martes, 30 de diciembre de 2014

NADA TE TURBE



Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.

Evangelio según san Lucas, 2, 16 - 21.
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

 Era de madrugada. El Maestro había rezado con devoción y a la luz vacilante de su vela el Oficio de Lectura. Lo había paladeado,  saboreado, casi silabeado. Y aunque ya hubiera terminado seguía repitiendo, como si de un estribillo se tratara aquello de:

“Lucero del alba,
luz de mi alma,
santa María.
Virgen y Madre,
hija del Padre,
santa María.
Flor del Espíritu,
Madre del Hijo,
santa María.
Amor maternal
del Cristo total,
santa María.
Amén.

Hacía frío, y en la cueva había mucha humedad. Se acostó de nuevo en su lecho, constituido por un jergón de esparto y hierbas que él mismo había confeccionada y que cada mañana sacaba fuera para que el aire lo ventilara y el sol lo calentara, y se cubrió con su manta que alguien, ya no recordaba quién le había regalado...
Como sucedía con frecuencia tampoco aquella noche se durmió en seguida. Era el momento más duro de la jornada: la oscuridad total y el silencio de la montaña hacía que la soledad hiriera su corazón. Y se dejó llevar por la nostalgia. Recordó las noches viejas pasadas en familia con sus padres hermanos y la abuela, las uvas, los abrazos, los “Feliz Año” intercambiados y la botella de sidra. También recordó experiencias vividas años más tarde, al cruzarse por la calle con jóvenes y adultos trajeados de gala  vomitando en los rincones y la imagen que algunas señoras con abrigo de visón o similar y tacón alto que no se tenían de pié. Y que, en algún caso, a trompicones intentaban caminar descalzas.
Este último recuerdo lo devolvió a la realidad. Un nuevo día se acercaba y con él un nuevo Año. ¡Una nueva oportunidad! No iba a repetirse aquello tan baladí de”año nuevo, vida nueva”, sino a pensar que cada día, cada año, cada minuto es un regalo de Dios para seguir creciendo, caminando hacía el Padre, pero no solo y a escondidas, sino dejando huellas profundas y un rastro bien visible para que otros puedan seguirlo.
Hasta al Maestro habían llegado comentarios de que iba a ser un año muy duro, de que había muchas crisis no solo en el campo económico, sino que la propia sociedad estaba en crisis; había perdido los valores que desde siglos la vertebraban y los habían sustituido por otros que, por su vaciedad, se resquebrajaban  arrastrando consigo todo el entramado que soportaba la convivencia,  la paz, la justicia, la fraternidad y la solidaridad.
De nuevo lo invadió una cierta tristeza hasta que surgieron en su mente aquella frase que Lucas escribe hasta dos veces en su evangelio: “María conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lc. 2, 19 y 51).
En el fondo lo acontecido en Belén de Judá, más allá de las circunstancias, era para María (y José) motivo de alegría: el nacimiento de un niño, el saludo  alegre de los pastores, la adoración y regalos de los magos de Oriente, inclusive las profecías de Simeón y Ana animaban, con alguna herida intercalada, el espíritu de una Madre. Es lícito pensar que la angustia  de María y José al buscar al hijo que habían perdido se ve de alguna manera recompensada al encontrarlo   hablando y discutiendo de tú a tú con los doctores de la ley en el templo.    
Pero a partir de aquel momento el silencio más absoluto. El Hijo del Misterio va creciendo y no sucede nada. ¿Estaría acaso equivocada? ¿Lo suyo habían sido puras alucinaciones?  … y el tiempo va pasando, hasta que un día las cosas parecen cambiar. Cuando tenía treinta años – muy mayor para la época – Jesús abandona la casa paterna y se dedica a predicar. ¿Será ahora cuando por fin se van a cumplir todas las profecías? Pues no está muy claro. Es cierto que tiene un grupo de seguidores, pero la mayoría de Israel con sus poderosos al frente lo  detestan. Un día contempla como un grupo de harapientos, facinerosos, de niños y adolescentes incontrolados lo introducen en la Ciudad Santa proclamándolo rey y a los pocos días ve como recurre el mismo camino hecho prisionero. Por último lo acompaña camino del calvario y lo sostiene amorosamente en su larga agonía. ¿Tiene  acaso la Madre algún motivo para esperar? ¿No había sido todo una mentira o una ilusión? Pero María no se desmorona, sigue confiando, porque a lo largo de todos esos años y en medio de esas vicisitudes ella medita la promesa, es decir, todas esas palabras y secretos que guarda en su corazón. 
El año que viene será malo, tus padres, tus hermanos, tus jefes, tus superiores te abandonarán, algunos hasta, borrando tu nombre, pretenderán olvidar tu existencia, pero la promesa que llevas en tu corazón es suficiente para animarte, para abrir tu vida a la esperanza, para pensar, en definitiva, que será un año feliz y próspero.
El Maestro  recitó entonces aquella poesía de Santa Teresa que tanto le gustaba:    
Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda
la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento, al cielo sube, por nada te acongojes, nada te turbe.
A Jesucristo sigue con pecho grande, y, venga lo que venga, nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo? Es gloria vana; nada tiene de estable, todo se pasa.
Aspira a lo celeste, que siempre dura; fiel y rico en promesas, Dios no se muda.
Ámala cual merece Bondad inmensa; pero no hay amor fino sin la paciencia.
Confianza y fe viva mantenga el alma, que quien cree y espera todo lo alcanza.
Del infierno acosado aunque se viere, burlará sus furores quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos, cruces, desgracias; siendo Dios su tesoro, nada le falta.
Id, pues, bienes del mundo; id, dichas vanas, aunque todo lo pierda, sólo Dios basta.
El Maestro se dio media vuelta en su jergón, se ajustó un poco la manta y se durmió.

 

viernes, 26 de diciembre de 2014

SAGRADA FAMILIA


DOMINGO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

Evangelio según san Lucas 2, 22 - 40.
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de
Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Habla recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no verla la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
— Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:
— Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.
Habla también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita habla vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

 Envuelto en su roída capa, tiritando de frío a pesar de la lúgubre hoguera que ni calentaba ni iluminaba suficientemente la gruta, el ermitaño reflexionaba sobre la festividad del día y la "palabra" propuesta por la liturgia.   
Era el día de la Sagrada Familia y el evangelio del día narraba la presentación de Jesús en el templo cumpliendo con el mandato de Moisés y el encuentro con aquellos dos ancianos, Simeón y Ana, asiduos a aquel lugar.

Pensaba el ermitaño en la finura y exquisitez de aquella familia que cumplía los mandatos tradicionales  aunque lógicamente estaban exentos de ellos.
¿Cómo se puede consagrar a Dios el que es, desde su concepción, hijo de Dios?

¿Cómo purificar a una mujer, que era inmaculada desde el momento mismo en que fue engendrada, y que quedó embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo?

Pero, ¿qué sentido tendría el rebelarse o protestar? Sólo serviría para buscar un protagonismo prematuro y superfluo. A lo largo de su vida pública Jesús se soliviantó varias veces, no contra la Ley sino contra las interpretaciones rabínicas de la misma, pero siempre en defensa de la dignidad de las personas, nunca para ponerse en evidencia a sí mismo.
Esto nos sugiere unas cuantas preguntas: hoy en el mundo - y también en la Iglesia -  se multiplican las  manifestaciones, rebeldías, críticas, insumisiones, con diferentes motivos y variadas coreografías. ¿Cómo valorarlas? ¿dónde está el grano y dónde la paja?

El criterio de discernimiento está claro: si en estos actos se busca la defensa de la persona y de su dignidad y además se proponen alternativas claras y evidentes son justos y loables, pero si detrás de ellos se esconde un cierto protagonismo de los líderes, convocantes y participantes, o cuando se detecta que se trata de la protesta por la protesta sin ofrecer alternativas positivas y viables, es mejor cumplir lo establecido aunque resulte incómodo y no fácilmente comprensible.
Pero el pensamiento del anacoreta se deslizó hacia la figuras de los dos ancianos profetas, Simeón y Ana, quizás por aquello de la sintonía de la edad.
¿Cómo era posible que el nombre de estos dos personajes que muchos catalogarían como "viejos beatos" quedara fijo para siempre en el evangelio al lado de los grandes en la historia de la salvación? Pues sencillamente porque habían hecho un largo camino, adquirido una considerable experiencia y, sobre todo,  estaban abiertos a la luz del Espíritu; todo ello los capacitaba tanto para reconocer al Señor que llegaba, como "hablar de Él a todos los que aguardaban la liberación de Israel".

Llegados a este punto al eremita le apetecía dar dos consejos:
* A los mayores les pediría que se abran a la luz del Espíritu y compartan con humildad, pero sin complejos, con los más jóvenes el tesoro de su fe y de sus vivencias cristianas.

* A los más jóvenes les pediría que no se dejen embaucar por los ídolos de la canción, cine, televisión o del papel couché, y escuchen atenta y cariñosamente a los ancianos que tienen en su familia o en su entorno. ¡Seguro que quedarían extasiados ante tanta sabiduría, enormes vivencias y capacidades proféticas!

 

viernes, 19 de diciembre de 2014

El valor de un “SI”, el peso de un “NO”.


IV Domingo de Adviento B.

Evangelio según san Lucas 1, 26 - 38.
En aquel tiempo; el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
— Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
— No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel:
— ¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?
El ángel le contestó:
— El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
María contestó:
— Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Y la dejó el ángel.

 - Maestro, Maestro, yo tengo muchas ganas de escucharte, porque sé que me va a hablar de María, la Madre de Jesús, y me consta que le tienes especial devoción.

El Maestro le miró un momento antes de responder. El chico había vuelto a las andadas; de nuevo lo arrollaba con sus palabras, ni “buenos días nos dé Dios”, ni “¿cómo estás”, ni nada: llegar y disparar. Había decidido no llamarle más a la atención por este comportamiento, pues esto lo cohibía y le quitaba frescura y espontaneidad. Es cierto que el joven tenía que aprender los buenos modales, pero tiempo y ocasión  tendría para limar las aristas de su personalidad. Por otra parte estas preguntas o intervenciones tan inmediatas - para no usar el término “abruptas” -  indicaban que eran la continuidad de los pensamientos y reflexiones que venía haciendo por el camino, y esto era una muy buena señal.
- Ciertamente que le tengo mucho cariño y por muchas razones. Le tendría mucho respeto por el mero hecho de ser la madre de Jesús, pero además de eso, por ser importante, hay mucho más:

* por su disponibilidad, entrega, generosidad, capacidad de sacrificio, intimidad con el Señor, etc. es el modelo perfecto para cualquier creyente;

* porque por voluntad de Jesús, en un momento que le da valor de testamento, es Madre de todos los discípulos, en particular, y en su conjunto, es decir, de la Iglesia;
* y además, -  ¿qué quieres que te diga? - siempre la he sentido muy cercana a lo largo de mi vida. ¿Cómo no voy a tenerle una especial devoción?

Pero entremos en tema. Durante este tiempo de adviento van surgiendo una serie de personajes muy ocupados directa o indirectamente en preparar la llegada del Hijo de Dios. De manera indirecta aparecen Zacarías e Isabel, de manera muy inmediata aparece de manera muy vistosa Juan el Bautista a quien hemos visto los últimos domingos, aparecerá un tanto de refilón y sin la importancia que verdaderamente tiene – en la liturgia de la misa de vigilia de Navidad, es decir la misa del sábado, 24 de Diciembre por la tarde; misa que en muchos lugares no se celebra, y allí  dónde se celebra ya se hace con espíritu navideño: Niño en Belén, pastores, vacas y bueyes, etc -  decía, que sin la importancia que verdaderamente tiene aparece José.
Hoy – y algunas otras veces a lo largo del adviento - surge de manera preeminente, pero también con la delicadeza y humildad que la caracteriza la figura de María, la esclava del Señor, la Madre de Jesús. Ella tiene un rol fundamental en la historia del Hijo de Dios que es lo mismo que decir en la historia de nuestra redención.

El “sí” de María, su “fiat mihi”, o “γένοιτό μοι” hace posible que se cumpla el plan de Dios y dé inicio el último capítulo de la historia de la Salvación
Se ha escrito y hablado profusamente acerca del “si” de María por hombres y mujeres que saben mucho más que este pobre ermitaño. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia, pero yo quisiera tan solo plantear una pregunta: “¿qué hubiera sucedido si la Virgen, en aras de su sacrosanta libertad hubiese dicho “no”?

- No lo sé, dijo el discípulo sintiéndose interpelado.
- Yo tampoco, pero quisiera que todos reflexionáramos sobre el peso que puede tener un “si” o un “no” en algunos momentos de nuestra existencia. Ciertas decisiones determinan el futuro de la vida no solo del sujeto sino de todo su entorno. Te pongo un ejemplo muy conocido, pero cada uno de nosotros es un ejemplo: Teresa de Calcuta. ¿Cuántos “sies” hay en su vida? Voy a señalar solo dos. Imagínate por un momento que hubiera quedado en Skopje, Albania, actual Macedonia? ¿Si hubiera formado una familia? Todo muy normal y legal en pleno uso de su libertad, pero … . ¿Imagínate por un momento que hubiera seguido de profesora en el  St. Mary's High School de Calcuta, que parece ser lo más lógico y para lo que había profesado. Pero sus “sies” no solo la han hecho muy feliz, con sus lógicos problemas, pero han derramado mucha felicidad y paz a su alrededor.

En definitiva, amigo mío, siguiendo el ejemplo de María que nuestros “sies” provengan de una profunda reflexión, pero sean  también generosos y entregados, sabiendo que si nos ponemos en las manos de Dios, el nos conducirá, aunque por cañadas oscuras y caminos tortuosos hasta fuentes tranquilas y verdes praderas (cfr. Salmo 23, 1 – 4).
¿Puedo decir algo más?

- Claro, Maestro.
- Pues ahí va. Llamo la atención a los padres, profesores y a todos aquellos que se dedican a la formación de los niños y de los jóvenes para que les ayuden a madurar y a decidir, pero nunca a decidir por ellos y a la misma Iglesia Institucional a dejar que el Espíritu sople donde quiere y cuando quiere no y no confundir la defensa de sus intereses o de sus proyectos con la voluntad de Dios. Confundir la autoridad eclesial sobre la vida y bienes de sus miembros con la voluntad de Dios es, cuanto menos, arriesgado.

 

 

 

 

viernes, 12 de diciembre de 2014

YO SOY y yo NO soy.


III Domingo de Adviento  B

Evangelio según san Juan, 1, 6 - 8. 19 - 28.
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan: 
éste venia como testigo, 
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:
 — ¿Tú quién eres?
 
Él confesó sin reservas:
— Yo no soy el Mesías.                  
 Le preguntaron:
  ¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?      
Él dijo:      
— No lo soy.
 
— ¿Eres tú el Profeta?
Respondió:
— No.
Y le dijeron:
— ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?
Él contestó:
— Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías.
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?
Juan les respondió:
- Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
        

 - Buenos días, Maestro - dijo el discípulo aquella mañana cuando se acercó al lugar donde vivía el eremita, donde llegó un poco retrasado con respeto a su costumbre – ya estamos cerca de Navidad y es una fiesta que me gusta y me hace disfrutar mucho.
El Maestro se percató de que su joven amigo había recuperado la locuacidad y se alegró. Es verdad que a veces resultaba demasiado parlanchín y hasta atrevido, pero verlo callado y taciturno le resultaba  incómodo. Prefería que se fuera modelando poco a poco, pues el joven prometía, era como un diamante en bruto; el tiempo, la experiencia y su sincero deseo de perfección haría que madurara en la buena dirección.
- ¿Quieres explicarme que conclusiones has sacado del evangelio de este domingo?
La cara del discípulo se iluminó, sus ojos brillaban con una luz distinta, el Maestro confiaba en él y de concedía la palabra.
- La verdad es que no muchas, me parece que es un calco del domingo pasado. Dice prácticamente lo mismo.
- Tienes razón. Probablemente se trata del mismo hecho relatado por dos personajes diferentes, aportando cada cual su experiencia y su manera de dar la catequesis; la semana pasada era el evangelista Marcos, y esta semana es Juan, pero algunas frases son idénticas.
- Algunas frases son calcadas, otras no, pero el mensaje, sí, es el mismo en los dos casos.
- ¿Quieres repetir lo que dijimos el domingo pasado?
- No, Maestro, prefiero escucharlo de ti, que tienes más autoridad.
- No tengo más autoridad, si acaso más experiencia y más atrevimiento, porque no tengo nada que perder.
La figura de Juan es señera y modelo para todo creyente y muy especialmente para los que tienen la misión de enseñar la doctrina y transmitir la fe, sin excluir a la Iglesia Institucional y Jerárquica. La afirmación central de Juan es “yo NO soy” en oposición al “YO SOY” del Horeb (Ex. 3, 14) y que Jesús usó y que fue recogido por San Juan en siete ocasiones.
Permíteme, amigo mío, hacer un pequeño paréntesis para presentar este “YO SOY”. En otra ocasión hablaremos de ello con mayor detenimiento. Cuando Jesús proclama “YO SOY” se identifica con el Dios del Horeb, es una manifestación de su deidad. El autor del prólogo de San Juan lo tiene muy claro: “en principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el VERBO ERA DIOS(Jn.1, 1)
* Jn. 4, 26: Jesús se manifiesta por primera vez, según Juan, a una mujer y extranjera: la samaritana.
* Jn. 6, 24: en segundo lugar se manifiesta a sus discípulos en el lago de Tiberíades en medio de una tormenta, para adelantarles que en medio de todas las dificultades se fiaran de Ël porque “Él es”.
* Jn. 8, 24, 28, 58: En un acto solemne Jesús se manifiesta al pueblo judío. Fíjate en dos detalles: en el versículo 2 que encuadra todo el discurso dice: “al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a Él …”. La mayor parte de sus enseñanzas y de sus milagros Jesús lo realiza en Galilea alrededor del lago, pero proclamarse Dios, es decir, “YO SOY” lo hace en el templo, el Templo del Altísimo.
*  Jn. 13, 19: de nuevo lo recuerda a sus discípulos el jueves santo, preparándolos para lo que iba a venir.
* Jn. 18, 5: aparentemente Jesús había sido derrotado, sus adversarios y enemigos habían ganado la partida; con dinero y falsas promesas iban a hacerse con Él, y empezaría su triunfo que culminaría en el calvario. Pero Jesús, con esa dignidad que le caracterizó durante toda su vida y muy especialmente durante su pasión se manifestó de nuevo, como queriendo decir: “lo que vais a perpetrar no es solo un homicidio sino un deicidio”
Pues bien Jesús se define como el ”YO SOY” y Juan el Bautista como el “yo NO soy”-
Soy solamente el que anuncia, el que grita en el desierto, el que predicando y bautizando va allanando el camino para cuando Él llegue. El otro Juan, el evangelista lo define con mucha precisión: “surgió  un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan; este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él”
En definitiva si queremos ser creíbles tenemos que asumir todos, sin excepción, que somos nada más – y nada menos, diría yo – testigos de la luz que ilumina el mundo. De no ser así nos serán aplicadas aquellas otras palabras del Señor: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos, haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen” (Mt. 23, 2 – 3).
- ¿Puedo, Maestro? Tengo una pregunta.
- Dime.
- He leído en alguna parte que este domingo se llama domingo del “gaudete”. ¿Por qué?
- Bueno, se llamaba así antes, en la liturgia anterior al Concilio Vaticano II, y ahora también se puede llamar, pero con menos énfasis”. En el misal llamado de San Pío V, después reformado por muchos otros papas, había un solo ciclo (ahora tenemos tres: A, B y C) y la misa empezaba con el “introitos”o antífona de entrada que decía: Gaudete in Domino semper: iterum dico, gaudete. …” . Este mismo texto, aunque más recortado, lo tenemos en la actual liturgia: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito estad alegres. El Señor está cerca”. Después en la Epístola se leía la carta de San Pablo a los Filipenses (4, 4-7), de dónde se había extraído   el texto del Introitos. Cabe decir que este texto de Pablo se proclama en este mismo domingo del ciclo C. Por último también este año, Ciclo , cuya segunda lectura es de la carta a los Tesalonicenses, 5, 16 – 24, empieza diciendo: “estad siempre alegres”.
- En definitiva, Maestro, tenemos que estar muy alegres porque viene el Señor en Navidad.
- ¡Bueno! Yo lo diría de otra manera: si somos auténticos testigos de la Luz que viene, sentiremos un gran gozo que ni nadie ni nada podrá arrebatarnos.

viernes, 5 de diciembre de 2014

PIEL DE CAMELLO


II Domingo de Adviento B

Evangelio según san Marcos, 1, 1 - 8.
 
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.


Está escrito en el profeta Isaías:
"Yo envío mi mensajero delante de tipara que te prepare el camino.  
Una voz grita en el desierto:

“Preparad el camino del Señor,
  allanad sus senderos".

  Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán.

Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:

— Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

 - Buenos días, amigo mío.
- Buenos días, Maestro,
 
- ¿Nada que decir?, ¿nada que preguntar?
- Nada, Maestro, soy todo oídos para escuchar tu explicación del Evangelio de hoy.
- Vamos a ello. Te presentaré, si me permites, unas cuantas pinceladas un tanto deshilachas, convencido que tú le darás una forma adecuada.
1º - Iniciamos hoy el Evangelio de San Marcos. Cada evangelista lo hace de una manera diferente.
Mateo de una manera muy resumida y Lucas de de manera más extensa  narran la historia humano-divina  de Jesús, hijo de Dios, pero también hijo de María, acogido y protegido por José, con todas las peripecias de la anunciación, nacimiento, visita de los pastores y de los magos, etc.; Juan, en su maravilloso prólogo se ocupa y preocupa en manifestar el origen divino de Jesús, que desde el principio estaba en Dios, porque, en definitiva, Él mismo era Dios.  Marcos es mucho más sencillo y profundo a la vez. No pretende contarnos una historia o un reportaje, sino como creyente y para que creamos presenta la figura de Jesús. Empieza conectándolo con el Antiguo Testamento. Jesús no surge por casualidad, no es fruto de generación espontánea, sino que da cumplimiento al Antiguo Testamento. Es, en efecto, el esperado de los pueblos y el anunciado por los profetas: “como está escrito en el profeta Isaías…”
2º- “Una voz clama en el desierto”. La situación no ha cambiado mucho: desierto había en el tiempo de Isaías, desierto había en el tiempo de Juan Bautista y de Jesús, desierto hay hoy. Desiertos diferentes, pero desiertos al fin y al cabo. Los desiertos de hoy, a lo mejor, no tienen montes escarpados, pedruscos de todos los tamaños donde habitan a sus anchas víboras y alacranes, son más sofisticados y multiformes: lo configuran rencillas y odios,  egoísmos y prepotencias, mentiras y engaños, todo ello adobado con luces y colores, promesas y ambiciones, mundos irreales y exotéricos; desiertos áridos e impermeables a cualquier semilla de vida.
3º - “Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mi viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias” Aquí habría que aplicar aquella frase de Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. En tres frases describe la personalidad del Bautista, indicando sus vestidos, su dieta y su predicación.

A nosotros puede resultar chocante su forma de vestir y su dieta, pero era normal. Se identificaba con los beduinos, los pobres del desierto en oposición a los “profesionales” del templo: sacerdotes, escribas y demás tipos de la misma ralea, que caminaban con preciosos mantos, cada cual más largo con sus anchas franjas para que fueran bien identificados desde lejos, y comían a costa del templo y de sus devotos.
Sencillamente era uno más con los pobres del desierto. Sin contubernios con nadie, sin ningún tipo de dependencia o servidumbre era totalmente libre para proclamar la Verdad y para llamar “raza de víboras” a los que pretendían engañarle con falsas conversiones.
Tenía, además plena conciencia de quién era: simplemente el Precursor. El que abre caminos.
El Maestro calló. No se sentía inspirado, tenía, también él, una cierta pereza espiritual. Pero el discípulo lo sacó de su sopor.
- Maestro, dijo, me falta algo, me falta el mensaje.
- Pues el mensaje podría ser: menos uniformes, sean cuales fueren y del color que fueren y más cercanía, menos autoritarismo y más fraternidad, menos hablar en nombre de Dios y con el poder recibido de Dios y más hablar de Dios y de la propia experiencia de Dios.

 

 

viernes, 28 de noviembre de 2014

Un encuentro, dos encuentros, ...


I Domingo de Adviento B

 
Evangelio según san Marcos, 13, 33 - 37.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!

 Empieza el adviento. Adviento  gdel latín Adventus gque a su vez procede del prefijo ad y del verbo venire, que se puede traducir como “a punto de llegar".
 
Adviento es, pues, el tiempo que precede a la llegada del Señor y, por consiguiente, tiempo en que a todos se nos invita a hacer un sprint en nuestra marcha hacia el Gran Encuentro.

La liturgia de estos días nos prepara para dos encuentros diferentes:
Primer encuentro (con minúscula): preparación para la fiesta de Navidad. Jesús históricamente hablando no vuelve a encarnarse, no vuelve a nacer, no vuelve a padecer, no vuelve a morir, no vuelve  a resucitar, pero al colocar estas celebraciones – recuerdo a lo largo del año pretende poner señales de stop en nuestro camino, para que paremos un momento, miremos a derecha e izquierda, miremos nuestro reloj y reprogramemos nuestro GPS. Son en definitiva momentos necesarios para romper la monotonía y corregir, si procede, nuestra marcha.

Si la Navidad es la celebración – recuerdo del gran acontecimiento del nacimiento de Jesús en Belén de Judá, estos veintiocho días de adviento son el tiempo necesario para limpiar la casa, batir las alfombras, encender la chimenea, encender las velas, en definitiva, preparar todo para recibir al Invitado el día de la Gran Fiesta.
Segundo Encuentro (con mayúscula): es ése gran día de la Parusía cuando nos topemos cara a cara con el Señor, como hemos visto el domingo pasado (Mt. 25, 31-46). Desde este punto de vista toda la vida es un camino que nos conduce hacia Él, camino que unos recorren como si fuera un maratón, otros a paso ligero, unos con fatiga y a desgana, otros como si de un agradable paseo se tratara. Cada cual según su ánimo o disposición interior, pero nunca, aunque muchos lo intenten, en avión, en coche o a hombros de sus semejantes.

El evangelio de este domingo nos propone esta segunda visión, es decir el día del Gran Encuentro, que yo no sé determinar si es el último día de  nuestra vida o el primer día de la nueva dimensión. De todas maneras el evangelio de hoy está redactado en estilo negativo y casi amenazante: “si te duermes, si te portas mal, vendrá el coco o el hombre del saco y te meterá en el cuarto oscuro”. Creo que hay que decirlo de otra manera: “estarás tan nervioso y excitado, esperando a que llegue el Señor, a quién quieres y al que llevas tanto tiempo esperando que no conseguirás pegar ojo.
- ¿Maestro, intervino el discípulo, entonces dices que el evangelista Marcos ha falseado las palabras de Jesús?

- Perdona, amigo mío, había olvidado que estabas ahí y solo hablaba conmigo mismo. Me has metido en un aprieto. Voy intentar salir de él. Imagínate una montaña; una vertiente es escarpada, sin árboles, dónde solo anida alguna ave rapaz, la otra muy fértil que puedes contemplar llena de cerezos en flor. Dime, amigo mío, ¿es la misma montaña?
- Si, Maestro.

- ¿La percibes de la misma manera de un lado y del otro?

- No, Maestro.
- Pues a mí me gusta más la ladera de los cerezos en flor.

- Y a mí también.
- Pues vámonos a rezar laudes.

 

 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

ὁ Κυριός ἔστιν”


Jesucristo, Rey del Universo.

Evangelio según san Mateo,  25, 31 - 46.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme."
Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?"
Y el rey les dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis."
Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.  Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis."
Entonces también éstos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"
Y él replicará:
"Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo."
Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.

 Antes todo era diferente, Dios era Dios y hablaba a su manera, fuego, terremotos, diluvios, a veces brisas suaves, arco iris,  y otras cosas por el estilo, y el hombre era el hombre y  tenía su propio lenguaje, muy sencillo, para comunicarse entre sí, hasta la torre de Babel, en que lo estropearon todo, porque se acabó la posibilidad de comunicación. Hacían un esfuerzo para entender los mensajes de Dios. A veces acertaban, a veces no, como yo, pobre ignorante, cuando leo un texto en inglés; del texto y del contexto saco unas conclusiones algunas veces acertadas, la mayoría equivocadas.
 
Dentro de su sencillez el hombre era consciente de que Dios era otra cosa, estaba fuera de su capacidad intelectiva. Para ellos Dios era sencillamente ÉL (el ÉL por excelencia), el innombrable, porque ninguna palabra podría definir a Dios en su totalidad. “Yo soy el que soy” (Ex. 3, 14) había dicho EL a Moisés en el Horeb junto a la zarza ardiente.
 
De momento todo normal, hasta que un buen día – día cumbre en la historia – Dios se hizo hombre y, como uno más, habitó entre nosotros (Cfr. Jn. 1, 14) y aquí empieza el problema del lenguaje, que no de la comunicación, por Jesús, el Dios hecho hombre es, por si mismo comunicación.
 
Tiene que traducir al limitado lenguaje humano  la figura y el mensaje del Eterno.
Cuando habla a Dios, con palabra humana, le llama sencillamente “Abba”, Padre, “Padre  a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23, 46) y lo mismo cuando habla de EL a sus discípulos, mentes obtusas: “como el Padre me ha amado, así os he amado yo” (Jn.15, 9).
 
¿Y cómo se define a sí mismo?  Pues Jesús tampoco encuentra en el pobre lenguaje humano una palabra que pueda definirlo totalmente, por lo que usa muchas términos y comparaciones para presentarse a los suyos: el Hijo del hombre, camino, verdad y vida, el buen pastor, la puerta del redil, y también – y esto lo encontramos en el evangelio de hoy – como rey. Ante Pilatos en  el pretorio Jesús se reconoce como Rey, pero muy puntualizado: “no os equivoquéis, no soy como los demás reyes que conocéis: poderosos, corruptos, ansiosos de poder, etc. mi reino no es de este mundo” (cfr. Jn. 18, 32 – 37).
 
La Iglesia, aprovechó este título para crear esta fiesta, Cristo Rey; un título que siendo evangélico, es demasiado temporal y difícil de comprender en un mundo donde la mayoría de las naciones son republicanas, y dónde hay monarquías, reyes, estos no son precisamente modelos para sus súbditos. Menos mal que no se le ha ocurrido crear la fiesta de “Jesucristo, el Gran Emperador”.
 
Personalmente de tos títulos dedicados a Jesús, aún siendo humano como todos los demás, el que más me gusta es que el que utilizaban sus amigos: “Κύριος”, el Señor.
María Magdalena de vuelta del sepulcro el día de Resurrección comunica a los discípulos:
 
-“τι ωρακα τον Κυριον”, “he visto al Señor” (Jn. 20, 18). En la pesca milagrosa cuando Juan reconoce a Jesús dice a Pedro: “ Κυριός στιν”,  es el Señor”.