jueves, 13 de abril de 2017

El sepulcro está vacío.


PASCUA DE RESURRECCIÓN.

Evangelio según san Juan, 20, 1 - 9.
    El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
- Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Era la madrugada del domingo de resurrección.  El ermitaño apenas había dormido un par de horas. Sólo, pero en comunión con toda la Iglesia había vivido intensamente el Triduo  Pascual; su particular vigilia  había terminado a las 2,30 horas y ahora, dos horas más tarde allí estaba en la soledad de la montaña para vivir el acontecimiento histórico y diariamente renovado de la resurrección del Señor. Parece que toda la naturaleza se había organizado para acompañar al hombre de la montaña en su fiesta pascual:
* no tenía incienso, pero toda la montaña olía a tomillo, romero y lavanda, y las flores silvestres, que con sus múltiples colores configuraban un enorme e interminable tapiz, coronaban con sus fragancias este crisol de aromas;
* no tenía órgano ni guitarra ni una renombrada coral, pero todos los pajarillos de alrededor se habían conjurado para cantar - ¡oh maravillosa sinfonía! - al despuntar los primeros rayos del amanecer;
* no tenía cirio pascual, ni candelas, ni grandes iluminaciones que indicaran simbólicamente que Jesucristo Resucitado es la luz que ilumina este mundo triste y cansino, harto de dolores y siempre esperando, pero mirando  al  cielo  contempló como las estrellas,  organizadas en constelaciones, y también alguna despistada que vagaba sola por el horizonte, brillaban aquella madrugada con mayor intensidad. Pudo identificar  - y  saludó con un gesto de manos como cuando descubres a lo lejos  a un amigo para que pueda verte e identificarte -  la Osa Mayor  la Osa Menor, Tauro, Orión  y Leo,  Escorpio, el Can o Perro Mayor, Casiopea, El Boyero y la Cruz del Sur, Acuario y Géminis. Desafiando en brillo y en luminosidad estaba la estrella polar que aventajaba no solo a sus hermanas de la Osa Menor sino a todas las estrellas del firmamento. Y allí, cercana pero humilde,  atenta pero discreta, estaba ella, la Señora, la que siempre nos acompaña en las tinieblas de nuestras noches, la Luna que parecía decirle: "¡Tranquilo! nunca te abandonaré, te apoyaré en tus calvarios como, dolorosa pero impertérrita, iluminé con mi presencia aquel día el calvario de Jerusalén".
Todo, absolutamente todo, participaba aquella mañana del gozo del ermitaño.
Otra madrugada como esta, pero de hace casi veinte siglos, una mujer, también sola según la versión de San Juan, se dirigió al huerto de José de Arimatea para rehacer el tratamiento propio que se aplicaba a los difuntos. Ya lo habían hecho el susodicho José de Arimatea y Nicodemo, pero María Magdalena no estaba tranquila; lo habían hecho a prisa y corriendo porque se acercaba la puesta del sol y todos tenían que realizar muchas cosas antes de que eso sucediera y además, ¡caramba! eran hombres y estas cosas solo las hacen bien las mujeres.
... Y EL SEPULCRO ESTABA VACÍO. Esta es la gran sorpresa y la gran revelación. María todavía no ha percibido la resurrección pero constata que el sepulcro está vacío. Después lo verá resucitado, hablará con Él e intentará abrazarlo, pero primero descubre  con dolor y consternación que el sepulcro está vacío.
Desde siempre hay quienes afirman que las visiones de Cristo Resucitado son fruto de alucinaciones, desvaríos u ofuscamientos, o, aún peor, de un complot de sus discípulos para perpetuar la doctrina de un forajido (Cfr. Mt. 27, 62 - 66), pero el sepulcro estaba vacío; lo vieron María Magdalena primero, Pedro y Juan después. Allí ya no había muerte ni podredumbre, sino una sábana perfumada tendida y un sudario cuidadosamente colocado en un lugar cercano. Esta es la verdad.
La Resurrección de Jesús es todo para el creyente, pero, pensaba el ermitaño, hoy urge más que nunca participar en su resurrección: abrir los sepultos de tantos hermanos soterrados bajo las pesadas losas de la pobreza, de la incultura, de las varias dependencias y esclavitudes, de la incomprensión, de la marginación, de la emigración, de las calumnias y difamaciones. Hay que hacer rodar estas losas para evitar que se pudran en esos sepulcros. Solo resucitando a los hermanos seremos merecedores de nuestra propia resurrección.
Cuando los pájaros callaron y se fueron cada cual a su menester el ermitaño se puso a cantar a media voz:
Hoy el Señor resucitó
y de la muerte nos salvó.
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

Porque esperó, Dios le libró
y de la muerte lo sacó.
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

El pueblo en Él vida encontró;
la esclavitud ya terminó.
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

La luz de Dios en Él brilló,
la nueva vida nos llenó,
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

Con gozo alzad el rostro a Dios,
que de Él nos llega la salvación.
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

Todos cantad: «¡Aleluya!».
Todos gritad: «¡Aleluya!».
¡alegría y paz, hermanos,
que el señor resucitó!

Después de un largo silencio y quietud de meditación el ermitaño salió afuera. La luna que durante toda la noche había brillado con todo su esplendor terminaba su periplo y se decidía a retirarse. Contemplando su silueta el hombre de la montaña, a media voz, como si quisiera no despertar lo que estaba sobradamente despierto, proclamó:
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables 
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario