- La
paz del Señor esté contigo, Maestro, dijo, como saludo, el discípulo al
llegar.
- Y con tu espíritu, respondió el ermitaño. Veo que
vienes “muy litúrgico” esta mañana. Es cierto, continuó diciendo, que el
evangelio de hoy, previo ya a la Ascensión, es una auténtica despedida en la
que Jesús usa, como era y sigue siendo tradición entre el pueblo judío, el
saludo: SHALOM, pero que en los labios de Jesús adquiere una muy especial
trascendencia.
- Maestro, ¿por qué no se ha puesto hoy la Jornada
Mundial por la Paz en vez del día 1 de Enero?
- Sí, podría haber sido hoy o cualquier otro domingo
que se nos hable de paz, pero como escribí en mi reflexión del día 1 de Enero
– ese día tú no estabas – cuando el papa Pablo VI el 8 de Diciembre de 1967
estableció esa Jornada, celebrándose por primera vez el 1 de Enero del año
siguiente, pidió la adhesión de todos los hombres de buena voluntad y amigos
de la paz, más allá de su credo religioso y político, por lo que no había que
conectarlo a la liturgia católica y pensó que si toda la humanidad, empezase
el año – la mayoría de las culturas tienen directamente o indirectamente el
día 1 de Enero como inicio de año – bajo el signo de la Paz sería un gran
logro, cosa que no sucedió.
Pero vamos al evangelio de hoy. Estamos en el gran
discurso de despedida, y Jesús tiene que alentar a sus discípulos, siempre un
tanto pusilánimes, y les promete el Espíritu Paráclito que animará su vida y
su ministerio, cosa que ellos no comprendieron hasta que sucedió, y un poco de refilón les dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Soy
consciente que los sabios y entendidos no estarán de acuerdo conmigo, pero yo
veo aquí dos mensajes muy diferentes pero complementarios.
1º - La paz
os dejo (como misión). El cristiano debe ser un hombre de paz,
constructor no solo de paz, sino también de los cimientos que la sustentan,
como son la justicia, el respeto a la vida y a la persona, etc. La Iglesia
Universal, las iglesias particulares y las comunidades de mayor o menor
envergadura tienen el derecho y el deber de pronunciarse y de actuar en este
sentido, aunque no guste a los poderosos del mundo. ¡Qué bella es la oración
de San Francisco que aquí hemos recitado en alguna ocasión:
“Señor, haz
de mí un instrumento de tu paz:
donde haya
odio, ponga yo amor,
donde haya
ofensa, ponga yo perdón,
donde haya
discordia, ponga yo unión,
donde haya
error, ponga yo verdad,
donde haya
duda, ponga yo la fe,
donde haya
desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya
tinieblas, ponga yo luz,
donde haya
tristeza, ponga yo alegría.
Oh Maestro,
que yo no busque tanto
ser
consolado como consolar,
ser
comprendido como comprender,
ser amado
como amar.
Porque
dando se recibe,
olvidando
se encuentra,
perdonando
se es perdonado,
y muriendo
se resucita a la vida eterna.
2º - Mi paz os doy. Esta paz es un regalo del
Señor y es una paz interior que trasciende cualquier situación y desidia
humana. Es esa paz interior capaz de superar cualquier adversidad y cualquier
obstáculo por muy grande que este sea.
* es la paz que han
sentido tantos y tantos mártires a través de los siglos al sufrir los más atroces
y humillantes tormentos;
* es la paz que sienten
hoy en muchas partes del mundo miles de cristianos perseguidos, humillados y
asesinados a causa de su fe;
* es la paz que alienta a
muchos cristianos que se ven señalados, ridiculizados y hasta marginados en los
países que se definen “libres y progresistas”;
* es la paz que nos ayuda
a navegar en calma en medio de un mundo tormentoso. Esa paz no significa
ausencia de guerras o de problemas sino la valentía de enfrentarlos. Es la
paz de la que nos habla Pablo: “y la
paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4, 7); es, en definitiva esta paz que
hace que no tengamos miedo ni a las tormentas ni al futuro, aunque muchos
nubarrones cubran el firmamento.
Quisiera terminar, amigo
mío, con una historia. Tras la segunda
guerra mundial, se publicó un libro titulado “Las últimas cartas de Stalingrado”
(Letzte Briefe aus Stalingrad). Eran cartas de soldados alemanes cercados en la bolsa
de Estalingrado, despachadas en el último envío antes del ataque final del
ejército ruso en el que todos perecieron. En una de estas cartas,
reencontradas acabada la guerra, un joven soldado escribía a una persona
conocida (¿su novia?) lo siguiente: “si
alguna vez echo una mirada a mi vida, me doy cuenta de que puedo mirar atrás
con profunda gratitud. Ha sido bella, maravillosamente bella. … Debes decir a mis padres que no deben estar
tristes, que deben conservar mi recuerdo con el corazón alegre. Y nada de
resplandores de gloria, pues yo nunca he sido un ángel. Por lo demás, tampoco
voy a presentarme nunca como tal ante el Señor mi Dios; podré hacerlo en
calidad de soldado con un alma de caballero, libre y orgullosa como un señor.
No temo la muerte en absoluto; la fe me confiere esta hermosa seguridad. Al
darme cuenta de ello, experimento también un profundo sentimiento de gratitud”
(Las últimas cartas de
Stalingrado, Ediciones Península, S.A.,
Barcelona 2007. Carta nº 14, página 19).
Nota – Algunos críticos afirman que
estas cartas no son auténticas, sino una creación literaria. Yo no lo sé, no
soy crítico, pero como dicen los italianos: “se non è vero è bene trovato”
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martes, 26 de abril de 2016
MI PAZ OS DOY
Sexto
Domingo de Pascua C
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