domingo, 2 de octubre de 2016

LA LEY Y LA TERNURA

Vigésimo octavo Domingo del tiempo ordinario C


Evangelio según san Lucas, 17, 11 – 19.
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
  Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
Al verlos, les dijo:
— Id a presentaros a los sacerdotes.
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.
Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
— ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
Y le dijo:
      Levántate, vete; tu fe te ha salvado.




- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo al llegar, y sin esperar respuesta continuó:
 - Por camino venía, como cada domingo, pensando en el evangelio de hoy, y creo que la enseñanza que nos ofrece está muy clara: hay que ser agradecidos por todo lo que Dios nos da; es más, me atrevo a decir que a cada oración de impetración o petición debe corresponder una oración de acción de gracias.
- Buenos días, amigo mío. Has resumido tan perfectamente el evangelio de este vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario, dijo el ermitaño con cierta ironía, que podemos pasar de inmediato a rezo de laudes.
- ¡Ale, Maestro! No te burles de mi.
- No me burlo de ti, y me alegro muchísimo que hayas hecho ya tu propia reflexión que siempre es muy interesante y enriquecedora, pero si empiezas por darme el resumen, ya no hay motivo para más análisis. Estoy de acuerdo contigo y resulta además muy evidente que al Señor le agrada mucho nuestro agradecimiento. Un sincero “gracias” derrite el corazón de una madre y, por supuesto, derrite el corazón de Dios.
Se hizo un largo silencio, hasta que el discípulo ya un tanto inquieto, exclamó:
- Maestro, ¿no me dices nada más?
- Añadiré algunos puntos más, pero son muy personales y, muy probablemente, no resisten al saber de los exegetas:
* “Yendo camino de Jerusalén”: Lucas, lo mismo que Marcos, sitúa toda la doctrina de Jesús camino de Jerusalén. Toda su vida es un caminar hacia la Ciudad Santa y lo que allí sucederá: su pasión, muerte y resurrección;  toda su vida, sus palabras y sus gestos deben ser vistos e interpretados a través de este prisma. Leer el evangelio omitiendo esta perspectiva resulta incomprensible y hasta contradictorio; pero todo fue dicho y hecho “yendo camino de Jerusalén”.
* “vinieron a su encuentro diez hombres leprosos… este era un samaritano”.  Por razones históricas y raciales los judíos y los samaritanos eran enemigos (Cfr. Jn. 4, 9). Se podría aquí reflexionar como la pobreza y la enfermedad derriba barreras que el poder y las riquezas levantan y mantienen a toda costa. Allí estaban juntos diez leprosos, nueve judíos (se supone) y un samaritano con un vínculo común: la lepra.
* “Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios”. La ley mosaica obligada que todo aquel que fuera curado de la lepra acudiera al templo, y previa la ofrenda de lo establecido para el sacrificio – de lo que una parte importante era para el sacerdote – este, hechos los ritos establecidos, lo declarara “puro” y, por consiguiente, miembro de pleno derecho de la comunidad (cfr. Levítico, 14, 1 – 32). Ahora bien, estos enfermos se dirigieron a Jerusalén con la enfermedad a cuestas, pero  confiaban en la palabra de Jesús  y esperaban que cuando se presentasen ante el sacerdote estarán en condiciones de ser purificados. Se comenta con cierta ironía que cuando en nuestros pueblos se hacen rogativas para pedir la lluvia nadie se cuelga un paraguas en el brazo. Pues bien, estos hombres, aún leprosos, se dirigieron a Jerusalén para ser purificados.
* “Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos”. Con frecuencia juzgamos muy mal a los nueve restantes por no haber hecho lo mismo. Este ermitaño recuerda que cuando era adolescente leyó en alguna novela que el Señor castigó a los nueve que quedaron curados, pero tremendamente desfigurados por las cicatrices de la enfermedad, mientras que el décimo quedó totalmente limpio y sin señal alguna. Desconozco si este dato es una pura creación literaria del autor o procede de algún de los muchos evangelios apócrifos.
Hay destacar que este hombre no podría presentarse en el templo de Jerusalén, porque no era judío; muy probablemente iría a presentarse al sacerdote del templo que tenían en el monte Garizim, para cumplir allí lo mandado por la ley mosaica.
- ¿Dónde está entonces la diferencia, pues Jesús alabó el comportamiento de este hombre y, de manera indirecta, reprobó el los restantes?
- Te lo diré: este hombre supo anteponer la humanidad a la ley. Primero fue a manifestar su alegría y su agradecimiento al autor de curación; dio salida a sus sentimientos, a su humanidad, mientras que los demás, fieles cumplidores de la ley, eran esclavos de ella. Para ellos, como buenos judíos, solo existía la ley, muchas veces deshumanizante, y la cumplían a rajatabla, aunque, eso sí, haciendo todas las trampas posibles para capearla.
Jesús en diversas ocasiones había criticado reprochado el cumplimiento acrítico y, por consiguiente, deshumano de la ley:
* “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27);
* Todo el capítulo 23 de San Mateo es una diatriba contra el cumplimiento le la ley por parte de los fariseos, y entre otras muchas cosas, todas ellas de capital importancia llega a decir: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello” (v. 23).
* En el capítulo 5 y muy especialmente en los versículos 17 – 48,  el evangelista  Mateo nos presenta a Jesús enseñándonos  la ley, pero tamizada por su propia doctrina, y dice, por ejemplo: “ Habéis oído lo que se dijo: ”Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”, pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda su lluvia a justos e injustos” (v. 43 -45).
En definitiva, amigo mío, entiendo que  la virtud del leproso samaritano que tanto agradó a Jesús consistió en priorizar en el tiempo la ternura y el agradecimiento al cumplimiento estricto y ritual de la ley.
Hubo un largo, larguísimo silencio, hasta que el joven se atrevió a preguntar:
- Maestro, ¿en qué piensas?
- Pues, llevado por el evangelio de hoy, estaba pensando en la primera parte del capítulo 13 de la primera carta de Pablo a los corintios: “Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que una campana que toca o unos platillos que resuenan.
Aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tenga tanta fe que traslade las montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque reparta todos mis bienes entre los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve”

De muy poco sirve la ley, cualquier tipo de ley, si no está impregnada de humanidad.




 

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