Había subido, es cierto, la tarde del domingo, pero fue un encuentro lúdico; además de las felicitaciones pascuales el joven llevó al ermitaño una cesta con dulces que su madre había confeccionado ex profeso para el él: torrijas, buñuelos, arroz con leche y algunas exquisiteces más que el Maestro, poco habituado a  estas viandas, disfrutó a lo largo de toda la octava y compartió, además, con su amigo, el pastor, que como todas las semanas pasó por el lugar apacentado el rebaño.
En estas estaba cuando se acercó el discípulo, ya refrescado y más airoso que las amapolas en primavera y, como de costumbre, se sentó en el  poyo a la derecha de la entrada  y entró en el tema.
- Maestro, ya estamos otra vez en el segundo domingo de pascua y de nuevo nos encontramos con Tomás, el incrédulo ...
- Como sabes muy bien todos los ciclos litúrgicos ofrecen en este segundo domingo de pascua la doble aparición del Resucitado a los apóstoles en el cenáculo, la primera sin Tomás y la segunda con Tomás. Es un pasaje evangélico llenos de detalles y de riqueza.
Hace dos años he puesto el acento en la frase: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos". y te comentaba de manera un tanto jocosa, cuántas veces se habría arrepentido Jesús de haber dado a la Iglesia tanto poder que ha usado mucho para perdonar, pero también, con demasiada frecuencia, para retener.
El año pasado nos hemos parado en el término "shalom", paz, que el Señor repite bien tres veces en este texto. Era - y sigue siendo - el saludo usual del pueblo judío pero, pronunciado por Jesús, adquiere una fuerza y un significado más profundo y, me atrevo a decir, más ambicioso: Cristo con su resurrección da inicio a una nueva creación, pone en órbita un nuevo mundo, y esa creación y ese nuevo mundo llegarán a su plenitud cuando la humanidad entera conquiste la Paz. No hablo de la paz, ausencia de guerras o de la paz consecuencia del equilibrio de las fuerzas bélicas, sino de la Paz que brota del corazón del hombre y es capaz de transformar el entero universo. Amigo mío, cuando cada uno de nosotros  construye esa paz en su hogar, en su trabajo, en su entorno está anunciando y perpetuando en el tiempo la resurrección de Jesús.
Este año quisiera fijarme en la incredulidad de Tomás y darle las gracias...
- ¿Darle las gracias? interrumpió el discípulo.
- Sí, darle las gracias e intentaré explicarme. La semana pasada contemplaba yo la consternación de la Magdalena al encontrar el sepulcro vacío. Ella no estaba, todavía, pensando en resurrecciones ni en fantasmas, ni se le pasaba por la cabeza que su amigo Jesús estuviera vivo. Solo tenía una certeza, para ella amarga certeza, de que el sepulcro estaba vacío.
Cuando este ermitaño estaba en la sociedad como un ciudadano más escuchó en más de una ocasión expresiones como esta: "la resurrección de Cristo es un hecho prácticamente indiferente. Lo cierto es que los apóstoles y sus amigos estaban tan unidos a Él y tan imbuidos en su doctrina que para ellos seguía tan vivo en su memoria y en sus recuerdos que se sintieron  impulsados a extender y a perpetuar su mensaje.
 Amigo mío, también yo estaba muy unido a mis padres, tengo cada vez más viva en mí su presencia, su recuerdo y todo lo que, en su día, me enseñaron, pero sus sepulturas no están vacías. Aquí no caben ni bromas ni interpretaciones: CRISTO HA RESUCITADO de verdad. Aquí nos lo jugamos todo a una carta; ya Pablo lo comentó con todo el realismo que le distinguía: "si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe" (1ª Cor. 15, 14). Si Cristo no ha resucitado el cristianismo no es más que una bonita doctrina - ¡que es bonita! - con sus leyes, sus principios, sus valores, pero equiparable a muchas otras corrientes filosóficas, religiosas o místicas. Pero Pablo a continuación afirma para alejar cualquier duda: "Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto" (v. 20). La resurrección de Jesús da trascendencia a todo lo que somos y a todo lo que hacemos, ilumina y da sentido a nuestro presente y nos proyecta hacía el futuro.
El Maestro calló, pero el discípulo, incómodo, miraba al ermitaño esperando algo más. Como este permanecía en su silencio el joven intervino:
- Sí Maestro y gracias por tus palabras, pero ¿qué entra la incredulidad de Tomás en todo esto?
- Es un cabo o maroma más que afianza esta nave. Piensa un momento. Los apóstoles, según se nos dice en el libro los Hechos estaban cerrados, y atrancados, en el cenáculo por miedo a los judíos; llevaban unos cuantos días de angustia, miedo y desolación. Es, incluso posible que no hubieran comido ni bebido desde la última cena tenida allí mismo con Jesús. Se podría deducir fácilmente que en esas circunstancias  las visiones y alucinaciones serían lógicas. Pero Tomás había salido,  respirado aire puro,  entrado en contacto con la gente y, muy probablemente, comido satisfactoriamente en casa de algún amigo galileo u otro lugar apropiado, y ya no estaba propenso a tener alucinaciones; por eso, cuando le cuentan la visita del resucitado, sencillamente se niega a creer hasta que la evidencia del Resucitado en la segunda visita lo doblega y le obliga a creer muy a pesar suyo.
El sepulcro vacío que contempló la Magdalena y las llagas de las manos y del costado que vio y tocó Tomás son pruebas irrefutables de que Cristo ya no está muerto, sino vive.  Por eso me atrevo a decir hoy "Gracias, Tomás, porque tus dudas afianzan mi fe".
- Gracias, Tomas, dijo el discípulo haciendo eco a las palabras del Maestro.
Después del acostumbrado silencio meditativo, dijo el anacoreta:
- ¿Has preparado algún texto o canto para sellar este rato de oración?
- Sí, Maestro. Tengo dos para que elijas. Y le pasó un folio con estos dos canciones:

Creo Señor pero aumenta mi fe.
Creo, Señor pero aumenta mi fe.
1. Creo en Dios Padre todopoderoso
Creador del cielo y de la tierra.
2. Creo en Jesucristo su único Hijo,
que se hizo hombre y murió por salvarnos.
3. Creo en Espíritu Santo
y en la Iglesia Católica nuestra madre.

RESUCITÓ, RESUCITÓ,
RESUCITÓ, ALELUYA.
ALELUYA, ALELUYA,
ALELUYA, RESUCITÓ.
La muerte:
¿dónde está la muerte?,
¿dónde está mi muerte?,
¿dónde su victoria?
RESUCITÓ ...
¡Gracias sean dadas al Padre,
que nos pasó a su Reino
donde se vive de amor!
RESUCITÓ ...
Alegría, alegría hermanos
que si hoy nos queremos
es porque resucitó.
RESUCITÓ ...
¡Si con él morimos
con él vivimos,
con él cantamos:
Aleluya!
ALELUYA, ALELUYA,
ALELUYA, RESUCITÓ.
RESUCITÓ, RESUCITÓ,
RESUCITÓ, ALELUYA.


jueves, 13 de abril de 2017

El sepulcro está vacío.


PASCUA DE RESURRECCIÓN.

Evangelio según san Juan, 20, 1 - 9.
    El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
- Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Era la madrugada del domingo de resurrección.  El ermitaño apenas había dormido un par de horas. Sólo, pero en comunión con toda la Iglesia había vivido intensamente el Triduo  Pascual; su particular vigilia  había terminado a las 2,30 horas y ahora, dos horas más tarde allí estaba en la soledad de la montaña para vivir el acontecimiento histórico y diariamente renovado de la resurrección del Señor. Parece que toda la naturaleza se había organizado para acompañar al hombre de la montaña en su fiesta pascual:
* no tenía incienso, pero toda la montaña olía a tomillo, romero y lavanda, y las flores silvestres, que con sus múltiples colores configuraban un enorme e interminable tapiz, coronaban con sus fragancias este crisol de aromas;
* no tenía órgano ni guitarra ni una renombrada coral, pero todos los pajarillos de alrededor se habían conjurado para cantar - ¡oh maravillosa sinfonía! - al despuntar los primeros rayos del amanecer;
* no tenía cirio pascual, ni candelas, ni grandes iluminaciones que indicaran simbólicamente que Jesucristo Resucitado es la luz que ilumina este mundo triste y cansino, harto de dolores y siempre esperando, pero mirando  al  cielo  contempló como las estrellas,  organizadas en constelaciones, y también alguna despistada que vagaba sola por el horizonte, brillaban aquella madrugada con mayor intensidad. Pudo identificar  - y  saludó con un gesto de manos como cuando descubres a lo lejos  a un amigo para que pueda verte e identificarte -  la Osa Mayor  la Osa Menor, Tauro, Orión  y Leo,  Escorpio, el Can o Perro Mayor, Casiopea, El Boyero y la Cruz del Sur, Acuario y Géminis. Desafiando en brillo y en luminosidad estaba la estrella polar que aventajaba no solo a sus hermanas de la Osa Menor sino a todas las estrellas del firmamento. Y allí, cercana pero humilde,  atenta pero discreta, estaba ella, la Señora, la que siempre nos acompaña en las tinieblas de nuestras noches, la Luna que parecía decirle: "¡Tranquilo! nunca te abandonaré, te apoyaré en tus calvarios como, dolorosa pero impertérrita, iluminé con mi presencia aquel día el calvario de Jerusalén".
Todo, absolutamente todo, participaba aquella mañana del gozo del ermitaño.
Otra madrugada como esta, pero de hace casi veinte siglos, una mujer, también sola según la versión de San Juan, se dirigió al huerto de José de Arimatea para rehacer el tratamiento propio que se aplicaba a los difuntos. Ya lo habían hecho el susodicho José de Arimatea y Nicodemo, pero María Magdalena no estaba tranquila; lo habían hecho a prisa y corriendo porque se acercaba la puesta del sol y todos tenían que realizar muchas cosas antes de que eso sucediera y además, ¡caramba! eran hombres y estas cosas solo las hacen bien las mujeres.
... Y EL SEPULCRO ESTABA VACÍO. Esta es la gran sorpresa y la gran revelación. María todavía no ha percibido la resurrección pero constata que el sepulcro está vacío. Después lo verá resucitado, hablará con Él e intentará abrazarlo, pero primero descubre  con dolor y consternación que el sepulcro está vacío.
Desde siempre hay quienes afirman que las visiones de Cristo Resucitado son fruto de alucinaciones, desvaríos u ofuscamientos, o, aún peor, de un complot de sus discípulos para perpetuar la doctrina de un forajido (Cfr. Mt. 27, 62 - 66), pero el sepulcro estaba vacío; lo vieron María Magdalena primero, Pedro y Juan después. Allí ya no había muerte ni podredumbre, sino una sábana perfumada tendida y un sudario cuidadosamente colocado en un lugar cercano. Esta es la verdad.
La Resurrección de Jesús es todo para el creyente, pero, pensaba el ermitaño, hoy urge más que nunca participar en su resurrección: abrir los sepultos de tantos hermanos soterrados bajo las pesadas losas de la pobreza, de la incultura, de las varias dependencias y esclavitudes, de la incomprensión, de la marginación, de la emigración, de las calumnias y difamaciones. Hay que hacer rodar estas losas para evitar que se pudran en esos sepulcros. Solo resucitando a los hermanos seremos merecedores de nuestra propia resurrección.
Cuando los pájaros callaron y se fueron cada cual a su menester el ermitaño se puso a cantar a media voz:
Hoy el Señor resucitó
y de la muerte nos salvó.
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

Porque esperó, Dios le libró
y de la muerte lo sacó.
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

El pueblo en Él vida encontró;
la esclavitud ya terminó.
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

La luz de Dios en Él brilló,
la nueva vida nos llenó,
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

Con gozo alzad el rostro a Dios,
que de Él nos llega la salvación.
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

Todos cantad: «¡Aleluya!».
Todos gritad: «¡Aleluya!».
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

Después de un largo silencio y quietud de meditación el ermitaño salió afuera. La luna que durante toda la noche había brillado con todo su esplendor terminaba su periplo y se decidía a retirarse. Contemplando su silueta el hombre de la montaña, a media voz, como si quisiera no despertar lo que estaba sobradamente despierto, proclamó:
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables 
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

sábado, 8 de abril de 2017

Pueri Hebraeorum



Evangelio según san Mateo,  21, 1 – 11.
Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:
  - Id a la aldea de enfrente, encontraréis en seguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.
Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta:
«Decid a la hija de Sión:
"Mira a tu rey, que viene a ti,
humilde, montado en un asno,
en un pollino, hijo de acémila".»
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:
  - ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada:
  - ¿Quién es éste?
La gente que venía con él decía:
  - Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.
En la misa de hoy se lee la Pasión según san Mateo. 26, 14‑27, 66.


El domingo anterior Maestro y discípulo habían llegado al acuerdo – sin ninguna dificultad, por cierto – de que el encuentro dominical de hoy fuera una hora antes, pues el joven pensaba participar activamente en la procesión de ramos y en toda la liturgia de Semana Santa en su parroquia, pequeño pueblo de montaña, el más cercano al lugar dónde vivía el ermitaño aunque distara de allí una buena legua española.

En la madrugada el Maestro se había levantado de su catre para rezar el oficio de lecturas y no había vuelto a acostarse. Intentaba meditar sobre este día litúrgico, domingo de ramos, pero la mente se fue a su niñez y adolescencia cuando era monaguillo en su parroquia y, al mismo tiempo miembro, como tiple, de la coral parroquial, e instintivamente se puso a cantar con música gregoriana:

Pueri Hebraeorum,                                                         Los niños de los hebreos,
portantes ramos olivarum,                       tomando en sus manos ramos de olivos,
obviaverunt Domino,                                            salieron al encuentro del Señor;
clamantes et dicentes:                                                                gritaban y decían:
Hosanna in excelsis.                                                                ¡Alegría en el cielo!
Dómini est terra, et plenitúdo eius,            Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
orbis terrárum et univérsi qui hábitant in eo.         el orbe y todos sus  habitantes.
Quia ipse super mária fundávit eum,                         Él la fundó sobre los mares,
et super flúmina præparávit eum.                                  y la afianzó sobre los ríos.

Attóllite portas, príncipes, vestras :                          ¡Portones!, alzad los dinteles,
et elevámini, portæ æternáles :                          que se alcen las puertas eternales:
et introíbit rex glóriæ.                                             Va a entrar el Rey de la gloria.
Quis est iste rex glóriæ?                                      - ¿Quién es ese Rey de la gloria?
Dóminus fortis et potens:                                              - El Señor, héroe valeroso.
Dóminus potens in proelio.                                    El Señor valeroso en la batalla.

Attóllite portas, príncipes, vestras :                         ¡Portones!, alzad los dinteles,
et elevámini, portæ æternáles :                          que se alcen las puertas eternales:
et introíbit rex glóriæ.                                             va a entrar el Rey de la gloria.
Quis est iste rex glóriæ?  -                                     ¿Quién es ese Rey de la gloria?
Dóminus virtútum                                                       El Señor Dios del Universo
ipse est rex glóriæ.                                                            Él es el Rey de la gloria.

Glória Patri, et Fílio,                                                        Gloria al Padre, al Hijo, 
 et Spirítui Sancto.                                                                   y al Espíritu Santo.
 Sicut erat in princípio,                                                   Como era en el principio,
et nunc, et semper,                                                                        ahora y siempre
et in saecula sæculórum.                                               por los siglos de los siglos.
Amen.                                                                                                           Amén.  

Colocado de cuclillas con la cabeza apoyada en las manos entrelazadas y estas, a su vez, en la losa que le servía de mesa, seguía reviviendo recuerdos de su juventud: domingo de ramos, con sus ramos de olivo y palmas blancas, el Via Crucis por el calvario del pueblo, las procesiones y sobre todo, el oficio de tinieblas que se rezaba en la iglesia de los frailes del pueblo vecino a la que acudía para escuchar el canto solemne de los salmos, al final de cada cual se apagaba una vela del tenebrario, candelabro de forma triangular con quince velas,  y de las profecías, pero sobre todo por el ruido final que se hacía dando puñetazos en los bancos y patadas en el suelo de madera. Resulta curioso  como en estas fechas, sobre todo los chiquillos hacían unos cuantos quilómetros, regresando de noche, a veces con lluvia y siempre con frío, para escuchar unos cantos bellos, pero en una lengua que no entendían, solo para disfrutar de un minuto de alboroto y de ruido. Todo resultaba un poco aburrido, pero el fin era apoteósico.
En estas estaba cuando escuchó la voz del discípulo que desde fuera decía a media voz, como si quisiera no despertar:
- ¡Maestro!
- ¡Voy! Dijo el Maestro levantándose y dirigiéndose a la salida.
- Buenos días, amigo mío, ¿cómo estás? ¿No te has perdido por el camino?
- Buenos días, Maestro,  no me perderé nunca, conozco el camino de memoria, ni la oscuridad ni la nieve me desorientarán; podría hacerlo con los ojos cerrados.
- ¡Eres un exagerado! Pero de todas maneras no se te ocurra hacerlo, a ver si tenemos que rescatarte del fondo de un precipicio.
- De acuerdo, no lo haré. Yo, por el camino, venía reflexionando sobre la liturgia de hoy y sobre la Pasión que este año se lee en la versión de San Mateo. Pero hay tantos detalles, tantas enseñanzas, que al final me agobio.
- Es que esta semana es santa de verdad, es muy densa. Si me permites daré solo unas pinceladas; de ninguna manera pretendo agotar el tema, que es por si inagotable. Es más: lo que pueda decirte no es, ni siquiera, lo más importante.
La liturgia de hoy nos ofrece dos “evangelios”: uno que se proclama en la bendición de los ramos, y que enmarca la espiritualidad del día: la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, y otro, en la celebración eucarística, que es la Pasión según San Mateo, que enmarca todo el contenido de la semana Santa.
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén marca la auténtica personalidad de Jesús: “- ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!  Tanto para seguidores como para detractores, Jesús no es un personaje de medio pelo, un ladronzuelo o un criminal de poca monta. Para unos es, y para otros pretende ser, nada más y nada menos que el restaurador de la dinastía de David, ya extinta, y como David, elegido directamente por Yavé, después de la traición y decadencia del establishment reinante. Se trataba, o cuanto menos podría tratarse de un magnicidio, aunque de hecho fue el único deicidio de la historia.
- ¿Me permites una pregunta, antes de pasar a la segunda parte?
- Por supuesto, Maestro.
- ¿Dónde estaba María, la madre de Jesús, en medio de todo esto?
- No lo sé, Maestro, pero me imagino que estaría cerca.
- Tampoco yo lo sé y, como tú, me imagino que estaría cerca. En la Pasión de San Mateo María no viene citada ni al pie de la cruz:  “Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos”.  ¿Por qué no la cita?  Muy probablemente porque es tan obvia su presencia, que no hay que mencionarla. Pero sabemos que sí, estaba, por lo menos en el calvario, porque San Juan lo explicita “junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María, la de Cleofás y María, la Magdalena” (Jn. 19, 25).
María, como la mayoría de las madres, no quiere apoderarse de la gloria de su hijo, - chupar cámara, diríamos hoy – pero está presente cuando todos lo abandonan, cuando la necesita. ¡Así es María, así son las madres!
La lectura de la Pasión, nos introduce en  el misterio de toda la semana. Tengo que terminar porque tienes prisa, así que voy a hacer una comparación. Es como los pórticos de las iglesias románicas y góticas. Te presentan con sus imágenes y bajorrelieves una síntesis de la historia de la salvación de manera, que al llegar, te pares un momento, te concentres y te prepares para entrar en el lugar sagrado. Así, la lectura de la Pasión en el domingo de ramos, nos prepara para vivir paso a paso en los próximos días  la entrega total de Jesús, por voluntad del Padre, para la plena salvación de la humanidad.