Solemnidad
de la Ascensión del Señor C
Estaban los dos, Maestro y discípulo, sentados en
el lugar de costumbre contemplando el horizonte. Despuntaba el alba y los
primeros rayos de sol enrojecían parte de la bóveda celeste.
El discípulo, apuntando
hacia su acimut, preguntó:
- Maestro, ¿el cielo está allá arriba?
Como el Maestro seguía
callado, el discípulo intentó justificar la pregunta:
- Es que el evangelio de
hoy dice que Jesús subió a los cielos.
- Verdaderamente en ninguno de los escritos,
contestó el Maestro, encontrarás la expresión literal “subió a los cielos”.
Voy a repetirte al pie de la letra lo que ya te dije el año pasado con ocasión
de esta misma celebración:
* Marcos, en el evangelio que proclamamos el año
pasado (ciclo B ) dice: “assumptus est
in caelum” cuya traducción más literal sería: “ fue recibido en el cielo”. La versión de la Conferencia
Episcopal Española traduce como “fue
llevado al cielo”.
* Lucas en el evangelio que leemos este año (ciclo
C) dice: “dum benediceret illis, recessit
ab eis, et ferebatur in caelum” (Lc. 24, 51) que se podría traducir como “mientras los bendecía, se separó de
ellos, y era llevado al cielo”. La traducción de la CEE dice: “… mientras
los bendecía, se separó de ellos y fue llevado hacia el cielo”.
* El mismo autor, Lucas, en los Hechos de los
Apóstoles lo narra de la siguiente manera: “Et cum haec dixisset , videntibus illis, elevatus est; et nubes
suscepit eum ab oculos eorum” ( Hch. 1, 9), que se podría traducir como: “Dicho esto, siendo visto por ellos, fue
elevado, y una nube lo ocultó a sus ojos”. La versión de la CEE dice: “Dicho esto, a la vista de ellos, fue
levantado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista”.
Ninguna de los pasajes de la escritura dice
literalmente “ascendit in caelum” (subió al cielo), aunque el de los Hechos
de los Apóstoles se le aproxima mucho
al utilizar el término “fue elevado”, sobre todo si se tiene en cuenta que a
continuación fue cubierto por una nube que, por supuesto, estaba en lo alto.
De todas maneras desde el principio la Iglesia – y su liturgia – adoptó el
término “subió al cielo”. El Credo de la Iglesia en sus dos versiones, la de
los Apóstoles y la Niceoconstantinopolitana
coinciden en “ascendit in caelum”.
Te he dicho en repetidas ocasiones que las
escrituras, y el mismo Jesús, se manifiestan en el lenguaje y en la cultura propia del tiempo. Sin entrar en grandes elucubraciones y
admitiendo que a lo largo del Antiguo Testamento se puede vislumbrar algun
otro concepto, la idea que el pueblo judío tenía del cosmos era el siguiente:
En lo más alto estaba YAVÉ, rodeado de todas las maravillas, a continuación
la bóveda celeste compuesta de agua. Permíteme mencionar aquí la creación:
1 – “Al
principio creó Dios el cielo y la tierra, La tierra estaba informe y vacía,
la tiniebla cubría la superficie del Abismo… ” (Gen. 1, 1).
2 – A continuación creó la luz: “Dijo Dios: “Exista la Luz”. Y la luz existió …” (Gen. 1, 3);
3 – En tercer lugar creó el firmamento: “Y dijo Dios: “Exista un firmamento entre
las aguas, que separe aguas de aguas”. E hizo Dios el firmamento y separó
Dios las aguas de debajo del firmamento de las aguas de encima del
firmamento. Y así fue”. (Gen. 1, 6 – 7).
Y así sigue la creación hasta el séptimo día en que
Dios descansó.
Continuando con la descripción, diríamos que ese
firmamento tenía una puerta (la puerta del cielo que comunicaba a Yavé con el
mundo. Debajo del firmamento el sol, la luna y todos los elementos celestes; abajo, la tierra plana con sus accidentes
que, como un barco flota en las aguas que configuran los abismos inferiores;
en el centro de la tierra, como si fuera la sala de máquinas o las bodegas de
ese inmenso barco estaría el Sheol o lugar de tinieblas donde irían a parar
los muertos.
En definitiva, amigo mío, cuando hablamos de arriba
en el cielo, o abajo en el infierno, estamos utilizando categorías muy
arraigadas en nuestra tradición cultural, pero de ninguna manera definimos
como dogma de fe estas ubicaciones, aunque, eso sí, su existencia.
- Maestro, dijo el discípulo cuando el ermitaño paró
para respirar, ¡a veces te enrollas como una persiana! Háblame de la fiesta
de hoy o del evangelio que la liturgia nos propone.
- Tienes razón, me he pasado. Pero te iba a decir
más cosas …
- Maestro, como los atenienses a Pablo en el
Areópago, también yo te digo: “de esto te oiré hablar en otra ocasión” (Hech.
17, 32), háblame de la fiesta de hoy o del evangelio que la liturgia nos propone.
El Maestro sonrió, pues no solo reconocía que el
joven tenía razón, sino que había estado hábil en la cita.
- Ante todo te digo que la escena que hoy vivimos es
el cumplimiento de lo anunciado por el Resucitado a María Magdalena junto al
sepulcro: “Subo al Padre mío y Padre
vuestro, al Dios mío y Dios vuestro” (Jn. 20, 17), pero es mucho más que
una despedida, un “adiós” o un “hasta la vista”, es un auténtico traspaso de
poderes: “Vosotros sois testigos de
esto”; no solo testigos de los últimos acontecimientos, sino testigos de
todo lo que dicen las Escrituras que ¡por fin! entendieron, y sobre todo,
testigos de que “en su nombre se
proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos”. En ese momento los apóstoles (la Iglesia),
reciben de manos del Maestro la muleta y el estoque (perdonen los no
taurinos, como yo; es tan solo un ejemplo), y son invitados a continuar la
faena hasta el final de la lidia. Después vendrá el día grande en que se
confirmará esta alternativa; eso sucederá el día en que “voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre”, es decir,
el día grande de Pentecostés.
Hoy, día de la Ascensión, cabría formularnos muchas
preguntas:
* ¿Sigue la Iglesia avanzando adecuadamente en esta
carrera de relevos?
* ¿Interpretando cada generación como el corredor
que debe entregar el testigo a la generación siguiente, está esta generación
corriendo con generosidad, ahínco, entrega y limpieza, para entregar el
testigo en óptima situación a las siguientes generaciones?
* y personalmente, ¿soy consciente, y consecuente,
de que el Señor, al subir al Padre suyo y Padre mío me nombró testigo suyo
allí dónde la vida (o su providencia) me ha plantado?
Después de un breve momento de silencio el joven
sacó disimuladamente un papel del bolsillo y se disponía a leerlo, cuando el
intervino el ermitaño:
- Por favor, lee en voz alta lo que tienes ahí
escrito, pues estoy seguro que es muy hermoso, y yo estoy necesitado de
escuchar.
El discípulo se ruborizó al sentirse descubierto y
se justificó diciendo:
- Es una oración que encontré ayer en internet y me
gustó; pero si me lo mandas la leeré a media voz:
“A ti, Señor, abro hoy mi ser; mis ganas de
vivir y mi entusiasmo.
En
tus manos pongo mi entrega, mi esfuerzo, mis miedos y también mis ilusiones.
Hacia ti quiero dirigir mis pasos, porque mi
vida busca en ti la luz y el calor.
Quiero que tú seas la referencia de mi
caminar, el guía de mi sendero.
Quiero que tus manos moldeen mi arcilla;
que tus ojos penetren mi mirada
y tu ternura y bondad impregnen mi
corazón”.
- Amén,
dijo el ermitaño, y los dos quedaron un largo rato en silencio.
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