domingo, 30 de octubre de 2016

SÍ, RESUCITAREMOS.

Trigésimo segundo Domingo del tiempo ordinario C.

Evangelio según san Lucas, 20, 27 – 38.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:
— Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó:
— En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.
Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.

- ¡Qué exagerados los saduceos que encontramos en el evangelio de hoy! Dijo el discípulo al llegar.
- Muy exagerados con el ejemplo que ponen, pero hay que reconocer que eran inteligentes y creativos. Es evidente que la intervención era capciosa e intentaban, como en tantas otras ocasiones, coger a Jesús en contradicción. Hay que reconocer que eran buenos dialécticos, maestros en este arte sobre todo si los comparamos con los miles de tertulianos que actualmente pululan por nuestras radios y televisiones.
El caso que exponen aunque fuera difícil que sucediera era, no obstante, posible  en cumplimiento de la ley del levirato (o del cuñado).
- Maestro, los mismos saduceos explican el contenido de esta ley, pero ¿podrías añadir alguna pincelada?
- La ley que está muy bien expuesta por los intervinientes dice. “Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella su deber legal de cuñado; el primogénito que ella dé a luz, llevará el nombre del hermano difunto y así no se borrará su nombre de Israel” (Deut. 25, 5 – 6).  Procede, no obstante, ver un poco el contexto. Era un tema de supervivencia histórica y de herencia. Era una tradición  hebrea conocer de memoria y recitar el propio árbol genealógico con la esperanza de que algún vástago de su progenie fuera el Mesías. Si no dejaba descendencia, se rompía la cadena y estaba condenado al olvido, pues ya nadie lo nombraría al relatar su cadena genealógica. Además de la supervivencia del nombre también había un heredero claro de los bienes del difunto. Todo esto lo encontrarás legislado en Num. 27, 8 – 11 y 36, 5 – 9.
Pero lo importante del mensaje de este domingo no es el levirato, ley harto superada en nuestros días, lo verdaderamente trascendental de la pregunta y, sobre todo de la respuesta, es si hay o no resurrección, y Jesús contesta sin ambigüedades, de manera directa y contundente: Sí, nos espera la resurrección.
De la respuesta de Jesús quisiera subrayar dos datos:
1º - El cielo, o lugar de los muertos vivientes, sabemos lo que no es: no es como aquí, los hombres y mujeres no se casan, no rigen nuestras leyes, etc., pero  ¿qué es? ; yo me atrevería a decir que es algo así como una fiesta sorpresa, de la que esperas algo bueno, agradable, pero a la hora de la verdad la realidad supera muchísimo cualquier expectativa.
2º - La respuesta resulta no solo contundente sino un tanto provocativa, pues si los saduceos consideraban a los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob solo como seres muertos, como los muertos son podredumbre, es decir, impureza,  de manera indirecta afirmaban que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, era un Dios de impurezas, un Dios impuro.
A modo de resumen, buen amigo, te diré que , resucitaremos, y porque confiamos en un Dios que no defrauda sabemos que nos llevará, como dice el salmo 23, hacia verdes praderas, y hacía fuentes de agua cristalina, pero en el fondo ES UN MISTERIO que un día descubriremos con gran asombro y enorme emoción..
Y ya que lo he citado, te invito a rezar conmigo el salmo 23:
El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre»
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.


domingo, 23 de octubre de 2016

Zaqueo, el de Jericó.

Trigésimo primero Domingo del tiempo ordinario C

Evangelio según san Lucas, 19, 1 - 10.
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
— Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:
— Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor:
— Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús le contestó:
— Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.


Aquella mañana decía el ermitaño a su discípulo:
- Bonita, muy bonita la historia de Zaqueo, jefe de publicanos y rico, algo así como Inspector-Jefe Regional en la Hacienda actual. Hombre rico en bienes pero pobre en amores y poco agraciado físicamente por su baja estatura; temido por su poder, pero también odiado por ese mismo poder y por el abuso que de él hacía.
Tenía yo un amigo - creo que te lo conté ya en otra ocasión - que decía que Dios es generoso, te llena de regalos y bendiciones, pero cuanto menos hay que ponerse en fila.
Zaqueo no se puso en fila, pero rompiendo todos los protocolos, olvidándose de su dignidad, si alguna le quedaba, se echó a correr y se subió a un sicómoro para ver a Jesús, pues sentía una enorme curiosidad por conocerle. Siguiendo el argumento de mi amigo, yo diría que Zaqueo no se colocó en la fila, pero se puso a tiro, y el Señor disparó: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.  Zaqueo se expuso demasiado y cayó en la trampa.
- ¿Cayó en la trampa, Maestro?
- Entiéndeme la ironía. Quiero decir que desde el momento en que sintió curiosidad por conocer al Señor y, en base a esa curiosidad, se colocó a su alcance, ya estaba en disposición de ser depositario del amor misericordioso de Jesús.

Hoy se predicará mucho sobre la conversión de este publicano de Jericó y como se comprometió a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a compensar a sus víctimas devolviéndoles lo timado multiplicado por cuatro, pero yo te diría que esto se parece a aquellas novelas o películas que cuando llegas a mitad ya sabes el final y son insoportablemente aburridas. Desde el momento en que vemos a Zaqueo tan picado por la curiosidad que decide subirse al sicómoro, ya deducimos el resultado, es decir y siguiendo el símil de antes, que caería en las redes del corazón de Cristo.
¿Sabes quiénes son los mayores enemigos de Cristo y de su Iglesia?
- Creo que sí, Maestro, pero como entiendo que es una pregunta retórica, espero que me lo expliques tú.
- Vale. Los mayores enemigos de Cristo y de la Iglesia no son los que se dedican a matar cristianos; siendo estas acciones absolutamente reprochables, la sangre de los mártires es semilla de nuevos creyentes. De hecho la Iglesia resurge con mayor vigor después de cada persecución. Tampoco son aquellos que critican de manera permanente o esporádica a la Iglesia; estos tales, con razón o sin ella, hacen que nos examinemos cada día y nos corrijamos. Con frecuencia causa mucho dolor, pero toda cirugía es agresiva y dolorosa, sin embargo subsana anomalías y reconduce a la normalidad.
Los que más daño hacen son los pasotas, los que pasan de Dios: piensan, viven y actúan como si Dios no existiera; no lo atacan, no lo critican, por supuesto que no sienten ninguna curiosidad ni le buscan. Estos tales nunca se ponen a tiro, estos tales nunca escucharán de los labios de Jesús: “date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.
Si me permites y para terminar quisiera insistir en una idea que ya he manifestado en diversas ocasiones. Con frecuencia decimos que hay que hacer grandes obras para ser merecedores  de las bendiciones de Dios, hay que hacer tal y tal cosa para ganarse el cielo, etc. ¡craso error! Sólo hay que dejarse llevar por la mano amorosa de Dios. Él siempre toma la iniciativa, o como nos dice el apóstol Juan: “Nosotros amemos a Dios, porque Él nos amó primero” (1.Jn. 4, 19).
Veamos el itinerario - también se puede usar el término latino “iter”, y hoy de manera un tanto pomposa se utiliza “hoja de ruta” -  de la conversión de Zaqueo:
* curiosidad: “trataba de ver quién era Jesús”;
* ponerse en situación (a tiro): “corriendo más adelante, se subió a un sicómoro para verlo”;
* invitación: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”;
* aceptación: “Él se dio prisa en bajar”
* conversión: ya había cercanía y comunión, por eso “lo recibió muy contento”
* evidencias de la conversión, cambio o metánoia: ”Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si he defraudado a alguno le restituyo cuatro veces más”.
No creas, amigo mío, que este desprendimiento haya significado sacrificio alguno para Zaqueo o que pretendiera compensar de alguna manera tanta ternura por parte de Jesús. No, para él fue una auténtica gozada empezar un nuevo estilo de vida en  sintonía con su Huésped.


lunes, 17 de octubre de 2016

ORGULLO Y HUMILDAD


Trigésimo Domingo del tiempo ordinario C



Evangelio según san Lucas, 18, 9 - 14.
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
— Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano.
El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.”
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.



Aquella mañana se pusieron a hablar, Maestro y discípulo, un poco de todo: del tiempo, de las cosechas prácticamente terminadas, de las noticias del mundo, y de la salud de la familia:
- Todos bien, gracias a Dios, aunque mis abuelos ya van acusando el peso de los años, pero todavía se apañan bien solos; son del todo autosuficientes; es más, mi abuelo todavía cuida un pequeño huerto que tiene cerca de casa, y que les proporciona unas verduras de primera clase.
Se acomodaron (¿?) en el sitio de costumbre, el Maestro esperaba la pregunta casi ritual del discípulo, cuando este, cambiando el guion, le dice:
-  La parábola que proclamamos en este domingo es muy fácil de entender, aunque difícil de vivir.
- Es el evangelio puro y duro, pero no creo que sea justo decir que es difícil vivirlo. Te voy a contar una experiencia vivida hace muchos – creo que muchísimos – años. Viajaba con un grupo de compañeros por el sur de Italia y nos llevaron a visitar unas cuevas que alguien dijo ser magníficas. No sufro de claustrofobia pero tampoco soy un espeleólogo aventurero. Desde fuera no se veía más que un agujero y humedad por todas partes. Intenté hacerme el remolón, después de haberme informado que saldrían por el mismo sitio, pero uno de los compañeros que se había percatado de mis intenciones, me animó y, por vergüenza, entré. Al principio aquello me pareció monótono y aburrido, pero en seguida entramos en la primera sala; quedé embelesado: miles y miles de estalactitas y estalagmitas de un blanco resplandeciente, unas más largas, otras más cortas, otras parecían figuras de personas, animales o plantas que el guía se encargaba de subrayar. De la primera sala, pasamos a la segunda y de la segunda a la tercera, y así hasta seis o siete, no recuerdo bien. A la última de las que visitamos la llamaban “la catedral”, y te aseguro que ninguna catedral del mundo reúne tanta belleza. Estando allí recordé las palabras de Pedro en el Tabor: “¡Qué bueno es que estemos aquí” (Lc. 9, 33). Es cierto que había dificultades: para pasar de una sala a otra había que cruzar  túneles, cada cual más estrecho y más bajo; en algún caso había que cruzarlo casi a gatas; el suelo era resbaladizo y alguno de los presentes acabó en el lago que estaba en el centro de la sala. ¡¿Pero qué importaban esas pequeñas incomodidades cuando se contempla  tanta belleza?!
Así, amigo mío, es el evangelio. Desde fuera puede parecer difícil, ilógico y hasta inútil, pero cuando estás dentro – y tú estás dentro – la sensación de paz, de alegría y de felicidad es tan grande que cualquier dificultad o sacrificio se le antoja a uno fácilmente asumible y hasta llevadero en aras a tanta belleza.
- Y ahora, Maestro, intervino el discípulo,  la frase que estabas esperando: háblame del evangelio de hoy.
El ermitaño sonrió al darse cuenta que había ya tanta comunión entre los dos que el joven discípulo era  capaz de adivinarle los pensamientos; y continuó:
- Para ser breve señalaré unos cuantos puntos para interpretar la parábola:
* Como ya decíamos la semana pasada Lucas es un muy buen catequista, y antes de ofrecer la parábola da las claves para su comprensión: “dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás”; es algo así como las moniciones que se hacen hoy en la liturgia de la palabra para una mejor intelección de la misma, aunque no siempre lo consigue, ya que en algunos casos se trata de una homilía, y pocas veces acertada, y otras, sobre todo cuando se deja a la improvisación, pura exhibición de palabrería sin sentido.
* A lo largo del evangelio parece que Jesús siente una cierta inquina por los fariseos y muchas preferencias por los publicanos, y es verdad solo en parte. No va contra las personas, aprueba o desaprueba sus acciones, sino algo más profundo: su orgullo en el primer de los casos y su humildad en el otro.
* El fariseo era un hombre legal. Cumplía la Torá a rajatabla: “no soy ladrón, injusto adúltero”, “ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo” ; y era supuestamente, verdad. Pero se creía perfecto, se salvaba por sí solo, no necesitaba de Dios para nada, por eso se sentía capacitado para juzgar a los demás: “no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano”.
* El publicano era, también supuestamente, como todos los publicanos un ladronzuelo, un extorsionador y un aprovechado. Así eran estos funcionarios del imperio, pero se sentían no solo postergados ante su pueblo que los miraban como traidores, sino también  ante Dios. A lo largo del evangelio encontramos vamos momentos de encuentro de estos hombres que sintiéndose pecadores buscan la verdad. Estando Juan bautizando en el Jordán “vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “¿Maestro, qué tenemos que hacer nosotros?” Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido”.  Y podríamos comentar la conversión de Zaqueo, jefe de publicanos y rico, pero lo dejamos de momento porque lo vamos a encontrar el próximo domingo. Jesús quiso tener entre los suyos a un publicano: Mateo: “Al pasar vio Jesús a un hombre, llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió” (Mt. 9, 9).
 - Maestro, pero ¿por qué estas preferencias de Jesús?
- Antes de contestarte y para encuadrar mejor la respuesta voy a ofrecerte una cita más: “en verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios“ (Mt. 21, 31). Entonces, ¿el prostituirse es un mérito valedero para alcanzar el Reino? No, en absoluto.  Y ahora te contesto: cuando uno en su miseria o en su dolor toca fondo, cuando ya lo ha perdido todo hasta su propio orgullo es cuando está en disposición de mirar a lo alto y con las lágrimas en los ojos exclamar: “Hijo de David, Jesús ten compasión de mí” (Mc. 10, 47), y Él que afirmó:”… no necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan” (Lc. 5, 31 – 32), les tenderá la mano y empezarán juntos la resalida. Pero, y para que no te asustes, de esta situación nadie queda excluido, pues si humildemente como el publicano en el templo exclamamos: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”, ya nos ponemos en actitud de conversión y la gracia del Señor estará con nosotros.
Antes de iniciar el rezo de laudes y como conclusión de esta reflexión magistral del ermitaño los dos, Maestro y discípulo, recitaron el conocido salmo 50.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado,
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.


domingo, 9 de octubre de 2016

Jesús y la oración


Vigésimo noveno Domingo del tiempo ordinario C


Evangelio según san Lucas, 18, 1 - 8.

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
— Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario.”
Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.”
Y el Señor añadió:
— Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?



Como cada madrugada del domingo llegó el discípulo a donde estaba el Maestro. Iba con sudadera de capucha, pantalones de chándal, zapatillas de deporte y su mochila a la espalda. Aunque hacía ya un frío respetable a aquella hora y en aquel lugar, él estaba sudado, sobre todo la espalda. Como siempre había hecho corriendo los cinco quilómetros que lo separaban  su pueblo del lugar donde vivía el anacoreta.
Después de los saludos de rigor, dijo:
- Maestro, explícame el evangelio de hoy.
Esta pregunta de cada domingo le recordaba siempre la pregunta ritual que el menor de los presentes formula al  principal de la familia al inicio de la cena de pascua en las familias judías: “¡Por qué esta noche es diferente de todas las demás noches?” y que da pie a que el padre recite el credo judío: “Mi padre fue un arameo errante que bajó a Egipto, como emigrante … “ Deut. 26, 5 – ss) y así vaya desgranando la historia de Israel y, sobre todo, como Yaveh los ha librado del poder del faraón con mano fuerte y brazo poderoso, mandándoles que cada año recuerden esta hazaña del Señor.
- Maestro, explícame el evangelio de hoy, repitió el discípulo.
- Vamos a ello, respondió el ermitaño, pero lo de hoy te va a resultar un poco pesado, por lo que te aconsejo que saques el cuaderno que llevas en la mochila y tomes algunos apuntes.
El Maestro sacó, a su vez, un papel de su bolsillo y empezó:
- Esta vez Jesús, el Gran Catequista, empieza por el final, por la moraleja, es decir, el fin último de la parábola: “Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer”. Quisiera subrayar que este precepto, “orar sin desfallecer”,  es uno de los pilares de la doctrina paulina – Pablo es el maestro de Lucas – e insiste en ellos en todas sus cartas; tan solo algunos ejemplos:
* “Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración” (Rom. 12, 12);
* “Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, suplicando por todos los santos” (Ef. 6, 18);
* “sed constantes en orar” (1Tes. 5, 17).
A continuación viene la parábola que es muy sencilla. Como la pobre viuda también nosotros debemos insistir y con humildad.
- Maestro, ¿y por qué debemos insistir, Es que Dios no se entera si lo decimos solo una vez?
- Dios se entera aunque no se lo digas nunca, pero tú, con tu insistencia y tu constancia estás indicando que sigues creyendo y sigues esperando, aun en el caso que la respuesta sea el silencio. Si te desesperas y te callas es porque has perdido la fe y la esperanza, y además también has perdido la humildad, pues das a entender, sobre todo en la oración de petición, que tienes derecho a ser atendido, y a la primera. La insistencia en la oración manifiesta una gran fe en el Dios al que pides, la confianza en que te escuchará y la humildad de implorar, como los enfermos varios del evangelio, lo que necesitas y que por ti solo no puedes conseguir.
Pero quisiera hablarte, más allá del evangelio de hoy, de la oración en el evangelio de Lucas, y así encuadrar sus enseñanzas.
Te decía antes que la oración es uno de los pilares de la doctrina de Pablo / Lucas.
Punto 1 – Jesús enseña a sus discípulos a orar. “Él les dijo: cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre …” (Lc. 11, 2 – 4).
Punto 2 – Garantiza la eficacia  de la oración: “Pues yo os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez le dará una serpiente en lugar de un pez? ¿O se le pide un huevo, le dará un escorpión?"  (Lc 11, 9-12). San Juan es más inmediato en este tema: “Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo (Jn. 14, 13).
Punto 3. Recomienda la perseverancia en la oración: La parábola del juez injusto – evangelio de hoy – (Lc. 18, 2 – 5) y la parábola del hombre que va importunar al amigo en plena noche para pedirle prestado algo de pan (Lc. 11, 11, 5 – 8), son tan solo dos ejemplos de esa perseverancia en medio de la adversidad.
Pero sobre todo es nos enseña a orar con el ejemplo: Él es un hombre de oración.
* Jesús participa en la oración ritual del pueblo: a los doce años lo encontramos en la Casa del Padre (Lc. 2, 41 – 50); en Nazaret entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados (Lc. 4, 16); celebra la cena pascual con sus discípulos (Lc. 22, 7 – 14);
* Se retira a rezar antes de los grandes momentos: pasa cuarenta días en desierto en ayuno y oración antes de iniciar su vida pública (Lc. 4, 1 -13); antes de elegir y consagrar a los apóstoles pasa una noche de oración en la montaña (Lc. 6, 12 -16); cuando va camino de Jerusalén, como cordero camino del matadero (Is. 53, 7), y tiene que anunciar a los discípulos lo que va a suceder en la ciudad santa, antes se retire a orar a lo alto de un monte  (Lc. 9, 28 – 36); se  va a orar al jardín de los olivos ante la eminencia de su pasión (Lc. 22, 39 – 46), y su último suspiro fue una oración: “Padre, a tu manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23, 46).
Resumiendo, amigo mío, Jesús nos enseña a rezar, con una oración perseverante y confiada y a hacer, como él, de toda la vida una oración.
Al terminar, dijo el Maestro con cierta sorna:
- ¿Has tomado buena nota de todo?
- Sí, Maestro, y durante esta semana me leeré los pasajes que has citado.
- Bien, pero no dejes de divertirte un poco …
- Sí, sí, Maestro, no te preocupes por ello.
Como oración conclusiva y antes del rezo de Laudes recitaron el salmo 87:
Señor, Dios mío, de día te pido auxilio,
de noche grito en tu presencia;
llegue hasta tí mi súplica,
inclina mi oído a mi clamor.
Porque mi alma está colmada de desdichas,
y mi vida está al borde del abismo;
ya me cuentan con los que bajan a la fosa,
soy como un inválido.
Tengo mi cama entre los muertes,
como los caídos que yacen en el sepulcro,
de los cuales ya no guardas memoria,
porque fueron arrancados de tu mano.
Me has colocado en lo hondo de la fosa,
en las tinieblas del fondo;
tú cólera pesa sobre mí,
me echas encima todas tus olas.
Has alejado de mí a mis conocidos,
me has hecho repugnante para ellos:
encerrado, no puedo salir,
y los ojos se me nublan de pesar.
Todo el día te estoy invocando,
tendiendo las manos hacia ti.
¿Harás tú maravillas por los muertos?
¿Se alzarán las sombras para darte gracias?
¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia,
o tu fidelidad en el reino de la muerte?
¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla,
o tu justicia en el país del olvido?
Pero yo te pido auxilio,
por la mañana irá a tu encuentro mi súplica.
¿Por qué, Señor, me rechazas,
y me escondes tu rostro?
Desde niño fui desgraciado y enfermo,
me doblo bajo el peso de tus terrores,
pasó sobre mí tu incendio,
tus espantos me han consumido:
me rodean como las aguas todo el día,
me envuelven todos a una;
alejaste de mí amigos y compañeros:
mi compañía son las tinieblas.

domingo, 2 de octubre de 2016

LA LEY Y LA TERNURA

Vigésimo octavo Domingo del tiempo ordinario C


Evangelio según san Lucas, 17, 11 – 19.
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
  Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
Al verlos, les dijo:
— Id a presentaros a los sacerdotes.
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.
Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
— ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
Y le dijo:
      Levántate, vete; tu fe te ha salvado.




- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo al llegar, y sin esperar respuesta continuó:
 - Por camino venía, como cada domingo, pensando en el evangelio de hoy, y creo que la enseñanza que nos ofrece está muy clara: hay que ser agradecidos por todo lo que Dios nos da; es más, me atrevo a decir que a cada oración de impetración o petición debe corresponder una oración de acción de gracias.
- Buenos días, amigo mío. Has resumido tan perfectamente el evangelio de este vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario, dijo el ermitaño con cierta ironía, que podemos pasar de inmediato a rezo de laudes.
- ¡Ale, Maestro! No te burles de mi.
- No me burlo de ti, y me alegro muchísimo que hayas hecho ya tu propia reflexión que siempre es muy interesante y enriquecedora, pero si empiezas por darme el resumen, ya no hay motivo para más análisis. Estoy de acuerdo contigo y resulta además muy evidente que al Señor le agrada mucho nuestro agradecimiento. Un sincero “gracias” derrite el corazón de una madre y, por supuesto, derrite el corazón de Dios.
Se hizo un largo silencio, hasta que el discípulo ya un tanto inquieto, exclamó:
- Maestro, ¿no me dices nada más?
- Añadiré algunos puntos más, pero son muy personales y, muy probablemente, no resisten al saber de los exegetas:
* “Yendo camino de Jerusalén”: Lucas, lo mismo que Marcos, sitúa toda la doctrina de Jesús camino de Jerusalén. Toda su vida es un caminar hacia la Ciudad Santa y lo que allí sucederá: su pasión, muerte y resurrección;  toda su vida, sus palabras y sus gestos deben ser vistos e interpretados a través de este prisma. Leer el evangelio omitiendo esta perspectiva resulta incomprensible y hasta contradictorio; pero todo fue dicho y hecho “yendo camino de Jerusalén”.
* “vinieron a su encuentro diez hombres leprosos… este era un samaritano”.  Por razones históricas y raciales los judíos y los samaritanos eran enemigos (Cfr. Jn. 4, 9). Se podría aquí reflexionar como la pobreza y la enfermedad derriba barreras que el poder y las riquezas levantan y mantienen a toda costa. Allí estaban juntos diez leprosos, nueve judíos (se supone) y un samaritano con un vínculo común: la lepra.
* “Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios”. La ley mosaica obligada que todo aquel que fuera curado de la lepra acudiera al templo, y previa la ofrenda de lo establecido para el sacrificio – de lo que una parte importante era para el sacerdote – este, hechos los ritos establecidos, lo declarara “puro” y, por consiguiente, miembro de pleno derecho de la comunidad (cfr. Levítico, 14, 1 – 32). Ahora bien, estos enfermos se dirigieron a Jerusalén con la enfermedad a cuestas, pero  confiaban en la palabra de Jesús  y esperaban que cuando se presentasen ante el sacerdote estarán en condiciones de ser purificados. Se comenta con cierta ironía que cuando en nuestros pueblos se hacen rogativas para pedir la lluvia nadie se cuelga un paraguas en el brazo. Pues bien, estos hombres, aún leprosos, se dirigieron a Jerusalén para ser purificados.
* “Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos”. Con frecuencia juzgamos muy mal a los nueve restantes por no haber hecho lo mismo. Este ermitaño recuerda que cuando era adolescente leyó en alguna novela que el Señor castigó a los nueve que quedaron curados, pero tremendamente desfigurados por las cicatrices de la enfermedad, mientras que el décimo quedó totalmente limpio y sin señal alguna. Desconozco si este dato es una pura creación literaria del autor o procede de algún de los muchos evangelios apócrifos.
Hay destacar que este hombre no podría presentarse en el templo de Jerusalén, porque no era judío; muy probablemente iría a presentarse al sacerdote del templo que tenían en el monte Garizim, para cumplir allí lo mandado por la ley mosaica.
- ¿Dónde está entonces la diferencia, pues Jesús alabó el comportamiento de este hombre y, de manera indirecta, reprobó el los restantes?
- Te lo diré: este hombre supo anteponer la humanidad a la ley. Primero fue a manifestar su alegría y su agradecimiento al autor de curación; dio salida a sus sentimientos, a su humanidad, mientras que los demás, fieles cumplidores de la ley, eran esclavos de ella. Para ellos, como buenos judíos, solo existía la ley, muchas veces deshumanizante, y la cumplían a rajatabla, aunque, eso sí, haciendo todas las trampas posibles para capearla.
Jesús en diversas ocasiones había criticado reprochado el cumplimiento acrítico y, por consiguiente, deshumano de la ley:
* “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27);
* Todo el capítulo 23 de San Mateo es una diatriba contra el cumplimiento le la ley por parte de los fariseos, y entre otras muchas cosas, todas ellas de capital importancia llega a decir: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello” (v. 23).
* En el capítulo 5 y muy especialmente en los versículos 17 – 48,  el evangelista  Mateo nos presenta a Jesús enseñándonos  la ley, pero tamizada por su propia doctrina, y dice, por ejemplo: “ Habéis oído lo que se dijo: ”Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”, pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda su lluvia a justos e injustos” (v. 43 -45).
En definitiva, amigo mío, entiendo que  la virtud del leproso samaritano que tanto agradó a Jesús consistió en priorizar en el tiempo la ternura y el agradecimiento al cumplimiento estricto y ritual de la ley.
Hubo un largo, larguísimo silencio, hasta que el joven se atrevió a preguntar:
- Maestro, ¿en qué piensas?
- Pues, llevado por el evangelio de hoy, estaba pensando en la primera parte del capítulo 13 de la primera carta de Pablo a los corintios: “Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que una campana que toca o unos platillos que resuenan.
Aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tenga tanta fe que traslade las montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque reparta todos mis bienes entre los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve”

De muy poco sirve la ley, cualquier tipo de ley, si no está impregnada de humanidad.