domingo, 23 de octubre de 2016

Zaqueo, el de Jericó.

Trigésimo primero Domingo del tiempo ordinario C

Evangelio según san Lucas, 19, 1 - 10.
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
— Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:
— Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor:
— Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús le contestó:
— Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.


Aquella mañana decía el ermitaño a su discípulo:
- Bonita, muy bonita la historia de Zaqueo, jefe de publicanos y rico, algo así como Inspector-Jefe Regional en la Hacienda actual. Hombre rico en bienes pero pobre en amores y poco agraciado físicamente por su baja estatura; temido por su poder, pero también odiado por ese mismo poder y por el abuso que de él hacía.
Tenía yo un amigo - creo que te lo conté ya en otra ocasión - que decía que Dios es generoso, te llena de regalos y bendiciones, pero cuanto menos hay que ponerse en fila.
Zaqueo no se puso en fila, pero rompiendo todos los protocolos, olvidándose de su dignidad, si alguna le quedaba, se echó a correr y se subió a un sicómoro para ver a Jesús, pues sentía una enorme curiosidad por conocerle. Siguiendo el argumento de mi amigo, yo diría que Zaqueo no se colocó en la fila, pero se puso a tiro, y el Señor disparó: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.  Zaqueo se expuso demasiado y cayó en la trampa.
- ¿Cayó en la trampa, Maestro?
- Entiéndeme la ironía. Quiero decir que desde el momento en que sintió curiosidad por conocer al Señor y, en base a esa curiosidad, se colocó a su alcance, ya estaba en disposición de ser depositario del amor misericordioso de Jesús.

Hoy se predicará mucho sobre la conversión de este publicano de Jericó y como se comprometió a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a compensar a sus víctimas devolviéndoles lo timado multiplicado por cuatro, pero yo te diría que esto se parece a aquellas novelas o películas que cuando llegas a mitad ya sabes el final y son insoportablemente aburridas. Desde el momento en que vemos a Zaqueo tan picado por la curiosidad que decide subirse al sicómoro, ya deducimos el resultado, es decir y siguiendo el símil de antes, que caería en las redes del corazón de Cristo.
¿Sabes quiénes son los mayores enemigos de Cristo y de su Iglesia?
- Creo que sí, Maestro, pero como entiendo que es una pregunta retórica, espero que me lo expliques tú.
- Vale. Los mayores enemigos de Cristo y de la Iglesia no son los que se dedican a matar cristianos; siendo estas acciones absolutamente reprochables, la sangre de los mártires es semilla de nuevos creyentes. De hecho la Iglesia resurge con mayor vigor después de cada persecución. Tampoco son aquellos que critican de manera permanente o esporádica a la Iglesia; estos tales, con razón o sin ella, hacen que nos examinemos cada día y nos corrijamos. Con frecuencia causa mucho dolor, pero toda cirugía es agresiva y dolorosa, sin embargo subsana anomalías y reconduce a la normalidad.
Los que más daño hacen son los pasotas, los que pasan de Dios: piensan, viven y actúan como si Dios no existiera; no lo atacan, no lo critican, por supuesto que no sienten ninguna curiosidad ni le buscan. Estos tales nunca se ponen a tiro, estos tales nunca escucharán de los labios de Jesús: “date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.
Si me permites y para terminar quisiera insistir en una idea que ya he manifestado en diversas ocasiones. Con frecuencia decimos que hay que hacer grandes obras para ser merecedores  de las bendiciones de Dios, hay que hacer tal y tal cosa para ganarse el cielo, etc. ¡craso error! Sólo hay que dejarse llevar por la mano amorosa de Dios. Él siempre toma la iniciativa, o como nos dice el apóstol Juan: “Nosotros amemos a Dios, porque Él nos amó primero” (1.Jn. 4, 19).
Veamos el itinerario - también se puede usar el término latino “iter”, y hoy de manera un tanto pomposa se utiliza “hoja de ruta” -  de la conversión de Zaqueo:
* curiosidad: “trataba de ver quién era Jesús”;
* ponerse en situación (a tiro): “corriendo más adelante, se subió a un sicómoro para verlo”;
* invitación: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”;
* aceptación: “Él se dio prisa en bajar”
* conversión: ya había cercanía y comunión, por eso “lo recibió muy contento”
* evidencias de la conversión, cambio o metánoia: ”Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si he defraudado a alguno le restituyo cuatro veces más”.
No creas, amigo mío, que este desprendimiento haya significado sacrificio alguno para Zaqueo o que pretendiera compensar de alguna manera tanta ternura por parte de Jesús. No, para él fue una auténtica gozada empezar un nuevo estilo de vida en  sintonía con su Huésped.


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