miércoles, 1 de abril de 2015

No está aquí. HA RESUCITADO.



Domingo de Pascua B

Evangelio según san Marcos 16, 1 - 7.
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:
— ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?
Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. El les dijo:
— No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.
Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo.

Era la mañana de Pascua. El maestro salió a los primeros rayos del sol, y contemplaba el cielo azul; delante el valle, en fondo las montañas, y a su lado el pequeño huerto cultivado con sus manos; los frutales estaban en flor, y también los rosales y las margaritas. A lo lejos, suave murmullo de las aguas que en el riachuelo se deslizaban acariciando las piedras que, juguetonas, pretendían dificultar  su curso. ¡Todo era bello aquella mañana!

 El Maestro se sentó en el lugar de siempre y su pensamiento se trasladó a otro lugar, a otra época: Monte Calvario, el día de la resurrección: Muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol,  María la Magdalena, María la de Santiago y Salomé fueron al sepulcro. El sepulcro estaba vacío y un joven les comunica el mensaje: “¿el CRUCIFICADO?  No está aquí, HA RESUCITADO.”

 El mensaje aparentemente era sencillo, pero no, no lo era. La primera parte era obvia; no hacía falta ser un lince para darse cuenta de que el sepulcro estaba vacío. En la versión de Juan y en un diálogo con Jesús resucitado y al que no había reconocido la Magdalena llegó a decirle: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré” (Jn. 20, 15).  Pero eso de que había resucitado era otro cantar. No lo entendían y me atrevo a decir que no lo entendemos. Tampoco lo entendieron los apóstoles; ya cuando bajaron del monte Tabor y Jesús les ordenó que le hablasen a nadie de la transfiguración hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos, ellos se pusieron a “discutir qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos” (Mc. 9, 10).  ¿Y qué decir del apóstol Tomás” que llegó a decir: si no lo veo no lo creo?

No lo entendemos, pero lo creemos y lo creemos con grande alegría, porque la resurrección de Cristo nos inyecta una nueva savia que transforma nuestras vidas.

Es lamentable que hoy, como tantas otras veces a lo largo de la historia, algunos intenten explicar lo inexplicable hablando de lo físico, lo empírico, lo temporal y lo atemporal de la resurrección y otros condenen a los que intentan explicar lo inexplicable. ¡Con lo sencillo que resulta disfrutar del don gratuito de la pascua; dejarnos imbuir de la savia nueva y disfrutar del azul del sol, del verde de los valles, del murmullo de las aguas, de las flores del campo!
 
Después de estas reflexiones el Maestro se puso a recitar la “sequentia paschalis” lentamente, pausadamente, saboreando cada estrofa, cada verso, cada palabra.
 

 

 

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