domingo, 9 de octubre de 2016

Jesús y la oración


Vigésimo noveno Domingo del tiempo ordinario C


Evangelio según san Lucas, 18, 1 - 8.

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
— Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario.”
Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.”
Y el Señor añadió:
— Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?



Como cada madrugada del domingo llegó el discípulo a donde estaba el Maestro. Iba con sudadera de capucha, pantalones de chándal, zapatillas de deporte y su mochila a la espalda. Aunque hacía ya un frío respetable a aquella hora y en aquel lugar, él estaba sudado, sobre todo la espalda. Como siempre había hecho corriendo los cinco quilómetros que lo separaban  su pueblo del lugar donde vivía el anacoreta.
Después de los saludos de rigor, dijo:
- Maestro, explícame el evangelio de hoy.
Esta pregunta de cada domingo le recordaba siempre la pregunta ritual que el menor de los presentes formula al  principal de la familia al inicio de la cena de pascua en las familias judías: “¡Por qué esta noche es diferente de todas las demás noches?” y que da pie a que el padre recite el credo judío: “Mi padre fue un arameo errante que bajó a Egipto, como emigrante … “ Deut. 26, 5 – ss) y así vaya desgranando la historia de Israel y, sobre todo, como Yaveh los ha librado del poder del faraón con mano fuerte y brazo poderoso, mandándoles que cada año recuerden esta hazaña del Señor.
- Maestro, explícame el evangelio de hoy, repitió el discípulo.
- Vamos a ello, respondió el ermitaño, pero lo de hoy te va a resultar un poco pesado, por lo que te aconsejo que saques el cuaderno que llevas en la mochila y tomes algunos apuntes.
El Maestro sacó, a su vez, un papel de su bolsillo y empezó:
- Esta vez Jesús, el Gran Catequista, empieza por el final, por la moraleja, es decir, el fin último de la parábola: “Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer”. Quisiera subrayar que este precepto, “orar sin desfallecer”,  es uno de los pilares de la doctrina paulina – Pablo es el maestro de Lucas – e insiste en ellos en todas sus cartas; tan solo algunos ejemplos:
* “Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración” (Rom. 12, 12);
* “Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, suplicando por todos los santos” (Ef. 6, 18);
* “sed constantes en orar” (1Tes. 5, 17).
A continuación viene la parábola que es muy sencilla. Como la pobre viuda también nosotros debemos insistir y con humildad.
- Maestro, ¿y por qué debemos insistir, Es que Dios no se entera si lo decimos solo una vez?
- Dios se entera aunque no se lo digas nunca, pero tú, con tu insistencia y tu constancia estás indicando que sigues creyendo y sigues esperando, aun en el caso que la respuesta sea el silencio. Si te desesperas y te callas es porque has perdido la fe y la esperanza, y además también has perdido la humildad, pues das a entender, sobre todo en la oración de petición, que tienes derecho a ser atendido, y a la primera. La insistencia en la oración manifiesta una gran fe en el Dios al que pides, la confianza en que te escuchará y la humildad de implorar, como los enfermos varios del evangelio, lo que necesitas y que por ti solo no puedes conseguir.
Pero quisiera hablarte, más allá del evangelio de hoy, de la oración en el evangelio de Lucas, y así encuadrar sus enseñanzas.
Te decía antes que la oración es uno de los pilares de la doctrina de Pablo / Lucas.
Punto 1 – Jesús enseña a sus discípulos a orar. “Él les dijo: cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre …” (Lc. 11, 2 – 4).
Punto 2 – Garantiza la eficacia  de la oración: “Pues yo os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez le dará una serpiente en lugar de un pez? ¿O se le pide un huevo, le dará un escorpión?"  (Lc 11, 9-12). San Juan es más inmediato en este tema: “Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo (Jn. 14, 13).
Punto 3. Recomienda la perseverancia en la oración: La parábola del juez injusto – evangelio de hoy – (Lc. 18, 2 – 5) y la parábola del hombre que va importunar al amigo en plena noche para pedirle prestado algo de pan (Lc. 11, 11, 5 – 8), son tan solo dos ejemplos de esa perseverancia en medio de la adversidad.
Pero sobre todo es nos enseña a orar con el ejemplo: Él es un hombre de oración.
* Jesús participa en la oración ritual del pueblo: a los doce años lo encontramos en la Casa del Padre (Lc. 2, 41 – 50); en Nazaret entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados (Lc. 4, 16); celebra la cena pascual con sus discípulos (Lc. 22, 7 – 14);
* Se retira a rezar antes de los grandes momentos: pasa cuarenta días en desierto en ayuno y oración antes de iniciar su vida pública (Lc. 4, 1 -13); antes de elegir y consagrar a los apóstoles pasa una noche de oración en la montaña (Lc. 6, 12 -16); cuando va camino de Jerusalén, como cordero camino del matadero (Is. 53, 7), y tiene que anunciar a los discípulos lo que va a suceder en la ciudad santa, antes se retire a orar a lo alto de un monte  (Lc. 9, 28 – 36); se  va a orar al jardín de los olivos ante la eminencia de su pasión (Lc. 22, 39 – 46), y su último suspiro fue una oración: “Padre, a tu manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23, 46).
Resumiendo, amigo mío, Jesús nos enseña a rezar, con una oración perseverante y confiada y a hacer, como él, de toda la vida una oración.
Al terminar, dijo el Maestro con cierta sorna:
- ¿Has tomado buena nota de todo?
- Sí, Maestro, y durante esta semana me leeré los pasajes que has citado.
- Bien, pero no dejes de divertirte un poco …
- Sí, sí, Maestro, no te preocupes por ello.
Como oración conclusiva y antes del rezo de Laudes recitaron el salmo 87:
Señor, Dios mío, de día te pido auxilio,
de noche grito en tu presencia;
llegue hasta tí mi súplica,
inclina mi oído a mi clamor.
Porque mi alma está colmada de desdichas,
y mi vida está al borde del abismo;
ya me cuentan con los que bajan a la fosa,
soy como un inválido.
Tengo mi cama entre los muertes,
como los caídos que yacen en el sepulcro,
de los cuales ya no guardas memoria,
porque fueron arrancados de tu mano.
Me has colocado en lo hondo de la fosa,
en las tinieblas del fondo;
tú cólera pesa sobre mí,
me echas encima todas tus olas.
Has alejado de mí a mis conocidos,
me has hecho repugnante para ellos:
encerrado, no puedo salir,
y los ojos se me nublan de pesar.
Todo el día te estoy invocando,
tendiendo las manos hacia ti.
¿Harás tú maravillas por los muertos?
¿Se alzarán las sombras para darte gracias?
¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia,
o tu fidelidad en el reino de la muerte?
¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla,
o tu justicia en el país del olvido?
Pero yo te pido auxilio,
por la mañana irá a tu encuentro mi súplica.
¿Por qué, Señor, me rechazas,
y me escondes tu rostro?
Desde niño fui desgraciado y enfermo,
me doblo bajo el peso de tus terrores,
pasó sobre mí tu incendio,
tus espantos me han consumido:
me rodean como las aguas todo el día,
me envuelven todos a una;
alejaste de mí amigos y compañeros:
mi compañía son las tinieblas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario