martes, 31 de mayo de 2016

Ser viuda en Naín.


Décimo Domingo del tiempo ordinario C.

Evangelio según san Lucas, 7, 11 - 17.
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
— No llores.
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
— ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:
— Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

- Buenos días, Maestro, hoy volvemos, después de muchos domingos, al tiempo ordinario.
- Buenos días, amigo mío. Volvemos al tiempo ordinario después de dieciséis domingos, disfrutando de la Cuaresma, Pascua, Pentecostés y otras fiestas relevantes del calendario litúrgico, y empezamos este tiempo con la maravillosa página de la resurrección del hijo de la viuda de Naín.
- ¿Maravillosa página? ¿te refieres a la categoría literaria o a algo más?
- Por supuesto está redactado magistralmente. Si Lucas viviera en la actualidad hubiera recibido – o merecido – los mejores galardones literarios, pero me refiero a mucho más.
El discípulo calló y el Maestro continuó:
Voy a empezar por esa, entonces hermosa, ciudad de Naín. Está situada en la  cima de la colina de Moré, pequeño accidente geográfico en la inmensa llanura de Jezrreel, conocida también como el valle de Esdralón. Es una auténtica gozada contemplar desde el mirador panorámico situado al lado de la Iglesia de la Transfiguración en el Monte Tabor   todo ese valle, verde, hortofrutícola por excelencia, salpicado por dos o tres pequeñas poblaciones y alguna que otra piscifactoría.
La triple tragedia de una madre. Cualquier de nosotros al leer este evangelio siente una fuerte empatía por esa buena mujer que había perdido a su hijo ¡qué dolor y que trauma supone para una madre la muerte de un hijo en edad temprana! Pero el evangelista nos da dos datos desgarradores que debemos analizar más allá de lo emocional, como referencia social.
En aquella cultura una mujer, por sí, no tenía personalidad jurídica: vivía a la sombra y amparo de su padre primero, de su marido después y de sus hijos varones si enviudaba. Por eso el evangelista señala que la mujer era viuda y este hijo era el único, por lo que, con su muerte, perdía su dignidad, se convertía en una paria sin derechos y como presa fácil para quien quisiera abusar de su fragilidad.
Dice Lucas: “El muerto se incorporó y empezó a hablar y (Jesús) se lo entregó a su madre”. Jesús le entrega su hijo resucitado, pero es evidente que le devuelve mucho más: su dignidad de persona, un puesto en la sociedad, el motivo para seguir viviendo.
- Maestro, ¿qué destacarías de la actitud de Jesús?
- De Jesús yo destacaría siempre su compasión por los débiles, su misericordia para con los pecadores y su cariño y ternura para con los que sufren.  No le dolían prendas en referirse a Herodes como “ese zorro” (Lc. 13, 32), o de dirigirse a los fariseos calificándolos de hipócritas y crueles, sepulcros blanqueados (tremendo insulto), guías ciegos es decir, incompetentes, serpientes y raza de víboras (cfr. Mt. 23, 13 – 36), etc. y no obstante es todo ternura ante los afligidos. Podría citarte muchos pasajes, pues “casi todo el evangelio es misericordia y ternura, pero me limito a aconsejarte un libro “TEOLOGÍA DE LA TERNURA” Un “evangelio” por descubrir, de Carlo Rochetta, publicado en España por Ediciones Secretariado Trinitario, Salamanca,  2001. Tú, que te mueves con soltura en las nuevas tecnologías, lo podrás encontrar en internet.
Pero yo tengo miedo, mucho miedo …
- Miedo a qué, Maestro?
- Miedo a un posible fraude, miedo a una desilusión colectiva. Nuestro papa ha recuperado  el término ternura, y eso hace recuperar nuestra esperanza en esa gran organización llamada  Iglesia con zonas muy oxidadas por no haber funcionado nunca y otras muy deterioradas por su excesivo uso; y yo quisiera ver esa “ternura” en los actos de cada día, sobre todos en aquellos casi imperceptibles y aparentemente insignificantes, y no solo con palabras más o menos altisonantes cuando estás rodeado de palmeros micrófono en mano y cámara al hombro.
¡Ojalá dentro de unos años no nos veamos obligados a cantar el estribillo de aquella canción interpretada por la inefable Mina, magníficamente apoyada por el actor Alberto Lupo:
Parole, parole, parole, parole,
parole, soltanto parole,
 parole tra noi.


jueves, 26 de mayo de 2016

PAN PARA TODOS.


Solemnidad del Santísimo Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo – C



Evangelio según san Lucas, 9, 11b – 17.
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
— Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.
Él les contestó:
— Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
— No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
— Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.



Era el día del Corpus. El ermitaño se había levantado de su catre para rezar el Oficio de Lecturas – él prefería llamarlo “Maitines” – mucho antes que el sol irrumpiera en el horizonte, y como solía hacer en las grandes solemnidades no volvió a acostarse sino que permaneció en meditación.
Aquella mañana el discípulo no subiría a compartir la oración, ya que estaba cada vez más comprometido con la parroquia de su pueblo; la falta de sacerdotes exigía una mayor implicación de los laicos. El joven lo sabía y asumía esta responsabilidad, aunque se sentía más llamado a la meditación que a la acción y hubiera preferido subir a donde el ermitaño, escuchar su palabra y rezar laudes con él, pero como le decía el Maestro, “a veces” está antes la obligación que la devoción.
El Maestro se permitió al principio divagar un poco. Recordó las varias procesiones del  Corpus en las que había participado, desde aquellas solemnes y sobrias de algunas ciudades de Castilla, con las calles alfombradas de flores y/o de romero, lavanda y otras plantas aromáticas, hasta aquellas de algunos pueblos donde el protagonismo lo llevaba no precisamente Jesús Sacramentado, sino los niños y niñas que habían recibido la Primera Comunión esa mañana o en días anteriores, y que con sus saludos y sus trajes eran el centro de toda atención y de todo tipo de comentarios.
Se percató el Maestro que estaba divagando demasiado. Se levantó, salió fuera – hacía frío no obstante estuviera bastante entrada la primavera – hizo los acostumbrados ejercicios gimnásticos,  entró de nuevo en su cueva y puso en oración.
El evangelio del día era verdaderamente interesante. Había un acontecimiento previo que no aparece en el texto de hoy, pero al ermitaño le suscitaba todo tipo de emociones: A vuelta de la predicación los discípulos estaban cansados y eufóricos, deseosos de contar al Señor sus experiencias y este encantado de escucharlas, por eso se retiró a Betsaida, para descansar y compartir todas estas emociones en la intimidad: pero ¡imposible!; “la gente, al darse cuenta, lo siguió” y Jesús se ve obligado a cambiar el programa: los acoge y los atiende.
Y es aquí cuando surgen las preguntas: ¿Cómo acoge Jesús? ¿Cómo debe acoger la Iglesia? ¿Cómo debemos acoger nosotros?
La respuesta es evidente; ante todo anunciar el Reino de Dios, sin esto, como dijo el papa Francisco en la primera homilía de su pontificado, “nos convertiremos en una ONG piadosa, pero no en la esposa del Señor”.
En segundo lugar, “sanar a los que tienen necesidad de curación”. Por supuesto que debemos hacer servicios de suplencia allí dónde no llegan los Estados u otras organizaciones especializadas, pero nuestra misión está sobre todo en atender e intentar poner remedio a tantas heridas que supuran en el mundo de hoy, fruto de la pobreza, injusticias, marginaciones, diferencias e inclinaciones sexuales, etc.  Pero no podemos hacerlo desde un plano superior, como si médicos o profesionales fuéramos, sino como meros compañeros de camino que al percatarse del sufrimiento ajeno sacan de su zurrón un poco de aceite y unas vendas para aliviar su dolor. Parafraseando un tanto y dándole un sentido positivo podemos recordar el refrán español: “arrieros somos todos y en el camino nos encontramos”.
En tercer lugar alimentar a todos.  Alimentar físicamente: siempre y muy especialmente en este momento de crisis debemos recordar las palabras del Señor: “tuve hambre y me disteis de comer” (Mt. 25, 35), pero el alimento que tenemos para ofrecer va mucho más allá del “pan nuestro de cada día”. es todo aquello que eleva el hombre a vivir toda su dignidad y su condición de hijo de Dios.
Lo que más extasiaba al Maestro eran estas dos afirmaciones: “comieron todos y se saciaron” y “recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos”. Indudablemente entre los comensales habían buenos, malos y mediopensionistas. Cabe suponer que entre los presentes estaba aquel grupito famoso que siempre acompañaba a Jesús para hacerle preguntas capciosas y reventar sus asambleas. Y todos comieron y todos se saciaron; y sobró.
Mandó que se sentaran en grupos de cincuenta cada uno. Nadie preguntó de dónde procedía cada cual o como pensaba, ni siquiera si era amigo o enemigo; sencillamente comieron todos y se saciaron. Tenemos que recuperar el sentido de universalidad. Todos estamos llamados y cada uno caminará según sus capacidades, según sus luces, según sus fuerzas. No excluyamos, no anatematicemos, no excomulguemos a nadie. Cojamos al hermano herido y acompañémoslo hasta la meta. Lo demás dejémoslo en manos de Dios, seguro que lo hará con más benevolencia y misericordia que nosotros. Al final sobraron doce cestos




martes, 17 de mayo de 2016

SANTÍSIMA TRINIDAD


Solemnidad de la Santísima Trinidad C

Evangelio según san Juan, 16, 12 - 15.



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará


Una vez llegado, como siempre al romper la aurora y después de los saludos de rigor, dijo el discípulo:
- Maestro, hoy es el día de la Santísima Trinidad, y yo he venido a escucharte. He hecho el propósito de no formularte ninguna pregunta.
- ¿Y por qué no vas a hacer preguntas? ¿Te declaras en huelga?
- No, Maestro, solamente que no quiero interrumpir ni entorpecer tu reflexión.
- No entorpeces nunca con tus preguntas, al contrario me ayudas a profundizar el tema. Este encuentro dominical no es una clase particular de religión o algo parecido, sino una oración compartida; tu presencia, tus preguntas y tus reflexiones constituyen una aportación incalculable a esta tarea común.
- Gracias, Maestro, por tu valoración, pero… te escucho.
- Te debo confesar que es uno de los temas que mayor dificultad presentan a la hora de hablar. Ante todo quiero subrayar  que suele mencionarse este dogma como Misterio de la Santísima Trinidad. Eso significa que la Santísima Trinidad es, ante todo un Misterio, y siguiendo los dictados de la Real Academia de la Lengua Española se trata de cosa inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe”. Es cierto, como te dije en otras ocasiones, que los teólogos deben profundizar estos temas para acercarlos lo más posible a la inteligencia humana, pero también es cierto que los misterios son como arenas movedizas a las que hay que adentrarse con máximo cuidado porque pueden abismarte, y de hecho a lo largo de la historia muchos han sido engullidos en el abismo arrastrando consigo a comunidades y a naciones  enteras. El dogma de la Santísima Trinidad ha sido  uno de los que más cismas y rupturas ha provocado en la Iglesia; y eso tan solo por intentar definir lo que en si es misterio, es decir, indefinible.
Estamos, no obstante, tratando el núcleo de nuestra fe: creo en un solo Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir, un solo Dios que se manifiesta (la palabra es pobre, lo sé, ¿pero existe algún término que agote totalmente esta realidad?), decía un solo Dios que se manifiesta en tres personas distintas, según a Él le place:
* Padre: principio y fin, Ἀ y  Ὠ, creador de sí mismo, del cosmos y del hombre, que todo coordina y todo abraza con inmensa ternura;
* Hijo: la caricia del Padre, el cual al llegar  la plenitud del tiempo nos lo envió para que  rescatara a los que estábamos bajo la ley y recibiéramos la adopción filial (cfr. Gal. 4, 4 – 5). El Dios lejano, misterioso, casi una entelequia, se hace uno de los nuestros, tangible, cercano, que - ¡oh paradoja! -  revela todo su poderío y su inmenso amor, cuando, aparentemente derrotado, es levantado sobre el altar del mundo clavado en una cruz.
* Espíritu Santo: es la presencia actual y eterna de Dios en la Iglesia y con nosotros.
                           Es el motor que impulsa y el guía que te conduce;
                           es la mano que acaricia y te venda la herida;
                           es el sol que calienta y la brisa en horas de fuego;
                           es el gozo que enjuga las lágrimas y te reconforta en el duelo;
                           es el que da Vida a la vida, e ilumina tu sendero.
                           Compañero de camino que te lleva a la eternidad.
Creyendo el discípulo que el Maestro había terminado, dijo:
- Tengo aquí una oración que me dictó mi abuela y que ella recita todos los días; es un poco larga, pero me gustó. No comprendo como ella sabe de memoria oraciones tan largas.
El ermitaño echó una mirada a los papeles que le pasó el joven y dijo:
- Son los gozos a la Santísima Trinidad, que mucha gente reza con gran devoción llamándole erróneamente el Trisagio a la Santísima Trinidad. Aunque hay quienes lo rezan todos los días y quienes en circunstancias especiales, en algunos lugares se reza sobre todo para alejar las tormentas. Tiene un sabor popular, como es típico de los gozos, pero son  muy bonitos. Vamos a recitarlos como himno de laudes, ¿de acuerdo?
- De acuerdo, respondió el discípulo.  Y rezaron:
Dios Uno y Trino a quien tanto
arcángeles, querubines,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
Gózate, amable Deidad,
en tu incomprensible esencia
y de que por tu clemencia
perdonas nuestra maldad;
por esa benignidad,
en místico y dulce canto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
Interminable bondad,
suma esencia soberana,
de donde el bien nos dimana,
Santísima Trinidad,
pues tu divina piedad
pone fin a nuestro llanto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
El Trisagio que Isaías
escribió con gran celo,
le oyó cantar en el cielo
a angélicas jerarquías,
para que en sus melodías
repita nuestra voz cuanto
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
 Es el Iris que se ostenta
precursor de la bonanza,
es Áncora de Esperanza
en la deshecha tormenta;
es la Brújula que orienta
al tender la noche el manto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
¡Oh, inefable Trinidad!
Bien sumo, eterno, increado,
al hombre comunicado
por exceso de bondad,
y porque en la eternidad
esto te complace tanto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
Este Trisagio sagrado,
voz del Coro celestial,
contra el poder infernal
la Iglesia le ha celebrado
con este elogio ensalzado
que en fe y amor adelanto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
Santísima Trinidad,
Una Esencia Soberana
de donde en raudales mana
la Divina Caridad,
de Tu inmensa Majestad,
ante el Trono Sacrosanto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
Gózate, pues, tu luz pura,
con ser tan esclarecida,
no llega a ser comprendida
por alguna criatura:
por eso al ver tu hermosura,
con sagrado horror y espanto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
De la súbita muerte,
del rayo de la centella,
libra este Trisagio, y sella
 a quien le reza y advierte,
que por esta feliz suerte
en este mar de quebranto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo
 De la guerra fratricida,
que ensangrienta nuestro suelo,
el Trisagio, Don del Cielo,
nos preserva con su acogida;
y en dulce paz bendecida,
suba hasta Dios nuestro canto:
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
Espero, Dios de verdad,
me cumplas lo que dijiste
en la promesa que hiciste
de perdonar mi maldad;
por esta dulce bondad
con que me consuelas tanto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
Es el Iris que en el mar,
en la tierra y en el fuego,
en el aire ostenta luego
que nos quiere libertar;
por favor tan singular
de este prodigio y encanto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
 ¡Oh, Misteriosa Deidad!
de Una Esencia y Tres Personas,
pues que piadosa perdonas
nuestra miseria y maldad,
oye con benignidad
este fervoroso canto:
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
Es escudo soberano,
de la divina Justicia,
y de la infernal malicia
triunfa devoto el cristiano:
y hace que el dragón tirano
huya con terror y espanto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
En vuestra bondad me fundo,
Señor, Dios fuerte e inmortal,
que en el coro celestial
cantaré este himno jocundo;
pues en los riesgos del mundo
me cubrís con vuestro manto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
Amo la bondad del Padre,
amo la bondad del Hijo,
y al Espíritu que dijo:
“nadie a mi amor llega tarde”,
alma mía cobarde,
ama a tu Dios entre tanto,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.
Dios Uno y Trino a quien tanto
arcángeles, querubines,
ángeles y serafines
dicen Santo, Santo, Santo.





lunes, 9 de mayo de 2016

RENUEVA LA FAZ DE TU IGLESIA.


Solemnidad de Pentecostés C

Evangelio según san Juan, 20, 19 - 23.
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
— Paz a vosotros. 
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
— Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
— Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

- Buenos días, Maestro, de nuevo estamos en Pentecostés. ¿Puedo hacer la misma pregunta que te planteé el año pasado?
- Buenos días, amigo mío. Si, hoy es un gran día: Pentecostés. Si me formulas la misma pregunta del año pasado, lo lógico es que te dé la misma respuesta, pero, ¡como quieras!
- Pues allá voy: estamos terminando el tiempo pascual, y aún nos quedan dos celebraciones relevantes: Santísima Trinidad y la fiesta del Corpus; en los comentarios que escucho y que leo, cada una de estas fiestas es muy importante. Entonces mi pregunta es: “¿es Pentecostés el acontecimiento de mayor calado del Nuevo Testamento?”
- Bueno, pues mi respuesta es la misma que te ofrecí el año pasado. Los acontecimientos del Nuevo Testamento son hechos concadenados. Así la Pascua de Resurrección no existiría si no hubiera acontecido la Navidad y esta si no hubiera precedido la Encarnación.
De todas maneras y sin lugar a dudas el acontecimiento cumbre de la Historia de la Salvación que marca un antes y un después es la Resurrección de Cristo en la mañana de la Pascua. Es el inicio del Nuevo Tiempo. Ahora bien, ese acontecimiento hubiera quedado en la memoria de unos cuantos, que lo hubieran transmitido a sus hijos y nietos y con el tiempo hubiera degenerado en una leyenda o quizás en uno más de los tantos mitos que pululan la historia.
Pentecostés, la venida del Espíritu Santo narrada en las lecturas de la liturgia de hoy, es el motor de propulsión que lanza el espíritu del cenáculo a los cinco continentes y hace que la experiencia del Resucitado vivida por un pequeño grupo de testigos sea percibida por toda la humanidad. Desde esta óptica Pentecostés marca la vocación misionera de la Iglesia. El mensaje salvífico de Jesús se manifiesta no como patrimonio de unos cuantos sino de la entera humanidad.
- ¿Quieres formular alguna pregunta más?
- Tendría muchas más, pero prefiero escuchar la reflexión que tienes preparada, convencida que será la más adecuada.
- No estoy tan seguro de ello; es más te ruego que en el tema de hoy seas muy crítico, pues la primera lectura de la liturgia de hoy (Hech. 2, 1 – 11) me ha  sugerido más preguntas que respuestas. Dice así: “Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar (σαν πάντες μο π τ ατό)”.  La pregunta es la siguiente: “¿Quiénes eran esos  “todos –πάντες”?”. Por supuesto los once apóstoles (Hech. 1, 13), pero la tradición y toda la iconografía sitúa también allí a la Virgen María. No puedo olvidar a mi padre enunciando el tercer misterio glorioso rezando el rosario en familia después de cenar, y que decía: “tercer misterio: La venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Virgen María reunidos en el Cenáculo”. Por cierto yo sigo enunciándolo de la misma manera, aunque resulte un poco barroco.
Pero si aceptamos la presencia de María – y la aceptamos – es que ese “todos” comprende no  solo el versículo 13 que nombra los apóstoles, sino también el 14 que dice: “Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos”.  Resumiendo: en ese “todos” que “se llenaron de Espíritu Santo” hay que incluir además de los apóstoles a la Madre de Jesús, y también a un grupo de mujeres y a los hermanos o parientes de Jesús.
- Maestro, ¿estás insinuando que hay que promover el sacerdocio femenino?
- No soy teólogo y carezco de cualquier autoridad para hacer propuestas, pero sí puedo hacer preguntas. Si el Hijo de Dios es ”nacido de mujer” (Gal. 4, 4), resucitado se apareció en primer lugar a un grupo de mujeres  (Lc. 24, 1 – 9) y el día de Pentecostés también algunas mujeres  se llenaron del Espíritu Santo, ¿por qué han estado relegadas a una tercera o cuarta fila en la Iglesia? ¿se está haciendo lo suficiente para que recuperen el protagonismo al que tienen derecho por voluntad divina?
Indudablemente esta actitud un tanto misógina de la Iglesia se apoya en Pablo que, por lo menos aparentemente, asume esta actitud;
En 1Cor. 14, 14 – 15 escribe: “como en todas las Iglesias de los santos, que las mujeres callen en las asambleas, pues no les está permitido hablar; más bien, que se sometan, como dice incluso la ley. Pero si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues es indecoroso que las mujeres hablen en la asamblea”.
En 2Tim, 2, 11 – 12, dice: “que la mujer aprenda sosegadamente, y con toda sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni que domine sobre el varón, sino que permanezca sosegada”.
- ¿Pretendes decir que esta actitud de la Iglesia se fundamenta en la doctrina paulina?
- No exactamente. Se fundamenta en la cultura dominante pero se justifica en las palabras de Pablo. El Apóstol de los gentiles ha hecho grandes aportaciones a este tema. En Gal. 3, 27 – 28 afirma: “cuántos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús
Resulta curioso que el que había declarado la Ley obsoleta y ya caduca “pues no estáis bajo ley, sino bajo gracia” (Rom. 6, 14) y “ahora, en cambio, tras morir a aquella realidad en la que nos hallábamos prisioneros, hemos sido liberados de la ley, de modo que podamos servir en la novedad del espíritu y no en la caducidad de la letra” (Rom. 7, 6) cite precisamente la ley para acallar a las mujeres.
Hay que tener en cuenta que las comunidades fundadas por Pablo y a las que envía sus cartas eran, en su mayoría, conflictivas, raquíticas y todavía muy inmaduras, y que estos consejos son puramente circunstanciales y localistas y que no está en el ánimo de Pablo crear doctrina con ello, pero han sido utilizados en ese sentido.
Resumiendo: que el Espíritu Santo que a través de los siglos ha configurado un solo pueblo sin distinción de raza, color,  o precedencia social “pues todo nosotros judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo” (1Cor. 12, 13), siga iluminando nuestros corazones para en nuestra Iglesia no haya diferencias por ser blanco o negro, europeo o africano, rico o pobre, hombre o mujer, etc.
Después de unos momentos de reflexión los dos rezaron:
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos
el fuego de tu amor.
Envía, Señor, tu Espíritu.
Que renueve la faz de la Tierra.
- y de la Iglesia, añadió el ermitaño.
- Amén, contestó el discípulo.


lunes, 2 de mayo de 2016

ASCENCIÓN: Traspaso de Poderes.


Solemnidad de la Ascensión del Señor C

Evangelio según san Lucas, 24, 46 – 53.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo.
Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo.
Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Estaban los dos, Maestro y discípulo, sentados en el lugar de costumbre contemplando el horizonte. Despuntaba el alba y los primeros rayos de sol enrojecían parte de la bóveda celeste.
El discípulo, apuntando hacia su acimut, preguntó:
-  Maestro, ¿el cielo está allá arriba?
Como el Maestro seguía callado, el discípulo intentó justificar la pregunta:
- Es que el evangelio de hoy dice que Jesús subió a los cielos.
- Verdaderamente en ninguno de los escritos, contestó el Maestro, encontrarás la expresión literal “subió a los cielos”. Voy a repetirte al pie de la letra lo que ya te dije el año pasado con ocasión de esta misma celebración:
* Marcos, en el evangelio que proclamamos el año pasado (ciclo B ) dice: “assumptus est in caelum” cuya traducción más literal sería: “ fue recibido en el cielo”. La versión de la Conferencia Episcopal Española traduce como “fue llevado al cielo”.
* Lucas en el evangelio que leemos este año (ciclo C) dice: “dum benediceret illis, recessit ab eis, et ferebatur in caelum” (Lc. 24, 51) que se podría traducir como “mientras los bendecía, se separó de ellos, y era llevado al cielo”. La traducción de la CEE dice: “… mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado hacia el cielo”.
* El mismo autor, Lucas, en los Hechos de los Apóstoles lo narra de la siguiente manera: “Et cum haec dixisset , videntibus illis, elevatus est; et nubes suscepit eum ab oculos eorum” ( Hch. 1, 9), que se podría traducir como: “Dicho esto, siendo visto por ellos, fue elevado, y una nube lo ocultó a sus ojos”. La versión de la CEE dice: “Dicho esto, a la vista de ellos, fue levantado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista”.
Ninguna de los pasajes de la escritura dice literalmente “ascendit in caelum” (subió al cielo), aunque el de los Hechos de los  Apóstoles se le aproxima mucho al utilizar el término “fue elevado”, sobre todo si se tiene en cuenta que a continuación fue cubierto por una nube que, por supuesto, estaba en lo alto. De todas maneras desde el principio la Iglesia – y su liturgia – adoptó el término “subió al cielo”. El Credo de la Iglesia en sus dos versiones, la de los Apóstoles y la Niceoconstantinopolitana  coinciden en “ascendit in caelum”.
Te he dicho en repetidas ocasiones que las escrituras, y el mismo Jesús, se manifiestan en el lenguaje  y en la cultura propia del tiempo.  Sin entrar en grandes elucubraciones y admitiendo que a lo largo del Antiguo Testamento se puede vislumbrar algun otro concepto, la idea que el pueblo judío tenía del cosmos era el siguiente: En lo más alto estaba YAVÉ, rodeado de todas las maravillas, a continuación la bóveda celeste compuesta de agua. Permíteme mencionar aquí la creación:
1 – “Al principio creó Dios el cielo y la tierra, La tierra estaba informe y vacía, la tiniebla cubría la superficie del Abismo… ” (Gen. 1, 1).
2 – A continuación creó la luz: “Dijo Dios: “Exista la Luz”. Y la luz existió …” (Gen. 1, 3);
3 – En tercer lugar creó el firmamento: “Y dijo Dios: “Exista un firmamento entre las aguas, que separe aguas de aguas”. E hizo Dios el firmamento y separó Dios las aguas de debajo del firmamento de las aguas de encima del firmamento. Y así fue”. (Gen. 1, 6 – 7).
Y así sigue la creación hasta el séptimo día en que Dios descansó.
Continuando con la descripción, diríamos que ese firmamento tenía una puerta (la puerta del cielo que comunicaba a Yavé con el mundo. Debajo del firmamento el sol, la luna y  todos los elementos celestes;  abajo, la tierra plana con sus accidentes que, como un barco flota en las aguas que configuran los abismos inferiores; en el centro de la tierra, como si fuera la sala de máquinas o las bodegas de ese inmenso barco estaría el Sheol o lugar de tinieblas donde irían a parar los muertos.
En definitiva, amigo mío, cuando hablamos de arriba en el cielo, o abajo en el infierno, estamos utilizando categorías muy arraigadas en nuestra tradición cultural, pero de ninguna manera definimos como dogma de fe estas ubicaciones, aunque, eso sí, su existencia.
- Maestro, dijo el discípulo cuando el ermitaño paró para respirar, ¡a veces te enrollas como una persiana! Háblame de la fiesta de hoy o del evangelio que la liturgia nos propone.
- Tienes razón, me he pasado. Pero te iba a decir más cosas …
- Maestro, como los atenienses a Pablo en el Areópago, también yo te digo: “de esto te oiré hablar en otra ocasión” (Hech. 17, 32), háblame de la fiesta de hoy o del evangelio que la liturgia nos propone.
El Maestro sonrió, pues no solo reconocía que el joven tenía razón, sino que había estado hábil en la cita.
- Ante todo te digo que la escena que hoy vivimos es el cumplimiento de lo anunciado por el Resucitado a María Magdalena junto al sepulcro: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro” (Jn. 20, 17), pero es mucho más que una despedida, un “adiós” o un “hasta la vista”, es un auténtico traspaso de poderes: “Vosotros sois testigos de esto”; no solo testigos de los últimos acontecimientos, sino testigos de todo lo que dicen las Escrituras que ¡por fin! entendieron, y sobre todo, testigos de que “en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos”.  En ese momento los apóstoles (la Iglesia), reciben de manos del Maestro la muleta y el estoque (perdonen los no taurinos, como yo; es tan solo un ejemplo), y son invitados a continuar la faena hasta el final de la lidia. Después vendrá el día grande en que se confirmará esta alternativa; eso sucederá  el día en que “voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre”, es decir, el día grande de Pentecostés.
Hoy, día de la Ascensión, cabría formularnos muchas preguntas:
* ¿Sigue la Iglesia avanzando adecuadamente en esta carrera de relevos?
* ¿Interpretando cada generación como el corredor que debe entregar el testigo a la generación siguiente, está esta generación corriendo con generosidad, ahínco, entrega y limpieza, para entregar el testigo en óptima situación a las siguientes generaciones?
* y personalmente, ¿soy consciente, y consecuente, de que el Señor, al subir al Padre suyo y Padre mío me nombró testigo suyo allí dónde la vida (o su providencia) me ha plantado?
Después de un breve momento de silencio el joven sacó disimuladamente un papel del bolsillo y se disponía a leerlo, cuando el intervino el ermitaño:
- Por favor, lee en voz alta lo que tienes ahí escrito, pues estoy seguro que es muy hermoso, y yo estoy necesitado de escuchar.
El discípulo se ruborizó al sentirse descubierto y se justificó diciendo:
- Es una oración que encontré ayer en internet y me gustó; pero si me lo mandas la leeré a media voz:
“A ti, Señor, abro hoy mi ser; mis ganas de vivir y mi entusiasmo.
 En tus manos pongo mi entrega, mi esfuerzo, mis miedos y también mis ilusiones.
 Hacia ti quiero dirigir mis pasos, porque mi vida busca en ti la luz y el calor.
 Quiero que tú seas la referencia de mi caminar, el guía de mi sendero.
 Quiero que tus manos moldeen mi arcilla;
que tus ojos penetren mi mirada
y tu ternura y bondad impregnen mi corazón”.
- Amén, dijo el ermitaño, y los dos quedaron un largo rato en silencio.