lunes, 9 de mayo de 2016

RENUEVA LA FAZ DE TU IGLESIA.


Solemnidad de Pentecostés C

Evangelio según san Juan, 20, 19 - 23.
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
— Paz a vosotros. 
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
— Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
— Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

- Buenos días, Maestro, de nuevo estamos en Pentecostés. ¿Puedo hacer la misma pregunta que te planteé el año pasado?
- Buenos días, amigo mío. Si, hoy es un gran día: Pentecostés. Si me formulas la misma pregunta del año pasado, lo lógico es que te dé la misma respuesta, pero, ¡como quieras!
- Pues allá voy: estamos terminando el tiempo pascual, y aún nos quedan dos celebraciones relevantes: Santísima Trinidad y la fiesta del Corpus; en los comentarios que escucho y que leo, cada una de estas fiestas es muy importante. Entonces mi pregunta es: “¿es Pentecostés el acontecimiento de mayor calado del Nuevo Testamento?”
- Bueno, pues mi respuesta es la misma que te ofrecí el año pasado. Los acontecimientos del Nuevo Testamento son hechos concadenados. Así la Pascua de Resurrección no existiría si no hubiera acontecido la Navidad y esta si no hubiera precedido la Encarnación.
De todas maneras y sin lugar a dudas el acontecimiento cumbre de la Historia de la Salvación que marca un antes y un después es la Resurrección de Cristo en la mañana de la Pascua. Es el inicio del Nuevo Tiempo. Ahora bien, ese acontecimiento hubiera quedado en la memoria de unos cuantos, que lo hubieran transmitido a sus hijos y nietos y con el tiempo hubiera degenerado en una leyenda o quizás en uno más de los tantos mitos que pululan la historia.
Pentecostés, la venida del Espíritu Santo narrada en las lecturas de la liturgia de hoy, es el motor de propulsión que lanza el espíritu del cenáculo a los cinco continentes y hace que la experiencia del Resucitado vivida por un pequeño grupo de testigos sea percibida por toda la humanidad. Desde esta óptica Pentecostés marca la vocación misionera de la Iglesia. El mensaje salvífico de Jesús se manifiesta no como patrimonio de unos cuantos sino de la entera humanidad.
- ¿Quieres formular alguna pregunta más?
- Tendría muchas más, pero prefiero escuchar la reflexión que tienes preparada, convencida que será la más adecuada.
- No estoy tan seguro de ello; es más te ruego que en el tema de hoy seas muy crítico, pues la primera lectura de la liturgia de hoy (Hech. 2, 1 – 11) me ha  sugerido más preguntas que respuestas. Dice así: “Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar (σαν πάντες μο π τ ατό)”.  La pregunta es la siguiente: “¿Quiénes eran esos  “todos –πάντες”?”. Por supuesto los once apóstoles (Hech. 1, 13), pero la tradición y toda la iconografía sitúa también allí a la Virgen María. No puedo olvidar a mi padre enunciando el tercer misterio glorioso rezando el rosario en familia después de cenar, y que decía: “tercer misterio: La venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Virgen María reunidos en el Cenáculo”. Por cierto yo sigo enunciándolo de la misma manera, aunque resulte un poco barroco.
Pero si aceptamos la presencia de María – y la aceptamos – es que ese “todos” comprende no  solo el versículo 13 que nombra los apóstoles, sino también el 14 que dice: “Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos”.  Resumiendo: en ese “todos” que “se llenaron de Espíritu Santo” hay que incluir además de los apóstoles a la Madre de Jesús, y también a un grupo de mujeres y a los hermanos o parientes de Jesús.
- Maestro, ¿estás insinuando que hay que promover el sacerdocio femenino?
- No soy teólogo y carezco de cualquier autoridad para hacer propuestas, pero sí puedo hacer preguntas. Si el Hijo de Dios es ”nacido de mujer” (Gal. 4, 4), resucitado se apareció en primer lugar a un grupo de mujeres  (Lc. 24, 1 – 9) y el día de Pentecostés también algunas mujeres  se llenaron del Espíritu Santo, ¿por qué han estado relegadas a una tercera o cuarta fila en la Iglesia? ¿se está haciendo lo suficiente para que recuperen el protagonismo al que tienen derecho por voluntad divina?
Indudablemente esta actitud un tanto misógina de la Iglesia se apoya en Pablo que, por lo menos aparentemente, asume esta actitud;
En 1Cor. 14, 14 – 15 escribe: “como en todas las Iglesias de los santos, que las mujeres callen en las asambleas, pues no les está permitido hablar; más bien, que se sometan, como dice incluso la ley. Pero si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues es indecoroso que las mujeres hablen en la asamblea”.
En 2Tim, 2, 11 – 12, dice: “que la mujer aprenda sosegadamente, y con toda sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni que domine sobre el varón, sino que permanezca sosegada”.
- ¿Pretendes decir que esta actitud de la Iglesia se fundamenta en la doctrina paulina?
- No exactamente. Se fundamenta en la cultura dominante pero se justifica en las palabras de Pablo. El Apóstol de los gentiles ha hecho grandes aportaciones a este tema. En Gal. 3, 27 – 28 afirma: “cuántos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús
Resulta curioso que el que había declarado la Ley obsoleta y ya caduca “pues no estáis bajo ley, sino bajo gracia” (Rom. 6, 14) y “ahora, en cambio, tras morir a aquella realidad en la que nos hallábamos prisioneros, hemos sido liberados de la ley, de modo que podamos servir en la novedad del espíritu y no en la caducidad de la letra” (Rom. 7, 6) cite precisamente la ley para acallar a las mujeres.
Hay que tener en cuenta que las comunidades fundadas por Pablo y a las que envía sus cartas eran, en su mayoría, conflictivas, raquíticas y todavía muy inmaduras, y que estos consejos son puramente circunstanciales y localistas y que no está en el ánimo de Pablo crear doctrina con ello, pero han sido utilizados en ese sentido.
Resumiendo: que el Espíritu Santo que a través de los siglos ha configurado un solo pueblo sin distinción de raza, color,  o precedencia social “pues todo nosotros judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo” (1Cor. 12, 13), siga iluminando nuestros corazones para en nuestra Iglesia no haya diferencias por ser blanco o negro, europeo o africano, rico o pobre, hombre o mujer, etc.
Después de unos momentos de reflexión los dos rezaron:
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos
el fuego de tu amor.
Envía, Señor, tu Espíritu.
Que renueve la faz de la Tierra.
- y de la Iglesia, añadió el ermitaño.
- Amén, contestó el discípulo.


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