miércoles, 11 de febrero de 2015

El Sábado y el Hombre


Sexto Domingo del tiempo ordinario B

Evangelio según San Marcos 1, 40 - 45.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de
rodillas:
—Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
—Quiero: queda limpio.
La lepra se le quité inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente:
—No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Hacía frío, mucho frío. Las montañas, los valles, las carreteras y los caminos estaban cubiertos de nieve. De los árboles pendían un grande número de carámbanos que, viéndolo  en perspectiva, daba la sensación de estar visitando una de esas cuevas llenas de estalactitas de carbonato cálcico pero, eso sí, con una temperatura muy inferior.
El ermitaño después de contemplar el horizonte y hacer algo de ejercicio físico, entró en la cueva, puso un manojo de pinocha en el rescoldo que había permanecido en el centro de la cueva y encima de la pinocha un poco de leña que había recogido y almacenado en un rincón de su “casa”. Se puso de cuclillas, bajó la cabeza y sopló. Algunas cenizas volaron y en seguida prendió el fuego que dio al habitáculo un poco de luz y de alegría.
El Maestro pensó que esa mañana de domingo estaría solo, y le invadió una cierta tristeza. A pesar de su vocación eremítica disfrutaba de la compañía de su joven discípulo los domingos por la mañana; hablaban de cosas santas, rezaban laudes, juntos contemplaban la naturaleza, y el eremita sentía más fuerte su comunión con la Iglesia y la humanidad de las que se había retirado y por las cuales rezaba.
- Buenos días, Maestro, ¡qué tiempo más tormentoso hace – dijo el discípulo asomándose por la entrada de la cueva – yo nunca había visto tanta nieve, casi me pierdo por el camino. La nieve lo cubre todo. Menos mal que lo conozco de memoria, y no puedo perderme;  cuándo no es una roca es un árbol o un antiguo refugio de pastores a indicarme el camino. Así que la nieve no ha podido conmigo.
 - Entra, amigo mío, acércate al fuego y caliéntate un poco que debes estar congelado, ¡qué atrevido eres al venir con este tiempo! Y además un tanto irresponsable. Podías haberte perdido por el camino o quedar congelado en cualquier rincón – dijo el Maestro, intentando disimular su admiración y su alegría por la presencia del discípulo.
- No te preocupes, ya te dije que conozco bien el camino y la nieve no puede conmigo.
Ambos estaban sentados, uno a cada lado de la hoguera, y así estuvieron durante largo tiempo calentándose las manos mientras escuchaban el crepitar del fuego y el bailar de algunas chispas que salían hacia el aire cayendo después en forma de carbonilla.
- Maestro, ¿se ha portado mal el leproso del evangelio de hoy?
- ¿Por qué lo dices?
- Pues porque después de haberlo curado Jesús le dijo: “no se lo digas a nadie”, y cuando se fue le faltó tiempo para ponerse a “pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo”.
- Pues sinceramente no entiendo por qué le dijo eso, pues Jesús era consciente que “ no se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte y tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín” (Mt. 5, 14 – 15),  y Él era una luz tan fuerte que no podía pasar desapercibido. ¿Por qué le dijo eso? Sinceramente no lo sé, pero me atrevo a dar mi opinión: para ponerlo a prueba. Si su único interés hubiera sido la curación, conseguido su objetivo y cumplida la orden recibida de presentase al sacerdote para el ritual de la purificación (Lev. 14, 1 – 32), hubiera ido a su casa e inventado cualquier historia más o menos plausible para justificar ante los suyos la curación.
- ¿Vale, Maestro, creo que lo he entendido, pero háblame del evangelio de hoy según el esquema que habías preparado.
- Bueno, no había preparado ningún esquema; ya sabes que en mi acercamiento al evangelio presto especial atención a las actitudes de los personajes que intervienen y hoy aparecen solo dos: Jesús y el leproso.
JESÚS: quisiera iniciar este párrafo diciendo que los dos, Jesús y el leproso han quebrantado la ley: el leproso por acercarse y Jesús por tocarlo, Esto resulta evidente en la primera lectura de hoy. Los declarados impuros por tener la enfermedad de la lepra tenían que vivir lejos de las poblaciones y avisar a gritos su presencia para que nadie se les acercara y con contraer así la enfermedad = impureza, pero este hombre, con enorme confianza se acerca a Jesús y le pide la curación, y Jesús que en algún momento llegaría a proclamar que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27), que es lo mismo que decir que la ley está al servicio del hombre y no para esclavizarlo, lo acoge y lo toca, aunque eso lo hiciera impuro.
Para Jesús por encima de leyes, presiones sociales y/o religiosas, enfermedades y cualquier otra circunstancia está el hombre y para él todo su amor, toda su misericordia. ¡Ojalá la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre aprendiera esta lección!  Pero no, la Iglesia sigue siendo humana, demasiado humana!
EL LEPROSO: retomamos el razonamiento de antes: la desobediencia del leproso. No podía quedarse callado. De Jesús había recibido mucho más que la sanación de su cuerpo. Había recibido una fuerza transformadora, y tenía que comunicárselo a todos, porque todos “le andan buscando”.
- En definitiva, Maestro, nadie que haya descubierto la fuerza salvadora de Jesús, puede mantenerlo en secreto, tiene que gritarlo a los cuatro vientos.
- Efectivamente
Y los dos se quedaron en silencio contemplando como las brasas mortecinas se desmoronaban.

 

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