domingo, 30 de octubre de 2016

SÍ, RESUCITAREMOS.

Trigésimo segundo Domingo del tiempo ordinario C.

Evangelio según san Lucas, 20, 27 – 38.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:
— Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó:
— En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.
Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.

- ¡Qué exagerados los saduceos que encontramos en el evangelio de hoy! Dijo el discípulo al llegar.
- Muy exagerados con el ejemplo que ponen, pero hay que reconocer que eran inteligentes y creativos. Es evidente que la intervención era capciosa e intentaban, como en tantas otras ocasiones, coger a Jesús en contradicción. Hay que reconocer que eran buenos dialécticos, maestros en este arte sobre todo si los comparamos con los miles de tertulianos que actualmente pululan por nuestras radios y televisiones.
El caso que exponen aunque fuera difícil que sucediera era, no obstante, posible  en cumplimiento de la ley del levirato (o del cuñado).
- Maestro, los mismos saduceos explican el contenido de esta ley, pero ¿podrías añadir alguna pincelada?
- La ley que está muy bien expuesta por los intervinientes dice. “Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella su deber legal de cuñado; el primogénito que ella dé a luz, llevará el nombre del hermano difunto y así no se borrará su nombre de Israel” (Deut. 25, 5 – 6).  Procede, no obstante, ver un poco el contexto. Era un tema de supervivencia histórica y de herencia. Era una tradición  hebrea conocer de memoria y recitar el propio árbol genealógico con la esperanza de que algún vástago de su progenie fuera el Mesías. Si no dejaba descendencia, se rompía la cadena y estaba condenado al olvido, pues ya nadie lo nombraría al relatar su cadena genealógica. Además de la supervivencia del nombre también había un heredero claro de los bienes del difunto. Todo esto lo encontrarás legislado en Num. 27, 8 – 11 y 36, 5 – 9.
Pero lo importante del mensaje de este domingo no es el levirato, ley harto superada en nuestros días, lo verdaderamente trascendental de la pregunta y, sobre todo de la respuesta, es si hay o no resurrección, y Jesús contesta sin ambigüedades, de manera directa y contundente: Sí, nos espera la resurrección.
De la respuesta de Jesús quisiera subrayar dos datos:
1º - El cielo, o lugar de los muertos vivientes, sabemos lo que no es: no es como aquí, los hombres y mujeres no se casan, no rigen nuestras leyes, etc., pero  ¿qué es? ; yo me atrevería a decir que es algo así como una fiesta sorpresa, de la que esperas algo bueno, agradable, pero a la hora de la verdad la realidad supera muchísimo cualquier expectativa.
2º - La respuesta resulta no solo contundente sino un tanto provocativa, pues si los saduceos consideraban a los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob solo como seres muertos, como los muertos son podredumbre, es decir, impureza,  de manera indirecta afirmaban que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, era un Dios de impurezas, un Dios impuro.
A modo de resumen, buen amigo, te diré que , resucitaremos, y porque confiamos en un Dios que no defrauda sabemos que nos llevará, como dice el salmo 23, hacia verdes praderas, y hacía fuentes de agua cristalina, pero en el fondo ES UN MISTERIO que un día descubriremos con gran asombro y enorme emoción..
Y ya que lo he citado, te invito a rezar conmigo el salmo 23:
El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre»
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.


No hay comentarios:

Publicar un comentario