Trigésimo segundo Domingo del tiempo
ordinario C.
-
¡Qué exagerados los saduceos que encontramos en el evangelio de hoy! Dijo el
discípulo al llegar.
- Muy exagerados con el ejemplo que ponen, pero hay
que reconocer que eran inteligentes y creativos. Es evidente que la
intervención era capciosa e intentaban, como en tantas otras ocasiones, coger
a Jesús en contradicción. Hay que reconocer que eran buenos dialécticos,
maestros en este arte sobre todo si los comparamos con los miles de
tertulianos que actualmente pululan por nuestras radios y televisiones.
El caso que exponen aunque fuera difícil que
sucediera era, no obstante, posible en
cumplimiento de la ley del levirato (o del cuñado).
- Maestro, los mismos saduceos explican el contenido
de esta ley, pero ¿podrías añadir alguna pincelada?
- La ley que está muy bien expuesta por los
intervinientes dice. “Si dos hermanos
viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se
casará con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella su
deber legal de cuñado; el primogénito que ella dé a luz, llevará el nombre
del hermano difunto y así no se borrará su nombre de Israel” (Deut. 25, 5
– 6). Procede, no obstante, ver un poco
el contexto. Era un tema de supervivencia histórica y de herencia. Era una
tradición hebrea conocer de memoria y
recitar el propio árbol genealógico con la esperanza de que algún vástago de
su progenie fuera el Mesías. Si no dejaba descendencia, se rompía la cadena y
estaba condenado al olvido, pues ya nadie lo nombraría al relatar su cadena
genealógica. Además de la supervivencia del nombre también había un heredero
claro de los bienes del difunto. Todo esto lo encontrarás legislado en Num.
27, 8 – 11 y 36, 5 – 9.
Pero lo importante del mensaje de este domingo no es
el levirato, ley harto superada en nuestros días, lo verdaderamente
trascendental de la pregunta y, sobre todo de la respuesta, es si hay o no
resurrección, y Jesús contesta sin ambigüedades, de manera directa y
contundente: Sí, nos espera la resurrección.
De la respuesta de Jesús quisiera subrayar dos
datos:
1º - El cielo, o lugar de los muertos vivientes,
sabemos lo que no es: no es como aquí, los hombres y mujeres no se casan, no
rigen nuestras leyes, etc., pero ¿qué
es? ; yo me atrevería a decir que es algo así como una fiesta sorpresa, de la
que esperas algo bueno, agradable, pero a la hora de la verdad la realidad supera
muchísimo cualquier expectativa.
2º - La respuesta resulta no solo contundente sino
un tanto provocativa, pues si los saduceos consideraban a los patriarcas
Abrahán, Isaac y Jacob solo como seres muertos, como los muertos son podredumbre,
es decir, impureza, de manera
indirecta afirmaban que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, era un Dios
de impurezas, un Dios impuro.
A modo de resumen, buen amigo, te diré que sí, resucitaremos, y porque confiamos
en un Dios que no defrauda sabemos que nos llevará, como dice el salmo 23,
hacia verdes praderas, y hacía fuentes de agua cristalina, pero en el fondo
ES UN MISTERIO que un día descubriremos con gran asombro y enorme emoción..
Y ya que lo he citado, te invito a rezar conmigo el
salmo 23:
El Señor es
mi pastor, nada me falta.
En verdes
praderas me hace recostar;
me conduce
hacia fuentes tranquilas
y repara
mis fuerzas;
me guía por
el sendero justo,
por el honor de su nombre»
Aunque
camine por cañadas oscuras,
nada temo,
porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas
una mesa ante mí,
enfrente de
mis enemigos;
me unges la
cabeza con perfume,
y mi copa
rebosa.
Tu bondad y
tu misericordia
me
acompañan
todos los
días de mi vida,
y habitaré
en la casa del Señor
por años sin término.
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