martes, 21 de abril de 2015

Mercenarios


Cuarto Domingo de Pascua  B

 
Evangelio según san Juan 10, 11 - 18.
En aquel tiempo, dijo Jesús:
— Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado,
que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.
 
Había amanecido un día precioso. Las jornadas se habían alargado y cada vez el sol empezaba su paseo diario más pronto. El cielo estaba despejado y se preveía un día con una temperatura agradable. El Maestro había salido de su cueva y después de algunos estiramientos musculares dio una vueltecita por los alrededores,  Se acercó al corral donde estaban sus animales, abrió la verja y acarició a los cabritillos que habían nacido hacía dos semanas los cuales al verse en libertad saltaban de alegría bajo la mirada protectora de sus madres.
 
Empezaba a asomarse el sol cuando llegó el discípulo, corriendo, con ropa de deporte y con una mochila a la espalda.
 
- Buenos días, Maestro, dijo jadeando.
 
- Buenos días, amigo mío. ¿Qué haces?
 
- He venido haciendo footing. Si me permites voy un momento al río a lavarme y a vestirme con la ropa que traigo en la mochila, y después continuamos.
 
- Ve a lavarte y sécate bien, porque de momento hace fresco y puedes constiparte.
 
El discípulo se dirigió hacia el riachuelo. El Maestro entró en la cueva, encendió el fuego y calentó un poco de leche. El discípulo regresó tiritando. El agua estaba muy fría y - ¡valiente él! - se había pegado un chapuzón, por lo que cuando vio el tazón de leche humeante con miel se alegró sobremanera.  Al terminar aquel improvisado desayuno y entregando el cuenco al Maestro exclamó:

- ¡ Muy bonito y muy fácil de entender el evangelio de hoy, ¿verdad, Maestro?!
 
- Muy bonito y muy fácil de entender para aquellos que tenemos el privilegio de vivir en el mundo rural y que todavía vemos de vez en cuando algún rebaño. No sé si resulta igual de inteligible para el niño o el joven urbanita cuya experiencia vital está reducida a la playstation, al ordenador o al mundo digital en cualquier de sus suportes.  De todas maneras el fragmento del evangelio joánico que proclamamos este domingo está muy claro: Jesús es el Buen Pastor que dio – y sigue dando cada día – la vida por sus ovejas. Esto está históricamente documentado y lo hemos recordado y revivido en la Semana Santa. Pero quisiera subrayar, sin comentar, porque los comentarios sobran, algunos pasajes, como se diría en el teatro, por orden de aparición:
 
* “Yo soy el Buen Pastor” (así de claro, sin ambages);

* “El buen pastor da su vida por las ovejas” (v.11),  “yo doy me vida por las ovejas”       (v. 15);

* “conozco a las mías, y las mías me conocen” (v.14);

* tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a estas las tengo que traer (v. v.16);
 
Esto demuestra el trato exquisito que el pastor tiene con su rebaño, y todavía más si lo relacionamos con Lucas 15, 3 – 7, en que vemos al pastor salir en busca de la oveja perdida, y sin mediar reproche, condena o castigo “se la carga sobre los hombros, muy contento”.
 
Para comprender esta parábola en su profundidad hay que leer las paralelas del Antiguo Testamento: Jeremías 23, 1 – 4  y el todo el capítulo 34 de Ezequiel. No vamos a ver  ahora enteros estos textos, porque son muy largos, pasaríamos toda la mañana y se está haciendo tarde; te ruego que lo hagas tu a lo largo de la semana, pero, sí, voy a extractar dos versículos: “Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré reposar – oráculo del Señor Dios - . Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a las enfermas; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré; la apacentaré con justicia” (Ez. 34, 15 – 16).
 
Como puedes ver, amigo mío, estos textos rezuman misericordia por los cuatro costados. Muy lejos de ellos, Santos Oficios o Congregaciones para la Doctrina de la Fe, Tribunales Eclesiásticos de toda índole, penas canónicas, etc.
 
- Entonces ¿no deberían existir dichos tribunales?
 
- ¡Hombre! Podrían existir si su cometido fuera buscar a la oveja perdida, recoger a la descarriada, vendar las heridas de las maltrechas, fortalecer  a las enfermas, guardar y apacentar con justicia y sin preferencias a las fuertes y robustas. Pero dudo que se dediquen a esta tarea.
 
- Hasta ahora, Maestro, me has hablado del pastor, dueño de las ovejas, pero dime algo acerca de los mercenarios o asalariados.
 
Este es un tema más delicado. En principio los dos términos son sinónimos, pero “mercenario”  tiene una carga peyorativa, porque en el campo militar los mercenarios son voluntarios que se alistan en un bando de la contienda bélica, buscando una buena recompensa sin interesarle demasiado los valores que se defiendan en dicha guerra o batalla; en definitiva, luchan por el dinero no por principios o ideales.
 
Hay que tener en cuenta que Jesús no condena el asalariado por serlo, sino por comportarse de una determinada manera. Cada hombre y cada mujer debería asumir su trabajo como continuación de la obra creadora y/o redentora de Dios y poner en ello todo su corazón y la paga – el sueldo lógico, necesario y merecido – tendría que venir “por añadidura”. Por desgracia hoy no siempre es así. Sin mencionar los trabajos técnicos y manuales, que también deberían obedecer a este mismo patrón, mencionaré solo algunos que clasificamos de “servicios”.
 
 - ¿Cuántos jueces, fiscales, abogados y demás profesionales del mundo de los tribunales están verdaderamente preocupados y entregados para que en el mundo haya una verdadera justicia? 
 
- Perdona un paréntesis. Los jugadores de fútbol y otros grandes deportistas de elite que evidentemente juegan en el equipo que más le paga.
 
- ¿Cuántos médicos, enfermeros y demás personal del mundo sanitario lo hace con auténtica vocación, y no por “profesión”? "Haberlos, haylos" y de ello doy fe, pero ¿en qué porcentaje?
 
- y podríamos hablar de otros muchos servicios como enseñanza, transporte, seguridad, comunicación, etc, pero  analicemos el mundo eclesiástico …
 
- ¿También ahí hay mercenarios?
 
- En el estricto sentido de la palabra, no, más bien lo contrario. Salvo los cuatro enchufados y los que meten la mano en el cepillo, los sacerdotes están muy mal pagados; pero hay otros problemas: mucha desmotivación. Los curas salen del seminario con las pilas cargadas como el toro del corral, pero en seguida hay un torero con un capote que lo provoca y  engaña, el picador para la suerte de varas y el banderillero dispuesto a clavar; y el toro noble y profesional siente la soledad ante unos que le agreden y ante una plaza inmensa que le contempla esperando ver sangre, venga de dónde venga.
 
Así el sacerdote, ese superhombre, solo, sobrecargado de trabajo, pobre, y casi siempre dejado de la mano ¿de Dios? (probablemente no, aunque a veces perciba que sí), dejado de la mano de sus jefes y de sus comunidades…
 
- ¿Quiere decir hablando en plata, Maestro, que los sacerdotes no sienten el apoyo de sus obispos?
 
- Siempre habrá honrosas excepciones – yo no las conozco – pero muchos, no doy estadísticas para que no me pillen, están muy ocupados en defender la institución, organizando encuentros, congresos, asambleas, reuniones y todo tipo de parafernalia y no les queda tiempo para salir en búsqueda de la oveja perdida, recoger a la descarriada, vendar las heridas de las maltrechas, fortalecer  a las enfermas. Y mientras tanto estas languidecen y van perdiendo las fuerzas para seguir luchando.
 
El sol ya está muy alto. Vamos a rezar laudes.

 

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