miércoles, 26 de abril de 2017

CAMINO DE EMAÚS


Tercer Domingo de Pascua A.

Evangelio según san Lucas, 24, 13 - 35.
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo:
- ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
- ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?
Él les preguntó:
- ¿Qué?
Ellos le contestaron:
- Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo:
- ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:
-  Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
- ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
- Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

El ermitaño miraba al horizonte. El alba invitaba al éxtasis; el sol todavía no despuntaba, pero a  lo lejos, detrás de las montañas, se veía una aureola  entre rojo y amarillo, indicando que el astro rey se disponía a hacer su ronda diaria. La primavera, como la leche en las torrijas, impregnaba toda la naturaleza.
En esto llegó el discípulo, como siempre corriendo, pero al ver en el atrio al Maestro lo saludó de lejos con un gesto y se desvió al manantial a refrescarse y a beber un trago de agua.
Terminados estos rituales y después de los saludos de rigor, cada cual sentado en su lugar fuera de la cueva del anacoreta, dijo el joven:
- Maestro, los encuentros del Resucitado con sus amigos tienen todos un carisma especial; no hay reproches, rezuman ternura y paz, pero veo en este con los discípulos de Emaús un algo más, un plus que no sabría explicar exactamente, ...
- Inténtalo.
- Al exponerlo probablemente lo encorseto demasiado y pierde su encanto, pero lo intentaré: Jesús no se presenta de frente como un maestro en la escuela o un cura en misa, presidiendo o enseñando, sino que se coloca al lado, a la misma altura, mirando al mismo horizonte, no solo hablando sino también escuchando; compañeros de camino, conversando como amigos, yendo hacia un mismo lugar. No tiene prisas, les concede todo el tiempo necesario para enseñarles; acepta hospedarse en su casa y compartir su alimento.
- Todavía nos queda mucho que aprender, dijo el ermitaño.
  Hubo un largo silencio hasta que el joven intervino:
- ¿Maestro, no me dices nada?
- Sí, contestó el ermitaño como despertando de un sueño, sí, añadiré algo, pero con tus apreciaciones tendríamos más que suficiente para la reflexión de este domingo.
Voy a subrayar tres puntos, que son muy tangenciales, pero que tú completas con la reflexión que has hecho.
1ª - "Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos". Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo". Jesús se puso a caminar con ellos, como tu decías, como uno más del grupo. Quizás sintamos la tentación de juzgar a los discípulos de Emaús por no haber reconocido al Señor, pero creo que eso carece de importancia en este momento; hay muchos otros puntos a valorar, sobre todo el hecho de que hayan aceptado al forastero, al extraño como compañero de camino sin ningún tipo de rechazo, suspicacia o recelos, sino con toda normalidad.
Continuamente Jesús se pone a nuestro lado en el "otro".  No es necesario buscarlo, reconocerlo; fuera ansiedades y neurosis, es suficiente no rechazarlo. Él hará el resto.
- "Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron". Esta afirmación me intriga mucho. Cuando escuchamos: "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio"  en seguida lo relacionamos con la Eucaristía, pero ellos no, era imposible. Era el primer día de la semana, el mismísimo domingo de resurrección, ellos no habían participado en la última cena de Jesús ya que esa, según los sinópticos y de manera indirecta también según San Juan, fue reservada a los "elegidos", a los apóstoles, a los Doce. De lo que había sucedido en el Cenáculo no tenían noticia. El discernimiento de la Fracción del Pan como Eucaristía, como presencia real del Resucitado entre los suyos, tardó tiempo en cuajar y fue imprescindible la intervención del Espíritu Santo en Pentecostés para comprender esta y otras muchas realidades de las enseñanzas de Jesús.
Entiendo que fue la manera o forma de hacerlo lo que les llevó a reconocerlo. Jesús  tiene una manera muy especial de hacer las cosas, que lo más nimio lo hace grandioso, lo más insignificante lo hace imprescindible, lo más humano lo hace divino.
Si hay algo que hoy me preocupa, amigo mío, es la tendencia a profanar lo sagrado, en el sentido más sencillo del término, es decir tratar las cosas o realizar acciones sagradas como si fueran profanas, cuando deberíamos hacer todo lo contrario: divinizar lo humano de tal manera que todos puedan detectar la presencia de Jesús en las cosas y en los gestos más corrientes y sencillos. Los discípulos de Emaús, reconocieron al Señor cuando Él tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, gesto que se repetía todos los días en todas las casas judías.
- Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén". Tenemos que hacer una composición de tiempo y de lugar: Jerusalén distaba unas dos leguas de Emaús, parece ser que algo más de once quilómetros actuales; se había hecho ya de noche, pues llegaron a la aldea al atardecer, habían cenado pausadamente porque continuaron la conversación/catequesis del camino, y, por supuesto, los caminos eran difíciles y muy peligrosos, pero cuando reconocieron el Resucitado olvidaron las dificultades del camino y sus peligros, olvidaron el cansancio acumulado por lo sufrido y lo andado y, en plena noche, vuelven a Jerusalén para comunicar su experiencia con Jesús el Crucificado, con Jesús al que creían muerto pero estaba vivo, con Jesús, el Señor, que había compartido con ellos un largo caminar.
Nadie, amigo mío, nadie que haya tenido la experiencia de encontrarse con Jesús, puede quedarse de brazos cruzados; sentirá una necesidad imperiosa de comunicárselo a los cuatro vientos, sin medir los riesgos y las consecuencias. Solamente tiene una meta: anunciar a todo el mundo que la tumba está vacía y Jesús resucitado.
Para terminar, como hacía casi siempre el discípulo, le pasó al ermitaño un folio con dos canciones:

QUÉDATE JUNTO A NOSOTROS,
(E. Vicente Mateu)
Quédate junto a nosotros
que la tarde está cayendo,
pues sin ti a nuestro lado
nada hay justo, nada hay bueno.
Caminamos solos por nuestro camino
cuando vimos a la vera un peregrino
nuestros ojos ciegos de tanto penar
se llenaron de vida, se llenaron de paz.
Quédate junto a nosotros
que la tarde está cayendo,
pues sin ti a nuestro lado
nada hay justo, nada hay bueno.
Buen amigo quédate a nuestro lado,
pues el día ya sin luces se ha quedado
con nosotros quédate para cenar
y comparte mi mesa y comparte mi pan.
Quédate junto a nosotros
que la tarde está cayendo,
pues sin ti a nuestro lado
nada hay justo, nada hay bueno.
Tus palabras fueron la luz de mi espera
y nos diste una fe más verdadera
al sentarnos junto a ti para cenar
conocimos quién eras, al partirnos el pan.
Quédate junto a nosotros
que la tarde está cayendo,
pues sin ti a nuestro lado
nada hay justo, nada hay bueno.

EL PEREGRINO DE EMAÚS
(Letra: Padre Esteban Gumucio, sscc.
Música: Andrés Opazo)
¿Qué venías conversando?
me dijiste, buen amigo;
y me detuve asombrado
a la vera del camino.
¿No sabes lo que ha pasado
allá en Jerusalén?
De Jesús de Nazaret
a quien clavaron en la cruz,
por eso me vuelvo triste
a mi aldea de Emaús.
Por el camino de Emaús
un peregrino iba conmigo
no lo conocí al caminar
ahora sí, en la fracción del pan.
Van tres días que se ha muerto
y se acaba mi esperanza.
Dicen que algunas mujeres
al sepulcro fueron al alba.
Pedro, Juan y algunos otros
hoy también allá buscaron.
Mas se acaba mi confianza
no encontraron a Jesús
por eso me vuelvo triste
a mi aldea de Emaús.
Hizo seña de seguir
más allá de nuestra aldea
y la luz del sol poniente
parecía que muriera.
Quédate forastero,
ponte a la mesa y bendice
y al destello de su luz
en la bendición del pan
mis ojos reconocieron
al amigo de Emaús.



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