Vigésimo noveno Domingo del tiempo ordinario C
Evangelio
según san Lucas, 18, 1 - 8.
En
aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar
siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
—
Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En
la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia
frente a mi adversario.”
Por
algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me
importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia,
no vaya a acabar pegándome en la cara.”
Y
el Señor añadió:
—
Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará
justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta
fe en la tierra?
|
Como cada madrugada del domingo llegó
el discípulo a donde estaba el Maestro. Iba con sudadera de capucha,
pantalones de chándal, zapatillas de deporte y su mochila a la espalda.
Aunque hacía ya un frío respetable a aquella hora y en aquel lugar, él estaba
sudado, sobre todo la espalda. Como siempre había hecho corriendo los cinco
quilómetros que lo separaban su pueblo
del lugar donde vivía el anacoreta.
Después de los
saludos de rigor, dijo:
- Maestro,
explícame el evangelio de hoy.
Esta pregunta
de cada domingo le recordaba siempre la pregunta ritual que el menor de los
presentes formula al principal de la
familia al inicio de la cena de pascua en las familias judías: “¡Por qué esta noche es diferente de todas
las demás noches?” y que da pie a que el padre recite el credo judío: “Mi padre fue un arameo errante que bajó a
Egipto, como emigrante … “ Deut. 26, 5 – ss) y así vaya desgranando la
historia de Israel y, sobre todo, como Yaveh los ha librado del poder del
faraón con mano fuerte y brazo poderoso, mandándoles que cada año recuerden
esta hazaña del Señor.
- Maestro,
explícame el evangelio de hoy, repitió el discípulo.
- Vamos a
ello, respondió el ermitaño, pero lo de hoy te va a resultar un poco pesado,
por lo que te aconsejo que saques el cuaderno que llevas en la mochila y
tomes algunos apuntes.
El Maestro
sacó, a su vez, un papel de su bolsillo y empezó:
- Esta vez
Jesús, el Gran Catequista, empieza por el final, por la moraleja, es decir,
el fin último de la parábola: “Les decía una parábola para enseñarles que es
necesario orar siempre, sin desfallecer”. Quisiera subrayar que este
precepto, “orar sin desfallecer”, es
uno de los pilares de la doctrina paulina – Pablo es el maestro de Lucas – e
insiste en ellos en todas sus cartas; tan solo algunos ejemplos:
* “Que la esperanza os tenga alegres;
manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración” (Rom. 12,
12);
* “Siempre en oración y súplica, orad en toda
ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, suplicando por todos
los santos” (Ef. 6, 18);
* “sed constantes en orar” (1Tes. 5,
17).
A continuación
viene la parábola que es muy sencilla. Como la pobre viuda también nosotros debemos
insistir y con humildad.
- Maestro, ¿y
por qué debemos insistir, Es que Dios no se entera si lo decimos solo una
vez?
- Dios se
entera aunque no se lo digas nunca, pero tú, con tu insistencia y tu
constancia estás indicando que sigues creyendo y sigues esperando, aun en el
caso que la respuesta sea el silencio. Si te desesperas y te callas es porque
has perdido la fe y la esperanza, y además también has perdido la humildad,
pues das a entender, sobre todo en la oración de petición, que tienes derecho
a ser atendido, y a la primera. La insistencia en la oración manifiesta una
gran fe en el Dios al que pides, la confianza en que te escuchará y la
humildad de implorar, como los enfermos varios del evangelio, lo que
necesitas y que por ti solo no puedes conseguir.
Pero quisiera
hablarte, más allá del evangelio de hoy, de la oración en el evangelio de
Lucas, y así encuadrar sus enseñanzas.
Te decía antes
que la oración es uno de los pilares de la doctrina de Pablo / Lucas.
Punto 1 –
Jesús enseña a sus discípulos a orar. “Él
les dijo: cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre …” (Lc.
11, 2 – 4).
Punto 2 –
Garantiza la eficacia de la oración: “Pues yo os digo a vosotros: Pedid y se
os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide
recibe, y el que busca halla y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre
vosotros, si su hijo le pide un pez le dará una serpiente en lugar de un pez?
¿O se le pide un huevo, le dará un escorpión?" (Lc 11, 9-12). San Juan es más inmediato en
este tema: “Y lo que pidáis en mi
nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo (Jn. 14,
13).
Punto 3.
Recomienda la perseverancia en la oración: La parábola del juez injusto –
evangelio de hoy – (Lc. 18, 2 – 5) y la parábola del hombre que va importunar
al amigo en plena noche para pedirle prestado algo de pan (Lc. 11, 11, 5 –
8), son tan solo dos ejemplos de esa perseverancia en medio de la adversidad.
Pero sobre
todo es nos enseña a orar con el ejemplo: Él es un hombre de oración.
* Jesús
participa en la oración ritual del pueblo: a los doce años lo encontramos en
la Casa del Padre (Lc. 2, 41 – 50); en Nazaret entró en la sinagoga como era
su costumbre los sábados (Lc. 4, 16); celebra la cena pascual con sus
discípulos (Lc. 22, 7 – 14);
* Se retira a
rezar antes de los grandes momentos: pasa cuarenta días en desierto en ayuno
y oración antes de iniciar su vida pública (Lc. 4, 1 -13); antes de elegir y
consagrar a los apóstoles pasa una noche de oración en la montaña (Lc. 6, 12
-16); cuando va camino de Jerusalén, como cordero camino del matadero (Is.
53, 7), y tiene que anunciar a los discípulos lo que va a suceder en la
ciudad santa, antes se retire a orar a lo alto de un monte (Lc. 9, 28 – 36); se va a orar al jardín de los olivos ante la
eminencia de su pasión (Lc. 22, 39 – 46), y su último suspiro fue una
oración: “Padre, a tu manos encomiendo
mi espíritu” (Lc. 23, 46).
Resumiendo,
amigo mío, Jesús nos enseña a rezar, con una oración perseverante y confiada
y a hacer, como él, de toda la vida una oración.
Al terminar,
dijo el Maestro con cierta sorna:
- ¿Has tomado buena
nota de todo?
- Sí, Maestro,
y durante esta semana me leeré los pasajes que has citado.
- Bien, pero
no dejes de divertirte un poco …
- Sí, sí, Maestro,
no te preocupes por ello.
Como oración
conclusiva y antes del rezo de Laudes recitaron el salmo 87:
Señor, Dios mío, de día te
pido auxilio,
de noche grito en tu
presencia;
llegue hasta tí mi súplica,
inclina mi oído a mi clamor.
Porque mi alma está colmada
de desdichas,
y mi vida está al borde del
abismo;
ya me cuentan con los que
bajan a la fosa,
soy como un inválido.
Tengo mi cama entre los
muertes,
como los caídos que yacen en
el sepulcro,
de los cuales ya no guardas
memoria,
porque fueron arrancados de
tu mano.
Me has colocado en lo hondo
de la fosa,
en las tinieblas del fondo;
tú cólera pesa sobre mí,
me echas encima todas tus
olas.
Has alejado de mí a mis
conocidos,
me has hecho repugnante para
ellos:
encerrado, no puedo salir,
y los ojos se me nublan de
pesar.
Todo el día te estoy
invocando,
tendiendo las manos hacia ti.
¿Harás tú maravillas por los
muertos?
¿Se alzarán las sombras para
darte gracias?
¿Se anuncia en el sepulcro tu
misericordia,
o tu fidelidad en el reino de
la muerte?
¿Se conocen tus maravillas en
la tiniebla,
o tu justicia en el país del
olvido?
Pero yo te pido auxilio,
por la mañana irá a tu
encuentro mi súplica.
¿Por qué, Señor, me rechazas,
y me escondes tu rostro?
Desde niño fui desgraciado y
enfermo,
me doblo bajo el peso de tus
terrores,
pasó sobre mí tu incendio,
tus espantos me han
consumido:
me rodean como las aguas todo
el día,
me envuelven todos a una;
alejaste de mí amigos y
compañeros:
mi compañía son las
tinieblas.
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