Décimo
Domingo del tiempo ordinario C.
Evangelio
según san Lucas, 7, 11 - 17.
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad
llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad,
resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era
viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
— No llores.
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se
pararon) y dijo:
— ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se
lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:
— Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha
visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca
y por Judea entera.
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- Buenos
días, Maestro, hoy volvemos, después de muchos domingos, al tiempo ordinario.
- Buenos días, amigo mío. Volvemos al tiempo
ordinario después de dieciséis domingos, disfrutando de la Cuaresma, Pascua,
Pentecostés y otras fiestas relevantes del calendario litúrgico, y empezamos
este tiempo con la maravillosa página de la resurrección del hijo de la viuda
de Naín.
- ¿Maravillosa página? ¿te refieres a la categoría
literaria o a algo más?
- Por supuesto está redactado magistralmente. Si
Lucas viviera en la actualidad hubiera recibido – o merecido – los mejores
galardones literarios, pero me refiero a mucho más.
El discípulo calló y el Maestro continuó:
Voy a empezar por esa, entonces hermosa, ciudad de
Naín. Está situada en la cima de la
colina de Moré, pequeño accidente geográfico en la inmensa llanura de
Jezrreel, conocida también como el valle de Esdralón. Es una auténtica gozada
contemplar desde el mirador panorámico situado al lado de la Iglesia de la
Transfiguración en el Monte Tabor
todo ese valle, verde, hortofrutícola por excelencia, salpicado por
dos o tres pequeñas poblaciones y alguna que otra piscifactoría.
La triple tragedia de una madre. Cualquier de
nosotros al leer este evangelio siente una fuerte empatía por esa buena mujer
que había perdido a su hijo ¡qué dolor y que trauma supone para una madre la
muerte de un hijo en edad temprana! Pero el evangelista nos da dos datos
desgarradores que debemos analizar más allá de lo emocional, como referencia
social.
En aquella cultura una mujer, por sí, no tenía
personalidad jurídica: vivía a la sombra y amparo de su padre primero, de su
marido después y de sus hijos varones si enviudaba. Por eso el evangelista
señala que la mujer era viuda y este hijo era el único, por lo que, con su
muerte, perdía su dignidad, se convertía en una paria sin derechos y como
presa fácil para quien quisiera abusar de su fragilidad.
Dice Lucas: “El
muerto se incorporó y empezó a hablar y (Jesús) se lo entregó a su madre”.
Jesús le entrega su hijo resucitado, pero es evidente que le devuelve mucho
más: su dignidad de persona, un puesto en la sociedad, el motivo para seguir
viviendo.
- Maestro, ¿qué destacarías de la actitud de Jesús?
- De Jesús yo destacaría siempre su compasión por
los débiles, su misericordia para con los pecadores y su cariño y ternura
para con los que sufren. No le dolían
prendas en referirse a Herodes como “ese
zorro” (Lc. 13, 32), o de dirigirse a los fariseos calificándolos de
hipócritas y crueles, sepulcros blanqueados (tremendo insulto), guías ciegos
es decir, incompetentes, serpientes y raza de víboras (cfr. Mt. 23, 13 – 36),
etc. y no obstante es todo ternura ante los afligidos. Podría citarte muchos
pasajes, pues “casi todo el evangelio es misericordia y ternura, pero me
limito a aconsejarte un libro “TEOLOGÍA DE LA TERNURA” Un “evangelio” por
descubrir, de Carlo Rochetta, publicado en España por Ediciones Secretariado
Trinitario, Salamanca, 2001. Tú, que
te mueves con soltura en las nuevas tecnologías, lo podrás encontrar en
internet.
Pero yo tengo miedo, mucho miedo …
- Miedo a qué, Maestro?
- Miedo a un posible fraude, miedo a una desilusión
colectiva. Nuestro papa ha recuperado
el término ternura, y eso hace recuperar nuestra esperanza en esa gran
organización llamada Iglesia con zonas
muy oxidadas por no haber funcionado nunca y otras muy deterioradas por su
excesivo uso; y yo quisiera ver esa “ternura” en los actos de cada día, sobre
todos en aquellos casi imperceptibles y aparentemente insignificantes, y no
solo con palabras más o menos altisonantes cuando estás rodeado de palmeros
micrófono en mano y cámara al hombro.
¡Ojalá dentro de unos años no nos veamos obligados a
cantar el estribillo de aquella canción interpretada por la inefable Mina,
magníficamente apoyada por el actor Alberto Lupo:
Parole,
parole, parole, parole,
parole, soltanto parole,
parole tra noi.
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