martes, 31 de mayo de 2016

Ser viuda en Naín.


Décimo Domingo del tiempo ordinario C.

Evangelio según san Lucas, 7, 11 - 17.
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
— No llores.
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
— ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:
— Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

- Buenos días, Maestro, hoy volvemos, después de muchos domingos, al tiempo ordinario.
- Buenos días, amigo mío. Volvemos al tiempo ordinario después de dieciséis domingos, disfrutando de la Cuaresma, Pascua, Pentecostés y otras fiestas relevantes del calendario litúrgico, y empezamos este tiempo con la maravillosa página de la resurrección del hijo de la viuda de Naín.
- ¿Maravillosa página? ¿te refieres a la categoría literaria o a algo más?
- Por supuesto está redactado magistralmente. Si Lucas viviera en la actualidad hubiera recibido – o merecido – los mejores galardones literarios, pero me refiero a mucho más.
El discípulo calló y el Maestro continuó:
Voy a empezar por esa, entonces hermosa, ciudad de Naín. Está situada en la  cima de la colina de Moré, pequeño accidente geográfico en la inmensa llanura de Jezrreel, conocida también como el valle de Esdralón. Es una auténtica gozada contemplar desde el mirador panorámico situado al lado de la Iglesia de la Transfiguración en el Monte Tabor   todo ese valle, verde, hortofrutícola por excelencia, salpicado por dos o tres pequeñas poblaciones y alguna que otra piscifactoría.
La triple tragedia de una madre. Cualquier de nosotros al leer este evangelio siente una fuerte empatía por esa buena mujer que había perdido a su hijo ¡qué dolor y que trauma supone para una madre la muerte de un hijo en edad temprana! Pero el evangelista nos da dos datos desgarradores que debemos analizar más allá de lo emocional, como referencia social.
En aquella cultura una mujer, por sí, no tenía personalidad jurídica: vivía a la sombra y amparo de su padre primero, de su marido después y de sus hijos varones si enviudaba. Por eso el evangelista señala que la mujer era viuda y este hijo era el único, por lo que, con su muerte, perdía su dignidad, se convertía en una paria sin derechos y como presa fácil para quien quisiera abusar de su fragilidad.
Dice Lucas: “El muerto se incorporó y empezó a hablar y (Jesús) se lo entregó a su madre”. Jesús le entrega su hijo resucitado, pero es evidente que le devuelve mucho más: su dignidad de persona, un puesto en la sociedad, el motivo para seguir viviendo.
- Maestro, ¿qué destacarías de la actitud de Jesús?
- De Jesús yo destacaría siempre su compasión por los débiles, su misericordia para con los pecadores y su cariño y ternura para con los que sufren.  No le dolían prendas en referirse a Herodes como “ese zorro” (Lc. 13, 32), o de dirigirse a los fariseos calificándolos de hipócritas y crueles, sepulcros blanqueados (tremendo insulto), guías ciegos es decir, incompetentes, serpientes y raza de víboras (cfr. Mt. 23, 13 – 36), etc. y no obstante es todo ternura ante los afligidos. Podría citarte muchos pasajes, pues “casi todo el evangelio es misericordia y ternura, pero me limito a aconsejarte un libro “TEOLOGÍA DE LA TERNURA” Un “evangelio” por descubrir, de Carlo Rochetta, publicado en España por Ediciones Secretariado Trinitario, Salamanca,  2001. Tú, que te mueves con soltura en las nuevas tecnologías, lo podrás encontrar en internet.
Pero yo tengo miedo, mucho miedo …
- Miedo a qué, Maestro?
- Miedo a un posible fraude, miedo a una desilusión colectiva. Nuestro papa ha recuperado  el término ternura, y eso hace recuperar nuestra esperanza en esa gran organización llamada  Iglesia con zonas muy oxidadas por no haber funcionado nunca y otras muy deterioradas por su excesivo uso; y yo quisiera ver esa “ternura” en los actos de cada día, sobre todos en aquellos casi imperceptibles y aparentemente insignificantes, y no solo con palabras más o menos altisonantes cuando estás rodeado de palmeros micrófono en mano y cámara al hombro.
¡Ojalá dentro de unos años no nos veamos obligados a cantar el estribillo de aquella canción interpretada por la inefable Mina, magníficamente apoyada por el actor Alberto Lupo:
Parole, parole, parole, parole,
parole, soltanto parole,
 parole tra noi.


No hay comentarios:

Publicar un comentario